Índice de La conjuración de Martín Cortés de Juan Suárez de PeraltaCapítulo octavo Capítulo décimoBiblioteca Virtual Antorcha

La conjuración de Martín Cortés

Juan Suárez de Peralta

CAPÍTULO NOVENO

Que trata de la llegada de los jueces pesquisidores; cómo llegaron a México y de lo que hicieron en el negocio del marqués, y los demás, y de la justicia que hicieron, y de cómo degollaron a los dos hermanos don Pedro y don Baltasar de Quesada


Llegados los señores del Consejo al puerto, luego preguntaron por el marqués del Valle y en el punto en que estaban los negocios suyos, y aHí les dijeron cómo le habían los oidores remitido a España, y cómo; y dicen se dio el licenciado Muñoz una palmada en la frente, y dijo:

- ¿Es posible que no está en la tierra, y que es vivo?

Acudió el doctor Carrillo, y dicen que dijo:

- Y esos señores oidores ¿qué más querían sino ensangrentar sus manos en la cabeza del marqués, y Su Majestad fuera muy servido y les hiciera mucha merced? Cierto que si le hallaran en la tierra hicieran justicia de él y de sus hermanos, y no hay que dudar en ello.

Llegados, luego despacharon a los oidores y les escribieron, dándoles cuenta de su llegada, y mandaron hacer una cárcel, temeraria, lo primero, a manera de las del Santo Oficio, unas celdas muy oscuras, fortísimas y muy chicas, que sólo estar en ellas un día era gravísima pena, y éstas no había de haber en ellas y en cada una, sino uno o dos presos. Cuando se hacía la cárcel íbanla a ver muchos, y algunos de los que la estrenaron de ella salieron para la muerte; decíanse cosas de grandísima confusión, porque aún todavía creían que venían los jueces en favor del marqués, y así estaban que no sabían qué hacerse.

Llegados aquellos señores a México, muy a la sorda, ya estaba hecha la cárcel, que creo se hizo en quince días, porque andaban más de mil hombres en la obra, y aún no estaba bien enjuta sino corriendo agua, cuando fue poblada, que ya ellos traían memoria de los que habían de prender.

Luego prendieron, al primero a Baltasar de Aguilar, luego a los hermanos Bocanegras, a Bernardino de Bocanegra, y a Luis Ponce y a don Fernando y a don Francisco de Bocanegra, todos estos hermanos, y luego a don Martín Cortés, hermano del marqués del Valle, que le había dejado por gobernador del estado, y a otros muchos caballeros; a los cuales traían y luego los enjaulaban en aquellas celdas y cárcel infernal, y encima de las puertas ponían los nombres de los presos.

Aprisionáronlos con muy fuertes grillos, no les hablaba ánima nacida, y la comida se la metían por unas ventanitas de rejas, que serían de palmo y medio de largo y ancho, muy fuertes; las rejas de hierro.

Tormento a Baltasar de Aguilar

Ya presos, otro día luego que llegaron mandaron parecer ante ellos al Baltasar de Aguilar, y luego le desnudan y dánle el más bravo tormento que jamás se vio, que lo hicieron pedazos, no para sacar de él más de lo que había dicho, sino para que dijera cuál era verdad de los dos dichos que había dicho, el uno contra el marqués y el otro en su favor cuando le dijo ante el virrey.

El dijo, que la verdad era la que había dicho contra el marqués, cuando denunció, y que si otra cosa había dicho era por persuasión del virrey marqués de Falces, y que él lo enviaba a llamar cada hora para hacerle decir lo que había dicho; mas que la verdad era lo que primero dijo, y no otra cosa.

Era lástima verle cuál le dejaron hecho pedazos; volviéronle a la cárcel.

En este inter notificaron al virrey una cédula de Su Majestad, en que le mandaban ir a España en la flota que se había de ir la primera. No fue poca desgracia para el pobre caballero, porque fuera de esto en que se había metido, todos le querían mucho, y era muy buen gobernador. El se aprestó, que no quisiera, porque había muy poco que gobernaba.

Prisión de los dos hermanos Don Pedro y Don Baltasar de Quesada

Teniendo ya muchos presos, llenas todas las cárceles, dos caballeros que habían sido testigos contra el marqués del Valle, que llamaban don Pedro y don Baltasar de Quesada, hermanos ambos, estaban fuera de la ciudad, más de cincuenta leguas, en unas minas, y luego como supieron la venida de estos señores jueces, vinieron a México por la posta, a besarles las manos y manifestarles el servicio que habían hecho a Su Majestad en haber descubierto, y con sus dichos averiguado, el negocio contra el marqués y los demás conjurados. Llegados que llegaron, los mandaron llevar presos, y que los pusiesen en la celda de Baltasar de Aguilar con sus prisiones.

