Índice del Primer viaje de Cristobal Colón versión de Fray Bartolomé de las CasasOctava parteDécima parteBiblioteca Virtual Antorcha

IX

JUEVES 20 DE DICIEMBRE.

Hoy al poner del sol entró en un puerto que estaba entre la isla de Santo Tomás y el Cabo de Caribata, y surgió. Este puerto es hermosísimo y que cabían en él cuantas naos hay en cristianos: la entrada dél parece desde la mar imposible a los que no hobiesen en él entrado, por unas restringas de peñas que pasan desde el monte hasta cuasi la isla, y no puestas por orden sino unas acá y otras acullá, unas a la mar y otras a la tierra; por lo cual es menester estar despiertos para entrar por unas entradas que tiene muy anchas y buenas para entrar sin temor, y todo muy fondo de siete brazas, y pasadas las restringas dentro hay 12 brazas. Puede la nao estar con una cuerda cualquiera amarrada contra cualesquiera vientos que haya. A la entrada de este puerto dizque había un cañal, que queda a la parte del Oueste de una isleta de arena, y en ella muchos árboles, y hasta el pie de ella hay siete brazas; pero hay muchas bajas en aquella comarca, y conviene abrir el ojo hasta entrar en el puerto: después no hayan miedo a toda la tormenta del mundo. De aquel puerto se parecía un valle grandísimo y todo labrado, que desciende a él del Sueste, todo cercado de montañas altísimas que parece que llegan al cielo, y hermosísimas, llenas de árboles verdes, y sin duda que hay allí montañas más altas que la isla de Tenerife en Canaria, ques tenida por de las más altas que puede hallarse. Desta parte de la Isla de Santo Tomás está otra isleta a una legua, y dentro de ella otra, y en todas hay puertos maravillosos, mas cumple mirar por las bajas. Vida también poblaciones y ahumadas que se hacían.


VIERNES 21 DE DICIEMBRE.

