Índice de Historia diplomática de la Revolución Mexicana (1910 - 1914), de Isidro FabelaPrimera parte Periodo del presidente Wilson Segunda parte Don Venustiano Carranza, gobernador de Coahuila, desconoce al usurpadorBiblioteca Virtual Antorcha

HISTORIA DIPLOMÁTICA
DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA
(1910 - 1914)

Isidro Fabela

PRIMERA PARTE

ENTRA EN ESCENA LA GRAN BRETAÑA



Otra fase de la complicada situación era la actitud de los gobiernos extranjeros, que causaba a Wilson constante inquietud. El reconocimiento de Huerta por la Gran Bretaña contrarió a Wilson. El cual reconocimiento fue también otorgado al gobierno usurpador por los gobiernos de España, China, Italia, Alemania, Portugal, Bélgica, Noruega, Rusia, y más tarde por las más de las naciones latinoamericanas.

En el caso de la Gran Bretaña, tanto Wilson como Bryan estaban convencidos de que los grandes intereses petroleros encabezados por Lord Cowdray eran en gran parte responsables del reconocimiento de Huerta, y había muchas circunstancias que confirmaban tal creencia. Walter Page, embajador de los Estados Unidos en Londres, escribió a Washington en julio, diciendo que el ministro mexicano en Londres le había manifestado que era grande la influencia de las empresas petroleras, en vista del contrato que tenía la flota inglesa de guerra con la compañía de Lord Cowdray.

NO HUBO ENTENDIMIENTO CON LA GRAN BRETAÑA

Es de lamentar -comenta Stannard Baker- que en este terreno no haya habido una inteligencia más pronta y una mejor colaboración diplomática entre Inglaterra y los Estados Unidos, porque con ella se hubiesen evitado muchas confusiones, pérdidas y derramamiento de sangre.

El ministro de Relaciones Exteriores de Inglaterra, Sir Edward Grey, era de opiniones liberales, como Wilson, y si los dos hombres se hubiesen puesto en contacto, se habría observado que compartían muchos modos de ver.

Mas no había instrumento adecuado para provocar tal inteligencia. La crisis se había producido en un desdichado intervalo entre dos gobiernos de los Estados Unidos. Debido al cambio operado en la política norteamericana, y a la ascensión de un partido que por espacio de 16 años no había empuñado las riendas del gobierno en Washington, los que dirigían las relaciones exteriores eran novicios.

Wilson, como se ha visto, tenía escasos conocimientos acerca de México y de la técnica diplomática. Y aunque Bryan había visitado ese país, era probable que tuviese menos conocimientos aún. En todo caso, Wilson quería ser su propio secretario de Estado.

Page, el nuevo embajador de Londres, y el coronel House no eran más experimentados. Porque siempre se necesita tiempo para que aun los hombres más hábiles dominen complicaciones tales como las que presentaba la situación de México. Ciertamente que podía Wilson consultar más ampliamente a los peritos del Departamento de Estado; pero tanto él como Bryan habían llevado al gobierno ideas progresistas y desconfiaban de la silenciosa, lenta, poderosa y a veces muy útil burocracia permanente del Departamento de Estado, que, era tradicional hasta la médula, bajo la dirección de los republicanos.

PARALIZACIÓN DE LAS RELACIONES NORMALES

Pero el empleo de embajadores especiales o secretos, tales como House, Hale, Lind, aunque presentaba ciertas ventajas y reportaba a Wilson muchos informes recogidos por hombres que compartían sus opiniones liberales, tendía a paralizar las relaciones normales y el acuerdo entre el Departamento de Estado y los ministros de Relaciones de los demás países. Ese sistema debía ejercer un profundo efecto, no sólo en el problema mexicano, sino también, más tarde y más gravemente, en la guerra universal.

Por ejemplo, quizá el coronel House, con el deseo más sincero de ayudar a Wilson, haya agravado las dificultades con que éste tropezaba, al tratar de explicar a Sir EdWard Grey lo que él mismo no entendía claramente acerca de los asuntos mexicanos. Era una situación extraordinaria. House había hablado con el Presidente poco después de la conversación de éste con el juez Haff, cuando se pensaba en el mensaje que proponía el reconocimiento de Huerta siempre que hubiera elecciones legales, mensaje que, como hemos visto, nunca fue despachado a México. Poco más tarde, House partió para Europa. No hay indicios de que después de su partida haya sido advertido en alguna forma sobre los rápidos cambios del problema, y sin embargo, al reunirse con Sir Edward Grey por vez primera el 3 de julio, expuso con una seguridad completa el modo de pensar de Wilson acerca del problema de México. Y como House era representante personal de Wilson, pues llevaba cartas que eran inequívocas credenciales, Grey no tenía motivo para dudar de lo que le decía. House da una relación de la entrevista con Grey, en su diario personal.

