Indice de Los fisiocratas de Carlos Gide y Carlos Rist Presentación de Chantal López y Omar Cortés CAPÍTULO SEGUNDOBiblioteca Virtual Antorcha

LOS FISIÓCRATAS

Carlos Gide y Carlos Rist

CAPÍTULO PRIMERO

La economía política al terminar el siglo XVIII. El Dr. Quesney y la escuela de los fisiócratas



Lo que a mediados del siglo XVIII se llamaba Economía Política, bautizada con este nombre desde hacía siglo y medio, por Antonio de Montchrélien, no correspondía en nada absolutamente a lo que hoy comprendemos bajo esta denominación, y ni siquiera llegaba a constituir todavía una ciencia especial.

Para asegurarse de ello, basta leer en la Gran Enciclopedia el artículo que figura con tal designación, escrito en 1755 y firmado nada menos que por Juan Jacobo Rousseau. Inútil para el lector moderno pretender buscar en él, ni aun aproximadamente, nada de lo que creería encontrar. La Economía Política no estaba entonces separada de la Política; debido precisamente a esta causa, le había sido asignado ese calificativo que hoy nos parece fuera de lugar y que cada vez con más empeño se tiende a hacer desaparecer, sustituyéndolo preferentemente por el de Ciencia Económica o Economía Social.

Pero si entonces la Economía Política caía de lleno dentro del arte de gobernar, era, sin embargo, más especialmente, aquella rama del gobierno que se ocupa del orden doméstico, que tiende a procurar al pueblo la prosperidad material, la poule au pot, que decía Enrique IV. Y, por otra parte, el mismo Adam Smith, como veremos al ocuparnos de este autor, daba un concepto análogo, cuando la definía diciendo que se propone enriquerer al pueblo y al Soberano.

Ahora bien, los consejos, procedimientos y sistemas que se daban para llegar a conseguir este fin, eran tan diversos como inseguros y poco claros. Algunos, como los que se llamaban mercantilistas, enseñaban que para enriquecer a un Estado es preciso, exactamente igual que para enriquecer al individuo, asegurarle, en la mayor cantidad posible, el oro o la plata.

¡Felices los que, como España, habían encontrado el Perú! O aquellos otros que, a falta de minas de metales preciosos, podían, como Holanda, procurarse igualmente el oro, vendiendo sus especias al extranjero: El comercio exterior, el comercio de exportación, tomaba ante sus ojos el carácter de una verdadera e inagotable mina y era para ellos la sola fuente de riqueza.

Había otros que todavía no se llamaban socialistas, pero que ya enseñaban que el pueblo no encontraría su felicidad más que en el reparlo equitativo, por iguales fracciones entre todo el mundo, de las riquezas existentes; en la abolición absoluta o en la restricción, cuanto más exagerada mejor, de la propiedad privada; en una palabra, en la creación de una nueva sociedad, fundada en un nuevo contrato social, o llevando a cabo la realización de una ciudad de Utopía, como la que más tarde había de proponer Tomás Moro.

En estas circunstancias surgió un hombre que, aunque médico de profesión, se había dedicado, ya próximo a su vejez, al estudio de lo que hoy llamamos economía rural: la tierra y los productos de la tierra que hacen vivir al hombre (1). Este hombre, que no era otro que Quesnay, afirmó rotundamente que no había nada que buscar ni que inventar, pues todas las relaciones, de cualquier orden, que se establecen entre los hombres, están gobernadas por leyes preexistentes, leyes admirables cuya evidencia se impone a cualquiera que tenga sentido común, y de las cuales ningún espíritu razonable osará negar la autoridad, ni más ni menos que para las leyes de la Geometría, bastando solamente comprenderlas para obedecerlas. Seguramente que no decía nada de más Dupont de Nemours cuando escribía que ésta era una doctrina muy nueva (2).

