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MIÉRCOLES 26 DE DICIEMBRE.

Hoy a salir del sol vino el Rey de aquella tierra questaba en aquel lugar a la carabela Niña, donde estaba el Almirante, y cuasi llorando le dijo que no tuviese pena que él le daría cuanto tenía, y que había dado a los cristianos questaban en tierra dos muy grandes casas, y que más les daría si fuesen menester, y cuantas canoas pudiesen cargar y descargar la nao y poner en tierra cuanta gente quisiese; y que así lo había hecho ayer, sin que se tomase una migaja de pan ni otra cosa alguna: tanto (dice el Almirante) son fieles y sin cudicia de lo ageno, y así era sobre todos aquel Rey virtuoso. En tanto quel Almirante estaba hablando con él, vino otra canoa de otro lugar que traía ciertos pedazos de oro, los cuales quería dar por un cascabel, porque otra cosa tanto no deseaban como cascabeles. Que aún no llega la canoa a bordo cuando llamaban y mostraban los pedazos de oro, diciendo chuq chuq por cascabeles, que están en puntos de se tornar locos por ellos. Después de haber visto esto, y partiéndose estas canoas que eran de los otros lugares, llamaron al Almirante y le rogaron que les mandase guardar un cascabel hasta otro día, por quel traería cuatro pedazos de oro tan grandes como la mano. Holgó el Almirante de oír esto, y después un marinero que venía de tierra dijo al Almirante que era cosa de marvilla las piezas de oro que los cristianos questaban en tierra resgataban por no nada; por una agujeta daban pedazos que serían más de dos castellanos, y que entonces no era nada al respecto de lo que sería dende a un mes. El Rey se holgó mucho con ver al Almirante alegre, y entendió que deseaba mucho oro, y díjole por señas que él sabía cerca de allí adonde había dello muy mucho en grande suma, y questuviese de buen corazón que él daría cuanto oro quisiese, y dello dizque le daba razón, y en especial que lo había en Cipango, a que ellos llamaban Civao, en tanto grado que ellos no lo tienen en nada, y que lo traería allí, aunque también en aquella Isla Española, a quien llaman Bohio, y en aquella provincia Caribata lo había mucho más. El Rey comió en la carabela con el Almirante, y después salió con él en tierra, donde hizo al Almirante mucha honra y le dio colación de dos o tres maneras de ajes, y con camarones y caza, y otras viandas quellos tenían, y de su pan que llamaban cazavi, donde lo llevó a ver unas verduras de árboles junto a las casas, y andaban con él bien 1.000 personas, todos desnudos. El Señor ya traía camisa y guantes quel Almirante le había dado, y por los guantes hizo mayor fiesta que por cosa de las que le dio. En su comer con su honestidad y hermosa manera de limpieza se mostraba bien ser de linaje. Después de haber comido, que tardó buen rato estar a la mesa, trujeron ciertas yerbas con que se fregó mucho las manos: creyó el Almirante que lo hacía para ablandarlas, y diéronle agua manos. Después que acabaron de comer llevó a la playa al Almirante, y el Almirante envió por un arco turquesco y un manojo de flechas, y el Almirante hizo tirar a un hombre de su compañía, que sabía dello; y el Señor, como no sepa qué sean armas, porque no las tienen ni las usan, le pareció gran cosa; aunque dizquel comienzo fue sobre habla de los de Caniba, quellos llaman Caribes, que los vienen a tomar, y traen arcos y flechas sin hierro que en todas aquellas tierras no había memoria dél, y de acero ni de otro metal, salvo de oro y de cobre, aunque cobre no había visto sino poco el Almirante. El Almirante le dijo por señas que los Reyes de Castilla mandarían destruir a los caribes, y que a todos se los mandarían traer las manos atadas. Mandó el Almirante tirar una lombarda y una espingarda, y viendo el efecto que su fuerza hacían y lo que penetraban, quedó maravillado. Y cuando su gente oyó los tiros cayeron todos en tierra. Trujeron al Almirante una gran carátula, que tenía grandes