Dice así:

Le manifesté que el Presidente no quería intervenir y que estaba dando a las diferentes facciones todas las oportunidades para reunirse (?). Quiso saber Grey si el Presidente se oponía a determinada facción. Le dije que, según pensaba yo, no tenía importancia para mi gobierno el que ocupara el poder una u otra faccion, siempre que se salvaguardara el orden. Creía yo que mi gobierno habría reconocido al gobierno provisional de Huerta si éste hubiese cumplido su promesa, dada por escrito, de convocar en breve a elecciones y aceptar el resultado de ellas.

Después de oír -Sir Edward-, de labios de House, una exposición de las opiniones de Wilson, no era contrario al orden natural de las cosas que Grey hiciera uso de su influencia para recomendar al Presidente que reconociera a Huerta como jefe provisional del gobierno mexicano.

Desorientados, sin duda, por no comprender la actitud de Washington y urgidos por sus empresas petroleras, los ingleses nombraron a Sir Lyonel Carden para que se encargara de la Legación en la ciudad de México. Apenas habría sido posible hacer otro nombramiento más desagradable. Carden había servido varios años en las Legaciones británicas de la América Central y las Indias Occidentales. Era un imperialista económico y notoriamente antiamericano. El secretario Knox había insinuado al gobierno inglés dos veces que el retiro de Carden, el cual estaba a la sazón en Cuba, sería grato a los Estados Unidos; pero la insinuación fue desoída y Carden recibió el título de caballero.

Hacia el mes de julio, Wilson había ido más allá del punto en que estaba dispuesto a considerar el reconocimiento, siquiera provisional, de Huerta, y comenzaba a entender más claramente que nunca, que sus verdaderos antagonistas eran los petroleros y otros propietarios de intereses consagrados en México, tanto norteamericanos como ingleses. Por eso escribió:

Tengo que detenerme y recordar que soy Presidente de los Estados Unidos y no de un pequeño grupo de norteamericanos con intereses fincados en México.

El embajador Lane Wilson se hacía más apremiante en un mensaje, el cual decía en parte:

... me veo obligado de nuevo a exponer al Presidente, que persuada al gobierno ... de que es preciso garantizar las vidas y haciendas de nuestros nacionales y de que debe cesar la bárbara e inhumana guerra que se ha desarrollado por espacio de tres años.

HENRY LANE WILSON, LLAMADO A WASHINGTON

La respuesta de Wilson consistió en llamar a Washington al embajador para una consulta relacionada con la situación mexicana, pero con la idea de destituirlo. Lane Wilson llegó a Washington el 25 de julio y el 28 fue a ver al Presidente a la Casa Blanca.

El 4 de agosto, Bryan informó al embajador que Wilson había decidido aceptar su renuncia, ya que era evidente que había una amplia divergencia en sus opiniones respecto a la política hacia México.

¿Por qué tuvo Wilson en su puesto, aún por cinco meses, a un embajador que evidentemente simpatizaba tan poco con las opiniones y los designios del nuevo gobierno?

En primer lugar, no hay duda que el Presidente suponía que su representante en México (un embajador es el portavoz de su gobierno) aceptaría inmediatamente las consecuencias de su declaración del 11 de marzo y, especialmente, las instrucciones del 14 de junio y que haría todo lo posible por colaborar con él. Claro está que tenía derecho a esperar esto. Cuando se aclaró que el embajador no sólo se oponía a los designios de su jefe, sino que hacía lo más que podía por derrotarlo, y seguía aferrado a su empleo, es probable que el Presidente haya vacilado en llamarlo, pensando que un cambio en tan críticos momentos aumentaría la gravedad de las dificultades que él esperaba resolver en breve.