No es, pues, exagerado afirmar que verdaderamente la ciencia económica era una ciencia nueva. La edad de los precursores ha terminado; la de los fundadores comienza con Quesnay y sus discípulos. Este dictado de fundadores, que la ingratitud de los economistas franceses, a pesar de ser herederos en línea recta de los fisiócratas, les había desconocido, dejándolo que se extinguiera por prescripción, para ser atribuído a Adam Smith, les ha sido restituído más tarde por economistas extranjeros, y es de suponer que ya lo conservarán definitivamente. Y yendo todavía más lejos en nuestras aseveraciones, podemos afirmar que no hay seguramente otra doctrina de la que se conozcan con tan clara exactitud su paternidad y la fecha de su nacimiento. Han sido los fisiócratas los primeros que han tenido una concepción total de la ciencia social, en toda la extensión de la palabra, es decir, los primeros que han afirmado que los hechos sociales están ligados entre sí por relaciones necesarias y evidentes, y que los individuos y los gobiernos no tienen más que conocerlas para ajustar a ellas su conducta. Se les ha reprochado después que su concepción de las leyes económicas, bajo la forma providencial, carecía totalmente del carácter científico que les fue dado más tarde por los deterministas; que creyeron ver en la Naturaleza relaciones que no tenían existencia más que en su imaginación; que Adam Smith fue muy superior a ellos, tanto por el arte que desplegó en la observación de los hechos, como por el talento de exposición de los mismos y por los apartamientos definitivos que llevó a la ciencia ... ¡Concedido! Pero esto no impide que fueran ellos los que emprendieran el camino por donde marcharon luego el mismo Adam Smith y un siglo entero detrás de él. Es cosa sabida, por otra parte, por haberlo Adam Smith así manifestado, que él habría dedicado su libro al doctor Quesnay si éste no hubiera muerto tres años antes de su publicación.

Han sido también los fisiócratas los que han fundado la primera escuela de economistas, en el más completo sentido de esta palabra. Y es un hecho casi único, y si se quiere conmovedor, el contemplar a la pequeña falange de hombres bajo esa bandera acogidos, penetrar en la historia encubiertos por esta denominación colectiva y anónima, bajo la que pierden casi por completo su nombre y su personalidad. ¡Tal era su unión en una perfecta comunidad de doctrina! (3) Sus publicaciones se van siguiendo de cerca en el período de veinte años que va desde 1756 a 1778 (4).

No se podría afirmar que haya habido ningún fisiócrata con verdadero talento de escritor, a excepción de Turgot, y que ninguno, sin exceptuar ya ni a Turgot, haya tenido ingenio en un tiempo en que, sin embargo, se ha hecho tanto derroche de él. Los fisiócratas fueron graves, solemnes, sectarios, un poco aburridos y fatigosos por su manera pedante de hablar siempre de la evidencia, como si ellos hubiesen sido los depositarios de la eterna verdad. Así dieron en tan gran copia materia de burla a los humoristas, entre los cuales destaca en primera fila Voltaire (5). Pero, a pesar de todo esto, tuvieron un gran crédito cerca de todo cuanto había de considerable en su época, estadistas, embajadores y hasta un auditorio completo de soberanos: el margrave de Baden, que intentó aplicar el sistema en sus Estados; el Gran Duque de Toscana Leopoldo; el Emperador de Austria José II; la Gran Catalina de Rusia; el Rey de Polonia Estanislao Leckzinski; el Rey de Suecia Gustavo III, y finalmente, y lo que es todavía más asombroso, fueron escuchados sin cansancio por las bellas damas de la Corte de Versalles. En una palabra, que estuvieron de moda, mucho más, seguramente, que lo estarán nunca los economistas de hoy.

Todo esto nos ha de parecer bastante raro, pero se puede buscar la explicación de ello, sin embargo, en razones diversas. Probablemente, la sociedad refinada y licenciosa de aquel tiempo habría de encontrar en la economía rural de los fisiócratas un encanto parecido al de las églogas del Trianón y a las pastorelas de Watteau; quizá en un tiempo en que esa sociedad sentía crujir bajo ella el régimen político y social, encontrase mucho de reconfortante en la idea de un orden natural inquebrantable. O acaso, también, por el contrario, encontrara interés en ella porque en alguna declaración de aquellos sectarios, como se les llamaba -como, por ejemplo, en el epígrafe que el doctor Quesnay había colocado al frente de su Cuadro: Campesinos pobres, reino pobre; reino pobre, rey pobre-, hubiese creído sentir que pasaba un soplo nuevo, no muy amenazador todavía, pero precursor de la tempestad que se avecinaba.

