Índice de Compendio de la historia de México de Manuel PaynoLección XXXVIII de la Cuarta ParteLección XL de la Cuarta ParteBiblioteca Virtual Antorcha

COMPENDIO DE LA HISTORIA DE MÉXICO

Manuel Payno

Cuarta parte

HISTORIA MODERNA
De mayo de 1876 a principios de 1878

LECCIÓN XXXIX

Entrada a la capital del general Porfirio Díaz.- Plan de Tuxtepec reformado en Palo Blanco.- Organización del ministerio en México.- El señor Iglesias en Guanajuato.- El general Méndez queda encargado del Ejecutivo.- Negociaciones.- La campaña del general Díaz en el interior.- Marcha del señor Iglesias para el Manzanillo y San Francisco.- Su regreso a México.- El señor Lerdo se embarca en Acapulco y llega a Nueva York.


- ¿Cómo siguió la ciudad después que la abandonaron las autoridades constitucionales?

- Expuesta a las contingencias que trae consigo la falta de un gobierno, bien que en México se ha experimenrado ya, que nunca están mejor los habitantes que cuando no tienen sino autoridades transitorias y simplemente municipales.

- ¿No hubo algunos desórdenes, robos o asesinatos?

- Afortunadamente nada lamentable ocurrió, y salvo algunas reuniones poco numerosas que recorrieron las calles gritando mueras a Lerdo y tirando una que otra pedrada, el orden se conservó. El 24 de noviembre en la tarde entró a la capital el general Porfirio Díaz acompañado de don Feliciano Chavarría que lo salió a recibir. El domingo 26 hicieron su entrada solemne las fuerzas llamadas constitucionalistas, que se componían en parte de los indlos de la sierra de Oaxaca y Puebla, mal vestidos, por no decir ~así desnudos, y con un armamento incompleto y de diversos calibres, y en parte de tropas lerdistas (momentos antes), que habían sido refundidas e incorporadas y que presentaban un mejor aspecto. El 26 por bando solemne se publicó el Plan de Tuxtepec con las reformas hechas en Palo Blanco, y quedó el general Díaz de presidente provisional como general en jefe del Ejército Constitucionalista que había triunfado. De pronto se cortaron las comunicaciones con Guanajuato. El 28 el general Díaz organizó el ministerio como sigue:

Relaciones, licenciado don Ignacio Vallarta;
Gobernación, licenciado don Protasio Tagle;
Justicia, licenciado don Ignacio Ramírez;
Fomento, licenciado don Vicente Riva Palacio;
Hacienda, licenciado don Justo Benítez;
Guerra, licenciado don Pedro Ogazón.

Oficiales mayores:

1° de Relaciones, licenciado Alfredo Chavero;
2° de Gobernación, licenciado Luis C. Curiel;
4° de Fomento licenciado Ignacio M. Altamirano;
5° de Hacienda, licenciado Nicolás Pizarro Suárez;
6° de Guerra, general Justo Álvarez.

Para gobernador del Distrito se nombró a don Agustín del Río.

Como por el Plan de Tuxtepec los empleados y funcionarios de todas las clases fueron separados de hecho del servicio, las oficinas quedaron solas, el despacho se hizo con dificultad, y el nuevo gobierno, además del personal del gabinete que queda mencionado, tuvo que hacer inmediatamente diversos nombramientos de jefes y empleados subalternos. El personal de directores y profesores de los establecimientos de instrucción pública, con señaladas excepciones, adoptó el Plan de Tuxtepec, quedando en el desempeño de sus cátedras.

Los vencidos temían ser perseguidos de diversas maneras; pero pasaron días sin que el gobierno diese providencia alguna, de modo que poco a poco fueron dándose a luz y apareciendo en las calles los lerdistas.

El general don Ignacio Mejía, desde que se separó del Ministerio de la Guerra, había permanecido retirado en su casa en la calle de Capuchinas. El general Díaz lo llamó a su presencia, y en términos algo duros le significó que saliese de la República. El 1 ° de diciembre partió el general Mejía para Veracruz, donde permaneció algunos días esperando la salida de un vapor. Se embarcó por fin para La Habana, donde permanecía hasta diciembre de 1877.

Hemos casi olvidado al magistrado Iglesias, a quien dejamos en el Estado de Guanajuato.

- ¿Qué le pasó?

- Brevemente lo referiremos. Con no pocos riesgos y fatigas hizo el camino desde la capital a Guanajuato. Fue recibido por las autoridades y tropas con los honores debidos al rango que tomó de presidente interino constitucional de la República. Organizó desde luego su gobierno nombrando a pocos días su ministeno de personas de talla, como se dijo en diversos documentos impresos que circularon en esos días.

