Indice de la edición cibernética Gandhi de Romain Rolland | Presentación de Omar Cortés | Capítulo segundo | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|
Gandhi MAHATMA, ALMA GRANDE ... (1) Tranquilos ojos melancólicos. Un hombrecito débil, delgado de rostro, de orejas grandes y separadas. Tocado con blanco gorro, vestido con rústica tela blanca, lleva los pies desnudos. Se alimenta de arroz y frutas, no bebe más que agua, se acuesta sobre el suelo, duerme poco, trabaja sin cesar. Su cuerpo parece no contar. Al principio nada sorprende en él más que una expresión de gran paciencia y grande amor. Pearson, que lo viera en 1913, en Sudáfrica, piensa en San Francisco de Asís. Es simple como un niño (2), dulce y cortés hasta con sus adversarios (3), de una inmaculada sinceridad (4). Se juzga con modestia, y es escrupuloso al punto de dar la impresión de que titubeara a cada paso, como para decir: Me equivoco; jamás oculta sus errores, jamás contrae compromisos, carece de toda diplomacia, huye del efecto de la oratoria, o mejor sería decir que no piensa en él (5); aborrece las manifestaciones populares que su persona desencadena, y en las que su magro físico correría peligro de verse aplastado en ocasiones, de no ser por su amigo Maulana Shaukat Alí, que lo protege con su cuerpo atlético; literalmente enfermo de la multitud que lo adora (6); en el fondo no es más que su desconfianza del número y su aversión a la Mobocracy, al populacho voluble; no se siente a gusto más que entre la minoría, feliz más que en la soledad, escuchando la still small voice (la queda vocecita) que manda (7). He aquí al hombre que ha sublevado a trescientos millones de hombres, quebrantado al Imperio Británico, e inaugurado en la política humana el movimiento más poderoso desde hace más de dos mil años. Su verdadero nombre es Mohandas Karamchand Gandhi. Nació en un pequeño Estado semiindependiente de la India, en Porbandar, la Ciudad Blanca, sobre el mar de Omán, el 2 de octubre de 1869. Raza ardiente, inquieta, hasta ayer agitada por guerras civiles. Raza práctica, hábil en los negocios, llegando con su comercio hasta Adén y Zanzíbar. El abuelo y el padre habían llegado ambos a primeros ministros, y cayeron en desgracia por su espíritu independiente, al punto de verse forzados a huir y con amenazas de sus vidas. Emergía, pues, de un medio rico, inteligente, culto, pero no de la casta superior. Sus progenitores pertenecían a la escuela de Jain del hinduísmo, uno de cuyos grandes principios es el Ahimsa (8), que luego afirmaría él victoriosamente en el mundo. Para los jainistas es el amor, más que la inteligencia, el camino que conduce a Dios. El padre del Mahatma no concedía valor alguno al dinero y dejó muy poco a los suyos, pues casi todo lo había dado en obras de caridad. La madre, severamente religiosa, era una Santa Elizabeth hindú; ayudaba, daba limosnas, velaba por los enfermos. La familia leía regularmente el Ramayana. Su primera educación fue confiada a un brahmán que le hacía repetir los textos de Vishnú (9). Pero más tarde se queja de no haber adquirido nunca versación en el sánscrito: uno de sus rencores para con la educación inglesa, por haberle hecho perder los tesoros de su lengua. No obstante, conoce ampliamente las Escrituras hindúes, aunque no lea los Vedas y los Upanishads más que en traducciones (10). Cursando todavía la escuela atravesó por una grave crisis religiosa. Rebelándose contra el hinduísmo idólatra y degenerado, fue -o creyó serlo- durante cierto tiempo, un ateo. Junto con otros camaradas llegó en su impiedad al punto de comer carne secretamente -el más horrendo sacrilegio para un hindú-. ¡Hubiera debido morir de horror y repugnancia! (11). Casado siendo todavía niño (12), a los diecinueve años se dirigió a Inglaterra a completar sus estudios en la Universidad de Londres y en la Escuela de Derecho. Su madre no consintió en dejarlo partir sin antes hacerle tomar los tres votos del Jain, que obligan a la abstención del vino, la carne y las relaciones sexuales. Llegó a Londres en setiembre de 1888. Luego de los primeros meses de incertidumbre y decepciones -había derrochado ingenuamente mucho tiempo y dinero para convertirse, según sus palabras, en un gentleman inglés-, atúvose desde entonces a una vida estricta y a un trabajo severo. Algunos amigos le hicieron conocer la Biblia; mas la hora no le había llegado todavía para comprenderla. Se fatigó al cabo de los primeros libros, y no llegó más allá del Éxodo. Por lo contrario, fue en Londres donde descubrió la belleza de la Bhagavad Gita. Sintióse deslumbrado. Era la luz de que había menester el pequeño exiliado hindú. Le devolvió la fe y por ella reconoció