Hoy fue con las barcas de los navíos a ver aquel puerto; el cual vida ser tal que afirmó que ninguno se le iguala de cuantos haya jamás visto, y escúsase diciendo que ha loado los pasados tanto que no sabe cómo lo encarecer, y que teme que sea juzgado por manificador excesivo más de lo que es la verdad; a esto satisface diciendo: quel trae consigo marineros antiguos, y estos dicen y dirán lo mismo, y todos cuantos andan en la mar: conviene a saber, todas las alabanzas que ha dicho de los puertos pasados ser verdad, y ser éste muy mejor que todos ser asimismo verdad. Dice más desta manera: Yo he andado 23 años en la mar, sin salir della tiempo que se haya de contar, y vi todo el Levante y Poniente, que dice por ir al camino de Septentrión, que es Inglaterra, y he andado la Guinea, mas en todas estas partidas no se hallará la perfección de los puertos ... (En blanco en el el original) fallado siempre lo (En blanco en el original) mejor quel otro, que yo con buen tiento miraba mi escrebir, y tornó a decir que afirmó haber bien escripto, y que agora éste es sobre todos, y cabrían en él todas las naos del mundo, y cerrado que con una cuerda la más vieja de la nao la tuviese amarrada. Desde la entrada hasta el fondo habrá cinco leguas. Vida unas tierras muy labradas, aunque todas son así, y mandó salir dos hombres fuera de las barcas que fuesen a un alto para que viesen si había población, porque de la mar no se vía ninguna; puesto que aquella noche cerca de las diez horas vinieron a la nao en una canoa ciertos indios a ver al Almirante y a los cristianos por maravilla, y les dio de los resgates con que se holgaron mucho. Los dos cristianos volvieron y dijeron donde habían visto una población grande, un poco desviada de la mar. Mandó el Almirante remar hacia la parte donde la población estaba hasta llegar cerca de tierra, y vio unos indios que venían a la orilla de la mar, y parecía que venían con temor, por lo cual mandó detener las barcas y que les hablasen los indios que traía en la nao, que no les haría mal alguno. Entonces se allegaron más a la mar, y el Almirante más a tierra, y después que del todo perdieron el miedo, venían tantos que cabrían la tierra, dando mil gracias así hombres como mujeres y niños: los unos corrían de acá y los otros de allá a nos traer pan que hacen de niames, a quellos llaman ajes, ques muy blanco y bueno, y nos traían agua en calabazas y en cántaros de barro de la hechura de los de Castilla, y nos traían cuanto en el mundo tenían y sabían que el Almirante quería, y todo con un corazón tan largo y tan contento que era maravilla; y no se diga que porque lo que daban valía poco por eso lo daban liberalmente, dice el Almirante, porque lo mismo hacían y tan liberalmente los que daban pedazos de oro, como los que daban la calabaza del agua; y fácil cosa es de cognoscer (dice el Almirante) cuando se da una cosa con muy deseoso corazón de dar. Estas son sus palabras: Esta gente no tiene varas ni azagayas, ni otras ningunas armas ni los otros de toda esta isla, y tengo ques grandísima: son así desnudos como su madre los parió, así mujeres como hombres, que en las otras tierras de la Juana, y las otras de las otras islas, traían las mujeres delante de sí unas cosas de algodón con que cobijan su natura tanto como una bragueta de calzas de hombre, en especial después que pasan de edad de 12 años; mas aquí ni moza ni vieja; y en los otros lugares todos los hombres hacían esconder sus mujeres de los cristianos por zelos, más allí no, y hay muy lindos cuerpos de mujeres, y ellas las primeras que venían a dar gracias al cielo y traer cuanto tenían en especial cosas de comer, pan de ajes y gonza avellanada, y de cinco o seis maneras frutas, de las cuales mandó curar el Almirante para traer a los Reyes. No menos, diz, que hacían las mujeres en las otras partes antes que se ascondiesen, y el Almirante mandaba en todas partes estar todos los suyos sobre aviso que no enojasen a alguno en cosa ninguna, y que nada les tomasen contra su voluntad, y así les pagaban todo lo que dellos rescibían. Finalmente (dice el Almirante) que no puede creer que hombre haya visto gente de tan buenos corazones y francos para dar, y tan temerosos que ellos se deshacían todos por dar a los cristianos cuanto tenían, y en llegando los cristianos luego corrían a traerlo todo. Después envió el Almirante seis cristianos a la población para que la viesen qué era, a los cuales hicieron cuanta honra podían y sabían, y les daban cuanto tenían, porque ninguna duda les queda sino que creían el Almirante y toda su gente haber venido del cielo: lo mismo creían los indios que consigo el Almirante traía de las otras islas, puesto que ya se les había dicho lo que debían de tener. Después de haber ido los seis cristianos vinieron ciertas canoas con gente a rogar al Almirante, de parte de un Señor, que fuese a su pueblo cuando allí se partiese. Canoa es una barca en que navegan, y son dellas grandes y dellas pequeñas. Y visto quel pueblo de aquel Señor estaba en el camino sobre una punta de tierra, esperando con mucha gente al Almirante, fue allá, y antes que se partiese vino a la playa tanta gente que era espanto, hombres y mujeres y niños, dando voces que no se fuese sino que se quedase con ellos. Lós mensajeros del otro Señor que había venido a convidar, estaban aguardando con sus canoas porque no se fuese sin ir a ver al Señor, y así lo hizo, y en llegando que llegó el Almirante adonde aquel Señor le estaba esperando, y tenían muchas cosas de comer, mandó asentar toda su gente, manda que lleven lo que tenían de comer a las barcas donde estaba el Almirante, junto a la orilla de la mar. Y como vido quel Almirante había rescebido lo que le habían llevado, todos o los más de los indios dieron a correr al pueblo, que debía estar cerca, para traerle más comida y papagayos y otras cosas de lo que tenían con tan franco corazón que era maravilla. El Almirante les dio cuentas de vidrio y sortijas de latón y cascabeles, no porque ellos demandasen algo, sino porque le parecía que era razón, y sobre todo (dice el Almirante) porque los tiene ya por cristianos y por de los Reyes de Castilla más que las gentes de Castilla; y dice que otra cosa no falta, salvo saber la lengua y mandarles, porque todo lo que se les mandare harán sin contradicción alguna. Partióse de allí el Almirante para los navíos, y los indios daban voces, así hombres como mujeres y niños, que no se fuesen y se quedasen con ellos los cristianos. Después que se partían venían tras ellos a la nao canoas llenas dellos, a los cuales hizo hacer mucha honra y dalles de comer y otras cosas que llevaron. Había también venido antes otro Señor de la parte del Oueste y aun a nado venían muy mucha gente, y estaba la nao más de grande media legua de tierra. El Señor que dije se había tornado, enviéle ciertas personas para que le viesen y le preguntasen destas islas; e los recibió muy bien, y los llevó consigo a su pueblo para dalles ciertos pedazos grandes de oro, y llegaron a un gran río, el cual los indios pasaron a nado: los cristianos no pudieron y así se tornaron. En toda esta comarca hay montañas altísimas que parecen llegar al cielo, que la de la Isla de Tenerife parece nada en comparación dellas en altura y en hermosura, y todas son verdes, llenas de arboledas que es una cosa de maravilla. Entre medias dellas hay vegas muy graciosas, y al pie de este puerto al Sur hay una vega tan grande que los ojos no pueden llegar con la vista al cabo, sin que tenga impedimento de montaña, que parece que debe tener 15 ó 20 leguas, por la cual viene un río, y es toda poblada y labrada, y está tan verde agora como si fuera en Castilla por mayo o por junio, puesto que las noches tienen catorce horas y sea la tierra tanto Septentrional. Así este puerto es muy bueno para todos los vientos que puedan ventar, cerrado y hondo, y todo poblado de gente muy buena y mansa, y sin armas buenas ni malas, y puede cualquiera navío estar sin miedo en él que otros navíos que vengan de noche a le saltear, porque puesto que la boca sea bien ancha de más de dos laguas, es muy cerrada de dos restringas de piedra que escasamente la ven sobre agua, salvo una entrada muy angosta en esta restringa, que no parece sino que fue hecho a mano, y que dejaron una puerta abierta cuanto los navíos puedan entrar. En la boca hay siete brazas de hondo hasta el pie de una isleta llana que tiene una playa y árboles al pie della; de la parte del Oueste tiene la entrada y se puede llegar una nao sin miedo hasta poner el bordo junto a la peña. Hay de la parte del Norueste tres islas y un gran río a una legua del cabo deste puerto: es el mejor del mundo; púsole nombre el Puerto de la mar de Santo Tomás, porque era hoy su día: díjole mar por su grandeza.


