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La conjuración de Martín Cortés

Juan Suárez de Peralta

CAPÍTULO CUARTO

Que trata de cómo los oidores, hecha la información contra el marqués y los demás, le prendieron, y a sus hermanos, y a Alonso de Avila y a su hermano


Después de haber denunciado Baltasar de Aguilar de sí y del marqués y los demás, y los que arriba hemos dicho, vinieron a denunciar el licenciado Espinosa, un clérigo, y Pedro de Aguilar, sacristán de la Vera Cruz, al cual llamaban por mal nombre Aguilarejo: que aunque no hubieran cometido más delito, los que a éste dieron parte, de haberIe admitido para hablarle, no digo en cosa de tanta importancia, sino de cosas en que sirviera de su oficio, merecían mucha pena. Ninguno puede decir más de él que yo, porque le conocí, antes de ser sacristán harto desventurado. Y siéndolo, porque se dijo había dicho una cosa de un mozo harto pobre, le dio una cuchillada por la cara, muy bien señalada, y aun no tuvo él a poca ventura quedarse con sola la cuchillada. Pues digamos, ¿tenía algunas partes que por ellas se le podía hacer amistad? necio declaradísimo, y cobarde y sin persona, ni haber sido soldado, sino que como era sacristán, le debió dar parte el clérigo Espinosa, que acostumbraba a ir a decir misa a aquella iglesia donde él era sacristán. Séase lo que se fuere, él fue a decir su dicho, y tomádole con el del licenciado Espinosa, que deponían de vista, ya tenían los oidores razonable información; y luego acudieron otros dos caballeros a denunciar, los cuales eran hermanos, y se llamaban el uno don Pedro y el otro don Baltasar de Quesada. Eran muy principales caballeros, y éstos fueron los terceros, y depusieron muy largo, contestando con el Aguilarejo y con el licenciado y los demás. Visto los oidores que la información era bastante para prenderlos, trataron de lo hacer.

Parió la marquesa del Valle un hijo. Torneo al bautismo del hijo del marqués

En este tiempo vino a parir la marquesa del Valle un hijo, con el cual se holgaron mucho los de la parte del marqués y luego trataron de hacer un torneo el día que le bautizasen, y ordenáronlo muy costoso, aunque no entró en él la gente de don Luis de Velasco, que eran los que mejor lo podían hacer honrando más la fiesta. Ella se hizo con mucha música y gran aparato: hízose un pasadizo desde unas ventanas del marqués a la iglesia mayor, todo enramado de flores y arcos triunfales y bosquería, con una puerta donde estaban dos caballeros armados, que defendían el paso, los cuales combatían con los que traían el niño a bautizar, y como los iban venciendo, los prendían, hasta que llegó el compadre y peleó con los que defendían el paso, y luego le allanó, y llevaron al infante y le bautizaron y le pusieron por nombre Pedro; y a la vuelta combatieron los unos y los otros la folla: cierto que pareció bien. Este día salió a caballo un oidor, y a la jineta, que fue el doctor Horozco, y con él mucha gente, todos armados de secreto, porque no sucediese algo de lo tratado. La fiesta se acabó, y ellos no entendían cosa de las que se trataban.

Convidó Alonso de Ávila a la marquesa a una muy brava cena, y antes había de haber, como la hubo, una máscara de a caballo. En todas estas ocasiones pensaban que en una había de ser el alzamiento, y de secreto se armaban los oidores y los del rey, y andaban con aviso. Hízose la máscara muy regocijada, y luego la cena, la cual fue muy cumplida y muy costosa, en la que se sirvieron unos vasos, que allá llaman alcarrazas y unos jarros de barro, y éstos se hicieron en el pueblo de Alonso de Ávila, en Cuautitlán, que se hace allí mucho barro, y por gala les mandaron poner a todos unas cifras, de esta manera: una erre y encima una corona. Esta tenían todos los jarros y alcarrazas, y púsole Alonso de Ávila, él por su mano, una alcarraza mayor que las otras, con esta cifra, a la marquesa.

No creo, habían bien empezado la comida, cuando ya una de aquellas tenían los oidores y decían que quería decir la cifra reinaras. Guardáronla. Acabada esta cena se fueron todos a sus casas y, como he dicho, no se hablaba cosa que luego no la sabían los jueces, y la asentaban.

Agustín de Villanueva Cervantes. Habla el marqués

Dijéronle al marqués que le había de acudir un caballero muy rico y a quien él honraba mucho, y la cabeza de todos los con quien él tenía la enemistad, y él no creyó tal, y diciéndoselo respondió:

- Si Agustín de Villanueva me acude (él así se llamaba), tenerlo he yo en mucho, y holgaré de ello.

- Pues señor, decídselo, que él lo hará.

Y el marqués no se atrevía. Al fin envióle a llamar, y Agustín de Villanueva no quiso ir sin luego de ello dar cuenta a la audiencia, y así lo hizo (tenía este caballero muy buena opinión con todos, y era muy querido); y después de haber hablado a los oidores, le mandaron que fuese al marqués, y le oyese y supiese de él el punto en que estaba el negocio y que le concediese todo lo que le pidiese, prometiéndole de le ayudar y acudir; y que esto se lo mandaban en nombre de Su Majestad porque así convenía a su servicio.