que para él, la salvación era posible solamente por la religión hindú (13). Regresó a la India en 1891. Triste retorno. Su madre acababa de morir y se le había ocultado la noticia. Hízose abogado de la Alta Corte de Bombay. Algunos años más tarde debía renunciar a su profesión, por juzgarla inmoral, y aún mientras la ejercía, habíase reservado el derecho de abandonar una causa cuando la considerara injusta. Ya hacia esa época, algunas grandes personalidades hindúes despertaban en su ánimo presentimientos de la misión futura que había de corresponderle. El rey sin corona de Bombay, el parsi Dadabhai, y el profesor Gokhale, ambos encendidos de religioso amor a la India; Gokhale, uno de los mejores hombres de Estado de su patria y de los primeros en restaurar la educación hindú; Dadabhai, fundador del nacionalismo hindú (según testimonio de Gandhi) (14), maestros ambos, asimismo, de sabiduría y dulzura. Fue Dadabhai quien, controlando el ardor juvenil de Gandhi, dióle en 1892 su primera lección práctica de Ahimsa en la vida pública: la pasividad heroica, si es posible reunir estos dos vocablos, el impulso apasionado del alma que resiste el mal, no por el mal, sino por amor. Volveremos ahora sobre este mágico vocablo, sublime mensaje que la India dirige al mundo. Es en 1893 cuando comienza la acción hindú de Gandhi. Divídese en dos períodos. De 1893 a 1914 tiene por campo el África del Sur. Después de 1914 la ejerce sobre la India. El hecho de que la acción cumplida durante veinte años en África del Sur no haya tenido mayor resonancia en Europa, es una prueba de la increíble estrechez del horizonte de nuestros hombres políticos, de nuestros historiadores, de nuestros pensadores, de cuantos se guían por la fe, ya que constituye una epopeya del espíritu, sin igual en nuestro tiempo, no solamente por la fuerza y la constancia del sacrificio, sino por la victoria final. En 1890-91 hallábanse instalados en el África del Sur, principalmente en Natal, 150.000 hindúes. La afluencia de este pueblo extranjero provocaba en la población blanca una xenofobia que el gobierno se encargaba de interpretar mediante medidas tendientes a mantenerlos en el ostracismo. Propúsose entonces coartar la inmigración de los asiáticos y forzar a abandonar el país a aquellos que estaban establecidos en él. Persecuciones sistemáticas habíanles hecho la vida intolerable: pesados impuestos, humillantes obligaciones policiales, ultrajes públicos cuando no linchamientos, pillajes y destrucciones, bajo la égida de la civilización blanca. En 1893 Gandhi llegó a Sudáfrica por haber sido llamado a Pretoria en defensa de una importante causa, ignorante por completo de la situación de los hindúes en África. Desde los primeros pasos en Natal, y sobre todo en el Transvaal holandés, recordó crueles experiencias. Este hindú bien nacido, que siempre fuera bien tratado en Inglaterra, y quien hasta entonces considerara a los europeos como amigos, hallóse objeto de las más groseras injurias, arrojado de las puertas de hoteles y trenes, insultado, abofeteado, golpeado a puntapiés. De no haber contado con el convenio que lo ligaba por doce meses a sus clientes, hubiera sido repatriado instantáneamente, mas durante los doce meses que duraba ese contrato aprendió a dominarse. Hubiérase alejado del lugar a toda prisa, una vez cumplido ese plazo, de no haberse enterado que el gobierno preparaba un proyecto de ley para quitar a los hindúes las últimas franquicias con que contaban. Claro está que los hindúes del África no tenían fuerzas para luchar, carecían de voluntad, de organización, estaban desmoralizados. Necesitaban de un jefe, de un alma. Gandhi se les consagra. Se queda. Iníciase entonces la lucha épica de una conciencia contra la fuerza del Estado y de la masa bruta. Siendo todavía abogado por esa época, comienza demostrando jurídicamente la ilegalidad del Acta de exclusión asiática, y contra la más virulenta oposición, gana su causa en derecho, si no de hecho, ante la opinión de Natal y de Londres. Hace firmar peticiones, organiza el Congreso hindú de Natal, forma una Asociación de Educación hindú; poco más tarde funda un diario, Indian Opinion, publicado en inglés y en tres lenguas hindúes. Luego, deseando asegurar a sus compatriotas un régimen honorable en África, a fin de permitirles una mejor defensa, se hace uno de ellos. Contaba en Johannesburg con una clientela lucrativa (15); la abandona para desposarse, como Francisco de Asís, con la Pobreza. Junto a los hindúes miserables y perseguidos, hace vida en común; comparte sus pruebas y los santifica al imponerles la ley de la No-resistencia. En 1904 crea en Phoenix, próxima a Durban, una colonia agrícola sobre