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LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO NOVENO
La prueba suprema
(1929, mayo a julio)
Capítulo primero

La última tentativa de la tiranía perseguidora.
A las Islas Marías.



Pero el señor, que estuvo con los militantes de la Cruzada de Cristo Rey, desde el principio, habría de estarlo hasta el final. Los hechos gloriosos y portentosos de los primeros días de la campaña cristera se repetirían en los postreros; aquellos macabeos, antes de dispersarse, deberían bañarse con más fulgente gloria, quebrantando el poder de las formidables columnas enemigas, y los católicos de los pueblos y ciudades deberían presenciar, a su vez, un nuevo espectáculo de dolor, altamente glorioso.

EN LA CARCEL DE ESCOBEDO

Desde la Semana Santa estaban en la prisión de Escobedo, en Guadalajara, Jal., las señoritas colimenses Adela López, M. Trinidad Preciado y M. de Jesús Vargas que habían sido aprehendidas, porque un estudiante de Colima que hacía su profesional, las denunció, para hacer méritos, dijo él, para lograr su título.

Estas tres eran de las heroínas colimenses que en medio de mil privaciones y sufrimientos, con espíritu varonil y sublime, proveían a los Cruzados de cartuchos. Habíaseles aprehendido, precisamente, en el andén de la Estación de Guadalajara, en el momento de tomar el ferrocarril que las conduciría a Colima, llevando a los libertadores correspondencia y mUniciones. Lo que estas heroínas de Cristo, en especial las dos últimas sufrieron en manos de los infames, y los procedimientos inicuos que se emplearon para castigarlas, sólo pueden compararse a los martirios de las Santas Vírgenes que en los primeros siglos del Cristianismo sufrieron por su fe, con los nefandos procedimientos de los verdugos romanos.

¿De qué atropellos no serían víctimas estas dos vírgenes, cuando una de ellas, la señorita Preciado, fue sacada como muerta del cuartel de policía y sólo tres días más tarde recobró el conocimiento? ¿De qué no serían capaces el coronel Rafael Rubio, Inspector General de Policía, y sus acompañantes, si para volver en sí a la casi muerta doncella, recurrieron al salvajísimo procedimiento de golpearla más aún y encajar sus dientes, como perros rabiosos, en la carne de su víctima, dándole horribles mordidas?

Y sin embargo, el sufrimiento no las amilanó y así, procurando serenar su rostro y sus almas, no obstante que su pan cotidiano fuese el de las lágrimas y el dolor que endulzaba el Espíritu de Dios, ellas cantaban, rezaban en público y se mostraban, como en realidad lo era, con el alma inundada por la paz divina.

Ellas mismas, nuestras prisioneras colimenses, compusieron allí mismo, en la tétrica prisión de Escobedo, un canto dulce que entonaban con la melodía de El Faisán.

Reproducimos algunas estrofas de ese canto que, cristianamente inspiradas, compusieron esas heroicas mujeres, improvisadas poetisas.

Escobedo, tus muros no son
ni terribles ni fríos para nos;
no se extraña de madre el calor,
si nos trajo la causa de Dios.

Tranquila es la vida,
de aquel que persigue un ideal
de justicia y de amor,
el deber cumplido da paz, y no admite
que anide un momento el dolor.

No importa dejar a los seres queridos,
la ausencia de todos llorar.
Valor, compañeras, tejamos guirnaldas,
pues Cristo tendrá que reinar.

Lejos de los nuestros, lejos del hogar
en prisión nos verán sonreír;
no es honroso al soldado llorar
que ha jurado vencer o morir.

Herid, oh tiranos, el pecho bendito
que guarda de Dios santa Ley.
El mártir cristiano muere victorioso,
gritando: ¡Viva Cristo Rey!

LA CUERDA DE LOS MARTIRES

El día 8 de mayo, cerca ya de la media noche, comenzó a circular entre el gran número pe católicos que por la causa de Cristo estaban en las prisiones de la ciudad de México, el aviso de que presto, después de breves instantes, serían conducidos a la colonia penal de las Islas Marías. Entre las personas que debían ser deportadas, se encontraba la Madre Sor Concepción Acevedo de la Llata.

Los movimientos que hicieron los perseguidores para disponer la salida se ejecutaron rápidamente y en medio del mayor sigilo, tanto para evitar amparos y trámites que les estorbaran sus planes -pues la pena se iba a imponer sin haber mediado juicio ni sentencia- como para que no fuesen a detener el tren en su carrera algunos de los grupos de los libertadores; y rescatasen a los presos por la fuerza.

El tren de los prisioneros partió rumbo al puerto de Manzanillo en Colima. Casi en todas las estaciones, la cuerda iba engrosando, con más campeones de Cristo.

En Guadalajara, Jal., entre otras personas, subieron a las señoritas Adela López, M. Trinidad Preciado y M. de Jesús Vargas de que en líneas anteriores, en este mismo capítulo, se ha hecho mención.

De Guadalajara siguió el tren su marcha, sin detenerse sino en los lugares en donde tenían que recoger más presos.

