Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO I - Capítulo I - Bosquejo geográfico del Estado de MorelosTOMO I - Capítulo III - El generalísimo Morelos y el problema agrarioBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña

TOMO I

CAPÍTULO II

ANTECEDENTES HISTÓRICOS DEL EJIDO


Interesantísima es la historia del hoy Estado de Morelos. Poblado intensamente desde los tiempos anteriores a la Conquista española y ya con una agricultura bastante desarrollada, fue el proveedor de semillas y, sobre todo, del algodón, de que tanto necesitaron los reinos de México y sus aliados.

Posteriormente a la Conquista, al formar parte del Marquesado del Valle de Oaxaca, recibió las primeras plantas de la caña de azúcar, cuyo cultivo fue intensificándose a medida que se formaron los grandes latifundios.

Durante la Guerra de Independencia fue teatro de la inmortal campaña del insigne cura Morelos, y tuvo la gloria de presenciar el sitio de Cuautla.

Pero veamos, en los siguientes renglones, una síntesis de su história y con ella algunos antecedentes del ejido.


Primeros datos históricos

Los más antiguos datos que se tienen sobre la historia del territorio morelense parten del año VIII ácatl -603 de la Era Cristiana-, cuando los toltecas, en su peregrinación, pasaron por las tierras de Cuauhnáhuac, hoy Cuernavaca, y fundaron Mazatepec, creyéndose que estos mismos pusieron los cimientos de la actual ciudad de Cuernavaca, centro principal de la tribu tlahuica. Años después, en 1116, un grupo que escapó de la destrucción del reino tolteca penetró a las tierras mencionadas por Totolapan y fijó definitivamente su residencia en ellas, poblando el Plan de Amilpas y la Cañada de Cuernavaca.

Posteriormente la tribu chichimeca, cazadora y errante, penetró por Malinalco, y confundiéndose con los toltecas, acabó de poblar las tierras del Sur.

Por el año 830 de la Era Cristiana, salieron de Aztlán las siete tribus nahuatlacas, las que se dispersaron en Chicomoztoc; los tlahuicas, no pudiendo fijar su residencia en los lagos mexicanos, remontaron la serranía del Ajusco y bajando por las rápidas pendientes de sus faldas meridionales, entraron a las llanuras del Sur ya ocupadas por los toltecas y chichimecas, mezclándose con ellos; se establecieron definitivamente, fundando la provincia de Tlalnáhuac, que ocupó lo que actualmente forma el Estado de Morelos.

Algunas de las otras tribus nahuatlacas que pasaron por el Valle de México penetraron también a Tlalnáhuac y fundaron lo que propiamente pueden llamarse colonias, debiendo citar a los xochimilcas que habitaron en los pueblos de Ocuituco, Tetela del Volcán, Jumiltepec, Zacualpan, Amilpas, Yecapixtla, Tlayacapan, Totolapan y Tepoztlán; los chalcas fundaron una pequeña colonia en las cercanías de Jonacatepec, viviendo en Chalcancingo, el pequeño Chalco.

Todo el resto del territorio fue ocupado por los tlahuicas, que colindaban: al Sur, con los cohuixcas; al Occidente, con éstos y con los matlazincas y ocuiltecas, y por el Oriente, con las tribus que se establecieron en las llanuras de Atlixco, del hoy Estado de Puebla.

Mezclados los tlahuicas con los chichimecas y con los civilizados toltecas, establecieron los señoríos o cacicazgos en que definitivamente quedó dividida la Tlalnáhuac y que fueron:

Cuauhnáhuac, Tetlámatl, Yauhtepetl, Xiuhtepetl, Hechecapixtla (Yecapixtla), Tepoxtlán y Totolapan.

Estos últimos fueron fundación xochimilca y chalca respectivamente.


División de la tierra bajo el dominio azteca

Los aztecas se establecieron, después de grandes trabajos y penalidades, en los lagos mexicanos; pero dado su carácter guerrero, pronto dominaron a las tribus que les habían precedido.

Deseosos de ensanchar su dominio, emprendieron expediciones fuera del Valle de México, por lo que en tiempo de los reyes. Ixcóatl y Moctezuma Ilhuicamina conquistaron a Xiutepec, Cuauhnáhuac, Totolapan, Atlatlauca, Oaxtepec, Yautepec, Tepoztlán y Yecapixtla, con lo cual la casi totalidad del hoy Estado de Morelos quedó sometido al reino de México y sujeto a pagar tributo.

La conquista de Tlalnáhuac por los aztecas tuvo primero más bien la característica comercial y no la del dominio de la tierra. Los pueblos sujetos a tributo tenían que cubrir éste periódicamente a los reyes de México, y consistía, en lo referente a la región de Morelos, en semillas, chía y sobre todo tejidos de algodón de que tan necesitados estaban los aztecas.

Los pueblos sometidos conservaron sus autoridades, pues las únicas enviadas por los reyes de México fueron los calpixques, encargados de recoger el tributo.

Con el afianzamiento del dominio azteca, se impusieron sus costumbres. Las tierras se dividieron entre la corona, la nobleza, los templos y común de vecinos, y se representaban por colores convencionales en las pinturas y jeroglíficos.

De las de la corona, denominadas tecpantlalli, reservadas al dominio del rey, gozaban el usufructo los señores de la Corte, llamados tecpanpouque y Teopantlaca, los que no pagaban rentas y sólo daban, como señal de vasallaje al rey, su servicio personal, ramos de flores y algunas aves. Los señores no podían enajenarlas, y acabado el linaje, volvían las tierras al emperador, quien podía disponer de ellas como feudo devuelto. A las tierras conquistadas en la guerra, se les llamaba yoaualli.

Las llamadas pillalti, o sean tierras de los nobles, eran antiguas posesiones transmitidas por herencia de padres a hijos y podían venderse solamente a otros nobles; pero nunca enajenarlas a los plebeyos.

Las tierras de los templos estaban destinadas a sufragar los gastos del culto; por lo común quedaban a cargo de los sacerdotes y se les llamaba teotlalpan, es decir, tierra de los dioses.