SÁBADO 22 DE DICIEMBRE.

En amaneciendo dio las velas para ir su camino a buscar las islas que los indios le decían que tenían mucho oro, y de algunas que tenían más oro que tierra: no le hizo tiempo y haba de tornar a surgir, y envió la barca a pescar con la red. El Señor de aquella tierra, que tenía un lugar cerca de allí, le envió una grande canoa llena de gente, y en ella un principal criado suyo a rogar al Almirante que fuese con los navíos a su tierra y que le daría cuanto tuviese. Envióle con aquél un cinto que en lugar de bolsa traía una carátula que tenía dos orejas grandes de oro de martillo, y la lengua y la nariz. Y como sea esta gente de muy franco corazón que cuanto le piden dan con la mejor voluntad del mundo, les parece que pidiéndoles algo les hacen grande merced: esto dice el Almirante. Toparon la barca y dieron el cinto a un grumete, y vinieron con su canoa a bordo de la nao con su embajada. Primero que los entendiese pasó alguna parte del día, ni los indios quel traía los entendían bien porque tienen alguna diversidad de vocablos en nombres de las cosas: en fin, acabó de entender por señas su convite. El cual determinó de partir el domingo para allá, aunque no solía partir de puerto en domingo, sólo por su devoción y no por superstición alguna; pero con esperanza, dice él, que aquellos pueblos han de ser cristianos por la voluntad que muestran y de los Reyes de Castilla, y porque los tiene ya por suyos, y porque le sirvan con amor, les quiere y trabaja hacer todo placer. Antes que partiese hoy envió seis hombres a una población muy grande tres leguas de allí de la parte del Oueste, porquel Señor della vino el día pasado al Almirante y dijo que tenía ciertos padazos de oro. En llegando allá los cristianos, tomó el Señor de la mano al escribano del Almirante, que era uno dellos, el cuan enviaba el Almirante para que no consintiese hacer a los demás cosa indebida a los indios, porque como fuesen tan francos los indios, y los españoles tan codiciosos y desmedidos, que no les basta que por un cabo de agujeta y aun por un pedazo de vidrio y descudilla y por otras cosas de no nada les daban los indios cuanto querían; pero aunque sin dalles algo se lo querrían todo haber y tomar, lo quel Almirante siempre prohibía, y aunque también eran muchas cosas de poco valor, sino era el oro, las que daban a los cristianos; pero el Almirante mirando al franco corazón de los indios que por seis contezuelas de vidrio darían y daban un pedazo de oro, por eso mandaba que ninguna cosa se recibiese dellos que no se les diese algo en pago. Así que tomó por la mano el Señor al escribano y lo llevó a su casa con todo el pueblo, que era muy grande, que le acompañaba, y les hizo dar de comer, y todos los indios les traían muchas cosas de algodón labradas y en ovillas hilado. Después que fue tarde dioles tres ánsares muy gordas el Señor y unos pedacitos de oro, y vinieron con ellos mucho número de gente, y les traían todas las cosas que allá habían resgatado, y a ellos mismos porfiaban de traellos acuestas, y de hecho lo hicieron por algunos ríos y por algunos lugares lodosos. El Almirante mandó dar al Señor algunas cosas, y quedó él y toda su gente con gran contentamiento, creyendo verdaderamente que habían venido del cielo, y en ver los cristianos se tenían por bienaventurados. Vinieron este día más de 120 canoas a los navíos todas cargadas de gente y todos traen algo, especialmente de su pan y pescado, y agua en cantarillos de barro, y simientes de muchas simientes que son buenas especias: echaban un grano en una escudilla de agua y bébenla, y decían los indios que consigo traía el Almirante que era cosa sanísima.


