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LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO OCTAVO
Cuando se perfilaba el triunfo
(1929, enero a abril)
Capítulo sexto

La hora de las tinieblas.



MR. DWIGHT W. MORROW

Y supo el astuto embajador norteamericano Mr. Morrow, con diplomacia diabólica, hacer desistir a Calles y Portes Gil, por una parte, para que no fuesen a concluir ante el Romano Pontífice las negociaciones que habían principiado a hacer con los Excmos. señores Obispos que residían en México, y hacer caer en el lazo, por la otra, a los Excmos. señores don Leopoldo Ruiz y Flores y don Pascual Díaz y Barreto, elementos representativos del Episcopado Mexicano, residentes en Estados Unidos, para que de nuevo intentasen llegar a un arreglo con el gobierno de Calles y Portes Gil, para reanudar el culto público de la nación.

Había ya la circunstancia de que en esos días el astuto y perverso Mr. Morrow había hecho llegar su influencia hasta la misma Sede Apostólica, ante el mismo Sumo Pontífice Pío XI. La astucia diabólica con que este problema se trabajó casi no puede tener igual.

Ignoraban los señores Obispos don Leopoldo Ruiz y Flores y don Pascual Díaz y Barreto, las magníficas negociaciones que en México se habían estado llevando a cabo y el proyecto de que tuvieran su feliz remate en el mismo Vaticano. Más aún, al Sumo Pontífice, a quien hacía tiempo que se estaba trabajando y se le había ocultado el verdadero estado de la cuestión mexicana, de ninguna manera había llegado la noticia del magnífico horizonte que se presentaba, con las negociaciones que en México se habían estado realizando.

Hubo engaño, hubo negra perfidia en la intromisión de las sectas judío-masónicas yanquis, en el capital problema de México; perfidia satánica.

LOS AVISOS DE LA PRENSA

El diario Excélsior, en su número correspondiente al 14 de mayo de ese año 1929, dio a conocer esta noticia:

Washington, mayo 13.

El arreglo de la cuestión religiosa de México durante el verano de este año, es juzgado como muy probable en los centros diplomáticos de Washington. Se espera de un día a otro que lleguen órdenes del Vaticano, para que el Arzobispo Leopoldo Ruiz y Flores regrese a México, a fin de conferenciar con el Presidente Provisional, licenciado Emilio Portes Gil. En los mismos centros se dice que Morrow está resuelto a que las negociaciones sean llevadas a feliz conclusión y que ha empleado comedidamente la influencia del Departamento de Estado sobre el gobierno mexicano para lograr una transacción.

LA ANGUSTIA EN MEXICO

Los Excmos. señores Obispos residentes en México, sobre todo los del subcomité Episcopal: Monseñor don Miguel de la Mora, Monseñor Manuel Azpeitia y Palomar y Monseñor Castellanos temblaron de angustia. Las brillantes esperanzas, las excelentes negociaciones entre ellos y el gobierno calles-portesgilista se hundían. Otra vez Morrow; otra vez el Padre Burke y los señores del National Catholic Welfare Conference, otra vez Monseñor Ruiz y Flores y Monseñor Díaz. Había sin embargo una esperanza: al llegar, les pondrían al tanto de lo que ya estaba tratado para que no se dejasen enredar.

LA ESPERANZA, PERDIDA

El día 5 de junio salieron de Washington los dos Obispos mexicanos y también Mr. Morrow.

En San Luis Missouri, Mr. Morrow mandó poner su carro especial en el mismo tren en que viajaban los Prelados, los cuales fueron invitados a pasar a él. Ellos accedieron.

En San Antonio Tex., Mr. Morrow hizo desenganchar su carro para no llegar juntos en el mismo convoy a México.

En la estación de Huehuetoca, después de haber pasado Querétaro, recibieron los dos señores Obispos instrucciones de bajar en la estación de Lechería, pues se querían tomar las precauciones necesarias para que no fuesen a hablar con nadie. Los enemigos, los perversos, los malvados, sentían pánico de que Mons. Ruiz y Flores y Mons. Díaz y Barreto se fuesen a enterar de lo que ya, entre el general Calles y los señores Obispos residentes en México, se había estado tratando. Por tanto habrían de estar incomunicados del todo.

EN LA CASA DE DON AGUSTIN LEGORRETA

Y fueron llevados en coche a la casa del señor don Agustín Legorreta, de Avenida Insurgentes de la ciudad de México.

En vista de tanta excitación como sabíamos que había -confiesa Mons. Ruiz y Flores en sus Memorias- nos propusimos no recibir a nadie, y así fue que ni a los mismos señores Obispos quisimos recibir.

En efecto, cuando se supo de la llegada de los dos Prelados que, con autorización de la Santa Sede -decía la prensa- habían de pactar con el gobierno de Calles y Portes Gil, el Excmo. señor Obispo don Miguel de la Mora, presidente del Subcomité Episcopal, mandó decir a Mons. Ruiz y Flores que tenía grandes y urgentes cosas que comunicarle; que no fuera a pactar nada sin antes oído. Respuesta: Que dispensara; que no podía recibido.

Nuevamente, alarmado, Mons. don Miguel de la Mora repite su súplica. La misma respuesta.

Y el santo obispo Excmo. señor de la Mora, se decide a jugar el todo por el todo y personalmente se presenta en la casa del señor Legorreta.

Y el señor Ruiz y Flores, sin dejarse ver, mandó decir al egregio Prelado que solicitaba verlo: Que dispensara; pero que no podía hacerlo, porque tenía instrucciones de no hablar con nadie.

LAGRIMAS

Y el Excmo. señor Obispo don Miguel de la Mora se volvió llorando, y lloró también el santo hombre de Dios, señor Obispo Castellanos. De él decía al que esto escribe un amigo íntimo de él, que había llorado como un niño.

Ya después lloraría, porque lloró de verdad, el mismo señor Arzobispo Ruiz y Flores, cuando se vio burlado, cuando vio el fracaso de aquellos arreglos, si arreglos pueden llamarse, según él mismo escribía de su puño y letra, al señor Obispo Azpeitia y Palomar.

Lloraría también -cierto, seguro, verídico- el mismo Augusto Pontífice Pío XI cuando se vio engañado.

Yo mismo he visto llorar al Papa cuando trata el asunto de los arreglos de México: L' ho visto piangere -decía el Cardenal Boggiani, al Vice-Presidente de la L.N.D.L.R., Lic. don Miguel Palomar y Vizcarra, y al que esto escribe, allá en la ciudad de Roma, en el año de 1930.

No hay duda que el Papa Pío XI nos amaba con entrañable amor de padre. Ahí está su lúcida figura, su gallarda actitud en favor del pueblo que llevaba en el corazón y ... si cedió, cedió porque ... en aquellos momentos, eso considero como el menor mal para su pobre México, según le fueron presentadas las cosas. Cedió por amor, no sin lágrimas en sus ojos, y concedió su Suprema Autorización Pontificia para aquellos arreglos de cuya feliz actuación respondía el hombre del Norte.

PUÑAL POR LA ESPALDA

Y mientras en Estados Unidos, desde principios de mayo se fraguaba el complot contra la Iglesia en México, aquí en la Nación, como parte del programa, se hacía el último y titánico esfuerzo en contra de los soldados de Cristo en los campos de batalla, y de los católicos de espíritu más viril en las ciudades, con el fin de destrozar, si posible fuera, a los primeros, y desvirtuar a los segundos, para que la obra estuviese completa.
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