Pasemos ahora a examinar, ante todo, la doctrina, es decir, los principios esenciales de los fisiócratas, después estudiaremos el sistema, comprendiendo bajo este nombre la aplicación que ellos proponían de los anteriores principios.



Notas

(1) Los primeros artlculos sobre materias económlcas de Quesnay, publicados en esa misma Gran Enciclopedia donde Rousseau escribió el suyo, versaban sobre Granos y sobre Colonos.

(2) El profesor Héctor Denls dice de la doctrina fisiocrátlca: Se han visto sus imperfecciones hasta la saciedad, pero no se ha reconocido casi nunca su incomparable grandeza.

(3) Los verdaderos economistas son fáciles de caracterizar ... Reconocen un maestro, el Dr. Quesnay; una doctrina, la de la Filosofía rural y el Análisis económico; libros clásicos, la Fisiocracia; una fórmula, el cuadro económico, y términos técnicos exactamente igual que los antiguos letrados de la China. Esta definición de los fisiócratas que nos da uno de ellos, el abate Daudeau (Efemérides, abril 1776), lejos de interpretarla y aducirla maliciosamente, demuestra, sin embargo, lo que había de dogmático y de un poco chino, en efecto, en la escuela fisiocrática.

(4) El primero no solamente en el orden cronológico, sino también como el jefe reconocido por todos los demás, fue el Dr. Quesnay (1694-1774), médico del Rey Luis XV y de la Pompadour. Había publicado ya numerosos libros de medicina, siendo el más notable de todos ellos el Ensayo fisico sobre la economia animal, aparecido en 1736, cuando empezó a ocuparse de cuestiones económicas, y entre ellas, con más especialidad, de las de economia rural. Primero fue en forma de artículos, en la Gran Enciclopedia, acerca de los colonos y los cereales (1756 y 1757); luego, en su famoso Cuadro económico, que publicó en 1758, cuando ya tenía, por lo tanto, sesenta y cuatro años, y finalmente, en 1760, dando a la luz sus Máximas generales para el gobierno económico de un reino agrícola, que no es más que el desarrollo de su libro anterior.

No obstante haber escrito tan poco, ha ejercido considerable influencia, sobre todo, como Sócrates, por su ascendiente sobre sus discípulos.

La mejor edición de las obras de Quesnay es la publicada por Oncken, profesor en Berna: Obras económicas y filosóficas, de F. Quesnay (París-Francrort, 1888). Sin embargo, las citas que hagamos, como todas las relativas a los fundadores, se referirán a la colección de Principales economistas, publicada por Daire.

El marqués de Mirabeau, padre del gran orador de la Revolución y no menos fogoso que su hijo, había publicado en la misma fecha que Quesnay (en 1756) El Amigo de los Hombres; pero este libro, que hizo mucho ruido, no puede considerarse propiamente incluido dentro del ciclo fisiocrático, porque el autor ignoraba todavia esta doctrina. En La teoria del impuesto (1760) y La filosofia rural (1763), por el contrario, se inspira en ella.

Mercler de la Riviere, Consejero del Parlamento, publicó en 1767 el Orden natural y esencial de las sociedades políticas, a la que Dupont de Nemours daba el calificativo de obra sublime, y que si no justifica completamente semejante eplteto, no deja por eso de ser el código de la doctrina fisiocrática.

Dupont, al que se le llama de Nemours, por ser ésta su ciudad natal, publicó también alrededor de la misma fecha (en 1761 y cuando no tenía más que veinticuatro años) un libro intitulado Fisiocracia o Constitución esencial del gobierno más ventajoso para el género humano. Y aquí se pone de manifiesto que es a él a quien se debe el nombre con que se designa a la escuela, pues nadie, con anterioridad, habia empleado la palabra fisiocracia, que, como es sabido, significa gobierno de la naturaleza. Pero este nombre no hizo fortuna, y casi inmediatamente fue abandonado para adoptar el de economistas, Quesnay y sus discipulos fueron, pues, los primeros economistas, y solamente mucho más tarde, cuando este nombre de economistas se había convertido en genérico, llegando a ser, por lo mismo, impropio para caracterizar una escuela especial, fue cuando se pensó en restituirles el primitivo nombre de fisiócratas.