Por ende, era patente que Wilson no quería obrar precipitadamente en un problema acerca del cual estaba tan poco informado; pero había otra fase personal o temperamental en el caso. A Wilson le repugnaban particularmente los cambios de personal. Durante todo su gobierno prefirió seguir trabajando con un funcionario que era severamente atacado, o de quien él desconfiaba, antes que afrontar la dificultad de nombrar otro y adiestrarlo (1).

Esta repugnancia por los cambios de personal constituyó, en el caso singular de Lane Wilson, un error grave, porque si en principio tal proceder es prudente en bien de la administración pública que se puede alterar y perjudicar en su buen manejo cuando las personas que son retiradas se sustituyen por otras que no conocen los asuntos que ponen a su cuidado; aunque tales cambios no son en general aconsejables, sin embargo, en el caso específico de Lane Wilson, fue evidente entonces, y lo es ante la historia, que el profesor de Princeton pecó de falta de energía e incomprensión al no destituir, mucho antes de que lo hiciera, a su embajador en México, cuando tuvo innúmeras pruebas de su ingerencia en la política interna mexicana hasta el grado de llegar a ser lo que fue, un coautor de los acontecimientos trágicos de febrero de 1913.

Pero es más todavía, Lane Wilson después de llamado a Washington no fue destituido inmediatamente, sino que pasaron meses en los cuales siguió ostentando sin merecerlo el título de embajador en México, siendo así que era una afrenta para el pueblo mexicano y una vergüenza para el de los Estados Unidos el que un hombre de tal calaña siguiera perteneciendo al servicio exterior de su patria a la que deshonraba con su conducta antidiplomática y delictuosa.

A grandes pasos se hacía más caótica la situación de México y al mismo tiempo que se extendía en el Norte la revolución contra Huerta, el obtinado y viejo indio afianzaba su posición en la capital.

De todas partes se urgía a Wilson, o a que empleara la fuerza en una forma o en otra, o a que reconociese a Huerta. Mas el empleo de la fuerza podría comprometer a los Estados Unidos en una guerra y enajenar aún más los buenos sentimientos de la América Latina ya recelosa de las intenciones del gobierno de Washington. Por otra parte, no interviniendo, se ponían en riesgo las vidas y haciendas de los norteamericanos, se sublevaba a la opinión de los Estados Unidos y se lesionaba el prestigio del país, así en Europa como en la América del Sur (2).

Este criterio era del todo equjvocado, como lo comprobaron los hechos históricos que se realizaron después del Cuartelazo, porque en realidad las personas y propiedades de los norteamericanos en México no sufrieron sino leves daños, como se demostró más tarde cuando se vino en conocimiento que durante los años de la revolución sólo unos cuantos estadounidenses fueron muertos y no por cierto por causas directas de la guerra civil. Y en cuanto a sus bienes, muy pocos daños recibieron, como se comprobó al conocer las demandas aceptadas y mandadas pagar por la Comisión Especial de Reclamaciones aceptada por Obregón en los convenios de Bucareli, tan inconvenientes y perjudiciales para México.

En cambio la intervención armada en Veracruz el año de 1914 sí causó en unas cuantas horas de combate más de mil muertos entre las tropas yanquis que atacaron el puerto y los patriotas que lo defendieron. Y esto cuando tan atentatoria intervención se concretó solamente a la toma de la ciudad jarocha, que si tal acto inconsulto se hubiese extendido a toda la República, entonces la tragedia habría sido máxima y el destino político del continente se hubiese torcido por rumbos imprevisibles pero muy graves para la América Latina y también para los Estados Unidos.

No, la intervención total en México no era el deseo del buen pueblo estadounidense, tampoco lo era del Presidente Wilson y de su partido, sino de sus hombres de negocios, de los capitalistas de Wall Street y en general del Partido Republicano que en la historia de nuestras relaciones exteriores se ha significado por su celo imperialista de dominio económico y político del Nuevo Mundo.

Wilson se había abstenido de actuar, buscando más luz -dice Stannard Baker-, esperando contra toda esperanza que de alguna manera la situación se resolviese por sí sola y que los mexicanos arreglaran sus problemas sin intervención extraña; pero estaba inquieto.

LA MISIÓN ESPECIAL DE JOHN LIND

Habiendo llamado a Washington al embajador, pensó Wilson que había que hacer algo positivo, y a fines de julio acordó enviar un representante personal a México para que expusiera sus opiniones acerca de un arreglo satisfactorio.

