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VIII

SÁBADO 15 DE DICIEMBRE.

Salió del Puerto de la Concepción otra vez para su camino, pero en saliendo del puerto ventó Leste recio su contrario, y tomó la vuelta de la Tortuga hasta ella, y de allí dio vuelta para ver aquel río que ayer quisiera ver y tomar y no pudo, y desta vuelta tampoco lo pudo tomar, aunque surgió media legua de sotaviento en una playa, buen surgidero y limpio. Amarrados sus navíos fue con las barcas a ver el río, y entró por un brazo de mar questá antes de media legua, y no era la boca: volvió y halló la boca que no tenía aun una braza y venía muy recio: entró con las barcas por él para llegar a las poblaciones que los que antier había enviado habían visto, y mandó echar la sirga en tierra, y tirando los marineros della subieron las barcas dos tiros de lombarda y no pudo andar más por la reciura del corriente del río. Vido algunas casas y el valle grande donde están las poblaciones, y dijo que otra cosa más hermosa no había visto, por medio del cual valle viene aquel río. Vido también gente a la entrada del río, más todos dieron a huir. Dice más, que aquella gente debe ser muy cazada, pues vive con tanto temor, porque en llegando que llegan a cualquiera parte, luego hacen ahumadas de las atalayas por toda la tierra, y esto más en esta Isla Española y en la Tortuga, que también es grande isla, que en las otras que atrás dejaba. Puso nombre al valle, Valle del Paraíso, y al río Gudalquivir, porque dizque así viene tan grande como Guadalquivir por Córdoba, y a las veras o riberas dél playa de piedras muy hermosas, y todo andable.


DOMINGO 16 DE DICIEMBRE.

A la media noche con el ventezuelo de tierra dio las velas por salir de aquel golfo, y viniendo del bordo de la Isla Española yendo a la bolina, porque luego a hora de tercia ventó Leste, a medio golfo halló una canoa con un indio solo en ella, de que se maravillaba el Almirante cómo se podía tener sobre el agua siendo el viento grande. Hízolo meter en la nao a él y a su canoa, y halagado diole cuentas de vidrio, cascabeles y sortijas de latón, y llevólo en la nao hasta tierra a una población que estaba de allí 16 millas junto a la mar, donde surgió el Almirante y halló buen surgidero en la playa junto a la población, que parecía ser de nuevo hecha, porque todas las casas eran nuevas. El indio fuese luego con su canoa a tierra, y da nuevas del Almirante y de los cristianos, por ser buena gente, puesto que ya las tenían por lo pasado de las otras donde habían ido los seis cristianos, y luego vinieron más de 500 hombres, y desde a poco vino el rey dellos, todos en la playa juntos a los navíos, por questaban surgidos muy cerca de tierra. Luego uno a uno, y muchos a muchos, venían a la nao sin traer consigo cosa alguna, puesto que algunos traían algunos granos de oro finísimo en las orejas y en la nariz, el cual luego daban de buena gana. Mandó hacer honra a todos el Almirante, y dice él porque son la mejor gente del mundo y más mansa; y sobre todo, que tengo mucha esperanza en nuestro Señor que Vuestras Altezas los harán todos cristianos, y serán todos suyos, que por suyos los tengo. Vida también quel dicho rey estaba en la playa, que todos le hacían acatamiento. Envióle un presente el Almirante, el cual dizque rescibió con mucho estado, y que sería mozo de hasta 21 años, y que tenía un ayo viejo y otros consejeros que le consejaban y respondían, y que hablaba muy pocas palabras. Uno de los indios que traía el Almirante habló con él, le dijo que cómo venían los cristianos del cielo, y que andaba en busca de oro, y quería ir a la Isla de Baneque; y él respondió que bien era, y que en la dicha isla había mucho oro, el cual amostró al alguacil del Almirante que le llevó el presente, el camino que había de llevar, y que en dos días iría de allí a ella, y que si de su tierra habían menester algo lo daría de muy buena voluntad. Este Rey y todos los otros andaban desnudos como sus madres los parieron, y así las mujeres, sin algún empacho, y son los más hermosos hombres y mujeres que hasta allí hobieron halIado: harto blancos, que si vestidos anduviesen y se guardasen del sol y del aire, serían cuasi tan blancos como en España, por questa tierra es harto fría y la mejor que lengua pueda decir: es muy alta, y sobre el mayor monte podrían arar bueyes, y hecha toda a campiñas y valles. En toda Castilla no hay tierra que se pueda comparar a ella en hermosura y bondad. Toda esta isla y la de la Tortuga son todas labradas como la campiña de Córdoba. Tienen sembrado en ellas ajes, que son unos ramillos que plantan, y al pie de ellos nacen unas raíces como zanahorias, que sirven por pan, y rallan y amasan y hacen pan dellas, y después tornan a plantar el mismo ramillo en otra párte y torna a dar cuatro o cinco de aquellas raíces que son muy sabrosas, propio gusto de castañas. Aquí las hay las más gordas y buenas que había visto en ninguna parte, porque también dizque de aquellas había en Guinea. Las de aquel lugar eran tan gordas como la pierna, y aquella gente todos dizque eran gordos y valientes y no flacos como los otros que antes había hallado, y de muy dulce conversación sin secta. Y los árboles de allí diz que eran tan viciosos que las hojas dejaban de ser verdes y eran prietas de verdura. Era cosa de maravilla ver aquellos valles y los ríos y buenas aguas, y las tierras para pan, para ganado de toda suerte, de que ellos no tienen alguna, para huertas y para todas las cosas del mundo quel hombre sepa pedir. Después a la tarde vino el rey a la nao: el Almirante le hizo la honra que debía, y le hizo decir cómo era de los Reyes de Castilla, los cuales eran los mayores Príncipes del mundo. Mas ni los indios quel Almirante traía, que eran los intérpretes, creían nada, ni el Rey tampoco, sino creían que venían del cielo, y que los reinos de los Reyes de Castilla eran en el cielo, y no en este mundo. Pusiéronle de comer al Rey de las cosas de Castilla, y él comía un bocado y después dábalo todo a sus consejeros y al ayo, y a los demás que metió consigo. Crean Vuestras Altezas questas tierras son en tanta cantidad buenas y fértiles, y en especial éstas desta Isla Española, que no hay persona que lo sepa decir, y nadie lo puede creer si no lo viese. Y crean questa isla y todas las otras son así suyas como Castilla, que aquí no falta salvo asiento y mandarles hacer lo que quisieren, porque yo con esta gente que traigo, que no son muchos, correría todas estas islas sin afrenta, que ya he visto solos tres destos marineros descender en tierra, y haber multitud destos indios y todos huir, sin que les quisiesen hacer mal. Ellos no tienen armas, y son todos desnudos y de ningún ingenio en las armas y muy cobardes, que 1.000 no aguardarían tres, y así son buenos para les mandar y les hacer trabajar, sembrar, y hacer todo lo otro que fuere menester, y que hagan villas y se enseñen a andar vestidos y a nuestras costumbres.