Las nombradas atlepetlalli, esto es, del común de las ciudades y los pueblos, se dividían en tantas partes como barrios tuviera la población y cada uno poseía su parte con entera exclusión e independencia de los otros. Se solían repartir entre los vecinos, a los que se puede considerar como los gleba adictos, adscipcios y cencitos del pueblo romano. Estas tierras no podían enajenarse por ningún concepto, y algunas de ellas, que estaban destinadas a suministrar víveres al ejército en tiempo de guerra, tomaban el nombre de milchimalli o cacalomilli, según lo que producían. La propiedad de la tierra estaba subdividida. Los privilegios dominaban casi la totalidad del territorio, mientras que la condición de los macehualli o plebeyos era bien difícil. Tenían que servir al ejército para poder llegar a altos puestos, siempre que su valor así lo ameritase. Otros se dedicaban a los oficios y los más a labrar las tierras de los nobles, recibiendo en compensación, por su trabajo, ya una ración o algunas heredades en arrendamiento por las cuales pagaban la renta en especie.

De lo anteriormente dicho se desprende que la repartición de la tierra en los últimos años del imperio mexicano fue muy desigual y el dominio de la propiedad estuvO en manos de los reyes y de los nobles, dejando a los plebeyos en condiciones muy cercanas a la esclavitud.


Efectos de la Conquista

Hernán Cortés, antes de atacar definitivamente a la Gran Tenochtitlán, emprendió la conquista de las tierras del Sur, ocupadas entonces por un fuerte contingente de tropas mexicanas y aliadas. Sojuzgó sucesivamente a Oaxtepec, Yecapixtla, Yautepec, Jiutepec y por fin a Cuernavaca el 13 de abril de 1521.

Una vez consumada la Conquista española, el emperador Carlos V dió a Cortés, por cédula de 6 de junio de 1529, el título de Marqués del Valle de Oaxaca y le cedió una inmensa porción del territOrio conquistado. Entre las villas y pueblos del actual Morelos que pasaron al Conquistador, se encontraban: Cuernavaca, Oaxtepec, Yecapixtla, Yautepec y Tepoztlán. Los códices que aún se conservan expresan que la mayoría de los pueblos de las dos grandes jurisdicciones de Cuernavaca y Oaxtepec formaron parte del Marquesado del Valle, con excepción de Ocuituco, que fue dado en encomienda a Fray Juan de Zumárraga; Jumiltepec, que se cedió al mismo prelado; Tetela del Volcán y Hueyapan, que fueron concedidos a doña María de Estrada, quien peleó al lado de Cortés en los combates de Oaxtepec y en la Noche Triste; y Coatlán del Río, que perteneció a Juan Cermeño.

La Conquista española tuvo el doble carácter de militar y religiosa. Cortés sojuzgó por la fuerza a los indios, los misioneros completaron la labor evangelizando a los recién sometidos y con tal motivo las primeras divisiones que se hicieron en el territorio conquistado fueron las Provincias Religiosas, habiendo pertenecido las tierras del actual Morelos a la Provincia del Santo Evangelio, regida por la Orden Franciscana. Posteriormente se establecieron los dominicos y después los agustinos.

La Conquista española terminó con las demarcaciones territoriales establecidas por los indios y creó las encomiendas y repartimientos. El encomendero recibió un pueblo y éste, acostumbrado al tributo, siguió pagando al español como lo había hecho con el rey indígena.

En el año de 1786 se establecieron las Intendencias de Ejército y Provincia, y con tal motivo el territorio del hoy Estado de Morelos quedó comprendido dentro de la Provincia o Intendencia de México.


Disposiciones de los monarcas españoles

La población indígena, huyendo de la tiranía del conquistador encomendero que la destinaba al rudo trabajo de los campos y las minas, sin atender en nada a su conservación, no obstante las leyes y disposiciones terminantes de los monarcas de España, se refugió en los montes, dispuesta a perecer antes que seguir en manos de los encomenderos. Entonces los prelados y religiosos de la Nueva España resolvieron pedir a la metrópoli la reducción de los indios a los pueblos. Esta petición fue aceptada y dió origen a una política de atracción de los indios, con el objeto de obligarlos a vivir en sus antiguos poblados, tomando como principal objetivo la conversión a la fe cristiana. Carlos V y Felipe II, por cédulas de 21 de marzo de 1551, 19 de febrero de 1560 y 13 de septiembre de 1565, ordenaron la reducción, recomendando que fuera hecha por medios pacíficos y protectores. Posteriormente Felipe II, en cédula de 19 de diciembre de 1573, ordenó que los sitios en que se han de formar los pueblos y reducciones, tengan comodidad de agua, tierras y montes, entradas, salidas y labranzas y un ejido de una legua de largo, donde los indios puedan tener sus ganados. El virrey Marqués de Falces, en 26 de mayo de 1567, dió una ordenanza sobre mercedes de tierras, concediendo a los pueblos hasta 500 varas para el fundo legal y 1,000 para las estancias de ganado. Carlos II, en 4 de julio de 1587, amplió el fundo legal a 600 varas y 1,100 para las estancias de ganado, y por fin, Fernando VI, en 12 de julio de 1695, ordenó que las 600 varas del fundo legal se contaran desde el atrio de la iglesia del pueblo.

Estas disposiciones, perfectamente claras y muy bien definidas, establecieron en la Nueva España los ejidos y fundas legales, respetados durante todo el gobierno virreinal, e hicieron que los pueblos se acostumbraran a tener una vida comunal, explotando sus ejidos; pero sin poder disponer de ellos ya fuera por venta o por cesión a otros pueblos o particulares.

Se dieron también disposiciones tendientes al establecimiento de la propiedad comunal, principalmente en los lugares en donde no podían dedicarse los terrenos a la agricultura, y así vemos que casi todos los pueblos, desde la época colonial, tuvieron su fundo legal para el caserío, sus ejidos para siembras y sus terrenos comunales para la explotación y corte de maderas, así como para sus ganados.

La explotación en común se hizo arraigada costumbre y dió como resultado el gran cariño del indio hacia el ejido, que tuvo como cosa propia.

En las tierras de Morelos que, como se ha dicho, pertenecían casi en su totalidad al Marquesado del Valle, siguieron teniendo su asiento los pueblos que existían en la época de los emperadores aztecas y la mayoría de ellos conservaron sus ejidos durante mucho tiempo.