Este representante especial fue John Lind, de Minnesota, sueco de nacimiento, ex-miembro del Congreso de la Unión y ex-gobernador de aquel Estado. No hablaba el castellano, ni tenía experiencia en la diplomacia; pero era un hombre de firme honradez y de buen juicio (Baker).

Antes de marchar a su destino, Lind tuvo una conferencia con el Presidente y el secretario de Estado el 2 de agosto. Wilson leyóle la declaración que había preparado y le entregó una carta credencial, escrita por él mismo y dotada de la mayor autoridad. A su vez, Bryan envió una nota, revisada por Wilson, a los principales diplomáticos a fin de obtener su buena voluntad para el Plan del Presidente.

Algunos gobiernos, de buen grado, pidieron a las autoridades mexicanas que escuchasen amistosamente al emisario presidencial. Sir Edward Grey telegrafió al ministro inglés en la ciudad de México, rogandole que informara extraoficialmente al gobierno mexicano que si se negaba a recibir a algún enviado en misión por el gobierno de los Estados Unidos, o a escuchar lo que quería decir en un espíritu amistoso, incurría, a nuestro juicio, en un grave error y perjudicaría a México. Francia, aunque tardíamente, aconsejó también un espíritu conciliador, y Alemania obró en la misma forma, pero con renuencia.

Por desgracia, es claro -telegrafiaba al embajador americano en Berlín, Joseph C. Grew- que las opiniones del gobierno alemán son diametralmente opuestas a las del gobierno de los Estados Unidos.

Negociaciones como las que reseñamos no podían ser desarrolladas calladamente, y la llegada de Lind a México, así como los indicios de la oposición del gobierno de Huerta, llenaron las columnas de la prensa (3).

LIND Y EL GOBIERNO DE HUERTA

El 6 de agosto de 1913 la secretaría de Relaciones del gobierno huertista fue notificada oficialmente por la Embajada de los Estados Unidos de la llegada a México, en misión de paz, del señor John Lind como agente confidencial del señor Presidente Wilson, habiendo recibido dicha notificación el licenciado Manuel Garza Aldape que estuvo encargado de nuestra cancillería interinamente. La secretaría de Relaciones contestó a la Embajada norteamericana, con todo acierto, que si el señor Lind no tenía a bien justificar debidamente su carácter oficial, su permanencia no podía ser grata en el sentido diplomático ... (4)

Con tal advertencia míster Lind se presentó al ministro de Relaciones de Victoriano Huerta, que lo era Federico Gamboa, para hacerle entrega de la carta que lo acreditaba como enviado especial del Presidente norteamericano.

Gamboa, según sus propias palabras, encontró en Lind un hombre lleno de luces y animado de los más sanos propósitos porque la desgraciada tirantez de las relaciones que existen entre el gobierno de usted y el mío, alcance una solución pronta y satisfactoria ... (5)

En la segunda entrevista que tUvieron los mismos señores el 14 de agosto en la casa particular de Gamboa, Lind le entregó la nota oficial firmada por Woodrow Wilson y dirigida

A LAS PERSONAS QUE ACTUALMENTE TIENEN AUTORIDAD
O EJERCEN INFLUENCIA EN MÉXICO

Llame usted muy seriamente la atención de aquellas personas que actualmente tienen autoridad o ejercen influencia en México, sobre los siguientes consejos y consideraciones:

El gobierno de los Estados Unidos considera que no puede ya por más tiempo permanecer inactivo, siendo que día a día se hace más patente que en realidad nada se adelanta hacia el establecimiento, en la ciudad de México, de un gobierno que el país obedezca y respete.

El gobierno de los Estados Unidos no se encuentra en el mismo caso que los demás grandes gobiernos del mundo, respecto a lo que está sucediendo o lo que es probable que suceda en México. Ofrecemos nuestros buenos servicios, no sólo por nuestro sincero deseo de hacer el papel de amigos, sino también porque las potencias del mundo esperan de nosotros que obremos como amigo más próximo a México.

Queremos actuar en las presentes circunstancias, inspirados en la amistad más viva y desinteresada. Es nuestro propósito, en cuanto hagamos o propongamos con motivo de esta intrincada y angustiosa situación, no sólo rendir el más escrupuloso respeto a la soberanía e independencia de México, y damos por supuesto, que estamos obligados a ello por todos los deberes del derecho y del honor, sino también dar todas las pruebas posibles de que estamos obrando solamente por el interés de México, y no por el interés de ninguna persona o grupo de personas que puedan tener reclamaciones relacionadas con ellos o con sus propiedades en México, y que se consideren con derecho a exigir su arreglo.