LUNES 17 DE DICIEMBRE.

Ventó aquella noche reciamente, viento Lesnordeste, no se alteró mucho la mar porque lo estorba y escuda la Isla de la Tortuga questá frontero y hace abrigo: así estuvo allí aqueste día. Envió a pescar los marineros con redes: holgáronse mucho con los cristianos los indios, y trujéronle ciertas flechas de los de Caniba o de los Caníbales, y son de las espigas de cañas, y exigiéronles unos palillos tostados y agudos y son muy largos. Mostráronles dos hombres que les faltaban algunos pedazos de carne de su cuerpo, y hiciéronles entender que los caníbales los habían comido a bocados: el Almirante no lo creyó. Tornó a enviar ciertos cristianos a la población, y a trueque de contezuelas de vidrio rescataron algunos pedazos de oro labrado en hoja delgada. Vieron a uno que tuvo el Almirante por Gobernador de aquella provincia que llamaban Cacique, un pedazo tan grande como la mano de aquella hoja de oro y parecía que lo quería resgatar; el cual se fue a su casa, y los otros quedaron en la plaza, y él hacía hacer pedazuelos de aquella pieza, y trayendo cada vez un pedazuelo resgatábalo. Después que no hobo más dijo por señas quel había enviado por más y que otro día lo traerían. Estas cosas todas y la manera dellos y sus costumbres y mansedumbre y consejo, muestra de ser gente más despierta y entendida que otros que hasta allí hobiese hallado, dice el Almirante. En la tarde vino allí una canoa de la Isla de la Tortuga con bien 40 hombres, y en llegando a la playa toda la gente del pueblo questaba junta se asentaron todos en señal de paz, y algunos de la canoa, y cuasi todos descendieron en tierra. El Cacique se levantó solo y con palabras que parecían de amenazas los hizo volver a la canoa y les echaba agua, y tomaba piedras de la playa y las echaba en el agua, y después que ya todos con mucha obediencia se pusieron y embarcaron en la canoa, él tomó una piedra y la puso en la mano a mi alguacil para que les tirase, al cual yo había enviado a tierra, y al escribano y a otros para ver si traían algo que aprovechase, y el alguacil no les quiso tirar. Allí mostró mucho aquel Cacique que se favorecía con el Almirante. La canoa se fue luego, y dijeron al Almirante después de ida que en la Tortuga había más oro que en la Isla Española, porque es más cerca de Baneque. Dijo el Almirante que creía que en aquella Isla Española ni en la Tortuga hobiese minas de oro sino que lo traían de Baneque, y que traen poco, porque no tienen aquellos que dar por ello, y aquella tierra es tan gruesa que no ha menester que trabajen mucho para sustentarse ni para vestirse como anden desnudos. Y creía el Almirante questaba muy cerca de la fuente, y que nuestro Señor le había de mostrar donde nasce el oro. Tenía nueva que de allí al Baneque había cuatro jornadas, que podrían ser 30 ó 40 leguas, que en un día de buen tiempo se podían andar.