pedazos de oro en las orejas y en los ojos y en otras partes, la cual le dio con otras joyas de oro quel mismo Rey había puesto al Almirante en la cabeza y al pescuezo; y a otros cristianos que con él estaban dio también muchas. El Almirante recibió mucho placer y consolación destas cosas que vía, y se le templó el angustia y pena que había rescebido y tenía de la pérdida de la nao, y conosció que nuestro Señor había hecho encallar allí la nao porque hiciese allí asiento. Y a esto (dice él) vinieron tantas cosas a la mano, que verdaderamente no fue aquel desastre salvo gran ventura. Porque es cierto (dice él) que si yo no encallara que yo fuera de largo sin surgir en este lugar por quel está metido acá dentro en una grande bahía, y en ella dos o tres restringas de bajas. Ni este viaje dejara aquí gente, ni aunque yo quisiera dejarla no les pudiera dar tan buen aviamento ni tantos pertrechos ni tantos mantenimientos ni aderezo para fortaleza. Y bien es verdad que mucha gente desta que va aquí me habían rogado y hecho rogar que les quisiese dar licencia para quedarse. Agora tengo ordenado de hacer una torre y fortaleza, todo muy bien, y una grande cava, no porque crea que haya esto menester por esta gente, porque tengo por dicho que con esta gente que yo traigo sujuzgaría toda esta isla, la cual creo ques mayor que Portugal, y más gente al doblo, mas son desnudos y sin armas, y muy cobardes fuera de remedio. Mas es razón que se haga esta torre; y se esté como se ha de estar, estando tan lejos de Vuestras Altezas; y porque conozcan el ingenio de la gente de Vuestras Altezas, y lo que pueden hacer, porque con amor y temor le obedezcan; y así ternán tablas para hacer toda la fortaleza dellas, y mantenimientos de pan y vino para más de un año, y simientes para sembrar, y la barca de la nao, y un calafate, y un carpintero, y un lombardero, y un tonelero, y muchos entre ellos hombres que desean mucho, por servicio de Vuestras Altezas y me hace placer, de saber de la mina adonde se coge el oro. Así que todo es venido mucho a pelo para que se faga este comienzo. Y sobre todo que cuando encalló la nao fue tan paso que cuasi no se sintió ni había ola ni viento. Todo esto dice el Almirante. Y añade más para mostrar que fue gran ventura y determinada voluntad de Dios que la nao allí encallase porque dejase allí gente, que sino fuera por la traición del maestre y de la gente, que eran todos o los más de su tierra, de no querer echar el ancla por popa para sacar la nao, como el Almirante los mandaba, la nao se salvara, y así no pudiera saberse la tierra (dice él) como se supo aquellos días que allí estuvo y adelante, por los que allí entendía dejar, porque él iba siempre con intención de descubrir y no parar en parte más de un día sino era por falta de los vientos, porque la nao dizque era muy pesada y no para el oficio de descubrir; y llevar tal nao diz que causaran los de Palos, que no cumplieron con el Rey y la Reina lo que le habían prometido, dar navíos convenientes para aquella jornada, y no lo hicieron. Concluye el Almirante diciendo que de todo lo que en la nao había no se perdió una agujeta, ni tabla ni clavo, porque ella quedó sana como cuando partió, salvo que se cortó y rajó algo para sacar la vasija y todas las mercaderías, y pusiéronlas todas en tierra y bien guardadas, como está dicho; y dice que espera en Dios que a la vuelta que él entendía hacer de Castilla, había de hallar un tonel de oro que habrían resgatado los que había de dejar, y que habrían hallado la mina de oro, y la especería, y aquello en tanta cantidad que los Reyes antes de tres años emprendiesen y aderezasen para ir a conquistar la Casa Santa, que así (dice él) protesté a Vuestras Altezas que toda la ganancia desta mi empresa se gastase en la conquista de Jerusalén, y Vuestras Altezas se rieron y dijeron que les placía, y que sin esto tenían aquella gana. Estas son palabras del Almirante.