Lo que intentamos es aconsejar a México por su propio bien y por interés de su propia paz, y no con ningún objeto sea el que fuera. El gobierno de los Estados Unidos se consideraría desacreditado si abrigara propósito alguno egoísta o ulterior, tratándose de negociaciones en que va de por medio la paz, la prosperidad y la felicidad de todo un pueblo. Obra, no por un interés egoísta, sino conforme a los dictados de su amistad hacia México.

La situación actual de México es incompatible con el cumplimiento de sus obligaciones internacionales, con el desarrollo de su propia civilización, y con el sostenimiento de condiciones políticas y económicas en Centroamérica. No es, pues, en ocasión ordinaria cuando los Estados Unidos ofrecen sus consejos y ayuda. La América entera clama, por un arreglo.

Una solución satisfactoria nos parece requerir las siguientes condiciones:

a) El cese inmediato de hostilidades en todo México, un armisticio definitivo solemnemente concertado y observado escrupulosamente.
b) Dar seguridades de una pronta y libre elección, en la que todos tomen parte por mutuo consentimiento.
c) El consentimiento del general Huerta, de comprometerse a no ser candidato en las elecciones de Presidente de la República en las presentes elecciones; y,
d) El compromiso general de someterse al resultado de las elecciones, y de cooperar de la manera más leal a la organización y sostén de la nueva administración.

Complacería al gobierno de los Estados Unidos desempeñar cualquier papel en este arreglo, o en la manera de llevarlo a término, siempre que se halle honorablemente de acuerdo con el derecho internacional. Se compromete a reconocer y ayudar de todos los modos posibles al gobierno que se elija y establezca en México, de la manera y bajo las condiciones indicadas.

Tomando todas las actuales condiciones en consideración, el gobierno de los Estados Unidos no concibe que haya razones suficientes a justificar a los que en la actualidad tratan de dar forma o ejercitan la autoridad en México, a rechazar los servicios amistosos que de esta manera se les ofrecen. ¿Puede México dar al mundo civilizado una razón satisfactoria para rechazar nuestros buenos servicios? Si México puede indicar algún medio mejor de demostrar nuestra amistad, de servir al pueblo de México, y de cumplir con nuestras obligaciones internacionales, estamos más que deseosos de tomar en consideración lo que proponga.

Firma.
Woodrow Wilson (6).

La respuesta del secretario de Relaciones fue la siguiente:

El gobierno de México ha prestado la atención que ellos se merecen, a los consejos y consideraciones que el de los Estados Unidos se ha servido dirigirle; y ello, por tres razones principales:

Primera, porque, según queda ya dicho arriba, le merece toda clase de respetos la personalidad del excelentísimo señor W. Wilson;

Segunda, porque algunos gobiernos europeos y americanos, con los que México se halla en las mejores relaciones de amistad internacional, se han servido del modo más delicado y respetuoso -lo que México profundamente agradece- interponer sus buenos oficios para el efecto de que México oyera a usted, supuesto que era portador de una misión privada del Presidente de los Estados Unidos; y,

Tercera, porque México estaba ansioso, no de justificar la actitud que tiene asumida en la actual emergencia, cerca de los habitantes de la República, que en su gran mayoría y con manifestaciones tan imponentes como ordenadas, le han significado su adhesión y aplauso, sino para que la justicia de su causa circunstanciadamente se aquilate en todas partes.

No es exacta la imputación que se formula en el primer párrafo, de que hasta hoy nada se haya adelantado para establecer en la capital de México un gobierno que merezca el respeto y la obediencia de la nación mexicana. Contra imputación tamaña, lanzada sin ningunas pruebas, entre otras causas porque no puede haberlas, compláceme, señor agente confidencial, enumerarle los siguientes hechos numéricamente elocuentes, y que en cierta medida a usted mismo tienen que constarle de vista.

Forman la República Mexicana, señor agente confidencial, veintisiete Estados, tres territorios y un distrito federal en el que radica el poder supremo de la República. De esos veintisiete Estados, dieciocho de ellos, los tres territorios y el Distrito Federal (lo que hace un total de veintidós entidades) se hallan en dominio absoluto del gobierno actual, quien dispone, además, de la casi totalidad de sus puertos y, por consiguiente, de las aduanas en ellos establecidas ...