los planes de Tolstoi, a quien admira (16). Reúne allí a los hindúes, les administra parcelas de tierra y les hace tomar solemnemente el voto de pobreza. Él, por su parte, se adjudica las tareas más serviles. Y allí, durante años, ese pueblo silencioso resiste al gobierno. Se ha retirado de las ciudades; la vida industrial del país se ha paralizado. Trátase de una huelga religiosa, contra la que se estrella toda violencia, del mismo modo que la Roma imperial estrellábase contra los primeros cristianos. Y, sin embargo, pocos cristianos habrían llevado su doctrina de perdón y amor al punto de acudir, como lo hizo Gandhi, en socorro de los propios perseguidores amenazados. Cada vez que el Estado de Sudáfrica se encuentra abocado a graves peligros, Gandhi suspende la no-participación de los hindúes en los servicios públicos y ofrece rápidamente su ayuda. En 1899, durante la guerra Boer, organiza la Cruz Roja hindú, con elogios por su arrojo bajo el fuego. En 1904, habiéndose desatado una peste en Johannesburg, Gandhi organiza un hospital. En 1906 hubo un sublevamiento indígena en Natal, y Gandhi participa en la guerra, a la cabeza de un cuerpo de camilleros, por lo que el gobierno de Natalle agradece públicamente. Tales servicios caballerescos no abatían, sin embargo, el furor xenófobo. Arrojado a prisión en diversas ocasiones (17) (y bien poco después del reconocimiento oficial por la guerra de Natal), condenado a reclusión y a trabajos forzados, golpeado por el populacho furioso (18), dado por muerto en una ocasión, Gandhi conoció todos los sufrimientos y todas las humillaciones. Nada alteraba su fe, sino que se agrandaba en la prueba. Fue en 1908 que escribió, en réplica a la escuela de violencia prohijada en el África del Sur, su famoso opúsculo: Hind Swaraj (Home Rule Indien), El Evangelio del Amor Heroico (19). Mantúvose la lucha por espacio de veinte años, y alcanzó su máximo de aspereza entre 1907 y 1914. Ei gobierno de Sudáfrica había hecho proclamar en forma precipitada una nueva Acta Asiática, a pesar de la oposición de los ingleses más esclarecidos. Gandhi organiza entonces la No-resistencia en toda su amplitud, y en setiembre de 1906, en Johannesburg, los hindúes reunidos prestaron solemne juramento de Resistencia Pasiva. Todos los asiáticos, de cualquier raza, de cualquier casta, de cualquier religión, ricos y pobres, contribuyeron con la misma abnegación; los chinos del África uniéronse al movimiento hindú. Se les encarceló por millares, y a falta de prisiones lo bastante amplias, se los confinó en minas. Mas la prisión parecía atraerlos. El general Smuts, encargado de perseguirlos, habíales dado el nombre de Conscientious Objectors. Gandhi fue encarcelado en tres oportunidades (20). Hubo no pocos muertos, verdaderos mártires. El movimiento fue tomando proporciones, y en 1913 habíase extendido desde Transvaal a Natal. Huelgas gigantescas, mitines apasionados, una marcha en masa de hindúes a través de Transvaal, despertaron a la opinión pública de África y Asia. La indignación gana la India, y el propio virrey, lord Harding, se hace eco de ella en Madrás. La indomable tenacidad y la magia de la gran alma, daba sus frutos: la fuerza se arrodilla ante la dulzura heroica (21). El enemigo más encarnizado de la causa hindú, el general Smuts, que en 1909 declaraba que no habría de borrar jamás del Libro de Estatutos una medida injuriante para los hindúes, cinco años después se confesará feliz de poder hacerla desaparecer (22). Una Comisión Imperial le otorga la razón al Gandhi sobre casi todos los puntos. En 1914 un Acta suprime el impuesto de tres libras, y acuerda libre'residencia en Natal a todos los hindúes que quieran pertenecer allí como trabajadores libres. Al cabo de veinte años de sacrificios, la No-resistencia había vencido. Gandhi regresó a la India con el prestigio de un jefe. El movimiento de independencia nacional se anunciaba ya desde comienzos de siglo. Unos treinta años antes, el Congreso Nacional Hindú había sido fundado por algunos ingleses inteligentes: A. O. Hume y sir William Wedderburn, liberales victorianos que durante mucho tiempo conservaron un carácter realista, tratando de conciliar los intereses de la India con la soberanía británica. La victoria del Japón sobre Rusia despertó el orgullo asiático, y las provocaciones de lord Curzon hirieron a los patriotas hindúes. En el seno del Congreso formó se un partido extremista, cuyo nacionalismo agresivo halló eco en todo el país. No obstante, el viejo partido constitucional permanece hasta la guerra mundial bajo la influencia de J. H. Gokhale, patriota sincero pero fiel a Inglaterra y al sentimiento nacional, que desde entonces introduce