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La conjuración de Martín Cortés

Juan Suárez de Peralta

CAPÍTULO UNDÉCIMO

Que trata de cómo llegó el virrey al puerto, y el doctor Carrillo con todos los presos y halló allí aviso de Su Majestad para que ambos se fuesen acabados los negocios, el licenciado Muñoz y Carrillo, y que la audiencia gobernase


Acabados los negocios a que habían venido los jueces, dieron orden que los presos se fuesen al puerto, proveyendo guardas para la seguridad de ellos, y los caballeros que habían de ir ofrecieron muchas fianzas, de que irían dentro del término que les diesen y se presentarían en el puerto, las cuales aceptaron; y ellos las dieron y se fueron como quedaron; y ya el virrey estaba allá con su mujer y casa. Llegado que llegó el doctor Carrillo, a cabo de dos días que había llegado, vino un navío que le traía el hábito del señor Santiago, que Su Majestad le había hecho merced, y allí en el puerto le tomó; y traía también mandato para que se fuesen ambos jueces y quedase la audiencia gobernando. El licenciado Muñoz había que gobernaba como diez o doce días, y un día que estaba en la iglesia mayor oyendo misa, con la autoridad de virrey, con su guarda y sitial, llegó la nueva en que le mandaban ir, y luego que salió de allí, aquel mismo día, aliñó su partida. Fue la revuelta que había en la ciudad grandísima; a unos les pesaba en el alma y otros se holgaban.

Muerte de Alonso de Solórzano, juez de residencia, de ver una carta de Muñoz

Estuvo Muñoz en opinión, en la tierra, de cruelísimo, y Carrillo muy piadoso, y eran allá en el secreto muy diferentes, según decían, porque Muñoz, en los tormentos se apiadaba más y era muy blando, y Carrillo áspero, y en las sentencias criminalísimo, y vivían con este engaño todos, que temblaban de Muñoz y le echaban millones de maldiciones; y tanto le temían, que me acaeció lo que diré.

Yo había servido el oficio de corregidor y alcalde mayor de la provincia de Huatitlán, y cumplí en el tiempo que estos señores estaban en México y di mi residencia, y en el recibir mis descargos, el juez a quien se había cometido, que se llamaba Alonso de Solórzano, en ciertos descargos halléle sospechoso y que era de parte de un fraile que me seguía: juréle que me había de quejar al licenciado Muñoz, como lo hice, el cual me dio una carta para él, que le decía que en lo que le estaba cometido de mi residencia, que mirase lo que hacía, porque le habían dicho no procedía bien en ella haciéndome agravio, y que él vendría a México donde sabría todo lo que pasaba. Es cierto, verdad, que le di la carta sábado al anochecer, y que el martes era ya enterrado de puro miedo. Le dio una calentura, que por momentos me enviaba a llamar y me decía:

- Señor, ¿estaba muy enojado el señor licenciado?

A las primeras preguntas le decía yo que sí, y después que entendí su miedo, le consolaba; no aprovechó, porque él murió, como digo. Tenía el licenciado Muñoz muy ásperas palabras, y con esto espantaba, y el otro no.

Habiéndose ya despedido de todos y despachádose, salió de México, lunes, otro día después de haberle llegado la nueva, porque había determinado el doctor Carrillo de esperarle, aunque fuesen seis meses, y así lo hizo; y él se dio mucha prisa, y llegó al puerto, donde halló que le esperaban para luego hacerse a la vela. Salió toda la ciudad con el licenciado Muñoz, acompañándole, y los más caballeros; fueron una jornada, donde se despidieron, y cierto que holgaran de que quedara en la gobernación porque le habían tomado buena voluntad. Él se embarcó y su compañero y el virrey marqués de Falces y los presos, mandando él toda la armada.

Enfermedad del doctor Carrillo y de cómo murió

Embarcados y hechos a la vela, a cabo de algunos días que navegaban, dio al doctor Carrillo una apoplejía terrible, que parece que usó Dios aquí milagro; quitósele la habla, y para volverle en su juicio le daban cruelísimos tormentos, y hacíanle abrir la boca con unos palos para hacerle pasar algunos brebajos, aplicados al remedio que había menester, y decían que de la misma manera que él hacía dar los tormentos, se la daban a él; esto bien se deja entender, era glosa, fundada en pasión. En efecto, esto se le hacía, y nada no aprovechó a volverle en su juicio, y fue Dios servido que muriese; y por no echarle en la mar, dieron orden de abrirle y sacarle las tripas y salarle y llevarle de aquella manera a tierra, que era a La Habana, en cuya demanda iban.

Cómo se levantaron borrascas en la mar y decían lo causaba el cuerpo muerto de Carrillo

Tienen los marineros por cosa de prodigio, llevar, cuando navegan, cuerpo muerto de hombre en el navío, porque dicen es causa de muchas tormentas, y no poder hacer su viaje; y como llevaban el cuerpo del doctor Carrillo, abierto y salado, levantóseles algunas borrascas, y entendieron lo causaba el difunto, y dieron orden de echarle a la mar.

Esto contradijo el licenciado Muñoz, y entretuvo a los pilotos diciéndoles que ya estaban cerca de tierra y que allí le enterrarían; con esto disimularon un día, y visto que no cesaba, le revolvieron en unas esteras y le liaron muy bien, y con un cabo le echaron a la mar para llevarle a jorro hasta tierra.

Oí decir que tampoco cesaba la tormenta habiendo hecho todas las diligencias, y que no bastaba, le cortaron el cabo y se le dejaron en la mar.

Cosa por cierto para considerarla; ver un hombre con tanto poder vivo, que mataba hombres y daba vida a los que él quería, y con tan grave oficio, venir después a darle tan grandes tormentos, y abrirle, desnudándolo en cueros vivos, echándole a plaza todos sus interiores, que no eran parte su gravedad y cargo y hábito del señor Santiago, ni la hacienda que tenía, ni nobleza de sangre, para dejarle de revolver en unas muy sucias esteras llenas de brea, y liarle, y ponerle donde no fuese causa y la diese para tener de él asco los muy asquerosos grumetes y pajes de nao, sino que todos se tapaban las narices y volvían las cabezas huyendo de su mal olor y por no verle. Y que el cuerpo que estaba acostumbrado a revolverse en muy regaladas sábanas, y en una muy blanda cama, y que todos le convidaban con el más honrado lugar y mejor, no le hallar en todo un navío, ni aun donde viene el lastre, sino que le echaron a la mar como lo hicieran muriéndose un perro. Es verdad que todas las veces que llego a este paso, me pone admiración y grandísimo odio con el mundo, y no quisiera haber sido en él; no será el primero ni el postrero suceso que como éste suceda en él, y que Nuestro Señor lo permita, para que nos desengañemos de lo que tanto nos importa.

Llegados que llegaron a La Habana, estando en ella los días que fue necesario, hicieron su viaje hasta llegar a España.
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