Esta situación descrita por Gamboa, si coincidía con la verdad al principio de la Revolución, se modificó rápidamente con los triunfos del Ejército Constitucionalista que fue ensanchando su radio de acción al par que el gobierno de Huerta en la República disminuía a ojos vistas.

Por lo demás -sigue diciendo Gamboa-, mucho agradece mi gobierno los buenos oficios con que le brinda el gobierno de los Estados Unidos de América en estas circunstancias; reconoce que vienen inspirados en el noble deseo de desempeñar el papel de un amigo, así como en el de todos los demás gobiernos que esperan actúe como el más próximo amigo de México. Pero si tales buenos oficios han de ser de la naturaleza de los que hoy se nos ofrecen, habremos de renunciar a ellos del modo más categórico y definitivo.

En lo que tenía toda la razón, pues más que buenos oficios lo que estaba haciendo el señor Lind era intervenir de hecho y contra derecho en los asuntos internos de un Estado soberano, que no dejaba de serlo por estar representado en la capital federal por un gobierno espurio.

Consiguientemente -agrega Gamboa-, México no puede ni por un momento tomar en consideración las cuatro condiciones que el Excelentísimo señor Wilson se sirve proponerle por el respetable y digno conducto de usted. Diré a usted por qué: Un cese inmediato de la lucha en México, un armisticio definitivo solemnemente concertado y observado escrupulosamente no es posible, pues para ello sería menester que hubiera alguien capaz de proponerlo -sin ultrajar espantosamente a la civilización- a los muchos bandidos que, so capa de aquel o este pretexto, merodean hacia el Sur cometiendo las depredaciones más incalificables, y yo no sé de país alguno, los Estados Unidos de América inclusive, que se haya atrevido nunca a entrar en pactos o a proponer armisticios a individuos que quizá hasta por un accidente fisiológico se encuentran en todas las latitudes fuera de las leyes divinas y humanas. A los bandidos, señor agente confidencial, no se les amnistía; se principia por tratar de corregirlos, y cuando esto, desgraciadamente, no es dable, se siegan sus vidas con el objeto biológico y fundamental de que las espigas útiles crezcan y fructifiquen.

Afortunadamente para el porvenir de México, nosotros, los bandidos de la revolución, que nos encontrábamos fuera de las leyes divinas y humanas, seguimos luchando con ahincado tesón hasta triunfar de un ejército y de un gobierno que habían dejado en nuestra historia patria la mancha indeleble de sangre del mártir Madero, de su leal compañero Pino Suárez y de los miles y miles de patriotas que sucumbieron por derrumbar la tiranía huertista.

Respecto a los revolucionarios -sigue diciendo Gamboa-, que a sí mismos se llaman constitucionalistas y alguno de cuyos representantes ha sido escuchado por miembros del senado de los Estados Unidos de América, ¿qué más querríamos sino que, convencidos del abismo a que nos arrastra su pasión de vencidos, reaccionaran y depusieran sus enconos para venir a sumar sus esfuerzos con los nuestros, al efecto de emprender juntos la magna e ingente tarea de la reconstrucción nacional?

Por gran ventura también la pasión nos arrastró, no a la condición de vencidos, que deseaba el señor Gamboa, sino a la de triunfadores, pues si hubiera sido lo contrario México se habría encaminado por los precipicios de un desastre que quizá nos habría conducido a la pérdida de nuestra nacionalidad. Por eso no podíamos los revolucionarios deponer nuestros enconos para sumarnos a sus esfuerzos; porque esos esfuerzos de los usurpadores tendían a restablecer el antiguo régimen caído que, de haber surgido, hubiese significado no sólo un retroceso en nuestra política sino una vergüenza histórica, pues habría demostrado que el pueblo mexicano no contaba con la virilidad y el decoro precisos para castigar a un gobierno nacido de la violencia y la inmoralidad.

Desgraciadamente -sigue diciendo el canciller de Huerta- no se acogieron a la ley de amnistía que dio el gobierno del Presidente interino a raíz de su inauguración, antes al contrario, connotados revolucionarios que ejercían en la República cargos electivos o que disfrutaban de empleos remunerados abandonaron el país sin que nadie los molestara ...