DOMINGO 23 DE DICIEMBRE.

No pudo partir con los navíos a la tierra de aquel Señor que lo había enviado a rogar y convidar por falta del viento; pero envió con los tres mensajeros que allí esperaban las barcas con gente y al escribano. Entretanto que aquellos iban, envió dos de los indios que consigo traía a las poblaciones que estaban por allí cerca del paraje de los navíos, y volvieron con un Señor a la nao con nuevas que en aquella isla española había gran cantidad de oro, y que a ella lo venían a comprar de otras partes, y dijéronle que allí hallaría cuanto quisiese. Vinieron otros que confirmaban haber en ella mucho oro, y mostrábanle la manera que se tenía en cogello. Todo aquello entendía el Almirante con pena; pero todavía tenía por cierto que en aquellas partes había grandísima cantidad dello, y que hallando el lugar donde se saca habrá gran barato dello, y según imaginaba que por no nada. Y torna a decir que cree que debe haber mucho, porque en tres días que había, questaba en aquel puerto había habido buenos pedazos de oro, y no puede creer que allí lo traigan de otra tierra. Nuestro Señor que tiene en las manos todas las cosas vea de remediar y dar como fuere su servicio: estas son palabras del Almirante. Dice que aquella hora cree haber venido a la nao más de 1.000 personas, y que todas traían algo de lo que poseen; y antes que lleguen a la nao, con medio tiro de ballesta, se levantan en sus canoas en pie y toman en las manos lo que traen diciendo: tornad, tomad, También cree que más de 500 vinieron a la nao nadando por no tener canoas, y estaba surta cerca de una legua de tierra. Juzgaba que habían venido cinco Señores, hijos de Señores, con toda su casa, mujeres y niños a ver los cristianos. A todos mandaba dar el Almirante, porque todo, dizque era bien empleado, y dice: Nuestro Señor me aderece, por su piedad, que halle este oro, digo su mina, que hartos tengo aquí que dicen que la saben: estas son sus palabras. En la noche llegaron las barcas y dijeron que había gran camino hasta donde venían, y que al monte de Caribatan hallaron muchas canoas con muy mucha gente que venían a ver el Almirante y a los cristianos del lugar donde ellos iban. Y tenía por cierto que si aquella fiesta de Navidad pudiera estar en aquel puerto viniera toda la gente de aquella isla, que estimaba ya por mayor que Inglaterra, por verlos; los cuales se volvieron todos con los cristianos a la población, la cual, dizque afirmaban ser la mayor y la más concertada de calles que otras de las pasadas y halladas hasta allí, la cual, dizque es de parte de la Punta Santa, al Sueste cuasi tres leguas. Y como las canoas andan mucho de remos fuéronse delante a hacer saber al Cacique, quellos llamaban allí. Hasta entonces no había podido entender el Almirante si lo dicen por Rey o por Gobernador. También dicen otro nombre por grande que llaman Nitayno no sabía si lo decían por Hidalgo o Gobernador o Juez. Finalmente, el Cacique, vino a ellos y se ayuntaron en la plaza que estaba muy barrida, todo el pueblo, que había más de 2.000 hombres. Este Rey hizo mucha honra a la gente de los navíos, y los populares cada uno les traía algo de comer y de beber. Después el Rey dio a cada uno unos paños de algodón que visten las mujeres y papagallos para el Almirante y ciertos pedazos de oro; daban también los populares de los mismos paños, y otras cosas de sus casas a los marineros, por pequeña cosa que les daban, la cual según la recibían parecía que la estimaban por reliquias. Ya a la tarde, queriendo despedir, el Rey les rogaba que aguardasen hasta otro día; lo mismo todo el pueblo. Visto que determinaban su venida, vinieron con ellos mucho del camino, trayéndoles a cuestas lo quel Cacique y los otros les habían dado hasta las barcas, que quedaban a la entrada del río.