en esta asamblea a representantes de la India, encaminándolos hacia la reivindicación de un Home Rule (Swaraj), acerca de cuyo sentido no estaban de acuerdo; los unos acomodándolo a la cooperación inglesa, los otros pretendiendo echar de la India a todos los europeos; los unos tomando el ejemplo del Canadá y África del Sur, los otros del Japón. Gandhi aporta su solución, menos política que religiosa, más radical en su fondo que todos los demás (Bind Swaraj). Faltábale un conocimiento exacto del medio para adaptarlos a las realidades materiales, ya que si bien su prolongada misión en Sudáfrica había sido para él una prodigiosa experiencia del alma hindú y de esa arma irresistible, el Ahimsa, llevaba ya veintitrés años alejado de su país. Retrájose, pues, y dedicóse a observar (23). Tan lejos estaba todavía de pensar en la rebelión contra el Imperio, que al declararse la guerra de 1914 regresó a Inglaterra para organizar un cuerpo de ambulancia. Creía honestamente, escribe en 1921, ser ciudadano del Imperio. Y lo recordará infinidad de veces en sus cartas de 1920 a todos los ingleses de la India: Amigos queridos, ningún inglés ha cooperado más estrechamente que yo con el Imperio durante veintinueve años de actividad pública. He puesto cuatro veces mi vida en peligro por Inglaterra. Hasta 1919 he hablado de cooperación, sinceramente convencido ... Y no era el único. Toda la India se había dejado inducir, en 1914, hasta el idealismo hipócrita de la guerra de Derecho. Solicitando su concurso, el gobierno inglés había hecho vislumbrar a sus miradas otros horizontes. Este Home Rule, tan deseado, mantúvose siempre presente como una de las metas de la guerra. En agosto de 1917, el inteligente Secretario de Estado de la India, E. S. Montagu, prometió a la India un gobierno responsable; se consultó a la India, y en julio de 1918, el virrey lord Chelmsford firmaba con Montagu un informe oficial para las armas aliadas durante los primeros meses de 1918, y Lloyd George, el 2 de abril, dirigía un llamamiento al pueblo de la India; la Confederación de Guerra, reunida en Delhi a fines del mismo mes, dejaba entender que la independencia de la India hallábase próxima. De este modo la India respondió en masa, y Gandhi, otra vez más, prestó a Inglaterra la ayuda de su lealtad. La India suministró 985.000 hombres; realizó inmensos sacrificios. Y esperaba, confiada, el premio a esa fidelidad. Terrible fue el despertar. Hacia fines de ese año el peligro había pasado; y con él el recuerdo de los servicios prestados. Concluido el armisticio, el Gobierno no se toma ni siquiera el trabajo de fingir. Bien lejos de acordar las libertades a la India, suspende las existentes. Los Bills Rowlatt, presentados al Consejo Imperial Legislativo de Delhi, en febrero de 1919, ofrecieron el testimonio de una injuriante desconfianza hacia el país que acababa de dar tantas pruebas de lealtad; perpetuábanse en ellos las disposiciones del Acta de Defensa de la India, dictadas durante la guerra, restableciendo la policía secreta, la censura y todos los tiránicos enredos de un verdadero Estado de sitio. Esto causó indignado sobresalto en toda la India embaucada. La rebelión comienza (24). Gandhi la organiza. Habíase acantonado Gandhi en las reformas sociales durante los años precedentes, ocupándose sobre todo de mejorar la condición de los trabajadores agrícolas. Y sin que se reparara en ello, en las revueltas agrícolas en 1918 en Kaira, Gujerat, y en Champaran, Bensar, había realizado un victorioso ensayo del arma formidable que bien pronto habría de emplear en las luchas nacionales, es decir, esta No-resistencia apasionada que le es propia y que estudiaremos más adelante bajo el nombre que él mismo, le diera de Satyagraha. Sin embargo, aún en 1919 había permanecido en segundo plano, un tanto alejado del movimiento nacional hindú, cuyos elementos avanzados, reunidos en 1916 por Mrs. Annie Besant, reconocían por entonces como jefe al gran hindú Lokamanya Bal Gangadhar Tilak. Hombre de rara energía, que unía en un haz de hierro la triple grandeza de la inteligencia, la voluntad y el carácter, cerebro más vasto que el de Gandhi, nutrido más sólidamente de la antigua cultura asiática, sabio, matemático, erudito, que sacrificara todas las exigencias de su genio al servicio de su patria, y que, desprovisto como Gandhi de toda ambición personal, no esperaba más que la victoria de la causa para retirarse de la escena y retomar su labor científica. Fue, en tanto que vivió, el jefe indiscutido de la India. ¿Qué hubiera ocurrido, de no haber muerto prematuramente en 1920? Gandhi, que se inclinaba ante su genio soberano, difería profundamente de su método político, y