Afirmación temeraria, pues los diputados que se incorporaron a la Revolución como Francisco Escudero, Roberto Pesqueira, Roque González Garza, el doctor Unda, Alfredo Álvarez, Eduardo Hay y el autor de esta Historia salieron del país clandestinamente, evadiendo la persecución de la policía huertiana. De mi persona, sé decir que si escapé de los esbirros del dictador no fue sin que nadie me molestara sino, al contrario, salvándome milagrosamente de tres órdenes de aprehensión dictadas en mi contra, la última en Veracruz, de la que me pude salvar gracias a la humanitaria bondad del señor capitán del barco francés La Navarre, donde me había embarcado, y que se negó a entregarme a dos sicarios que pretendían sacarme del trasatlántico obedeciendo órdenes directas del señor Presidente de la República.

El consentimiento que se solicita del señor general don Victoriano Huerta -continúa diciendo Gamboa-, para que se comprometa a no ser candidato a la Presidencia de la República en aquellas elecciones, no es de tomar en cuenta porque, aparte de lo peregrino y atentatorio de la solicitud, se corre el riesgo de que cualquiera lo interpretase como animadversión individual. Este punto solamente le toca resolverlo a la opinión pública mexicana cuando se manifieste en los comicios.

Contestación digna y enérgica del ministro de Relaciones de Huerta, que en esa forma demostraba que los dos bandos mexicanos que luchaban entere sí rechazaban la intervención.

Por dicha -termina diciendo Gamboa- la parte final de las instrucciones del señor Presidente Wilson, que aquí me permito transcribir y que dice: Si México puede indicar cualquier medio mejor con el que le demostremos nuestra amistad, que sirva al pueblo de México y que se compadezca con nuestras obligaciones internacionales, estamos más que deseosos de examinarlo, me hace proponer el siguiente arreglo, igualmente decoroso:

I. Que se acepte en Washington a nuestro embajador.
II. Que los Estados Unidos de América nos envíen uno nuevo, sin condiciones previas.

Y toda esta situación amenazante y angustiosa habrá alcanzado un término feliz; no se hará mención de las causas que aún podrían llevarnos, si la tirantez persiste, a quién sabe qué extremidades, incalculables para dos pueblos que tienen la obligación ineludible de continuar siendo amigos, siempre que esa amistad repose en el mutuo respeto indispensable entre dos entidades soberanas que ante el derecho y la justicia son totalmente iguales (7).

A esta nota del canciller huertista, contestó míster Lind:

Señor ministro:

No he recibido instrucciones del Presidente para contestar las observaciones que contiene la nota de usted fechada el 16 de agosto de 1913, y como a mi juicio no son pertinentes con respecto a las que contienen mis instrucciones originales del Presidente ...

En cuanto al camino que usted indica sigan los Estados Unidos, me permito decir que el Presidente considera que la cuestión del reconocimiento del gobierno de facto, y de cualquier gobierno futuro de México, es cosa que sólo a los Estados Unidos toca decidir. En el ejercicio de sus derechos soberanos, a este respecto, los Estados Unidos no vacilarán en indicar al gobierno de facto que solicite ser reconocido, especialmente en época de serios trastornos domésticos, que siga el camino que a juicio de los Estados Unidos puede solamente conducir al reconocimiento en lo futuro. En el caso actual, el Presidente de los Estados Unidos sincera y ardientemente cree que el gobierno de facto de México encontrará en sus indicaciones el medio más práctico para favorecer los más altos intereses de México y para asegurar el pronto restablecimiento de la tranquilidad doméstica.

Con ese espíritu, que es el mismo de las instrucciones originales, el Presidente me autoriza para someter a la consideración del gobierno de facto de Mexico las siguientes proposiciones:

I. Que las elecciones convocadas para octubre 26 de 1913, se lleven a efecto de acuerdo con la Constitución y las leyes de México;
II. Que el Presidente Huerta, de la manera que en un principio indicó el Presidente, dé las seguridades a que se refiere el párrafo c de mis primeras instrucciones;
III. Que las demás proposiciones contenidas en mis primeras instrucciones se discutan más tarde, pero prontamente, y se resuelvan según lo permitan las circunstancias y con el espíritu que se propusieron.

El Presidente me autoriza, además, a decir que si el gobierno de facto obra inmediatamente y conforme a las indicaciones mencionadas, entonces el Presidente asegurará a los banqueros americanos y a sus socios que el gobierno de los Estados Unidos vería con agrado la contratación de un préstamo inmediato, en cantidad suficiente para cubrir las necesidades del momento del gobierno de facto de México (8).