Introducción del cultivo de la caña

El propio Conquistador llevó a tierras de Cuernavaca las primeras plantas de la caña de azúcar, que sembró en el pueblo de Tlaltenango, de donde se propagaron a la hacienda de Atlacomulco, que fue la primera en que se estableció la maquinaria para la fabricación del azúcar. El éxito de la empresa hizo que fuera extendiéndose rápidamente el cultivo y que se fundaran nuevas haciendas hasta constituir el Marquesado del Valle el primer centro azucarero del Continente.

Durante la Guerra de Independencia ninguna disposición se dió con relación a los ejidos y propiedades de los pueblos, los que siguieron trabajando la tierra en las mismas condiciones que lo habían hecho durante la dominación española.


FORMACIÓN DE LAS HACIENDAS Y DESARROLLO ALCANZADO

Desaparición de los ejidos

Consumada la emancipación de México, las tendencias de los gobiernos fueron cambiando paulatinamente y se notó la bien marcada de acaparar la propiedad, principalmente por las clases privilegiadas, para formar los latifundios, que como fue natural, comenzaron por los terrenos de los pueblos que podían ser vendidos; pero se siguieron respetando los fundos legales y los ejidos.

Yá en plena época de la Reforma, la ley de 25 de junio de 1856, en su artículo 8°, excluyó de la desamortización los ejidos, a los que consideró propiedad nacional; pero la ConstitUción Federal de 1857, en el inciso II del artículo 27, prohibió a las corporaciones civiles y religiosas la adquisición y administración de bienes raíces, con lo cual quedaron derogadas las disposiciones anteriores y, prácticamente, todas las leyes y ordenanzas que se habían dado con respecto a las tierras.

No habiendo garantías para la conservación de la propiedad ejidal, fue pasando poco a poco a poder de los propietarios de las haciendas que se habían formado, las que aumentaron sus extensiones a costa de las tierras de los pueblos, algunos de los cuales desaparecieron por completo.

Contribuyó mucho a la formación de las haciendas, durante la dominación española, el Marquesado del Valle, pues les cedió algunas porciones, ora por venta, ora a censo enfitéutico, dándose el caso que, aún hasta el año 1910, algunos hacendados eran arrendatarios de los descendientes de Hernán Cortés, quienes fueron siempre dueños de grandes extensiones, entre ellas, la hacienda de Atlacomulco.

Ya en la época independiente y en tiempo del gobierno de Escandón, tomó mayor incremento el latifundismo en el Estado de Morelos; las haciendas tuvieron gran auge; pero en cambio el descontento de los pueblos se demostró palpablemente, con ataques más o menos directos a las haciendas o a los poseedores de ellas.


Manifestaciones de descontento

Hubo un hecho que demostró la mala voluntad que la gente del pueblo tenía para las haciendas: en los primeros años que siguieron al triunfo de la revolución de Ayutla, operaban en las regiones del Sur (Guerrero y Morelos) los generales don Juan Alvarez y don Francisco Leyva, quienes se mostraron defensores sinceros de los campesinos.

En la noche del 17 de diciembre de 1856, dos grupos, encabezados por Matías Navarrete y Nicolás Leite, asaltaron la hacienda de Chiconcoac, aprehendiendo a su administrador y a varios dependientes; después de apoderarse de caballos y de diversos objetos, se dirigieron a la hacienda de Dolores, llevando preso a don Victor Allende. Permanecieron en ese lugar hasta la madrugada del 18, en que salieron para la hacienda de San Vicente, donde cometieron actos delictuosos, que terminaron con la muerte de los súbditos españoles don Nicolás Bermejillo, don Ignacio Tejera y don León Aguirre; en seguida destrozaron vidrieras y puertas, rompieron la caja del dinero, se apoderaron de alhajas, ropa y varios objetos, emprendiendo después la fuga.

Intensa sensación produjeron en el país estos acontecimientos, y las pasiones políticas, desbordándose en forma de acusaciones y calumnias, descargaron sus iras en contra de los generales Alvarez y Leyva, a quienes acusaban de perseguir a los españoles. Aprehendidos después los asaltantes, en su mayoría; se les sujetó a juicio, que dió como resultado la condena a muerte de Trinidad Carrillo, Miguel Herrera, Inés López, Camilo Cruz Barba y Nicolás Leite, quienes fueron ejecutados el 25 de septiembre de 1858, en un tablado que se colocó junto a la estatua de Carlos IV en la ciudad de México.

Los crímenes a que nos referimos originaron enérgicas reclamaciones del reino español contra México, y trajeron como consecuencia la firma del tratado Mont-Almonte. También se invocaron como uno de los motivos para que España se uniera a Inglaterra y Francia en la Guerra de Intervención, en los años de 1862 a 1866. La actitud noble del general Prim salvó a México del conflicto con las fuerzas españolas, que se retiraron junto con las de Inglaterra, dejando sola a Francia, que apoyó después el efímero Imperio de Maximiliano.


Defensa del general Juan Alvarez

El partido conservador en México y la prensa española desde Europa, arrojaron sobre el general Alvarez toda la responsabilidad de los asesinatos de San Vicente, inculpando también al Gobierno mexicano de ser enemigo de los españoles y hacerse el sordo a las persecuciones de que eran objeto. Los ataques fueron tan intensos, que el general Alvarez se vió precisado a exponer francamente su modo de pensar y, en su manifiesto del año 1858, dijo estas elocuentes palabras, que ponen de manifiesto la situación social en el Sur de la República:

Los hacendados en su mayoría y sus dependientes comercian y enriquecen con el mísero sudor del infeliz labriego; los enganchan como esclavos y deudas hay que pasan hasta la octava generación, creciendo siempre la suma y el trabajo personal del desgraciado, y menguando la humanidad, la razón, la justicia y la recompensa de tantos afanes, tantas lágrimas y fatigas tantas. La expropiación y el ultraje, es el barómetro que aumenta y jamás disminuye la insaciable codicia de algunos hacendados porque ellos lentamente se posesionan ya de los terrenos de particulares, ya de los ejidos o de los de comunidad, cuando existían éstos, y luego, con el descaro más inaudito, alegan propiedad sin presentar un título legal de adquisición, motivo bastante para que los pueblos en general, clamen justicia, protección, amparo; pero sordos los tribunales a sus clamores y a sus pedidos, el desprecio, la persecución y el encarcelamiento es lo que se da en premio a los que reclaman lo suyo. Si hubiere quien dude, siquiera un momento, de esta verdad, salga al campo de los acontecimientos públicos, válgase de la prensa, que yo lo satisfaré, insertando en cualquier periódico, las innumerables quejas que he tenido; las pruebas que conservo como una rica joya para demostrar el manejo miserable de los que medran con la sangre del infeliz y con las desgracias del pueblo mexicano (México a través de los siglos).