LUNES 24 DE DICIEMBRE.

Antes de salido el sol levantó las anclas, con el viento terral. Entre los muchos indios que ayer habían venido a la nao, que les habían dado señales de haber en aquella isla oro, y nombrado los lugares donde lo cogían, vido uno parece que más dispuesto y aficionado, o que con más alegría le hablaba, y halagólo rogándole que se fuese con él a mostralle las minas de oro; este trujo otro compañero o pariente consigo, los cuales entre los otros lugares que nombraban donde se cogía el oro dijeron de Cipango, al cual ellos llamaban Civao, y allí afirman que hay gran cantidad de oro, y quel Cacique trae las banderas de oro de martillo, salvo que está muy lejos al Leste. El Almirante dice aquí estas palabras a los Reyes. Crean Vuestras Altezas que en el mundo todo no puede haber mejor gente, ni más mansa: deben tomar Vuestras Altezas grande alegría porque luego los harán cristianos, y los habrán enseñado en buenas costumbres de sus reinos, que más mejor gente ni tierra puede ser, y la gente y la tierra en tanta cantidad que yo no sé ya cómo lo escriba; porque yo he hablado en superlativo grado la gente y la tierra de la Juana, a que ellos llaman Cuba; mas hay tanta diferencia dellos y della a esta en todo como del día a la noche; ni creo que otro ninguno que esto hobiere visto hobiese hecho ni dijese menos de lo que yo tengo dicho, y digo que es verdad que es maravilla las cosas de acá y los pueblos grandes de esta Isla Española, que así la llamé, y ellos le llaman Bohio, y todos de muy singularísima tracto amoroso y habla dulce, no como los otros que parece cuando hablan que amenazan, y de buena estatura hombres y mujeres, y no negros. Verdad es que todos se tiñen, algunos de negro y otros de otra color, y los más de colorado. He sabido que lo hacen por el sol que no les haga tanto mal, y las casas y lugares tan hermosos, y con señorío en todos como juez o señor dellos, y todos le obedecen que es maravilla, y todos estos señores son de pocas palabras y muy lindas costumbres, y su mando es lo más con hacer señas con la mano, y luego es entendido que es maravilla. Todas son palabras del Almirante. Quien hobiere de entrar en la mar de Santo Tomé se debe meter una buena legua sobre la boca de la entrada sobre una isleta llana que en el medio hay, que le puso nombre la Amiga, llevando la proa en ella. Y después que llegare a ella con el ot (incompleto en el original) de una piedra, pase de la parte del Oueste, y qué dele ella al Leste, y se llegue a ella y no a la otra parte, porque viene una restringa muy grande del Oueste, e aun en la mar fuera della hay unas tres bajas, y esta restringa se llega a la Amiga un tiro de lombarda, y entremedias pasará y hallará a lo más bajo siete brazas y cascajos abajo, y dentro hallará puerto para todas las naos del mundo, y que estén sin amarras. Otra restringa y bajas vienen de la parte del Leste a la dicha isla Amiga, y son muy grandes, y salen en la mar mucho, y llega hasta el cabo cuasi dos leguas; pero entre ellas pareció que había entrada a tiro de dos lombardas de la Amiga, y al pie del Monte Caribatan de la parte del Oueste hay un muy buen puerto y muy grande.


MARTES 25 DE DICIEMBRE DÍA DE NAVIDAD.

