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La conjuración de Martín Cortés

Juan Suárez de Peralta

CAPÍTULO QUINTO

Que trata de lo que sucedió después del marqués preso, y de las sentencias que dieron a los dos hermanos Alvarados


Presos ya todos los dichos, y puestos en prisiones fuertes y con muchas guardas, y tomadas las confesiones de los testigos y delincuentes, daban mandamientos para encarcelar y prender a todos los indiciados y a los amigos del marqués. Prendieron a un Maldonado, que hallaron muy culpado, y no se trataba de otra cosa aquellos días, ni los hombres estaban en sí, viendo tantas prisiones; hasta frailes en sus monasterios y clérigos en la cárcel arzobispal, y no les parecía a ninguno estar seguro, sino que le habían de prender, y vivían con grandísimo miedo: y más ver tantos soldados por las calles, armados, de a pie y de a caballo, entrar en las iglesias (en las que jamás vieron tal), los hombres armados con sus arcabuces y mechas encendidas, cuando se decía misa y sermón; que quedaban todos, niños y mujeres, espantados y escandalizados. De noche, mucha gente de a caballo y de a pie rondando, que se repartía la ronda entre los caballeros, por su rueda y horas, hasta el día; los caballos jamás se desensillaban, los frenos a los arzones; y tomaban por costumbre de en topando a cualquier hombre o mujer le preguntaban:

- ¿Quién vive?, y aún no lo acababan de preguntar cuando respondían:

- El rey don Felipe nuestro señor.

Como echaron en la acequia a Villarberche, Mercader

Una noche, pasando un mercader que se llamaba Villarberche por la plaza, que iba a su casa y sin espada, porque era un hombre muy llano, llegóse a él la guarda que guardaba las casas reales donde el marqués y sus hermanos estaban presos y vivían los oidores (las cuales se guardaban con mucha gente, que pájaro no podía pasar sin que le viesen, y buscasen las armas que llevaba), y acaso pasó este mercader y llegaron a él la guarda y le dijeron:

- ¿Quién vive?

Él era medio sordo y pensó que le preguntaban quién pasa, y respondió muy presto:

- Villarberche.

No lo hubo acabado de decir cuando le arrebatan y dan con él en el suelo, medio muerto, y de allí le toman y le echan en la acequia, que pasa por delante de las casas reales, que le hubieran de ahogar; y el pobre hombre no debía estar tan desatinado que oyó decir:

- ¡Cuerpo de Dios! ¿Villarberche vive?

Y como se debió acordar del uso, daba muchos gritos:

- ¡No vive, sino el rey nuestro señor don Felipe!

Y como nunca falta algún amigo, túvole el pobre mercader en esta ocasión, que le defendió, diciendo:

- Paso, paso por amor de Dios, dejadle, no le matéis.

Que si no a el le matan a partesanazos; y salió hecho cual la malaventura, mojado todo, y medio ahogado, y se fue a su casa, y luego, otro día, cerró la tienda, y juró de no salir de su posada hasta que no hubiesen soldados por las calles. Con esto se prevenían muchachos, y todos a decir:

- ¡Vive el rey!

Los juicios que se echaban, las cosas que se decían, cierto, eran días aquellos temerarios y de grandísima confusión; y más para el marqués y sus amigos, que ni aun preguntar por él no osaban. Allí se mostraban bien los apasionados, que so color de servir al rey, decían las cosas que tenían represadas y manifestaban lo que antes no osaban.

Prisión de Fray Luis Cal

Prendieron los frailes de San Francisco, y le tuvieron recluso, a uno de los graves frailes que tenían en toda su provincia, que fue a fray Luis Cal, guardián del monasterio de Santiago Tlatelolco, porque dicen fue él uno de los que dieron parecer, con el deán de México, sobre que lícitamente podía el marqués ser rey de la Nueva España; y el deán decíase que se había ofrecido a ir por la investidura a el Papa.

Estaba preso otro clérigo que se llamaba Maldonado, caballero, natural de Granada, y otros muchos, de que ya se irá tratando el suceso de ellos.