El ministerio del señor Iglesias se compuso como sigue:

Guerra, general don Felipe Berriozábal;
Hacienda, licenciado don Emilio Velasco;
Fomento, licenciado don Joaquín Alcalde;
Relaciones, licenciado don Francisco Gómez del Palacio;
Justicia, encargados don Guillermo Prieto, y después don Alfonso Lancaster Jones.

Algunos otros partidarios del señor Iglesias, de menos categorías, que salieron de México a reunirse a ese nuevo gobierno, fueron colocados inmediatamente en los ministerios y en otros puestos de importancia. El señor Iglesias había publicado en Salamanca un programa que no agradó en general, porque se prometía en él hacer cosas imposibles en el corto periodo que debía permanecer en la presidencia. Los militares, especialmente, consideraron como una amenaza este documento tan importante en las circunstancias en que se expidió. Sea de esto lo que fuere, la revolución iglesista tuvo de pronto eco en el interior, aceptándola las tropas federales que habían servido a la última administración. Llegáronse a reunir casi dieciséis mil hombres, decididos a sostener la presidencia del señor Iglesias, y éste por un momento tomó una actitud imponente.

Como el general Díaz, según se ha dicho, ocupó la capital, reasumió el carácter de presidente provisional y organizó su gobierno, había necesidad de que los dos gobiernos se fundieran en uno solo, o desapareciera uno de los dos. Se establecieron negociaciones por el telégrafo. Iglesias concurrió personalmente a la oficina telegráfica de Querétaro, y el general Díaz comisionó al licenciado don Justo Benítez. Los telegramas que se cambiaron fueron secos y aun descorteses y dieron por resultado que quedasen definitivamente rotas las negociaciones que desde muy antes se habían entablado bajo el nombre de Convenios de Acatlán para ponerse de acuerdo las dos entidades que se propusieron derribar a Lerdo.

Un sentimiento de tristeza se difundió por toda la nación al saberse estos acontecimientos, pues se creyó que el país iba a ser devorado por una larga y sangrienta guerra civil. Nada de esto sucedió, como lo diremos en breve.

En 1° de diciembre de 1876 el presidente de la Corte de Justicia, licenciado don José María Iglesias, publicó en Querétaro un manifiesto dando cuenta de las negociaciones de que se acaba de hablar, y en 29 de noviembre ya había publicado en México el minisro de Gobernación, licenciado don Protasio Tagle, una circular en que daba cuenta de lo ocurrido con el señor Iglesias.

Una vez que terminaron las negociaciones que no tuvo voluntad de reanudar el general Díaz, dispuso que comenzasen a salir sus tropas, y en los primeros días de diciembre había en camino para Querétaro más de diez mil hombres con un tren formidable de artillería.

El día 6 del mismo diciembre se publicó un decreto por el cual el general Díaz nombró a don Juan N. Méndez para que lo sustituyese en el poder con el título de general 2° en jefe del Ejército Constitucionalista y presidente interino de la República.

El 11 a medio día salió el general Díaz para la campaña contra Iglesias, seguido de mil doscientos caballos.

Apenas supo Iglesias este movimiento, cuando desocupó a Querétaro, y el general Díaz entró en la plaza sin encontrar resistencia.

Los amigos de la paz, y los iglesistas que veían por momentos escaparse el poder y los empleos de sus manos, procuraban con grandes esfuerzos reunir a los dos caudillos. Se logró que hubiese una conferencia personal en la hacienda de la Capilla (cerca de Celaya), la que se verificó el día 21 (diciembre) sin que produjera resultado alguno favorable. Iglesias se retiró a Silao, de donde salió el 25 para Guadalajara, esperando encontrar allí el apoyo del general don José Ceballos y de las buenas tropas que tenía a sus órdenes. Todo fue en vano; el general Díaz avanzaba rápidamente, y las guarniciones de tropas lerdistas desconcertadas, sin un jefe que pudiera dominar las ambiciones, se ponían hasta por el telégrafo a disposición del gobierno establecido en México. Uno de los partidarios del general Díaz, el doctor Martínez, se presentó con fuerzas para atacar las de Antillón. Éste trata de librar una batalla, y en el punto de los Adobes comienza un cañoneo que termina a poco con la rendición de las principales y mejores tropas del Estado de Guanajuato. Antillón se separa de todo mando político y militar, viene a México y sale después para Europa, donde se encuentra todavía. Es voz pública que no hubo en esta que se llamó acción de los Adobes más que un muerto y dos o tres contusos. Sea de esto lo que fuere, la marcha del general Díaz fue un verdadero paseo militar, y en pocos días cayeron como castillos de baraja todos los aprestos militares del interior, y como consecuencia forzosa, las demás guarniciones de las costas del sur, de los puertos del Golfo y de los Estados fronterizos, fueron sometiéndose al nuevo orden de cosas.