sin dudas, de haber vivido Tilak, hubiera limitado su acción a una especie de dirección religiosa del movimiento. ¡Adónde hubiera llegado el movimiento de los pueblos indúes bajo esa doble dirección! Nada hubiera podido contenerlo, ya que Tilak poseía el dominio de la acción, como Gandhi los resortes espirituales. La fortuna no lo ha querido, y es deplorable para la India y para el mismo Gandhi. El papel de jefe de la minoría, en su aspecto moral, hubiera respondido mejor a su naturaleza y a su íntimo sentir. ¡Gustoso hubiera dejado a Tilak la dirección de la mayoría, ya que jamás tuvo fe en ella, fe que, en cambio, sí poseía Tilak. Este matemático de acción creía en el número. Era un demócrata nato. Era también resueltamente político, prescindiendo para ello de la religión. Decía, pues, que la política no era para los Sadhus (los santos, los hombres piadosos). Y este sabio hubiera sacrificado, según propias confesiones, la misma verdad a la libertad de su país. Así, este, hombre íntegro, cuya vida entera fue de una purezal sin tacha, no titubeaba en afirmar que todo era justo en política. Puede, pues, intuirse que entre semejante.personalidad y la de los jefes de Moscú hubiera podido establecerse una correspondencia de pensamiento. El pensamiento de Gandhi, en cambio, es irreductible en este punto (25). Las discusiones entre Tilak y Gandhi no han hecho otra cosa que establecer la oposición de sus métodos, al par que afirmar su profunda estima mutua, es decir, corroboraban entre dos hombres absolutamente sinceros, cuyas acciones estaban calcadas sobre sus pensamientos, la divergencia de los imperativos que dominaban sus existencias. A la inversa de Tilak, Gandhi proclama que, puesto en la obligación de elegir, habría de sacrificar la libertad a la verdad. Y sea cual fuere el amor religioso que siente hacia su país, coloca su religión más alto que su país: Me he desposado con la India, a ella todo le debo. Creo que tiene una misión. Si a ella faltara, ésa habrá de ser para mí la hora de la prueba, y espero que yo no habré de faltar. Mi religión no tiene límites geográficos. Si mi fe es viviente habrá de sobrepasar mi amor por la India misma ... (26). Grandes palabras que dan todo su sentido humano a la lucha que pasaremos ahora a describir, pues ellas hacen del apóstol de la India un apóstol del mundo, el conciudadano de todos nosotros (27). Y es por nosotros todos que se libra el combate en el que desde hace cuatro años está empeñado el Mahatma. Es de hacer notar que aún en este momento en que se pone a la cabeza del movimiento de rebelión contra el Acta Rowaltt, lo hace para alejar ese movimiento de la violencia, ya que, desde el momento que la rebelión está en marcha, es preciso guiarla. Para comprender bien lo que ha de seguir, debe uno recordar que el pensamiento de Gandhi comprende dos etapas: la elaboración del movimiento religioso; y la cimentación de la acción social sobre esas bases invisibles, adaptándolas a las posibilidades de la hora y a los deseos del país. A medida que el impulso de los acontecimientos y la desaparición de los otros jefes de la nación lo obligan a asumir el cargo de gobernar el navío en la tempestad, el carácter político y práctico de su acción se afirma. Sin embargo, la parte esencial del edificio seguirá siendo siempre la cripta: vasta y profunda, hecha para servir de cimiento a otra catedral bien distinta a ésta que es preciso construir precipitadamente; sólo ella es durable, el resto es provisorio y destinado a ser utilizado en los años de transición. Interesa entonces conocer esta iglesia subterránea, donde toma sus más profundas raíces el pensamiento de Gandhi. Es en ella donde se refugia al fin de cada día para retomar fuerzas de lo alto que le permitan continuar su acción. Gandhi cree fervorosamente en la religión de su pueblo, el Hinduísmo; pero no como un sabio sujeto a los textos sacros, y menos aún como devoto desprovisto de sentido crítico, que acepta ciegamente toda tradición. Su religión tiene el doble control de la conciencia y la razón. Yo no he de hacer un fetiche de la religión, y no disculpo mal alguno invocando su nombre sagrado ... (28) No tengo ningún deseo de inducir a ningún ser a compartirla, si no puedo apelar a su razón. Yo rechazaría la divinidad más antigua de los Shastras si no convenciera a mi razón ... (29) Por otra parte, y esto es esencial, no reconoce ni permite al Hinduísmo ni una exclusividad: Yo no creo en la divinidad exclusiva de los Vedas. Creo que la Biblia, el Corán y el Zend-Avesta se hallan inspirados por la divinidad al igual que los Vedas ... El Hinduísmo no es una religión misionera. Hay lugar en él para la adoración de todos los