JUEVES 27 DE DICIEMBRE.

En saliendo el sol vino a la carabela el Rey de aquella tierra, y dijo al Almirante que había enviado por oro, y que lo quería cobrir todo de oro antes que se fuese, antes le rogaba que no se fuese; y comieron con el Almirante el Rey e un hermano suyo, y otro su pariente muy privado, los cuales dos le dijeron que querían ir a Castilla con él. Estando en esto vinieron cómo la carabela Pinta estaba en un río al cabo de aquella isla: luego envió el Cacique allá una canoa, y en ella el Almirante, un marinero, porque amaba tanto al Almirante que era maravilla. Ya entendía el Almirante con cuanta priesa podía por despacharse para la vuelta de Castilla.


VIERNES 28 DE DICIEMBRE.

Para dar orden y priesa en el acabar de hacer la fortaleza, y en la gente que en ella había de quedar, salió el Almirante en tierra y parecióle quel Rey le había visto cuando iba en la barca, el cual se entró presto en su casa disimulando, y envió a un su hermano que recibiese al Almirante, y llevólo a una de las casas que tenía dadas a la gente del Almirante, la cual era la mayor y mejor de aquella villa. En ella le tenían aparejado un estrado de camisas de palma, donde le hicieron asentar. Después el hermano envió un escudero suyo a decir al Rey que el Almirante estaba allí, como quel Rey no sabía que era venido, puesto quel Almirante creía que lo disimulaba por hacelle mucha más honra. Como el escudero se lo dijo dio el Cacique, dizque a correr para el Almirante, y púsole al pescuezo una gran plasta de oro que traía en la mano. Estuvo allí con él hasta la tarde deliberando lo que había de hacer.


SÁBADO 29 DE DICIEMBRE.

En saliendo el sol vino a la carabela un sobrino del Rey muy mozo, y de buen entendimiento y buenos hígados (como dice el Almirante); y como siempre trabajase por saber a dónde se cogía el oro, preguntaba a cada uno, porque por señas ya entendía algo, y así aquel mancebo le dijo que a cuatro jornadas había una isla al Leste que se llamaba Guarionex, y otras que se llamaban Macorix y Mayonic y Fuma y Cibao y Coroay, en las cuales había infinito oro, los cuales nombres escribió el Almirante y supo esto que le había dicho un hermano del Rey, e riñó con él, según el Almirante entendió. También otras veces había el Almirante entendido que el Rey trabajaba porque no entendiese dónde nascía y se cogía el oro, porque no lo fuese a resgatar o comprar a otra parte. Mas es tanto y en tantos lugares y en esta mesma Isla Española (dice el Almirante) que es maravilla. Siendo ya de noche le envió el Rey una gran carátula de oro, y envióle a pedir un bacin de agua-manos y un jarro: creyó el Almirante que lo pedía para mandar hacer otro, y así se lo envió.


DOMINGO 30 DE DICIEMBRE.

Salió el Almirante a comer a tierra, y llegó a tiempo que habían venido cinco Reyes subjetos a aqueste que se llamaba Guacanagari, todos con sus coronas, representando muy buen estado, que dice el Almirante a los Reyes, que sus Altezas hobieran placer de ver la manera dellos. En llegando en tierra el Rey vino a rescibir al Almirante, y lo llevó de brazos a la misma casa de ayer, a do tenía un estrado y sillas en que asentó al Almirante; y luego se quitó la corona de la cabeza y se la puso al Almirante, y el Almirante se quitó del pescuezo un collar de buenos alaqueques y cuentas muy hermosas de muy lindos colores, que parecía muy bien en toda parte, y se lo puso a él; y se desnudó un capuz de fina grana, que aquel día se había vestido, y se lo vistió; y envió por unos borceguíes de color que le hizo calzar, y le puso en el dedo un grande anillo de plata, porque habían dicho que vieron una sortija de plata a un marinero, y que había hecho mucho por ella. Quedó muy alegre y muy contento, y dos de aquellos Reyes, que estaban con él, vinieron a donde el Almirante estaba con él y trujeron al Almirante dos grandes plastas de oro, cada uno la suya. Y estando así vino un indio diciendo que había dos días que dejara la carabela Pinta al Leste en un puerto. Tornóse el Almirante a la carabela, y Vicente Yáñez, capitán de ella, afirmó que había visto ruibarbo, y que lo había en la Isla Amiga, questá a la entrada de la mar de Santo Tomé, questaba 6 leguas de allí, e que había cognoscido los ramos y raíz. Dicen quel ruibarbo echa unos ramitos fuera de tierra, y unos frutos que parecen moras verdes cuasi secas, y el palillo questá cerca de la raíz es tan amarillo y tan fino como la mejor color que puede ser para pintar, y debajo de la tierra hace la raíz una grande pera.