MARTES 18 DE DICIEMBRE.

Estovo en aquella playa surto este día porque no había viento, y también porque había dicho el Cacique que había de traer oro, no porque tuviese en mucho el Almirante el oro (dizque) que podía traer, pues allí no había minas, sino por saber mejor de dónde lo traían. Luego en amaneciendo mandó ataviar la nao y la carabela de armas y banderas por la fiesta que era este día de sancta María de la 0, o conmemoración de la Anunciación: tiráronse muchos tiros de lombardas, y el Rey de aquella Isla Española (dice el Almirante) había madrugado de su casa que debía distar cinco leguas de allí según pudo juzgar, y llegó a hora de tercia a aquella población, donde ya estaban algunos de la nao quel Almirante había enviado para ver si venía oro, los cuales dijeron que venían con el Rey más de 200 hombres, y que lo traían en unas andas cuatro hombres, y era mozo como arriba se dijo. Hoy estando el Almirante comiendo debajo del castillo, llegó a la nao con toda su gente. Y dice el Almirante a los Reyes: Sin duda pareciera bien a Vuestras Altezas su estado y acatamiento que todos le tienen, puesto que todos andan desnudos. Él, así como entró en la nao halló questaba comiendo a la mesa debajo del castillo de popa, y él a buen andar se vino a sentar a par de mí, y no me quiso dar lugar que yo me saliese a él ni me levantase de la mesa, salvo que yo comiese. Yo pensé quel tenía a bien de comer de nuestras viandas: mandé luego traerle cosas quel comiese. Y cuando entró debajo del castillo hizo señas con la mano que todos los suyos quedasen fuera, y así lo hicieron con la mayor priesa y acatamiento del mundo, y se asentaron todos en la cubierta, salvo dos hombres de una edad madura, que yo estimé por sus consejeros y ayo, que vinieron y se asentaron a sus pies, y de las viandas que yo le puse delante tomaba de cada una tanto como se toma para hacer la salva, y después luego lo demás enviábalo a los suyos, y todos comían della, y así hizo en el beber, que solamente llegaba a la boca y después así lo daba a los otros, y todo con un estado maravilloso, y muy pocas palabras, y aquellas quel decía, según yo podía entender, eran muy asentadas y de seso, y aquellos dos le miraban a la boca y hablaban por él y con él, y con mucho acatamiento. Después de comido un escudero traía un cinto, que es propio como los de Castilla en la hechura, salvo ques de otra obra, que él tomó y me lo dio, y dos pedazos de oro labrado que eran muy delgados, que creo que aquí alcanzan poco dél, puesto que tengo questán muy vecinos de donde nace, y hay mucho. Yo vide que le agradaba un arambel que yo tenía sobre mi cama; yo se lo di y unas cuentas muy buenas de ámbar que yo traía al pescuezo, y unos zapatos colorados, y una almatraja de agua de azahar, de que quedó tan contento que fue maravilla, y él y su ayo y consejero llevan grande pesar porque no me entendían ni yo a ellos. Con todo le cognoscí que me dijo que si me cumpliese algo de aquí que toda la isla estaba a mi mandar. Yo envié por unas cuentas mías adonde por un señal tengo un excelente de oro en que están esculpidos Vuestras Altezas, y se lo amostré, y le dije otra vez como ayer que Vuestras Altezas mandaban y señoreaban todo lo mejor del mundo, y que no había tan grandes Príncipes; y le mostré las banderas reales y las otras de la cruz, de que él tuvo en mucho; y que grandes señores serían Vuestras Altezas, decía él contra sus consejeros, pues de tan lejos y del cielo me habían enviado hasta aquí sin miedo; y otras cosas muchas se pasaron que yo no entendía, salvo que bien vía que todo tenía a grande maravilla. Después que ya fue tarde y él se quiso ir, el Almirante le envió en la barca muy honradamente, y hizo tirar muchas lombardas, y puesto en tierra subió en sus andas y se fue con sus más de 200 hombres, y a su hijo le llevaban atrás en los hombros de un indio, hombre muy honrado. A todos los marineros y gente de los navíos donde quiera que los topaba les mandaba dar de comer y hacer mucha honra. Dijo un marinero que le había topado en el camino y visto que todas las cosas que le había dado el Almirante, y cada una dellas llevaba delante del Rey un hombre, a lo que parecía de los más honrados. Iba su hijo atrás del Rey buen rato, con tanta compañía de gente como él, y otro tanto un hermano del mismo Rey, salvo que iba el hermano a pie y llevábanlo del brazo dos hombres honrados. Éste vino a la nao después del Rey, al cual dio el Almirante algunas cosas de los dichos resgates, y allí supo el Almirante que al Rey llamaban en su lengua Cacique. En este día se resgató dizque poco oro; pero supo el Almirante de un hombre viejo que había muchas islas comarcanas a cien leguas y más según pudo entender, en las cuales nasce muy mucho oro, y en las otras, hasta decirle que había isla que era todo oro, y en las otras que hay tanta cantidad que lo cogen y ciernen como con cedazos, y lo funden y hacen vergas y mil labores: figuran por señas la hechura. Este viejo señaló al Almirante la derrota y el paraje donde estaba: determinóse el Almirante de ir allá, y dijo que si no fuera el dicho viejo tan principal persona de aquel Rey que lo detuviera y llevara consigo, o si supiera la lengua que se lo rogara, y creía, según estaba bien con él y con los cristianos, que se fuera con él de buena gana; pero porque tenía ya aquellas gentes por de los Reyes de Castilla, y no era razón de hacelles agravio, acordó de dejallo. Puso una cruz muy poderosa en medio de la plaza de aquella población, a lo cual ayudaron los indios mucho, y hicieron, dizque oración y la adoraron, y por la muestra que dan espera en nuestro Señor el Almirante que todas aquellas islas han de ser cristianos.