Erección del Estado de Morelos

En el año de 1862, para organizar debidamente la campaña contra las tropas invasoras, el gobierno de don Benito Juárez dividió el extenso Estado de México en tres Distritos Militares, habiendo sido el Tercero el que comprendió los distritos políticos de Cuernavaca. Esta división fue, a no dudarlo, la que trajo las primeras ideas para la erección de un Estado independiente.

Terminada la guerra, el Distrito Militar no tuvo razón de ser; pero los pueblos pidieron que subsistiera mientras se levantaban las actas para pedir formalmente la creación de la nueva Entidad Federativa. A esto debe agregarse la circunstancia de que el Distrito Federal se encontraba absolutamente rodeado por el extenso Estado de México. Resuelto el asunto en el Congreso de la Unión, el 16 de abril de 1869 se promulgó el decreto, erigiendo el Estado de Morelos con el territorio del que había sido Tercer Distrito Militar. Uno de los más entusiastas para dar vida independiente a la Entidad suriana, fue el señor general don Francisco Leyva, diputado al Congreso General por los distritos políticos antes mencionados.

El primer Gobernador Constitucional fue el mismo general Leyva, quien siguió la política de una franca defensa de los intereses de los pueblos. Su administración fue una de las mejores que ha tenido Morelos y su actuación estuvo siempre dentro de los principios del Partido Liberal. Durante su gobierno se fundó el Instituto Literario de Cuernavaca. Atacado rudamente por los hacendados, logró salir avante en ocasión de un sonado amparo que varios de ellos, de nacionalidad española, pidieron, con motivo de la ley de hacienda. El fallo de la Suprema Corte a favor de los mismos, hizo que la labor del general Leyva se destacara apoyada por varias Legislaturas de los Estados y por el Partido Liberal en masa.

El triunfo de la Revolución de Tuxtepec, en el año 1876, dió fin a este progresista gobierno, quedando el Estado en manos de los victoriosos porfiristas.


Auge de los latifundios

Sucedió al general Leyva el general don Carlos Pacheco, quien poco gobernó para dejar al Estado bajo la dirección del señor don Carlos Quaglia, quien, a su vez, lo entregó a la del general don Jesús H. Preciado. En ese tiempo principió a crecer y fortalecerse el grupo de hacendados que crearon definitivamente el latifundismo morelense. Las haciendas tomaron su carácter industrial; la era de paz hizo que viniesen técnicos extranjeros a instalar las magníficas maquinarias que, mejoradas constantemente, duraron hasta 1910. En el año 1895 entró a gobernar el coronel Manuel Alarcón, nativo del pueblo de Santa María, al Norte de Cuernavaca, mismo pueblo en que nació y se lanzó a la Revolución el general Genovevo de la O. El coronel Alarcón, dominado por el elemento capitalista, siguió la política de su antecesor; en su tiempo se formaron los grandes ingenios. El mismo gobernador se convirtió en hacendado.


Consecuencias de la Conferencia Díaz-Creelman

El Presidente don Porfirio Díaz celebró, en el año 1908, una trascendental conferencia con el periodista norteamericano Mr. Creelman, en la que dicho mandatario expuso que vería con gusto la formación de partidos políticos en México, pues en su concepto, el pueblo ya se encontraba apto para la democracia; este hecho causó gran sensación y dió marcado impulso al naciente Partido Antirreeleccionista.

Coincidió la efervescencia que produjo la entrevista Díaz-Creelman, con la muerte del coronel Alarcón, en el mes de diciembre del mismo año, y los partidos políticos de Morelos se aprestaron a la lucha. Numerosas fueron las reuniones de antiguos amigos y admiradores del general Leyva que habían sostenido una política de defensa para los pueblos, en contra de los gobernantes porfiristas y aun con la persecución personal de su propio caudillo. Los grupos políticos le ofrecieron su candidatura por medio de numerosas comisiones. El general Leyva manifestó que, debido a su edad, vería con agrado que sus partidarios se fijaran en su hijo, el ingeniero don Patricio; y aceptada con gusto esta idea, se formaron los clubes leyvistas con gran premura, porque las elecciones debían llevarse a cabo en el mes de febrero del siguiente año. El club Leandro Valle de Cuernavaca fue el centro de todas las agrupaciones leyvistas en el Estado.

Hubo un hecho muy significativo en esta campaña electoral: en grandes cartelones se hizo del conocimiento del pueblo el programa de Tierras y Aguas, que produjo una terrible persecución del elemento escandonista a los partidarios de don Patricio.

El Gobierno Federal se asombró con el entusiasmo que en Morelos provocó una candidatüra independiente, y la pretendida libertad se convirtió en una persecución sin cuartel y en la prisión de connotados partidarios de Leyva. El día de las elecciones guarnecían Morelos varios batallones y regimientos de tropas federales, y no obstante esto, triunfó por una mayoría abrumadora el ingeniero Leyva; pero los votos se despreciaron y se consumó la escandalosa imposición del teniente coronel don Pablo Escandón, hacendado, uno de los principales propietarios de Atlihuayán y Xochimancas, miembro distinguido de la aristocracia capitalina y Jefe del Estado Mayor del Presidente Díaz.

El pueblo se vió burlado y puede asegurarse que la semilla revolucionaria ya estaba sembrada en tierras de Morelos. Los rebeldes de 1910 figuraron en las filas leyvistas y el mismo general Emiliano Zapata tomó parte activa al lado del candidato independiente, llevándole muchos adeptos.