Hiciéronle cargo al marqués, que un día de la Semana Santa, el miércoles de Tinieblas, habiéndose ido él a recoger aquellos días al monasterio de Santiago, donde era guardián fray Luis Cal, se habían tratado de la rebelión muchas cosas, y que aquella tarde, después de haber dicho tinieblas, de secreto salieron él y Bernardino Pacheco de Bocanegra (un caballero cuñado de la señora que hemos dicho, a quien decían servía el marqués), y salidos, pasó lo que está en el proceso, a que me remito, que no quiero de ello tratar, y el descargo que él dio de ello: el cual fue uno de los que más daño le hiceron, y aun la confesión que el marqués hizo fue muy diferente de lo que prometía su entendimíento y viveza.

En el negocio pasaron muchas cosas, que las más dejo de tratar por ser de la calidad que es; sólo diré algunas que me parece hacen a mi propósito.

Después de haber tomado al marqués su confesión, y a sus hermanos y a Alonso de Ávila y su hermano, los oidores dejaron todos los negocios ordinarios y pleitos, y dieron en solo éste; procediendo contra los dos hermanos Alvarados, dándoles por horas los términos, y a mañana y a tarde asistían en la audiencia a puerta cerrada, tomando testigos; pues, esto no fue de de ver y de notar, como los pobres caballeros no hallaban quien les ayudase, letrado, ni procurador, pensando deservían al rey, hasta que, con pena mandaron les ayudasen; pues para presentar testigos, y que dijesen en su favor, y en las tachas de los que habían jurado contra ellos, no habían quien osase.

Sentencia contra los hermanos Alonso de Avila y Gil González. Notifican las sentencias

Al fin se hallaron, y hecha la información y concluso el pleito y para sentenciarle, los sentenciaron a cortar las cabezas, y puestas en la picota, y perdimiento de todos sus bienes, y las casas sembradas de sal y derribadas por el suelo, y en medio un padrón en él escrito con letras grandes su delito, y que aquel se estuviese para siempre jamás, que nadie fuese osado a quitarle ni borrarle letra so pena de muerte; y que el pregón dijese:

Esta es la justicia que manda hacer Su Majestad y la real audiencia de México, en su nombre, a estos hombres, por traidores contra la corona real, etcétera.

Y así proseguía el pregón. Fuéronles a notificar la sentencia; ya se entenderá cómo se debió recibir. Dicen, el Alonso de Avila, en acabándosela de leer, se dio una palmada en la frente, y dijo:

- ¿Es posible esto?

Dijéronle:

- Sí, señor; y lo que conviene es que os pongáis bien con Dios y le supliquéis perdone vuestros pecados.

Y él respondió:

- ¿No hay otro remedio?

- No.

Y entonces empezáronle a destilar las lágrimas de los ojos por el rostro abajo, que le tenía muy lindo, y él, que le curaba con mucho cuidado, era muy blanco y muy gentil hombre, y muy galán, tanto que le llamaban dama, porque ninguna por mucho que lo fuese tenía tanta cuenta de pulirse y andar en orden: el que más bien se traía era él y con más criados, y podía, porque era muy rico; cierto que era de los más lucidos caballeros que había en México.

Lo que dijo Alonso de Avila

Desde a un poco, después que la barba y rostro tenía bañados en lágrimas, dio un gran respiro y dijo:

- ¡Ay, hijos míos, y mi querida mujer! Ha de ser posible que esto suceda en quien pensaba daros descanso y mucha honra, después de Dios, y que haya dado la fortuna vuelta tan contraria, que la cabeza y rostro regalado, vosotros habéis de ver en la picota, al agua y al sereno, como se ven las de los muy bajos e infames que la justicia castiga por hechos atroces y feos? ¿Esta es la honra, hijos míos, que de mí esperabais ver? ¡Inhabilitados de las preeminencias de caballeros! Mucho mejor os estuviera ser hijos de un muy bajo padre, que jamás supo de honra.

Estas y otras palabras de grandísima lástima, decía. Halláronse con él unos frailes y le dijeron:

- Señor, no es tiempo de eso, acudid a vuestra alma: suplicad a Dios se duela de vuestros pecados y os perdone, que él remediará lo uno y lo otro.

Y dieron orden para suplicar de aquella sentencia, y así se hizo, que suplicaron de ella, y fuéles recibida la suplicación, y al fin se confirmó en revista, pasadas las horas que se dieron de término, que fueron pocas. Lo que se dilató la una sentencia de la otra, no quiso Alons o de Ávila comer bocado ni dormir, sino encomendándose a Dios muy de veras, y su hermano lo mismo. Ellos confesaron el delito, y que habían tratado de lo que eran acusados, y condenaron al marqués y a otros, como consta por sus confesiones.
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