MIÉRCOLES 19 DE DICIEMBRE.

Esta noche se hizo a la vela por salir de aquel golfo que hace allí la Isla de la Tortuga con La Española, y siendo de día tornó el viento Levante, con el cual todo este día no pudo salir de entre aquellas dos islas, y a la noche no pudo tomar un puerto que por allí parecía. Vida por allí cuatro cabos de tierra y una grande bahía y río, y de allí vida una angla muy grande, y tenía una población, y a las espaldas un valle entre muchas montañas altísimas, llenas de árboles, que juzgó ser pinos, y sobre los Dos Hermanos hay una montaña muy alta y gorda que va de Nordeste al Sudueste, y del Cabo de Torres al Lesueste está una isla pequeña, a la cual puso nombre Santo Tomás, porque es mañana su vigilia. Todo el cerco de aquella isla tiene cabos y puertos maravillosos, según juzgaba él desde la mar. Antes de la isla de la parte del Oueste hay un cabo que entra mucho en la mar alto y bajo, y por eso le puso nombre Cabo alto y bajo. Del camino de Torres al Leste cuarta del Sueste hay 60 millas hasta una montaña más alta que otra que entra en la mar, y parece desde lejos isla por sí por un degollado que tiene de la parte de tierra; púsole nombre Monte Caribata, porque aquella provincia se llamaba Caribata. Es muy hermoso y lleno de árboles verdes y claros, sin nieve y sin niebla, y era entonces por allí el tiempo, cuanto a los aires y templanza, como por marzo en Castilla, y en cuanto a los árboles y yerbas como por mayo: las noches dizque eran de catorce horas.

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