Iglesias publicó, con fecha 2 de enero de 1877, otro manifiestO en Guadalajara, dando cuenta a la nación de lo ocurrido en la hacienda de la Capilla; pero seguido muy de cerca por el general Díaz, tomó el rumbo del Manzanillo, adonde llegó con su comItiva el 12 de enero. El 17 se embarcó en el vapor Granada con destino e Mazatlán, pero como el puerto se había ya pronunciado por el Plan de Tuxtepec, tuvo que seguir en el mismo buque a San Francisco de California, donde llegó el 25. Parte de la comitiva quedó en Mazatlán, Y los principales personajes siguieron con él. De San Francisco, por el camino de fierro, pasó a Nueva Orleáns y después a Nueva York, hasta que desistiendo de sus derechos se resolvió a regresar a México, como lo verificó. La mayor parte de sus partidarios habían ya venido a la capital, donde han sido recibidos con clemencia por el general Díaz y colocados en los principales puestoS públicos. Guillermo Prieto regresó poco antes que Iglesias, y apartado de la política, ha vuelto a las ocupaciones literarias, y publica sus impresiones de viaje a los Estados Unidos, que será un libro precioso que servirá de lenitivo a las penas de todos los que perdieron en esta sin igual revolución que terminó de la manera que no hubiera podido prever ni el más consumado y veterano de todos los políticos de Europa y América.

El general Díaz regresó dejando sometido a todo el interior y costa del Pacífico, y el 11 de febrero en la tarde entró a la capital, habiendo sido recibido solemnemente por las autoridades y tropas de la guarnición.

- A quien sí hemos olvidado completamente es al señor Lerdo de Tejada, y desearía saber lo que le aconteció en su viaje.

- No es extraño que se olvide a los que caen, y que en vez de tener mando, van prófugos y desvalidos; pero el historiador no debe olvidarlos dejando incompleta la breve narración del triste fin de la primera presidencia constitucional de don Sebastián Lerdo.

El señor Lerdo paseó tranquilamente por el jardín de la Plaza Mayor de México hasta hora muy avanzada de la noche, en compañía de su particular amigo el general don Miguel Aúza. Cuando todo estaba listo y era tiempo, montó en una carretela y salió rumbo a Tacubaya. Allí se organizó la comitiva compuesta de los secretarios de Estado y algunos empleados, numerosas escoltas, y mulas con dinero y equipajes. Caminaron despacio y así llegaron a Lerma y después a Toluca. De Toluca tomaron el rumbo de Morelia, donde pensó el señor Lerdo que encontraría tropas y otros elementos de resistencia, de modo que en esos momentos no tenía la intención de abandonar el país. El recibimiento un tanto frío que le hicieron en Morelia, el desconcierto que comenzó a reinar aún en las mismas escoltas y la desconfianza en que entraron los altos personajes fugitivos, lo decidieron a buscar la costa, pero ya no tenia otro medio de hacerlo sino por los despeñaderos, vericuetos y encrucijadas de la tierra caliente de Michoacán.

En esos días hubo realmente en la República tres presidentes cada uno con su ministerio y los tres invocando en su favor la Constitución de 1857. Difícil es que el hombre imparcial, y mucho menos la juventud, comprenda quién tiene razón en este laberinto de la política. Por ahora nos hemos ceñido a consignar los hechos. Más tarde vendrá la crítica de los acontecimientos.

Muchas y muy contradictorias noticias se dieron en México relativas al señor Lerdo. Unos decían que había sido asesinado; otros que estaba prisionero de sus propias escoltas; otros que los soldados se habían pronunciado y robado todo el dinero; en fin, había quien asegurase que en cierto paraje fue colgado de los pies en un árbol o ahogado en un río. Lo cierto fue que, caminando a caballo con infinitas penalidades por lugares escabrosos y despoblados, llegó a las orillas del Mexcala y allí fue detenido por Pioquinto Huato. El general don Diego Álvarez, uno de los amigos fieles al señor Lerdo en su desgracia, mandó ponerlo en libertad y proporcionar el que llegase seguro a Zihuatanejo y de allí a Acapulco, donde todos se embarcaron en el vapor americano que los condujo a Panamá y de allí a Nueva York.

El 4 de marzo El Monitor Republicano publicó diversos párrafos de periódicos de los Estados Unidos donde se refería que habían sido perfectamente recibidos el señor Lerdo y sus ministros. Con motivo de las diferencias entre México y los Estados Unidos, el señor Lerdo publicó en Nueva York con fecha 7 de junio una protesta manifestando que cumpliría con los deberes de mexicano, y dando a entender que no prescindía de los derechos que tenía como presidente constitucional de México.

El señor Lerdo se encontraba en fin del año de 1877 en Nueva York en compañía de su secretario de Relaciones don Manuel Romero Rubio; el señor Baz marchó a París por causa de su salud, Y el general Escobedo ha recorrido la frontera, trabajando por una restauración que unos consideran que no tardará, y otros como de todo punto imposible.

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