El obedeció a los oidores y les pidió que para su resguardo le diesen una provisión, sellada con el sello real, en que por ella le mandasen aquello. Así se hizo, y se la dieron, con palabras muy honradas y de mucha confianza, y tomádola se fue a su casa, y se echó una cota, y se confesó y comulgó, creyendo iba adonde le habían de matar. Fue y besó las manos al marqués, y él le recibió muy bien, y desde a un poco se metieron en un aposento, donde hablaron largo, y Agustín de Villanueva trató con él todo lo que llevaba por orden de la audiencia, de suerte que el marqués quedó muy contento, y le pidió volviese allá, y él lo hizo así, y supo de él lo que tenían tratado; y de todo iba a dar cuenta a los oidores.

Los oidores envian a llamar al marqués

Ya que ellos tenían hecha su información, entraron en acuerdo para determinar la prisión del marqués, y de sus hermanos don Luis Cortés, de la orden de Calatrava, y don Martín Cortés, de la del señor Santiago, y Alonso de Ávila Alvarado, y Gil González Alvarado su hermano. Y parece que Dios quiso quitar escándalo, y aun la ocasión que se ofreciera de mucho mal, si al marqués enviaran a prender a su casa, con publicidad; y permitió Nuestro Señor que estando los oidores en el acuerdo, en las casas reales, llegó un correo con la nueva y cartas que había venido un navío de aviso de España y el pliego de Su Majestad; que deseaban la venida de este navío como la salvación. Es costumbre, cuando llega pliego del rey, juntarse el virrey y la audiencia a abrirlo, y como llegó éste en esta ocasión, enviaron a llamar al marqués con un portero, que viniese a hallarse al abrir el pliego; y él vino luego a caballo acompañado de sus criados. Estaban las casas reales llenas de gente, que no cabían (las cuales son grandísimas); la plaza llena era un juicio, y todos a saber nuevas y cobrar cartas, y muy descuidados de lo que después sucedió. Tenían los oidores puesta gente de los que más se fiaban, en las salas y puertas, muy de secreto, y a don Francisco de Velasco, hermano del virrey don Luis de Velasco, que visitase la gente, y así lo hacía.

Prisión del marqués

Llegado que llegó el marqués y entró por las salas, iba diciendo: Ea, que. buenas nuevas hemos de tener. Acuérdome que llevaba vestida una ropa de damasco larga, de verano, que era esto por julio, y encima un herreruelo negro, y su espada ceñida, y en entrando en el acuerdo, donde los oidores estaban, lo recibieron y dieron su asiento, y en sentándose, se levantó un oidor y se llegó a él y le dijo: Déme vuesa señoría esa espada. Y diósela, y luego le dijo: Sea preso por Su Majestad

Juzgue aquí cada uno cuál quedaría el marqués, y qué sentiría; y dicen que respondió: ¿Por qué? Luego se dirá. No entendió que aquella prisión era por lo que fue, sino que debía haber venido en aquel pliego provisión del rey para prenderle.

Prisión de Martín Cortés

Luego como el marqués fue preso, sin que afuera se entendiese enviaron a llamar los oidores a Juan de Sámano, alguacil mayor, y le dieron mandamiento para prender los hermanos del marqués; el cual fue luego y halló a don Martín Cortés, que estaba muy descuidado, y llegó a él y le dijo:

- Aquellos señores llaman a vuesa merced.

Y él luego pidió la capa y la espada, y se la trajeron, y al ponerse la espada, se la pidió el alguacil mayor y le dijo:

- Esta no puede vuesa merced llevar, porque va preso.

Y él le dijo:

- Pues ¿por qué? (que creyó lo mismo que su hermano el marqués).

Y respondióle Juan de Sámano:

- No lo sé, más de que me mandaron llevase a vuesa merced preso, y como a tal le llevaré.

Y así bajaron. Fue con el alguacil mayor mucha gente, el cual, bajando abajo le mandó subir en un caballo morcillo, de hermosísima persona, en que el marqués había ido aquel día al llamado de los oidores, y subido, le hizo bajar las riendas y diólas a un lacayo, e hizo poner otros dos a los dos lados que llevasen al caballo por las cabezadas, y otros dos a los estribos y los llevasen asidos; y el alguacil mayor detrás a caballo. De esta suerte le metió por las casas reales, que estaban ya tomadas las puertas con gente de a caballo y de a pie, y la artillería puesta en orden, tomadas las calles; y era capitán general don Francisco de Velasco. Entró don Martín preso, de esta suerte, y quedó la gente admirada, y espantada, y luego se supo la prisión del marqués.

Prisión de Alonso de Avila y de su hermano

Diósele otro mandamiento a un caballero, que se llamaba Manuel de Villegas, el cual era alcalde ordinario, para que fuera a prender a Alonso de Ávila Alvarado, y a su hermano Gil González; y fue a las casas de Alonso de Ávila, donde le halló, y a su hermano que acababa de venir de su pueblo, y aún no tenía quitadas las espuelas, que calzadas las llevó a la cárcel. A todos llevaban delante de los oidores, y de allí los mandaban llevar a la prisión que habían de tener. Al marqués le metieron en unos aposentos muy fuertes de la casa real y con muchas guardas, y a Alonso de Ávila y a su hermano en la cárcel de corte; a los hermanos en otra parte de las casas reales muy guardados, y en prisiones; sólo al marqués no se le echaron, mas tuvo muchas guardas, y eran cuatro caballeros los que guardaban las puertas donde él estaba, que ni aun paje no entraba donde le tenían. Vióse el pobre caballero muy afligido, y la tierra muy alborotada.
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