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LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO OCTAVO
Cuando se perfilaba el triunfo
(1929, enero a abril)
Capítulo quinto

A las puertas del triunfo.



EL ENEMIGO SIENTE LA DERROTA

Pero la principal herida causada a la tiranía, no estaba en lo material, no en el número de sus muertos, ni en las armas a ellos arrebatadas, sino en la desmoralización y abatimiento de sus filas.

Día a día, se desertaban sus soldados y los agraristas dejaban sus pueblos y ciudades y se trasladaban a poblaciones distantes, temerosos de una victoria final.

También en Jalisco y en otras partes de la República los libertadores habían marchado de victoria en victoria y la fiera se sentía herida y vencida. El tirano Plutarco Elías Calles y sus principales colaboradores vieron con intensa claridad que los católicos no podrían ser dominados por las armas, y por más que en los círculos oficiales se propagaban continuamente falsedades y la prensa no publicaba sino mentiras, ellos y el Ejército Nacional estaban convencidos de su impotencia y derrota.

Sobre todo esto, el gobierno calles-portesgilista tenía encima el magno problema de la revolución del general Escobar que, aunque no había estallado todavía en esos días, era ya una realidad. El espíritu de descontento, de malestar, cundía por todas las esferas, aun oficiales: el Ejército Nacional abominaba del régimen callista y era palpable, ineludible, el tremendo estallar de una tempestad por largo tiempo sofocada.

Era cierto que el gobierno de Calles y Portes Gil contaba con el apoyo de las sectas judío-masónicas de los Estados Unidos; mas esto no obstante, ninguna esperanza quedaba, ni pequeña, de poder rendir o aniquilar a los cristeros; antes bien, el Movimiento crecía cada día en pujanza, y en el complot escobarista ellos sabían inmiscuida a una gran parte del Ejército Nacional. El problema por tanto no tenía vuelta de hoja: había necesidad de solucionar en verdad el problema religioso; que el pueblo católico mexicano quedase satisfecho de verdad con un pacto seguro, y descartado este obstáculo, dedicarse ya libremente al asunto de la rebelión militar de Escobar.

Calles y Portes Gil, entonces, resolvieron ceder y principiaron a buscar la manera de llegar a un arreglo satisfactorio y firme. Ellos querían tratar directamente con la Santa Sede y no con los señores obispos mexicanos, y perfectamente sabían que, con el Sumo Pontífice el Papa Pío XI, no tendrían acceso sin el beneplácito del episcopado mexicano.

De aquí que, ante todo, el primer problema era un arreglo previo, provisional con el episcopado mexicano; lograr de él, el visto bueno y la introducción ante el Sumo Pontífice.

EN BUSCA DE UN SACERDOTE CONSEJERO

Los problemas para el gobierno calles-portesgilista se precipitaban y era necesario precipitar también la solución.

En la casa marcada con el número 113 de las calles de Sonora, de México, D. F., que hacía las veces de templo para algunos actos religiosos que era dable celebrar en beneficio de los fieles, de una manera oculta y burlando en cuanto era posible la vigilancia persecutoria, un día se presentó un enviado de Calles queriendo hablar con el párroco Monseñor Agustín S. de la Cueva. La sirvienta, alarmadísima, fue a la Colonia de Santa María, a comunicarlo al sacerdote, a la casa que habitaba.

La entrevista se concertó. El visitante era el señor Nozzetti, joven abogado, en realidad enviado del general Calles. Llevaba un papel escrito por él, en que decía que, poniéndose de acuerdo sobre algunos puntos, el gobierno podría llegar a un arreglo con los católicos para terminar el llamado conflicto religioso. Y, de palabra, explicó el abogado que Calles y Portes Gil preferían entenderse directamente con el Papa.

Seguido de esto, el abogado suplicó al sacerdote que escribiera algunas bases y le dio un pliego en blanco.

Monseñor de la Cueva objetó que él no tenía ninguna autoridad para ello; pero que si se empeñaba, podría escribir algo de lo que recordaba que estaba ya pedido por los católicos.

Entonces escribió lo siguiente:

Que se conformara el gobierno con que los sacerdotes dieran nada más que su dirección, para terminar con las grandes dificultades que traía el otro registro que se pedía.
Que se devolvieran todos los edificios que habían sido quitados ya a la Iglesia desde el tiempo de Carranza.
Que hubiera absoluta libertad de conciencia; libertad de prensa, de asociación y de enseñanza.
Que pudieran conseguir fondos en los conventos.
Que pudieran volver los sacerdotes extranjeros.