LUNES 31 DE DICIEMBRE.

Aqueste día se ocupó en mandar tomar agua y leña para la partida a España por dar noticia presto a los Reyes para que enviasen navíos que descubriesen lo que quedaba por descubrir, porque ya el negocio parecía tan grande y de tanto tomo, que es maravilla (dijo el Ahnirante), y dice que no quisiera partirse hasta que hobiera visto toda aquella tierra que iba hacia el Leste, y andarla toda por la costa, por saber también (dizque) el tránsito de Castilla a ella para traer ganados y otras cosas. Mas como hobiese quedado con un solo navío no le parecía razonable cosa ponerse a los peligros que le pudieran ocurrir descubriendo. Y quejábase que todo aquel mal e inconveniente haberse apartado de la carabela Pinta.


MARTES 1° DE ENERO DE 1493.

A media noche despachó la barca que fuese a la isleta Amiga para traer el ruibarbo. Volvió a vísperas con un serón dello; no trujeron más porque no llevaron azada para cabar: aquello llevó por muestra a los Reyes. El Rey de aquella tierra, dizque había enviado muchas canoas por oro. Vino la canoa que fue a saber de la Pinta y el marinero, y no la hallaron. Dijo aquel marinero que 20 leguas de allí habían visto un Rey que traía en la cabeza dos grandes plastas de oro, y luego que los indios de la canoa le hablaron se las quitó, y vido también mucho oro a otras personas. Creyó el Almirante quel Rey Guacanagari debía de haber prohibido a todos que no vendiesen oro a los cristianos, porque pasase todo por su mano. Mas él había sabido los lugares, como dijo antier, donde lo había en tanta cantidad que no lo tenían en precio. También la especería que (como dice el Almirante) es mucha y más vale que pimienta y manegueta. Dejaba encomendados a los que allí quería dejar que hobiesen cuanta pudiesen.


MIÉRCOLES 2 DE ENERO.