profetas del mundo. Dice a cada uno de adorar a Dios según su propia fe o Dharma; y así vive en paz con todas las religiones (30). No deja de ver los errores y los vicios que se han introducido a lo largo de los siglos dentro de la religión hindú, y los ataca. Y sin embargo ... No puedo describir mi sentimiento para con el Hinduísmo como no podría hacerlo con el que le profeso a mi propia esposa. Ella me ha conmovido como ninguna otra mujer en el mundo puede hacerlo. No quiere esto decir que carezca de defectos; me atrevo a decir que tiene muchos más de los que yo veo; mas el sentimiento de un lazo indisoluble es constante. Y lo mismo sucede con el Hinduísmo, con todos sus defectos y todas sus limitaciones. Nada consigue transportarme tanto como la música del Gita y el Ramayana, los únicos dos libros del Hinduísmo que puedo decir que conozco ... Sé de los vicios actuales que mancillan los grandes santuarios hindúes; pero los amo, a pesar de todo ... Reformador hasta el fin, no rechazo, sin embargo, ninguna de las creencias esenciales del Hinduísmo (31). ¿Cuáles son, pues, estas verdades esenciales, a las cuales testimonia su adhesión? Las enumera expresamente en un artículo del 6 de octubre de 1921, que constituye su Credo público: 1. Creo en los Vedas, los Upanishads, los Puranas<, y cuanto está comprendido bajo el nombre de Escrituras Hindúes, y por consecuencia en los Avatares y en las resurrecciones; Todo europeo que se detenga en la interpretación de esta lectura, en estas líneas del Credo, habrá de juzgar que la mentalidad allí expuesta es bien diferente a la nuestra, tan estrictamente encerrada en el cuerpo de las doctrinas religiosas y sociales, alejadas en el tiempo y el espacio, sin punto de contacto con nuestra inteligencia, y que es vano todo intento de seguir adelante. ¡Y sin embargo, debe seguir! Pocas líneas más abajo habrá de encontrar esto, que le será más familiar: Creo en el aforismo hindú de que nadie conoce verdaderamente los Shastras, si no ha logrado la perfección en la Inocencia (Ahimsa), en la Verdad (Satya), en el dominio de sí mismo (Brahmacharya), y quien no haya renunciado a toda adquisición y posesión de riquezas. Aquí la palabra del Hindú se hace una con la del Evangelio. Gandhi sabía de este parentesco. Su Ethical Religion termina con una cita de Cristo (33). Un pastor inglés que le preguntaba en 1920 acerca de los libros que ejercieran sobre él la más fuerte influencia, recibió como primera respuesta: El Nuevo Testamento (34). Es más, él mismo lo reconoce (35). Es al Sermón de la Montaña que debió, en 1893, la revelación acerca de la Resistencia Pasiva. Su interlocutor le pregunto, sorprendido: - ¿No la había tenido antes mediante la lectura de los libros hindúes? No hay que olvidar, en efecto, que este creyente asiático se ha nutrido en Tolstoi (37), ha traducido a Ruskin (38) y a Platón (39), que se apoya en Thoreau, admira a Mazzini, lee a Edward Carpenter, y que su pensamiento, en fin, está impregnado por el de Europa y América. No hay, pues, razón alguna para que un europeo se encuentre extraño a su pensamiento, si se toma el trabajo de acercarse a él. Reconocerá entonces el sentido profundo de estos artículos del Credo, cuyo texto le asombra. Dos de ellos, sobre todo, parecen establecer una barrera infranqueable entre el espíritu religioso de la India y el de Europa: el culto de la vaca, y el sistema de castas (40). Pero veamos qué significado tienen para Gandhi: Por cierto que no son para él artículos secundarios dentro del conjunto de su doctrina. La protección a la vaca constituye la característica del Hinduísmo. Gandhi llega a ver en ella una de las afirmaciones más elevadas de la evolución humana. ¿Por qué? Porque es un símbolo de todo el mundo subhumano, con el cual concierta el hombre un pacto de alianza. Ella significa la fraternidad entre el hombre y la bestia. Y, conforme a su hermosa expresión, conduce al ser humano más allá de los límites de su especie. Realízase por su intermedio la identificación del hombre con todo lo que vive. Si se ha elegido la vaca con preferencia sobre todos los otros seres, es porque en la India es ella la mejor compañera, la fuente de la abundancia. Gandhi ve en ese dulce animal, un poema de piedad. Sin embargo, el culto que le rinde nada tiene de idólatra, y nadie condena más duramente que él el fetichismo desprovisto de bondad practicado por el pueblo de la India, que no observa más que la letra de los sagrados libros, sin poner en práctica el espíritu de compasión para con las mudas criaturas de Dios. Una vez que se le comprende -¡y quién lo húbiera comprendido mejor que el poverello de Asís!