Después de todo esto, Monseñor de la Cueva nuevamente advirtió que él no tenía ninguna facultad para arreglo ninguno; que era imprescindible consultar con los señores obispos.

INCONTENIBLE URGENCIA

Volvió el abogado señor Nozzetti con la contestación del general Calles consistente en las anotaciones que puso el mismo Calles, de su puño y letra, al pliego en que el sacerdote había escrito las bases. En el primer párrafo en que decía que los sacerdotes no se registraran, sino que dieran simplemente su dirección y que el Gobierno se conformara con eso, Calles anotó y en todo lo demás, de igual manera: libertad de enseñanza ; de conciencia, etc. En todo puso . Todo aprobó hasta lo de los conventos. Sólo en donde hablaba de la libertad de prensa, agregó Calles estas palabras:

Pero que no hagan labor contra el gobierno.

Al hablar de la libertad de asociación y de los conventos volvió a escribir:

Pero que no hagan labor contra el gobierno.

Nuevamente el ilustrado sacerdote manifestó que él nada podría resolver; que se necesitaba la intervención de los señores obispos y que, dadas las circunstancias, esto no era posible que se hiciera con la urgencia que ellos deseaban.

El abogado quería que se abreviaran tiempo y trámites y proponía al sacerdote que fueran los dos a Washington en un avión, para hablar directamente con el delegado apostólico de los Estados Unidos en cuyas manos estaban también los asuntos de México.

Así -decía el abogado- se puede arreglar todo brevemente, porque urgía aprovechar la ocasión.

Además, Calles iba a salir a la campaña contra Escobar.

Y volvió por tercera vez el abogado con un oficio de la Presidencia de la República que decía:

El Presidente de la República autoriza al señor Agustín de la Cueva y al señor Nozzetti, para tratar el arreglo de la cuestión religiosa con el Delegado de Washington.

Firmado, Emilio Portes Gil, Presidente de la República Mexicana.

Aquel oficio llevaba los sellos de ordenanza de la Presidencia de la República.

No obstante todo -como era deber suyo-, Monseñor de la Cueva entrevistó al Excmo. y Rvrno. señor Núñez, del Comité Episcopal. El Excmo. señor Obispo Núñez prometió reunir a los demás Excmos. Prelados que componían el Comité para que dictaminaran sobre el asunto. Dadas las circunstancias dificilísimas de penas y peligros en que entonces se vivía, no fue cuestión de pocos días lo que el Comité Episcopal necesitó para reunirse y dictaminar.

Entre tanto, como más y más apremiaba a los hombres que estaban en el poder el arreglo de la cuestión, se decidió el abogado a echarse, personalmente, en busca de alguno de los señores obispos mexicanos para, por medio de él, recabar la necesaria aprobación de las negociaciones y, después de varios intentos infructuosos, logró entrevistar al Excmo. señor Castellanos, Obispo de Tulancingo.

Lo que el abogado Nozzetti, intermediario de Calles y Portes Gil, requería del V. Episcopado, era la aprobación de las negociaciones y el que se le facilitase el acceso al Romano Pontífice el Papa Pío XI.

Presentó el abogado Nozzetti al Excmo. señor Obispo Castellanos un pliego del general Calles en donde éste exponía las bases del arreglo. (Este documento original existe al presente en Roma, pues fue entregado en el año 1930 a la Secretaría de Estado de la Santa Sede. Además, de todas estas gestiones existe amplia documentación juramentada en los archivos de Vita México).