Fue la administración del teniente coronel Escandón, de tendencias esencialmente capitalistas. Los impuestos a las haciendas se redujeron notablemente a costa del aumento a los de la pequeña propiedad y del comercio. Se quiso establecer una aristocracia pueblerina que distanció profundamente a los componentes de la sociedad, alejándose cada día más el gobernante de sus gobernados.

Durante esta administración ocurrieron los sucesos de Puebla, en el año de 1910; la lucha del precursor de la Revolución don Aquiles Serdán, causó tremendo pánico en el aristocrático gobierno del teniente coronel Escandón, quien salió para la ciudad de México.

Las elocuentes manifestaciones del pueblo durante la campaña leyvista, deberían haber hecho pensar a las autoridades que era indispensable buscar un acercamiento con el campesino, darle medios de vida y elevarlo del nivel en que se encontraba. No obstante esto, apoyaron a los dueños de los ingenios, que a su vez trataban siempre de aumentar sus campos de cultivo para abastecer la maquinaria industrial que día a día iba mejorando. Consecuencia de ese apoyo fue que los pueblos perdieran sus terrenos que pasaron a poder de las haciendas.

Del año de 1880 a 1910, fue realmente notable el progreso industrial de las haciendas y el incremento de su producción; puede asegurarse que los ingenios de Morelos quedaron a envidiable altura, tanto por su maquinaria como por los métOdos que seguían para obtener el azúcar refinado, hecho que intensificó aún más la formación de los latifundios.


Estado de las haciendas

El siguiente cuadro, formado con datos de los años de 1908 a 1909, dará idea de la importancia del Estado de Morelos en cuanto a la producción de azúcar; pero también demostrará el acaparamiento de la tierra por muy pocas personas:


Haciendas de Zacatepec y San Nicolás ... Propietario: Juan Pegaza ... Superficie: 3, 432 Hectáreas ... Producción de azucar: 9.069,508 Kilogramos.
Haciendas de Cuahuixtla, Terinta y Acamilpa ... Propietario: Manuel Araoz ... Superficie: 12,664 Hectáreas ... Producción de azucar: 6.852,301 Kilogramos.
Haciendas de Santa Clara, Tenango y San Ignacio ... Propietario: Luis García Pimentel ... Superficie: 68,159 Hectáreas ... Producción de azucar: 6.193, 538 Kilogramos.
Haciendas de Hospital, Calderón y Chinameca ... Propietario: Vda. de Vicente Alonso ... Superficie: 1, 058 Hectáreas ... Producción de azucar: 4.951,370 Kilogramos.
Hacienda de Tenextepango ... Propietario: Ignacio de la Torre y Mier ... Superficie: 15,682 Hectáreas ... Producción de azucar: 4.177,668 Kilogramos.
Haciendas de Atlihuayán y Xochimancas ... Propietario: Hijos de Antonio Escandón ... Superficie: 6,045 Hectáreas ... Producción de azucar: 3.206,033 Kilogramos.
Haciendas de San Carlos Cocoyoc y Pantitlán ... Propietario: Testamentaria de Tomás de la Torre ... Superficie: 2,825 Hectáreas ... Producción de azucar: 2.674, 277.
Haciendas de Miacatlán, Acatzingo y Cocoyotla ... ¨Propietario: Romualdo Pasquel ... Superficie: 17,336 Hectáreas ... Producción de azucar: 2.274,196 Kilográmos.
Haciendas de San Vicente, Chiconcuac, Dolores, San Gaspar y Atlacomulco ... Propietario: Testamentaría Delfín Sánchez ... Superficie: 8,312 ... Producción de azucar: 2.241, 321 Kilogramos.
Haciendas de San Gabriel y Actopan ... Propietario: Emmanuel Amor ... Superficie: 20,250 Hectáreas ... Producción de azucar: 1.859,735 Kilogramos.
Haciendas de Santa Inés, Guadalupe y Buenavista ... Propietario: Vda. de Benito Arenas ... Superficie: 2,500 Hectareas ... Producción de azucar: 1.695,385 Hectáreas.
Haciendas de Oacalco y Michate ... Propietario: Francisco A. Vélez ... Superficie: 3,720 Hectáreas ... Producción de azucar: 1.660,738 Kilogramos.
Hacienda de Temilpa ... Propietario: Manuel Alarcón ... Superficie: 4,973 Hectáreas ... Producción de azucar: 1.358, 767 Kilogramos.
Hacienda de Santa Cruz ... Propietario: J. Pliego de Pérez ... Superficie: 651 Hectáreas ... Producción de azucar: 1.297,538 Kilogramos.
Hacienda de Casasano ... Propietario: E. Vélez Goríbar ... Superficie: 2,282 Hectáreas ... Producción de azucar: 1.249,484 Kilogramos.
Hacienda de Temixco ... Propietaria: Concepción T. G. de Fernández ... Superficie: 17,300 Hectáreas ... Producción de azucar: 1.118,359 Kilogramos.
Hacienda de Cuachichinola ... Propietario: Sixto Sarmina ... Superficie: 1,881 Hectáreas ... Producción de azucar: 385,917 Kilogramos.
TOTALES: Superficie: 189,070 Hectáreas ... Producción de azucar: 52.266,135 Kilogramos

Debe indicarse que la Hacienda de Atlacomulco perteneció a los descendientes de Hernán Cortés y estuvo arrendada a la Testamentaría de don Delfín Sánchez, beneficiándose su caña en San Vicente.

Los hacendados de El Puente y San José Vista Hermosa dedicaron toda su caña, en el período de 1900 a 1908, a la elaboración de aguardiente; también todas las demás tuvieron magníficos alambiques.

A partir del año 1911 la producción de azúcar fue disminuyendo hasta terminar por completo, .debido a la campaña de las fuerzas surianas para recuperar sus tierras. Fue natural que los rebeldes maderistas, después zapatistas, al entrar a las haciendas se llevaran caballos, armas y objetos de fácil transporte, pero respetaron la maquinaria, que al terminar la lucha hubiera podido usarse, con pocas reparaciones.