Como a las tres de la tarde llegó el convoy a Colima. Allí subieron a la señora María del Carmen Cruz, de Comala, y, en la estación siguiente, Coquimatlán, a la señora Marciana Contreras, de San Jerónimo, y a las señoritas María Salomé Ortega y Marcelina Camarena. Las primeras estaban presas hacía ya algunos días, en Colima; Marcelina lo había sido unos momentos antes; la habían aprehendido en la misma ciudad de Colima a golpes y con malos tratamientos, mas la intervención del juez de Distrito logró arrancarla a tiempo de manos de los tiranos, y regresó del puerto de Manzanillo. Fue también aprehendido, en la misma estación ferrocarrilera de Coquimatlán, el joven de la A.C.J.M. Urbano Rocha Fuentes y agregado al grupo de católicos que salían al destierro.

Eran poco después de la 6 p. m., cuando con los nuevos presos partió el convoy. Todos iban en furgones de carga, apiñados como si hubiesen sido animales. Al entrar la noche, desafiando las iras de los enemigos, rezaron en coro el Santo Rosario y cantaron alabanzas religiosas.

COMO SUFREN LOS MARTIRES

Debía ser como la medianoche cuando llegaron al puerto de Manzanillo, Col. Amarrados fuertemente los hombres, como si hubiesen sido peligrosos criminales, fueron conducidos separadamente de las mujeres, a prisión distinta; ambos grupos iban entre gruesas filas de soldados. Tres días permanecieron en el puerto los que iban al destierro, esperando el barco que les conduciría a su triste destino, y aquellos tres días fueron de grande edificación para los moradores del lugar, porque a todos maravillaba, no ya la resignación y paz con que soportaban la tribulación los campeones de Cristo, sino la alegría con que sufrían lo presente y esperaban lo porvenir.

Con frecuencia, principalmente por las noches, rezaban en coro el Santo Rosario y entonaban himnos religiosos que se oían a lo lejos, conmoviendo a los amigos y aun a los indiferentes, y confundiendo a los enemigos.

Las familias piadosas, abriéndose paso y desafiando el disgusto de los adversarios, les acompañaron y visitaron cuantas veces fue posible, confortándolos con palabras de aliento y socorriéndoles, no sólo con alimentos, frutas y dulces en abundancia, sino con ropa y con calzado.

El día 13 llegó al puerto el Washington, vapor que debía llevarlos a la Colonia Penal. A las doce del día y entre gruesas filas de soldados, fueron conducidos los reos a la embarcación. Casi todo el pueblo de Manzanillo salió a acompañarlos y despedirlos. El cuadro era de los más hermosos: hombres, mujeres y niños, cuando ya el vapor salía, agitaban en el aire sus sombreros o su pañuelo diciendo adiós a los desterrados:

Adiós, benditos soldados de Cristo. Adiós, dichosos mártires que sufrís por Cristo Rey. Adiós, adiós, que el Señor os dé fuerzas para sufrir por El.

Y el Washington, partió.

A las cuatro de la tarde del día siguiente, atracó el vapor frente a la Isla María Madre, y los deportados comenzaron a salir en pequeñas canoas. Cuando terminó el desembarque, se formó a todos y se les condujo a la barraca, que es una especie de galera grande y vieja, construída de madera, en muy malas condiciones, pestilente y llena de chinches y otros insectos.

Se procedió a desnudar a los hombres, se les quitaron todos los objetos piadosos que llevaban, medallas, rosarios, etc.. Las mujeres, entre tanto, habían sido conducidas a otro lugar.

A TRABAJOS FORZADOS

Al día siguiente se les hizo bañarse, se les rapó por completo la cabeza y empezaron los días de esclavitud. Unos fueron dedicados a llevar adobes, que pesaban alrededor de veinte kilos cada uno, y era preciso terminar la tarea señalada; otros fueron destinados al desembarco de los vapores que llegaban a la isla, lo cual era uno de los oficios más pesados, puesto que cada tercio pesaba cien o más kilos; otros, a hacer leña, o cal, o sal. Todo esto en medio de un calor asfixiante.

Muchas veces aquellos jóvenes sintiéronse desfallecer y, agotados, no pudiendo con la faena, ejecutaron mal el trabajo y cayeron bajo el peso de su carga; pero detrás estaba siempre, iracundo, el capataz, que a gritos y golpes les obligaba a levantarse y prosegUir.

La comida era una miserable ración propia de esclavos, nauseabunda y repugnante.

La Madre Concepción, Salomé Ortega y otra señorita de Guadalajara, fueron tratadas con relativas consideraciones por el general Múgica, que las llevó a su casa. Las demás señoras y señoritas fueron destinadas, unas a dar de comer a los presos, otras, a ser sirvientas en las casas de los empleados: Todas sufrieron mucho y tuvieron que trabajar en labores muy rudas al mandato de duros amos.

Otro de los sufrimientos en aquellos lugares, fue la clase de habitantes de la isla, toda vez que allí son llevados únicamente los individuos más degenerados de la sociedad, los criminales y malhechores que no es posible soportar en el país. Aquello es la escoria de la Nación y para tales personas, tales capataces.

Hubo algunos de los católicos deportados que con aquellos trabajos, mala alimentación, el clima ardiente y la pésima manera de vivir, pronto cayeron enfermos y tuvieron que estar en el hospital de la isla postrados en su duro catre.

Entre lágrimas y angustias, comiendo y durmiendo mal, pasaban los días del destierro y esclavitud bajo el látigo de los faraones; pero los deportados ni se desalentaban ni abatían, sino antes bien se templaban en el dolor.
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