Navegando con poco viento el día de ayer desde la mar de Santo Tomé hasta la Punta Santa, sobre la cual a una legua estuvo así hasta pasado el primer cuarto, que serían a las once horas de la noche, acordó echarse a dormir, porque había dos días y una noche que no había dormido. Como fuese calma, el marinero que gobernaba la nao acordó irse a dormir, y dejó el gobernario a un mozo grumete, lo que mucho siempre había el Almirante prohibido en todo el viaje, que hobiese viento o que hobiese calma; conviene a saber, que no dejasen gobernar a los grumetes. El Almirante estaba seguro de bancos y de peñas, porque el domingo cuando envió las barcas a aquel Rey habían pasado al Leste de la dicha Punta Santa bien 3 leguas y media, y habían visto los marineros toda la costa y los bajos que hay desde la dicha Punta Santa al Leste Sueste bien 3 leguas, y vieron por dónde se podía pasar, lo que todo este viaje no hizo. Quiso nuestro Señor que a las doce horas de la noche, como habían visto acostar y reposar el Almirante y vían que era calma muerta, y la mar como en una escudilla, todos se acostaron a dormir, y quedó el gobernalle en la mano de aquel muchacho, y las aguas que corrían llevaron la nao sobre uno de aquellos bancos. Los cuales puesto que fuese de noche, sonaban que de una grande legua se oyeran y vieran, y fue sobre él tan mansamente que casi no se sentía. El mozo que sintió el gobernalle y oyó el sonido de la mar, dio voces, a las cuales salió el Almirante, y fue tan presto que aun ninguno había sentido questuviesen encallados. Luego el maestre de la nao, cuya era la guardia, salió; y díjoles el Almirante a él y a los otros que halasen el batel que traían por popa, y tomasen un ancla y la echasen por popa, y él con otros muchos saltaron en el batel, y pensaba el Almirante que hacían lo que les había mandado; ellos no curaron sino de huir a la carabela que estaba a barlovento media legua. La carabela no los quiso rescebir haciéndolo virtuosamente, y por esto volvieron a la nao, pero primero fue a ella la barca de la carabela. Cuando el Almirante vido que se huían y que era su gente, y las aguas menguaban y estaba ya la nao la mar de través, no viendo otro remedio, mandó cortar el mastel y alijar de la nao todo cuanto pudieron para ver si podían sacarla, y como todavía las aguas menguasen no se pudo remediar, y tomó lado hacia la mar traviesa, puesto que la mar era poco o nada, y entonces se abrieron los conventos y no la nao. El Almirante fue a la carabela para poner en cobro la gente de la nao en la carabela, y como ventase ya ventecillo de la tierra, y también aún quedaba mucho de la noche, ni supiesen cuánto duraban los bancos, temporejó a la corda hasta que fue de día y luego fue a la nao por de dentro de la restringa del banco. Primero había enviado el batel a tierra con Diego de Arana, de Córdoba, alguacil del Armada, y Pedro Gutiérrez, repostero de la Casa Real, a hacer saber al Rey que lo había enviado a convidar y rogar el sábado que se fuese con los navíos a su puerto, el cual tenía su villa adelante obra de una legua y media del dicho banco, el cual como lo supo dicen que lloró, y envió toda su gente de la villa con canoas muy grandes y muchas a descargar todo lo de la nao; y así se hizo y se descargó todo lo de las cubiertas en muy breve espacio: tanto fue el grande aviamiento y diligencia que aquel Rey dio. Y él con su persona, con hermanos y parientes estaban poniendo diligencia así en la nao como en la guarda de lo que se sacaba a tierra, para que todo estuviese a muy buen recaudo. De cuando en cuando enviaba uno de sus parientes al Almirante llorando a lo consolar, diciendo que no rescibiese pena ni enojo quél le daría cuanto tuviese. Certifica el Almirante a los Reyes que en ninguna parte de Castilla tan buen recaudo en todas las cosas se pudiera poner sin faltar un agujeta. Mandólo poner todo junto con las casas entretanto que se vaciaban algunas casas que quería dar, donde se pusiese y guardase todo. Mandó poner hombres armados en rededor de todo, que velasen toda la noche. Él con todo el pueblo lloraban tanto (dice el Almirante): son gente de amor y sin cudicia, y convenibles para toda cosa, que certifico a Vuestras Altezas que en el mundo creo que no hay mejor gente ni mejor tierra: ellos aman a sus prójimos como a sí mismos, y tienen una habla la más dulce del mundo y mansa, y siempre con risa. Ellos andan desnudos, hombres y mujeres, como sus madres los parieron. Mas crean Vuestras Altezas que entre sí tienen costumbres muy buenas, y el Rey muy maravilloso estado, de una cierta manera tan continente ques placer de vedo todo, y la memoria que tienen, y todo quieren ver, y preguntan que es y para qué. Todo esto dice así el Almirante.

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