Las haciendas de Morelos fueron totalmente saqueadas, sus edificios destruídos, su maquinaria extraída para venderIa como hierro viejo en la capital de la República y en otros lugares, durante los fatídicos años de 1918 y 1919, cuando las fuerzas al mando del general Pablo González reanudaron su campaña en contra de las huestes del Sur. En esa campaña usaron los más reprobables procedimientos y no sólo en las haciendas, sino en las ciudades y pueblos, llevaron a cabo la más desenfrenada rapiña de que se tiene recuerdo en el Estado, hasta el punto de opacar la nefanda obra del general huertista Juvencio Robles.

Claro está que la destrucción fue atribuída a las fuerzas revolucionarias zapatistas; pero no pudiendo cargárseles la extracción de la maquinaria, se guardó silencio sobre ese hecho. Muchas personas dieron crédito a la versión propalada por los saqueadores, pues desconocían el estado real de los latifundios y, además, su ánimo se hallaba dispuesto para aceptar cuanto se dijera en contra de las huestes del Sur, por la obra malévola de la prensa mercenaria.

La rápida narración que acabamos de hacer, dará una idea de la situación que guardaba la clase capitalista, tanto más alejada de la campesina cuanto más considerables fueron sus intereses; al lado de la última hay que colocar a los pequeños comerciantes. Por lo que respecta a la clase media, no tuvo una orientación propia, y sin vigor para tomar la posición que le hubiera correspondido, permaneció sumisa y adicta a los capitalistas, lo cual hizo que el movimiento suriano ofreciese los caracteres de una verdadera y magna lucha de clases.


DESPOJOS Y VEJACIONES A LOS NATURALES

Disposiciones que no se cumplen

El culto escritor mexicano don Luis Castillo Ledón, en su interesante obra La conquista y colonización española en México, nos dice:

Dando una prueba de acatamiento a la justicia y al derecho, los reyes españoles, no obstante su absolutismo y de ser los conquistadores, mandaron respetar la propiedad que los indios tenían desde antes de la Conquista, legalizando la simple posesión, por cédulas de 31 de mayo de 1535 y marzo de 1541. Ratificaron estas disposiciones en distintas épocas, pero desgraciadamente no se cumplían.

El motivo y origen de las encomiendas -dice una ley- fué el bien espirirual y temporal de los indios y su doctrina y enseñanza en los artículos y preceptos de nuestra santa fe católica, y que los encomenderos los tuvieran a su cargo y defendiesen sus personas y haciendas, procurando que no reciban ningún agravio ... Sin embargo, era otro bien distinto el carácter que se daba a los repartimientos, y vino a ser éste el primer paso para la enajenación de las tierras, siguiendo las mercedes reales hechas directamente por el Rey o por sus representantes; las ventas a particulares, de los terrenos considerados realengos o baldíos; y respecto al subsuelo, las ordenanzas de 1784 declararon las minas propiedad de la real Corona, aunque el Rey podría darlas a sus vasallos, en posesión y propiedad, de tal manera que puedan venderlas, permutarlas, arrendarlas, donarlas, dejarlas en testamento o manda, o de cualquier otra manera enajenar el derecho que en ellas les pertenezca.

Ningún respeto mereció a los conquistadores la propiedad organizada por los aztecas, que desde el reparto de tierras hecho por el rey Xolotl se clasificaron en cuatro clases: las pillalli, o tierras de los nobles; las mitchimalli o cacolmille, destinadas al ejército; las tecpantlalli o del rey, y las atlepetalli, de las comunidades de los pueblos, que se subdividían en barrios o parcialidades (calpulli) y pagaban un tributo.

El resultado de tales concesiones fue hacer que los indios, despojados de sus tierras y entregados a los encomenderos para su explotación, huyeran en gran parte a las montañas, de donde a muchos de ellos jamás sería ya posible atraerlos.

Cortés, en representación de Carlos V, otorgó a los conquistadores las primeras encomiendas y les adjudicó también solares para casas y huertas en las poblaciones, facultad que posteriormente ejercieron los virreyes, y a él mismo le dió el Rey, en pago de sus servicios, una amplia zona de territorio, que abarcaba desde Coyoacán, los Valles de Cuernavaca, Toluca y Oaxaca, con otras jurisdicciones que constituyeron el Marquesado del Valle de Oaxaca, así como veintitrés mil vasallos que le fueron señalados.

Muy mal título tuvieron los españoles para adquirir la propiedad del territorio de América; mas es preciso reconocer que en lo que se refiere a esta parte del continente, no hicieron sino despojar principalmente a otros despojadores, a los nahoas, que al extenderse y dominar en la mayor parte del territorio, conquistaron a su vez a los pueblos que les precedieron en su venida y que encontraron aquí establecidos. Y si los españoles desttuyeron una civilización exótica e implantáron otra superior, los nahoas arrasaron civilizaciones superiores a la suya, como lo prueban las ruinas del Palenque, Chichén-Itzá, Teotihuacán y otras muchas.

Al influjo del padre Las Casas se debió, en gran parte, la expedición de las intituladas Nuevas Leyes, firmadas por Carlos V, en Barcelona, a 20 de noviembre de 1562, y cuyo contenido, en su parte más importante, expresa que de aquí adelante ningún virrey, gobernador, audiencia, descubridor ni otra persona alguna, no puede encomendar indios por nueva provisión, ni por renunciación, ni donación, venta ni otra cualquiera forma, modo, ni por vocación ni herencia, sino que muriendo la persona que tuviere los dichos indios, sean puestos en nuestra corona real ...

Las Nuevas Leyes provocaron tumultos de los encomenderos, que pedían la suspensión de su ejecución, la cual lograron desde luego, y al fin el Rey concedió primero, que las encomiendas durasen por dos vidas, después, por una más y, finalmente; por otra más; pero a partir de 1607, sólo podían durar dos vidas, volviendo luego tierras e indios a la Corona.

Quedaron tranquilos con la derogación de las principales disposiciones; pero al venir el virrey don Luis de Velasco, trajo orden de poner en libertad a los indios esclavos que trabajaban en las minas, y aunque los encomenderos trataron de resistir, tropezaron con la inquebrantable energía del nuevo mandatario, quien se mantuvo inflexible y declaró que más importaba la libertad de los indios que las minas de todo el mundo; y que las rentas que de ellas percibía la Corona no eran, de tal naruraleza que por ellas se hubieran de atropellar las leyes divinas y humanas, por lo que en 1551 se pusieron en libertad más de ciento cincuenta mil esclavos. Después de esto, el virrey prohibió terminantemente que se empleara a los indios como bestias de carga, ni aun con la volunrad de ellos, ni pagándoles salario.