Salió de mañana en tierra para se despedir del Rey Guacanagari, e partirse en el nombre del Señor, e diole una camisa suya, y mostróle la fuerza que tenían y efecto que hacían las lombardas, por lo cual mandó armar una y tirar al costado de la nao que estaba en tierra, porque vino a propósito de platicar sobre los caribes, con quien tienen guerra, y vido hasta dónde llegó la lombarda, y como pasó el costado de la nao, y fue muy lejos la piedra por la mar. Hizo hacer también un escaramuza con la gente de los navíos armada, diciendo al Cacique que no hubiese miedo a los caribes, aunque viniesen. Todo esto, dizque hizo el Almirante porque tuviese por amigos a los cristianos que dejaba, y por ponerle miedo que los temiese. Llevólo el Almirante a comer consigo a la casa donde estaba aposentado, y a los otros que iban con él. Encomendóle mucho el Almirante a Diego de Arana y a Pedro Gutiérrez y a Rodrigo Escovedo, que dejaba juntamente por sus tenientes de aquella gente que allí dejaba, porque todo fuese bien regido y gobernado a servicio de Dios y de sus Altezas. Mostró mucho amor el Cacique al Almirante, y gran sentimiento en su partida, mayormente cuando le vida ir a embarcarse. Dijo al Almirante un privado de aquel Rey, que había mandado hacer una estatua de oro puro tan grande como el mismo Almirante, y que dende a diez días la habían de traer. Embarcóse el Almirante con propósito de se partir luego, mas el viento no le dio lugar. Dejó en aquella Isla Española, que los indios diz que llamaban Babia, 39 hombres con la fortaleza y dizque mucho amigos de aquel Rey Guacanagari, e sobre aquellos por sus tenientes a Diego de Arana, natural de Córdoba y a Pedro Gutiérrez, repostero de estrado del Rey, criado del despensero mayor, e a Rodrigo de Escovedo, natural de Segovia, sobrino de Fr. Rodrigo Pérez, con todos sus poderes que de los Reyes tenía. Dejóles todas las mercaderías que los Reyes mandaron comprar para los resgates que eran muchas, para que las trocasen y resgatasen por oro, con todo lo que traía la nao. Dejóles también pan vizcocho para un año y vino y mucha artillería, y la barca de la nao para que ellos, como marineros que eran los más, fuesen cuando viesen que convenía a descubrir la mina del oro, porque a la vuelta que volviese el Almirante hallase mucho oro, y lugar donde se asentase una villa, porque aquél no era puerto a su voluntad: mayormente quel oro que allí traían venía, dizque del Leste, y cuanto más fuesen al Leste tanto estaban cercanos de España. Dejóles también simientes para sembrar, y sus oficiales, escribano y alguacil, y entre aquellos un carpintero de naos y calafate, y un buen lombardero, que sabe bien de ingenios, y un tonelero y un físico y un sastre, y todos, dizque hombres de la mar.


JUEVES 3 DE ENERO.

No partió hoy porque a noche dizque vinieron tres de los indios que traía de las islas que se habían quedado, y dijéronle que los otros y sus mujeres venían al salir del sol. La mar también fue algo alterada, y no pudo la barca estar en tierra; determinó partir mañana mediante la gracia de Dios. Dijo que si él tuviera consigo la carabela Pinta tuviera por cierto de llevar un tonel de oro, porque osara seguir las costas de estas islas, lo que no osaba hacer por ser solo, porque no le acaeciese algún inconveniente, y se impidiese su vuelta a Castilla y la noticia que debía dar a los Reyes de todas las cosas que había hallado. Y si fuera cierto que la carabela Pinta llegara a salvamento en España con aquel Martín Alonso Pinzón, dijo que no dejara de hacer lo que deseaba; pero porque no sabía dél, y porque ya que vaya podrá informar a los Reyes de mentiras, porque no le manden dar la pena que él merecía como quien tanto mal había hecho y hacía en haberse ido sin licencia, y estorbar los bienes que pudieran hacerse y saberse de aquella vez, dice el Almirante, confiaba que nuestro Señor le daría buen tiempo y se podría remediar todo.


VIERNES 4 DE ENERO.