Esta segunda nota del agente confidencial del Presidente Wilson fue rechazada también con patriótica entereza por Federico Gamboa, al decir:

... si las proposiciones originales de usted eran ya inadmisibles, en la forma más restringida en que ahora se reproducen y agravan son más inadmisibles todavía; y llama la atención que se insista en ellas, si se atiende a que las primeras ya habían sido rechazadas.

Precisamente porque comprendemos el inmenso valor que tiene el principio de soberanía que con tanta oportunidad invoca el gobierno de los Estados Unidos para reconocernos o no, nos hizo creer que nunca se atrevería a proponernos el que nosotros vulneráramos la nuestra, admitiendo que un gobierno extranjero modifique la línea de conducta que hayamos de seguir en nuestra vida pública e independiente. Si en principio siquiera fuéramos a admitir los consejos y advertencias (llamémoslos así) de los Estados Unidos de América no sólo vulneraríamos, como digo arriba, nuestra soberanía, sino que comprometeríamos para un porvenir indefinido nuestros destinos de entidad soberana, y todas las futuras elecciones de Presidente quedarían sometidas al veto de cualquier Presidente de los Estados Unidos de América. Y enormidad tamaña, señor agente confidencial, yo le aseguro a usted que, a menos de no registrarse un cataclismo monstruoso y casi imposible en la conciencia mexicana, ningún gobierno se atreverá nunca a perpetrarla ...

A mi vez, señor agente confidencial, reproduzco a usted aquí la grata impresión que me deja como ciudadano de los Estados Unidos de América y como hábil, recto y bien intencionado representante personal del Excelentísimo señor Woodrow Wilson (9) ...

Parece ser, en efecto, que el agente confidencial del Presidente Wilson era un sujeto de muy buenas prendas personales, a quien se le encomend6 una tarea harto ingrata y desprovista del más absoluto fundamento jurídico y de una carencia total de sentido político.

Para convencerse de ello, basta percatarse de las pretensiones de Wilson, prácticamente imposibles de realizarse en México durante la Revoluci6n iniciada en 1913 a raíz del golpe de Estado:

I. Que cesaran las hostilidades entre los revolucionarios y el ejército federal. Sólo en la mente del ingenuo profesor de Princeton podía caber semejante idea absurda. ¿C6mo podía imaginarse míster Wilson que la Revolución se aviniera a pactar una cesación de hostilidades cuando, según la frase de Federico Gamboa, a los bandidos no se les amnistía; se principia por tratar de corregirlos, y cuando esto desgraciadamente no es dable, se siegan sus vidas con el objeto biológico y fundamental de que las espigas útiles crezcan y fructifiquen ... Lo que felizmente aconteció, sólo que las espigas que crecieron y fructificaron no fueron las que sembró con su traición y fertilizó con sangre de patriotas Victoriano Huerta, sino las que nacieron al conjuro de la Revolución Constitucionalista iniciada por Carranza, prohijada y sostenida por el pueblo mexicano y abonada por el mayor fertilizante: la sangre de sus mártires y de la justicia social que había de ser la médula de la Constitución de 1917.

II. Que hubiera elecciones libres. ¡Como si en una nación en armas, dividida por el abismo que existe entre la tiranía y la libertad, pudiese existir la más mínima posibilidad de que los pretorianos y el pueblo en armas dejaran sus fusiles en la paz del hogar para depositar sus votos en unas urnas que nadie respetaría!


Notas

(1) Ray Stannard Baker, op. cit.

(2) Ray Stannard Baker, op. cit.

(3) Ray Stannard Baker, op. cit., cap. III.

(4) Archivos de la Secretaría de Relaciones Exteriores, Misión confidencial de míster John Lind, representante del Presidente de los Estados Unidos. Documento número dos.

(5) Archivos de la Secretaría de Relaciones Exteriores ... op. cit.

(6) Archivos de la Secretaría de Relaciones Exteriores ... op. cit. Documento número uno.

(7) Archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores ... op. cit. Documento número dos.

(8) Archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores, op. cit. Documento número tres.

(9) Archivos de la Secretaría de Relaciones Exteriores ... op. cit. Documento número cuatro.
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