Ellos se espantaron de aquel hecho, que venían muy descuidados de que los habían de prender, sino antes hacerles mercedes como a servidores del rey, y aun después de presos no les faltó esta esperanza, y llevaban muy contentos la prisión con el seguro que tenían de que no habían de morir, y todos le tenían, y creían que tenerlos allí era para las averiguaciones que cada momento iban haciendo, y para carearlos con otros de quien habían depuesto, como lo hacían.

Tormentos a los hermanos del Marqués del Valle

Dábanse mucha prisa estos señores, que a mañana y a tarde no hacían sino dar tormentos y prender, y enviar por toda la tierra por indiciados, y traerlos. Era una de las más espantosas cosas que han sucedido en las Indias, porque ninguno estaba seguro, sino pensando que ya lo llevaban y le daban tormentos, que los dieron a todos los caballeros presos; y al hermano del marqués, que era caballero del hábito del señor Santiago, como a los demás tendieron en el burro y le desnudaron y le descoyuntaron. Había alabarderos que guardaban las casas reales, que no pasasen por las calles, por los gritos que daban aquellos caballeros en los tormentos, que era una lástima la mayor de la tierra.

Sentencia de Cristobal de Oñate a hacer cuartos

Habían condenado, en las confesiones que los oidores habían tomado, a un Cristóbal de Oñate, sobrino que decía ser del conquistador, el cual estaba en España en aquella sazón que hicieron justicia de Alonso de Avila, y envió la audiencia la culpa de este Cristóbal de Oñate al Consejo para que le prendiesen e hiciesen averiguaciones con él, porque estaba muy condenado.

Llegado este aviso al Consejo, luego le hizo prender, y tomarle la confesión: finalmente dijo muchas cosas, y sentenciáronlo a hacer cuartos, y en revista la secución se remitió a México, y que a él le trajesen donde se ejecutase la sentencia.

Trajéronle estos señores cuando vinieron, muy regalado por la mar y le metieron en la cárcel real de México, y de allí le sacaban a carearlo con otros que él había condenado en su dicho. Andando haciendo diligencias, y habiendo dado muchos tormentos y las causas para sentenciar, un día mandaron subir a rectificarse a Baltasar de Aguilar, que era el que entendían tenía más riesgos, y al que primero habían de justiciar; habiendo ya hecho cuartos al Oñate, y a un soldado que llamaban Alvarado, y a un mayordomo de Alonso de Avila que se llamaba Fulano Méndez, el cual dio grandísima lástima, porque era honradísimo hombre en lo exterior, y estaba gotoso de los pies, que no podía andar sino con dos muletas y a caballo; era de ochenta años, la barba y la cabeza blanca, que no tenía pelo que no fuese blanco: a éste con los dichos hicieron cuartos.

Cómo consolaban los dos hermanos Quesada a Baltasar de Aguilar

Tenían un estilo los jueces para notificar las sentencias (que todas eran sin embargo), que después de las doce de la noche, iba el secretario con la sentencia y el confesor, y hallábalos muy descuidados, y al amanecer ya estaba la mula y el Cristo a la puerta y el verdugo, y pregonero con la trompeta; y así los justiciaban, y todos los presos estaban con grandísimos sobresaltos, sin ninguna seguridad.

Una noche, habiendo antes rectificado al Baltasar de Aguilar y a don Pedro y a don Baltasar de Quesada, que todos tres estaban en una de aquellas celdas, y como he dicho, Baltasar de Aguilar esperaba por momentos la sentencia para hacer de él justicia (y toda la ciudad lo entendía siempre así, que había de morir), los hermanos Quesadas, que estaban con él, todas las horas y momentos no hacían sino consolarle y decirle que se encomendase a Nuestro Señor (y tenía cuatro o cinco hijos, y a una señora muy principal por mujer, y lastimábale mucho el no verlos, y despedirse de ellos); y decíanle los caballeros, que con él estaban (los Quesadas), que ellos le prometían de servirlos en lo que pudiesen, y a su mujer, la cual era deuda de deudos suyos, y con esto le entretenían.