Saliendo el sol levantó las anclas con poco viento con la barca por proa el camino del Norueste para salir fuera de la restringa, por otra canal más ancha de la que entró, la cual y otras son muy buenas para ir por delante de la Villa de la Navidad, y por todo aquello el más bajo fondo que halló fueron tres brazas hasta nueve, y estas dos van de Norueste al Sueste, según aquellas restringas eran grandes que duran desde el Cabo Santo hasta el Cabo de Sierpe, que son más de 6 leguas, y fuera en la mar bien 3, y sobre el Cabo Santo bien tres, y sobre el Cabo Santo a una legua no hay más de ocho brazas de fondo, y dentro del dicho Cabo de la parte del Leste hay muchos bajos y canales para entrar por ellos, y toda aquella costa se corre Norueste Sueste y es toda playa, y la tierra muy llana hasta bien 4 leguas la tierra adentro. Después hay montañas muy altas, y es toda muy poblada de poblaciones grandes, y buena gente, según se mostraba con los cristianos. Navegó así al Leste camino de un monte muy alto, que quiere parecer isla, pero no lo es, porque tiene participación con tierra muy baja, el cual tiene forma de un alfaneque muy hermoso, al cual puso nombre MonteCristi, el cual está justamente al Leste del Cabo Santo, y habrá 18 leguas. Aquel día por ser el viento muy poco no pudo llegar al MonteCristi con 6 leguas. Halló cuatro isletas de arena muy bajas, con una restringa que salía mucho al Norueste, y andaba mucho al Sueste. Dentro hay un grande golfo que va desde dicho monte al Sueste bien 20 leguas, el cual debe ser todo de poco fondo, y muchos bancos, y dentro dél en toda la costa muchos ríos no navegables, aunque aquel marinero quel Almirante envió con la canoa a saber nuevas de la Pinta, dijo que vida un río en el cual podían entrar naos. Surgió por allí el Almirante seis leguas de MonteCristi en 19 brazas, dando la vuelta a la mar por apartarse de muchos bajos y restringas que por allí había, donde estuvo aquella noche. Da el Almirante aviso que el que hobiere de ir a la villa de la Navidad, que cognosciere a MonteCristi, debe meterse en la mar 2 leguas; pero porque ya se sabe la tierra y más por allí no se pone aquí. Concluye que Cipango estaba en aquella isla, y que hay mucho oro y especería y almáciga y ruibarbo.


SÁBADO 5 DE ENERO.

Cuando el sol quería salir dio la vela con el terral; después ventó Leste, y vido que de la parte del Susueste del MonteCristi, entre él y una isleta parecía ser buen puerto para surgir esta noche, y tomó el camino al Lesueste, y después al Sursueste bien 6 leguas a cerca del monte, y halló andadas las 6 leguas 17 brazas de hondo y muy limpio, y anduvo así 3 leguas con el mismo fondo. Después abajó a 12 brazas hasta el morro del monte, y sobre el morro del monte a una legua halló 9, y limpio todo arena menuda. Siguió así el camino hasta que entró entre el monte y la isleta, adonde halló tres brazas y media de fondo con baja mar, muy singular puerto adonde surgió. Fue con la barca a la isleta donde halló fuego y rastro que habían estado allí pescadores. Vido allí muchas piedras pintadas de colores, o cantera de piedras tales de labores naturales muy hermosas, dizque para edificios de iglesia o de otras obras reales, como las que halló en la isleta de San Salvador. Halló también en esta isleta muchos pies de almáciga. Este MonteCristi, dizque es muy hermoso y alto y andable, de muy linda hechura, y toda la tierra cerca de él es baja, muy linda campiña, y él queda así alto que viéndolo de lejos parece isla que no comunique con alguna tierra. Después del dicho monte al Leste vido un cabo a 24 millas, al cual llamó Cabo del Becerro, desde el cual hasta el dicho monte pasa en la plar bien 2 leguas unas restringas de bajos, aunque le pareció que había entre ellas canales para poder entrar; pero conviene que sea de día y vaya son dando con la barca primero. Desde el dicho monte al Leste hacia el Cabo del Becerro las 4 leguas es todo playa y tierra muy baja y hermosa, y lo otro es toda tierra muy alta y grandes montañas labradas y hermosas, y dentro de la tierra va una sierra de Nordeste al Sueste, la más hermosa que había visto, que parece propia como la sierra de Córdoba. Parecen también muy lejos otras montañas muy altas hacia el Sur y del Sueste, y muy grandes valles y muy verdes y muy hermosos y muy muchos ríos de agua; todo esto en tanta cantidad apacible que no creía encarecerlo la milésima parte. Después vido al Leste del dicho monte una tierra que parecía otro monte, así como aquel de Cristi en grandeza y hermosura. Y dende a la cuarta del Leste al Nordeste es tierra no tan alta, y habría bien 100 millas o cerca.

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