No obstante, a poco volvieron los indios a ser molestados, duplicándoseles el tributo y haciendo que pagaran aun los exceptUados; y la contienda entre los partidarios de su libertad y de los de su esclavitud se enardeció a tal grado, que muchos de éstos sostenían que no eran seres racionales, ni dignos de recibir los sacramentos, lo que motivó que el Papa Paulo III declarara que sí eran seres racionales y que quedaban excomulgados los que sostuvieran lo contrario.


Protestas nunca oídas

Felipe II, Felipe III, Felipe V, Carlos II y casi todos los monarcas se habían empeñado en que los indios recibieran buen trato; mas todo era inútil; en el resto del siglo XVI, en el XVII y en el XVIII siguieron recibiendo los más graves atropellos, como lo prueban innumerables testimonios.

En 1570 los caciques indígenas se dirigían al Rey Felipe II en estos términos:

Y agora, movidos de las muchas vejaciones y trabajos que padecemos de los españoles, nos atrevemos a escrebir a V. M. declarando nuestras necesidades y miserias, porque los animales, vemos que son tratados mejor que nosotros y son trabajados con templanza y aun regalados y nosotros estamos vejados peor que los caballos y bueyes, y aun los esclavos son y parecen libres y sin trabajo y con todo regalo, y nosotros con nuestros macehuales más parecemos esclavos que libres vasallos de v. M., y esto pensamos que lo hacen los dichos españoles a fin para que todos nosotros acabemos y perezcamos, y no haya más memoria de nosotros y las poquitas tierras que nos quedaron se las tomen y hagan de ellas lo que quisieren; y para que bien conste a V. M. de la manera y modo de todos los españoles que pasaron a esta Nueva España, les vemos que todos son de una mesma suerte y condición, y todos son caballeros, porque ni los vemos cabar, ni arar, ni hacer paredes, ni otras cosas con la mano, porque ninguno dellos entendió en hacer las iglesias que se edificaron y hicieron, y ninguno de los españoles hemos visto trabajar en las dichas obras, antes los indios les hicieron casas y corrales, hacen sus labranzas y sementeras, y los tienen ocupados en todas sus obras ...

Lo otro, que de pocos años a esta parte se mandó a los naturales, que cada semana se vayan a las sementeras de la ciudad de México a hacer y limpiar los panes para los españoles, y ansí salen cada semana doscientos o trescientos, o cuatrocientos o más de cada pueblo, conforme a la cantidad de indios que en cada pueblo hay alrededor de la dicha ciudad de México, de diez y doce y catorce y quince leguas a México, y de sus casas llevan su comida, que son unos tamales y tortillas de maíz, en chiquihuites a cuestas; y llegados a la dicha ciudad, y repartidos, van de cinco en cinco o de diez en diez indios a las obras de los españoles, y luego les toman sus mantas y sus chiquihuites en que tienen sus comidas, y los encierran en una cámara en la cual duermen en el suelo, sin petate o tolcuesde, que es cama de indios, y se echan de puro cansancio y trabajo como puercos; y en toda la semana de trabajo los hacen levantar o despertar a las dos o a las tres de la noche, y los envían o llevan a las obras, no solamente en las de los panes, mas de en las otras, como en hacer casas de adobes y pajas, hacer adobes y paredes, y cortar y traer de los montes las maderas; y a la hora de comer les dan de sus comidas que llevaron de sus tierras, aunque dañadas y pútridas, por no durar mucho el maíz, que es nuestra comida propia, y aun les dan por peso y medida, para más de desmayar, de todo lo cual se les sucedió y sucede enfermedades, que luego mueren en la misma obra, y algunos en el camino, y otros que llegan y vuelven a sus patrias poco duran; y por el trabajo de una semana no alcanzan más de dos o tres reales, que es una miseria para sus casas, porque faltándoles de comer en el camino se lo comen, y en llegando a sus casas hayan otro mayor trabajo de habérseles huído mujeres e hijos, o perdido su maíz o gallinas ... y otros, por no querer pasar tanto trabajo se vienen huyendo y allí dejan sus mantas y chiquihuites, porque trabajan desde las dos o tres de la noche, como tenemos dicho, hasta las siete o ocho de otra noche, y cuando hace luna los hacen trabajar casi toda la noche, con el aguacero y heladas y calor del sol; y hay personas españolas de mala condición que los hacen trabajar con azotes y varas como animales, y hay otros peores que no les pagan cosa ninguna, y cuando se vuelven a sus casas comen y piden por amor de Dios a otros indios; suplicamos a V. M. mande proveer de remediarlo.

El propio Felipe II, en enérgica cédula firmada y fechada en Lisboa, en 27 de mayo de 1581, decía a la Real Audiencia de Guadalajara, entre otras cosas, lo siguiente:

Nos somos informados que en esa provincia se van acabando los indios naturales de ella, por los malos tratamientos que sus encomenderos les hacen, que habiéndose disminuído tanto los indios, que en algunas partes faltan más de la tercia parte, llevan las tasas por entero que es de tres partes, las dos más de lo que son obligados a pagar, y los tratan peor que a esclavos, que como tales se hallan muchos vendidos y comprados de unos encomenderos en otros, y algunos muertos a azotes y mujeres que mueren y revientan con la pesada carga, y a otras y a sus hijos las hacen servir en las granjerías y duermen en los campos y allí paren y crían, mordidas de sabandijas ponzoñosas y venenosas; muchos se ahorcan y se dejan morir sin comer, y otros toman hierbas venenosas; hay madres que matan a sus hijos y que no padezcan lo que ellas padecen ... (Luis Castillo Ledón, La conquista y colonización española en México, México, 1932, págs 33 - 38).


Origen de los despojos y cómo se pensaba aliviar el mal

Decía Cortés en las cartas que dirigió a Carlos V, que en un principio no se resolvía a hacer repartos de indios y de tierras entre sus compañeros de aventura, en atención a la muy superior inteligencia de los conquistadores sobre los indígenas; pero que al fin se vió obligado a efectuar dichos repartimientos porque los conquistadores se consideraban muy mal retribuídos con el botín que obtuvieron después de la toma de la ciudad de México, el cual, según ellos, no correspondía a sus penalidades y desvelos.