- no cabe ya sorprenderse por la importancia que reviste para Gandhi. No se equivoca, pues, al decir que la protección de la vaca, en el sentido que él le atribuye, es el don que el Hinduísmo ofrece al mundo. Al precepto evangélico Ama a tu prójimo como a ti mismo, él añade otro: Todo lo que vive es tu prójimo! (41). El sistema de castas quizá sea más difícil de aceptar para una inteligencia de Europa -por lo menos, de la Europa actual, ya que Dios sabe lo que les reserva el futuro de una evolución que ya no es democrática más que de nombre. No me ilusiono de que exponiendo las explicaciones de Gandhi consiga hacerlas aceptar, ni tampoco lo deseo. Pero a buen seguro dejarán claramente sentado que ningún prejuicio de orgullo o de supremacía social inspira esta creencia, sino que está determinada por un criterio de deber para con la categoría que ha sido asignada a cada casta. Me inclino a creer -dice Gandhi- que la ley de la herencia es eterna y que toda tentativa por cambiarla conduce a la confusión más absoluta ... El Varnashrama es inherente a la naturaleza humana, y el Hinduísmo se ha limitado simplemente a hacer de ella una ciencia ... No obstante, limita las clases a cuatro solamente: No admite entre ellas ninguna relación de superioridad, o inferioridad. Son vocaciones diferentes, eso es todo. Deberes; nada de privilegios (42). Va contra el genio del Hinduísmo que un hombre se asigne una categoría superior, o asigne a otras una más baja. Todos han nacido para servir a la creación de Dios, el Brahmán por su saber, el Kshattriya por su fuerza protectora, el Vaishya por su habilidad comercial, el Shudra por su trabajo corporal. Eso no quiere significar que un Brahmán sea dispensado del trabajo corporal, sino que está mejor dotado para el saber, ni que un Shudra no pueda adquirir todo el saber, sino que habrá de servir mejor mediante su cuerpo, y que no tiene necesidad de envidiar las funciones de los demás. Un Brahmán que se considere superior a causa de su saber, será, por ese mismo motivo, privado de su categoría, y demostrará no poseer verdadera sabiduría ... El Varnashrama tiene su razón de ser en una economía de la energía social (su buena distribución) y el sano dominio ejercido sobre uno mismo por la voluntad ... Hállase pues, basada en la abnegación, y no sobre el privilegio. Por otra parte, no olvidemos que en la creencia de la transmigración la naturaleza restablece el equilibrio, en el curso de existencias sucesivas, haciendo de un Brahamán un Shudra, y viceversa. La cuestión de los parias no tiene relación alguna con la de las cuatro castas diferentes, pero iguales. Ya veremos con cuánto celo Gandhi no dejará de combatir contra esta iniquidad social: constituye uno de los aspectos más emocionantes de su apostolado. Ve en ella la vergüenza del Hinduísmo, una deformación abyecta de la verdadera doctrina, una mancilla por la que sufre en forma intolerable: Preferiría que me hiceran pedazos -escribe- antes de desconocer a mis hermanos desclasados ... Yo no deseo renacer, pero si debiera hacerlo, deseo renacer entre los intocables, a fin de compartir sus afrentas y trabajar por su liberación ... (43) Adoptó a una pequeña intocable, y habla con ternura de ese encantador diablillo de siete años, de quien todos están pendientes en la casa. He dicho ya bastante para mostrar, bajo la vestidura del Credo hindú, su gran corazón evangélico. Un Tolstoi más tierno, más apacible y, me atrevo a decirlo, más naturalmente cristiano, en el sentido universal, puesto que Tolstoi lo es mucho menos por naturaleza que por voluntad. Donde la similitud de estos dos hombres se perfila más claramente, o quizá pueda decirse donde la influencia de Tolstoi ha sido más real, es en la condenación que hace Gandhi de la civilización europea. Desde Rousseau, el proceso de la civilización no ha dejado de efectuarse mediante los espíritus más libres de Europa, mientras que al Asia inquieta sólo le restó engrosar sus libros de queja contra los invasores hasta sumar formidables volúmenes. Gandhi no ha faltado, y el Hind Swaraj enumera una lista de estos libros acusadores, entre los cuales hay un buen número escrito por ingleses. Mas el libro sin réplica posible es el que la civilización de Europa ha escnto por sí misma en la sangre de las razas oprimidas, despojadas y mancilladas, en nombre de falsos principios; revelación incontrastable de esa méntira, de esa avidez, de esa ferocidad, impudicamente expuestas a los ojos del mundo por la última guerra, llamada de la Civilización. Fue tal la inconsciencia de Europa, que llegó a convidar a los pueblos de Asia y Africa a contemplar su desnudez. Y ellos la han visto y han juzgado. La última guerra ha mostrado la naturaleza satánica (44) de