Esta noche, que digo, a la hora que era costumbre, llegan a la puerta de la celda, y dan golpes, y aún no los hubieron bien dado, cuando el Baltasar de Aguilar se levanta, y arremete de un Cristo, que tenía allí, e híncase de rodillas y empieza a encomendarse a él llorando, y pidiéndole perdón de sus pecados, diciendo las mayores lástimas que él podía, dándose en los pechos grandísimos golpes, tanto que los que llevaban la sentencia se detuvieron un poco a oír aquellas exclamaciones; que me decía después el fraile, que entró con el secretario, que se enternecían de oírle, y los dos hermanos no hacían sino consolarle, desde sus camas, y prometerles misas y sufragios. Al fin tornaron a llamar a la puerta, y levantóse don Pedro de Quesada y abrió una aldaba que tenía echada en ella, la cual tenían echada, aunque por de fuera había unos muy gruesos cerrojos y las llaves tenía el alcaide, el cual era un caballero, que servía de capitán de la guarda, que se llamaba Juan de Céspedes; y abriendo, que abrió, se volvió a la cama, donde su hermano estaba consolando a Baltasar de Aguilar.

Notificación de las sentencias a Don Pedro y Don Baltasar

En entrando el secretario y el confesor y el capitán, luego se tendió en el suelo Aguilar, pidiéndole al fraile le oyese sus pecados, y esto con grandes gemidos. El fraile le levantó y le dijo se reportase, que Dios era misericordioso, y que confiase en su misericordia; y a esto, los dos hermanos no dejaban de decirle muchas cosas. El secretario sacó sus sentencias y dijo:

- Señores don Pedro y don Baltasar, oigan vuestras mercedes: estos señores han sentenciado a vuestras mercedes y es esta la sentencia. Las cuales fueron, que les fuesen cortadas las cabezas y perdimiento de bienes (y esto sin embargo); y que ya no tenían remedio, que se confesasen, porque a las ocho del día ya estarían justiciados.

Considérese qué sentirían estos pobres caballeros, que tan cuitados estaban de morir por aquello, sino vivían con gran esperanza de que se les había de hacer merced por los dichos que dijeron en servicio de Su Majestad, y que estaban consolando al otro y prometiéndole misas y oraciones. Caso por cierto bien propio del mundo, para que se entienda lo que en él pasa, y cuán poca seguridad se puede tener de él.

Con esta alteración se levantaron y aún no lo creían, y dijeron:

- ¿Es cierto eso, señor secretario?

Respondió él:

- Sí; y tanto, que no hay que poner duda, sino que vuestras mercedes se aprovechen de esta poca vida que les queda pidiendo a Dios perdón, y haciendo como caballeros, que este es el crisol en que se finan los ánimos de los tales; ténganle vuestras mercedes y hagan sus diligencias.

Entonces empezaron a encomendarse a Nuestro Señor y se confesaron, y aunque desapercibidos hicieron su posible como muy buenos caballeros y cristianos.

El Baltasar de Aguilar aún no estaba seguro, hasta que vio salir al secretario, y él hacía lo que con él habían hecho aquellos caballeros, que los consolaba y encomendaba a Dios.

Cortaron las cabezas a los dos hermanos Don Pedro y Don Baltasar de Quesada

Al amanecer oyeron las campanillas de las cofradías, y acudieron muchos a la plaza y puerta de la cárcel, a ver salir alguno a justiciar, y todos creían que fuera Baltasar de Aguilar, y como veían dos mulas y dos crucifijos estaban dudosos quién serían, echando mil juicios si eran alguno de los Bocanegras u otro de los caballeros que estaban presos. Cuando los vieron salir, a los dos pobres hermanos, con sus Cristos en las manos, encomendándose a ellos, fue juicio ver la gente abofetearse y llorar, que ponían los gritos en el cielo; porque estos caballeros eran muy bien quistos y muy honrados, y no hubo en toda la ciudad quien pensara tal, sino que estaban más libres que los que servían al rey; a ellos les cortaron las cabezas y acabaron sus días.

Fue la justicia de estos caballeros, porque fueron los terceros a denunciar, que según la ley manda, que a los primeros se les haga merced, y a los segundos sean perdonados, y a los terceros que mueran; y así se hizo con ellos.

Dicen le pesó al rey, y a los del Consejo, la muerte de estos caballeros, porque es cierto ellos ayudaron a verificar el negocio y vinieron a declarar con gana de servir a Su Majestad, y que cuando vinieron a decir sus dichos, fue creyendo le hacían mucho servicio y que por ello les habían de hacer merced; aunque harto grande se la hicieron si fueron a gozar de Dios, que sí irían, según nuestra fe, porque ellos murieron como muy buenos cristianos, y se les dijeron muchas misas y oraciones.
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