Discipulo entusiasta de Quesnay, el papel de Dupont fue principalmente el de propagandista de las doctrinas fisiocráticas, pero sin llevar a ellas ningún nuevo aportamiento original. Al cabo, fue prematuramente arrancado a sus trabajos cientificos por los grandes acontecimientos políticos, en los que tan activa parte tomó, y fue el único superviviente de toda la escuela fisiocrática, siendo asimismo el único de entre todos ellos que pudo ser testigo de la Revolución, en la cual llegó a desempeñar papeles importantes. Pronto se le vló ser diputado del estado llano, presidir la Constituyente, y más tarde, ya en la época del Directorio, fue presidente del Consejo de los Ancianos. Alcanzó hasta los tiempos del Imperio, y con él entró la Economía Política, por primera vez, en el Instituto.

Le Trosne, Abogado del Rey en el Presidial de Orleáns, publicó en 1777 su libro Del interés social en sus relaciones con el valor, la circulación, la industria y el comercio, que es la mejor, o por lo menos la más estrictamente económica de lodas las obras de la Escuela.

Para completar esta relación, preciso es que citemos también al abate Baudeau, que escribió ochenta volúmenes, especialmente sobre el comercio de los cereales, pero de todos los cuales la obra principal es la Introducción a la filosofía económica (1771); a otro clérigo, el abate Rouhaud, y finalmente, al margrave de Baden (Epítome de los principios de la ciencia económica, 1771), que, teniendo la ventaja de ser, además de escritor, príncipe soberano, se entretenía en hacer experimentos fisiocráticos en algunos pueblecitos de su pequeño principado.

Y no hemos mencionado todavia el nombre más ilustre de la Escuela Fisiocrática, no solamente por su talento, sino también por la elevada categoria que llegó a ocupar, Turgot (1726-1781), y es que -aun cuando se le supone generalmente incorporado a la Escuela Fisiocrática y esta clasificación esté suficientemente justificada por la comunidad de las ideas esenciales-, sin embargo, como ya veremOs luego con más detenimientfo, él solo forma grupo aparte, desde muchos puntos de vista, y está más cerca de Adam Smlth. Por otra parte, Turgot comenzó a escribir sobre Economía política antes que los fisiócratas, su Memoria acerca del papel-moneda está fechada en 1748, es decir, cuando no tenia más que veintidós años; pero su obra más importante, Reflexiones sobre la formación y la distribución de las riquezas, no aparece hasta dieciséis años más tarde, en 1766. Primero como Intendente de Limoges, cargo que desempeñó durante trece años, y luego como Ministro de Luis XVI, tuvo en sus manos la autoridad necesaria para llevar a la práctica sus ideas de libertad económica, y así lo hizo, en efecto, por medio de sus famosos edictos suprimiendo los derechos interprovinciales para el comercio de granos, y por la abolición de las maestranzas y veedurias en la industria.

A diferencia de los otros fisiócratas, que no reconocen más jefe que el doctor Quesnay, Turgot parece haber tenido por maestro a un gran comerciante, que llegó a ser intendente de Comercio, Vincent de Gournay, fallecido en 1759, a la edad de cuarenta y siete años solamente, pero del cual no han llegado hasta nosotros más noticias, sobre poco más o menos, que las que nos da el mismo Turgot en el elogio que de él hizo (véase , Schelle: Vincent de Gournay, i897).

La blbliografia acerca de la fisiocracia es considerable, tanto en lengua francesa como en otras lenguas. De ella puede encontrarse un detallado estUdio en la gran obra en dos tomos de Weulersse: El movimiento fisiocrático en Francia de 1756 a 1770, que al mismo tiempo es el tratado más completo y más reciente de esa doctrina, aparecido en 1910. También es digna de especial mención una corta pero sustanciosa exposición del sistema, escrita en lengua inglesa por Higgs, titulada Six lectures on the Phisiocrats (1897).

(5) Singularmente en su célebre folleto El hombre de los cuarenta escudos.
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