la civilización que domina la Europa de hoy. Todas las leyes de moralidad pública han sido rotas por los vencedores, en nombre de la virtud. Ninguna mentira ha sido considerada demasiado innoble como para ser utilizada. Y detrás de tanto crimen, el motivo es groseramente material ... la Europa no es cristiana (45). Hallaréis estos pensamientos expresados veintena de veces, tanto en la India como en el Japón, en los últimos años. Hasta aquellos que son demasiado prudentes como para atreverse a expresarlos en alta voz, llevan escrita esta convicción en sus frentes. Y no es ese el resultado menos ruinoso de la victoria a lo Pirro de 1918. Debe decirse que Gandhi no esperó a 1914 para ver el verdadero rostro de la civilización, sino que ésta se le había mostrado desprovista de antifaz durante los veinte años transcurridos en Sudáfrica. Así, en su Hind Swaraj de 1908, denunciaba como el gran vicio a la Civilización Moderna. La Civilización, dice Gandhi, lo es solamente de nombre. Es, según expresión del Hinduísmo, la era negra, la era de las tinieblas. Hace del bien material el único propósito de la vida y no se ocupa en absoluto de los bienes del alma. Trastorna a los europeos, los hace siervos del dinero, los toma incapaces de hallar la paz y hasta de sentir vida interior; es un infierno para los débiles y para las clases trabajadoras; mina la vitalidad de la raza. Esta civilización satánica habrá de destruirse a sí misma. El verdadero enemigo de la India es esa civilización, mucho más que los ingleses, quienes, individualmente, no son malos, sino que esa civilización los torna enfermos. Gandhi ataca asimismo a aquellos compatriotas suyos que desearían echar a )os ingleses para hacer de la India un Estado civilizado a la manera europea. Eso sería, dice, la naturaleza del tigre, sin el tigre. No, el grande, el único esfuerzo que se requiere es el de arrojar a la civilización occidental. Contra tres clases de hombres se desata Gandhi con aspereza singular: los magistrados, los médicos y los profesores. Se explica la exclusión de estos últimos, ya que han desaprendido a los hindúes su propia lengua y su propia modalidad; infligen al niño una degradación que alcanza los ámbitos de la nación. Es más, sólo se dirigen al intelecto, ignorando el corazón y descuidando el carácter; finalmente, desprecian el trabajo manual. Es un verdadero crimen que se imparta una educación puramente literaria a un pueblo donde el 80 por ciento es agricultor y el 10 por ciento industrial. En cuanto a la profesión de magistrado, es inmoral. Los tribunales, en la India, no pasan de ser instrumento del poder británico. Atizan las disensiones entre los hindúes, y en forma general, mantienen y multiplican en todo el país las discusiones y querellas. Es una explotación suculentamente lucrativa de los peores instintos. En lo que a los médicos respecta, Gandhi admite haberse sentido atraído al principio por esa profesión, para reconocer bien pronto que estaba lejos de ser una profesión honorable. La medicina occidental se ocupa tan sólo de aliviar los males corporales del enfermo, sin parar mientes e intentar siquiera extirpar las causas de tales enfermedades, que, en su mayor parte, son vicios. Hasta puede decirse que la medicina cultiva dichos vicios, ofreciendo a los viciosos la manera de gozar de ellos con menores riesgos. Contribuye, pues, a relajar la moral del pueblo, afeminándolo con sus recetas de magia negra (46), que lo alejan de una disciplina heroica del cuerpo y el espíritu. A esta falaz medicina occidental, que Gandhi ha atacado frecuentemente con una violencia que sobrepasa su mesura, opone la verdadera medicina preventiva, a la cual ha consagrado sus breves tratados de divulgación popular: A Guide to Health (La Guía de la Salud), fruto de veinte años de experiencia. Es éste un
tratado de moral a la vez que de terapéutica, puesto que
Romain Rolland
Capítulo primero
El hombre que se hizo uno con el Ser del Universo.
2. Creo en el Varnashrama Dharma (32) (Disciplina de Castas), pero en el sentido estrictamente védico, y no en el actual, populachero y grosero.
3. Creo en la protección de la vaca, en un sentido más amplio que el popular.
4. No desapruebo el culto de los ídolos.
- No -insistió Gandhi-. Conocía y admiraba ya antes el Bhagavad Gita, mas fue el Nuevo Testamento que me reveló el valor de la Resistencia Pasiva. Desbordaba de júbilo al leerlo, y el Bhagavad Gita fortificó esa impresión; y fue El Reino de Dios está en Vosotros, de Tolstoi, quien le otorgó una forma duradera (36).
Brahmanes (clase intelectual y espiritual),
Kshattriyas (militar y gubernamental),
Vaishyas (comercial), y,
Shudras (trabajo y servicios mensuales).