LAS PROPOSICIONES DE CALLES

He aquí copia íntegra y textual del escrito:

Puntos que definen el acuerdo a que podrla llegar el gobierno de la República Mexicana con su Santidad el Papa, en el conflicto religioso que afecta al país en general:
I.- Todos los sacerdotes, curas y clero en general deberán dar el domicilio en donde viven y el ejecutivo tomará esta actitud como el registro que con anterioridad exigía el ayuntamiento.
II.- Todos los templos, Seminarios, Escuelas y en general todos aquellos edificios que fueron del uso de la Iglesia Católica y que en el año de mil novecientos diecisiete le fueron quitados por el gobierno del señor Carranza, le serán devueltos.
III.- Se podrá tener libertad de conciencia en absoluto.
IV.- Libertad de imprenta no atacando al gobierno constituído.
V.- Libertad de enseñanza.
VI.- Libertad de asociación, A y B:
a). Los directores en general, de conventos y asociaciones católicas tendrán que dar parte a la Secretaría de Gobernación manifestando de cuántos religiosos se compone el convento, o bien de los socios con que cuenta la mencionada asociación; pudiendo gozar los derechos que tienen las asociaciones de beneficencia privada.
VII.- Los sacerdotes extranjeros podrán regresar a la República para el ejercicio de su cargo.
VIII.- El gobierno cree firmemente que arreglados los anteriores puntos se podrá llegar a un acuerdo final.
De la cláusula V, segundo punto llamado B) En estos conventos o sociedades religiosas no tendrá que haber política contra el gobierno en ninguna forma.

Hasta aquí, el documento del general Plutarco Elías Calles.

El anciano Obispo de Tulancingo, Excmo. señor Castellanos, prometió que a la mayor brevedad se pondrían a consideración de los demás señores Obispos las proposiciones del general Calles y que se procedería con la mayor diligencia. En efecto, entrevistó al egregio señor de la Mora, Dignísimo Obispo de San Luis Potosí, y éste convocó a los demás Excmos. Prelados. La reunión de señores Obispos, se efectuó en breve, asistiendo siete u ocho de los que residían en la capital y ciudades circunvecinas.

La impresión episcopal fue favorable. Sin embargo, se creyó conveniente puntualizar más aquellos puntos y se hicieron proposiciones para que, por medio del abogado, se llevaran a los señores Calles y Portes Gil.

Y las entrevistas entre el señor Obispo Castellanos y el enviado representante de los hombres que ocupaban el gobierno de la República se multiplicaron y, de igual manera, las reuniones de los señores Obispos hubieron de repetirse.

En una de tantas ocasiones, no fue únicamente el abogado de costumbre el que entrevistó al Prelado -dejó escrito el mismo señor Castellanos en documento juramentado (archivos L. N. D. L. R.)-, sino que lo acompañaba uno de los generales más distinguidos y representativos, quien encomiando la urgencia de un arreglo definitivo, hablaba del fracaso militar en la campaña cristera; pues los cristeros combatían -decía él- por ideales, no así los soldados del gobierno. De aquí que aquéllos se sostengan y combatan y éstos busquen la manera de mejor acomodarse, evitar el peligro y desertar y de aquí también que el problema cristero vaya creciendo día a día, en proporciones e intensidad.

Por fin, después de varias entrevistas del abogado Nozzetti y el señor Obispo Castellanos, lograron llegar a un convenio satisfactorio el V. Episcopado Mexicano y los señores Calles y Portes Gil.

A LAS PUERTAS DE LA VICTORIA

A Roma marcharía en breve una comisión representativa del entonces gobierno de la Revolución Mexicana. El Comité Episcopal se encargaría de lograr ante la Santa Sede una benévola acogida y respaldaría a los enviados. Ya no era cuestión sino de días para emprender el viaje al Vaticano; cuestión de un poquito de tiempo para la celebración de un arreglo definitivo que era un verdadero triunfo para la causa de los Cristeros; pues en ese arreglo quedarían aseguradas, de un modo firme y estable con la Santa Sede, las libertades esenciales por cuya reconquista tanto el México mártir había sufrido y luchado ... Finalmente se llegaba al término: la victoria se tocaba ya con las manos ... Un solo peldaño más y todo estaría terminado ... México, el México de Santa María de Guadalupe, el abanderado de Cristo Rey, el México de los mártires, iba a cubrirse de gloria, resolviendo por sí mismo, sin más ayuda que la ayuda de Dios, sus propios destinos.

LA MAS GRANDE Y TENEBROSA INSIDIA

Y mientras esto pasaba, nuestros viejos enemigos, las sectas judío-masónicas de Norte América, intervinieron con su política nefanda. Jamás a esos hombres hubIese convenido que México, por sí solo, remediase sus problemas; menos aún que se cubriese de gloria tan singular ante la faz del mundo ... Y la brillante silueta de la victoria, perfilada en el horizonte, se cubrió con las tinieblas espesas de una helada noche de viernes santo.
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