Para dejar, pues, complacidos a sus subordinados, repartió entre ellos, pueblos enteros con los indios necesarios para que trabajaran las tierras y las minas.

El señor licenciado Eugenio Méndez, dice al efecto:

El 1° de enero de 1562 dirigió desde Toluca, Fray Jerónimo de Mendieta, una carta a su provincial Francisco de Bustamante, que por aquel entonces se encontraba en España, leyéndose en dicha carta una eficaz proposición para poner remedio a la dura y penosa situación de los indios. Dice así:

El medio que para remedio de tanto mal se podría tener, es mandar Su Majestad proveer los siguientes artículos ... que en el dar de las tierras a los españoles, ya que se quitan a los indios, sea con algún buen color y causa, teniendo respeto al procomún de toda esta República, quiero decir, que no se dé a nadie tierra ni estancia, sino con condición que dentro de tanto tiempo y por tantos años la labre y cultive, so pena que ipso facto la pierda.


Eran los perezosos (?) indios quienes trabajaban

En la notable carta reservada del Segundo Conde de Revillagigedo a su sucesor, de la cual entresaco el siguiente trozo, que nos prueba que los europeos abandonan, como ahora, el cultivo de sus tierras contentándose dirigir y mandar a los indios, a quienes tilda el Virrey de perezosos, debiendo, en mi concepto ser justo advertir, que tal pereza obedecía a que los naturales sabían que toda actividad que desarrollasen sería para beneficio de extraños. Dice así:

Los habitantes de aquellos Reynos dedicados a la agricultura, poseen utensilios de maquinaria que auxilian el constante tesón en los trabajos, que por educación y costumbres tienen los que los manejan. Los europeos en Nueva España no se dedican materialmente a las labores del campo, y dejan esta ocupación a mano de los perezosos indios, contentándose con dirigir y mandar las operaciones, y proveerles de utensilios e instrumentos aún más imperfectos que los que se usan en España.

En 1799 fue presentado al Rey de España un informe del Obispo y Cabildo eclesiástico de Valladolid de Michoacán, sobre jurisdicción e inmunidades del Clero Americano; informe del cual fue autor el Obispo Antonio de San Miguel, que parece haber sido un sujeto bien intencionado y con algo de liberalismo en sus ideas, ya que en su trabajo cita entre otros autores a Montesquieu; cosa sorprendente en la pluma de un prelado salido del clero regular, según Humboldt, que lo cita en su Ensayo Político sobre Nueva España. En esta Memoria del Obispo San Miguel, se hace una convincente crítica de las Leyes de Indias y se demuestran los graves perjuicios sociales que entre nosotros causaron y siguen causando hasta la fecha, so capa de protección a los naturales; pero para mi objeto quiero únicamente citar el párrafo relativo al asunto agrario que en forma de propuesta, textualmente dice:

Distribúyanse los bienes concejales y que están pro-indiviso entre los naturales; concédase una porción de las tierras realengas, que por lo común están sin cultivo, a los indios y a las castas; hágase para México una ley agraria, semejante a las de Asturias y Galicia, según las cuales puede un pobre labrador, bajo ciertas condiciones, romper las tierras que los grandes propietarios tienen incultas de siglos atrás, en daño de la industria nacional.


Notable augurio de Abad y Queypo

Este era, según el Obispo San Miguel, uno de los seis puntos capitales de que dependía la feiicidad del pueblo mexicano.

Tanto porque pinta la desigualdad de situaciones entre el español y el americano, como porque encierra un asombroso augurio de lo que iba a ser el levantamiento de 1810, augurio que por cierto no ha merecido las evocaciones de nuestros historiadores; paso a citar también un fragmento de la Representación hecha por don Manuel Abad y Queypo, pseudo obispo de Michoacán a la Junta Suprema de Sevilla, en 30 de mayo de 1810, en el cual se profetiza con talento nuestra Revolución de Independencia, que estalló precisamente tres meses y medio después. Digo que Abad y Queypo fue pseudo obispo de Michoacán, porque el Papa Pío VII nunca aprobó la elección hecha por las Cortes de España, en virtud de dos impedimentos en contra del candidato: el primero, ser hijo natUral (y por cierto del Conde de Toreno, padre también del otro Conde de Toreno, autor de la historia del levantamiento español en 1808); y el segundo, que tenía causa pendiente en el Tribunal de la Inquisición. Don Manuel Abad y Queypo, a pesar de su amistad casi íntima con el Cura Hidalgo, excomulgó a éste cuando proclamó la Independencia de México.

Dice así el párrafo a que antes me refiero, en el cual se impugna también el régimen de las Leyes de Indias:

Por otra parte, si en estos países se perturba el orden público, debe seguirse necesariamente una espantosa anarquía. Su población se compone de españoles europeos y españoles americanos. Componen los dos décimos de toda la población. Son los que mandan y los que tienen casi la propiedad de estos dominios. Pero los americanos quisieran mandar solos y ser propietarios exclusivos; de donde resulta la envidia, rivalidad y división, que quedan indicadas, y son los efectos naturales de la Comtitución que nos rige (la legislación de Indias), y que no se conoce en el Norte de América por una razón contraria. Los ocho décimos restantes se componen de indios y castas. Esta gran masa de habitantes no tiene apenas propiedad, ni en gran parte domicilio; se halla realmente en un estado abyecto y miserable, sin costumbres ni moral. Se aborrecen entre sí, y envidian y aborrecen a los españoles por su riqueza y dominio. Pero convienen con los españoles americanos en aquella prevención general contra los españoles europeos, por la razón sola de ser de otro país y pertenecer inmediata y directamente a la nación dominante. ¿Qué debe resultar, pues, en una revolución, de esta heterogeneidad de clases, de esta oposición y contrariedad de intereses y pasiones? La destrucción recíproca de unos y otros, la ruina y devastación del país.

¡Qué sagacidad de sociólogo demuestra en esta previsión el señor Abad y Queypo; y con qué fidelidad dibuja las premisas de su conclusión!

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