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LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO OCTAVO
Cuando se perfilaba el triunfo
(1929, enero a abril)
Capítulo cuarto

De victoria en victoria.
Se perfila el triunfo final.



MAS VICTORIAS

Este tiempo, como ya se anoto arriba, fue de gran fortuna para los católicos luchadores, porque estuvieron siempre a la ofensiva, y adquirieron considerables elementos de guerra.

Dos veces las fuerzas del Segundo Regimiento Cristero entraron a la ciudad de Colima, y se tirotearon en sus mismas calles con los perseguidores. En la primera de ellas, el 12 de enero, fue el general Anguiano quien encabezó y dirigió la acción, siendo herido dentro de la misma ciudad, por el barrio de las Siete Esquinas. En la segunda, fue su jefe de Estado Mayor, coronel Verduzco, en los días de Carnaval, quien entró con el objeto de desorganizar en lo posible aquellas burdas alegrías, mofa inicua de los perseguidores. Hubo, además, recios combates en que el enemigo fue terriblemente escarmentado. Los principales fueron:

EL ENCUENTRO DE PALMILLAS

En Palmillas, el 13 de marzo, los libertadores del Volcán, en número como de sesenta, al mando del mayor J. Félix Ramírez, atacaron a una columna del 90 Regimiento callista, que accidentalmente se encontraba en el lugar y que estaba compuesta de ochenta a cien soldados. Los callistas se afortinaron en los pilares del templo y en cuantas piedras y defensas encontraron. Los libertadores, por los flancos, en medio de un muy nutrido tiroteo, iban estrechando cada vez más el cerco. A las dos horas de lucha, los enemigos se encontraban ya derrotados; la mayor parte de ellos había perecido, y menos de la mitad, presa de inmenso pánico, quedaba combatiendo. Entonces, viéndose perdidos y temiendo ser aniquilados, con una bandera blanca, protestaron su rendición. El fuego cesó, y cuando ya los callistas salían de sus trincheras para entregar sus armas al vencedor, sonó en lo alto de las lomas que dominan aquel lugar, el clarín de las fuerzas federales callistas que venían a dar auxilio a sus compañeros. Entonces corrieron de nuevo a sus trincheras, bajaron su bandera de paz y reanudaron el fuego.

Como el refuerzo callista que venía era considerable, y en caso de continuar peleando, tendrían los cruzados que ser batidos a dos fuegos, optó el mayor RamÍrez por retirarse: lo hizo sin que los cristeros fueran perseguidos.

Saldo: por parte de los federales, más de cincuenta muertos y entre ellos varios oficiales del Ejército; por parte de los libertadores, la muerte del muy valiente capitán 2° Antonio Avalos, del escuadrón de Jesús Alonso, del soldado Mateo Rodríguei y de otro cristero más.

EN LA BARRANCA DE SANTA CRUZ

Una semana más tarde, o sea el 20 del mismo mes, los libertadores del Volcán lucharon en la barranca de Santa Cruz con una columna enemiga, al mando del general Enrique Díaz. El combate principió al amanecer y duró todo el día, sin haber habido propiamente un momento en que el tiroteo se hubiese interrumpido, porque ambos contendientes peleaban con mucho valor y resolución, sin dejarse rendir por el cansancio o vencer por el miedo.

Ambas partes estaban atrincheradas entre las piedras del barranco y, resonando entre las rocas, no formaba la fusilería sino un prolongado y único estruendo, sólo interrumpido por los gritos de los combatientes que, dada la vecindad en que se encontraban, no dejaron de lanzarse los unos a los otros, durante todo el día.

A las maldiciones de los federales, los jóvenes libertadores no sólo contestaban con el ¡Viva Cristo Rey!, el grito excelso de sus luchas, sino que llenos de grande entusiasmo cantaban en coro:

¡Que viva mi Cristo!
¡Que viva mi Rey!
¡Que impere doquiera triunfante su Ley!
¡Que impere doquiera triunfante su Ley!
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo Rey!

También cantaban algunas canciones, entre otras ésta, que uno de los mismos libertadores apropió a la Defensa Armada:

LUCHAR POR MI CRISTO

Pelear con valor
Qué dicha ha de ser.
Luchar por mi Cristo bendito,
Por él o morir o vencer,
Guerrear con tesón,
Mi cuaco montar,
Correr y gritar
Y matar mucho guacho pelón.

Cantad, cantad, cantad, cantad,
Que al cabo mi Cristo no muere
Reíd, reíd, reíd, reíd,
Que al cabo con él nadie puede;
Valor, valor, valor, valor,
Que al cabo el Señor nos ayuda.
Su Mano Sacrosanta
No; defiende y ayuda doquier.

Los valles cruzar,
Mi rifle portar,
Al grito sonoro de guerra,
Que dice Viva Cristo Rey,
Gritar con pasión,
Volver a gritar,
A cada descarga
De mi máuser dieciocho orejón.

Cantad, cantad, cantad, cantad,
y que brame de rabia el averno.
Reíd, reíd, reíd, reíd.
Nada puede el mismísimo infierno.
Valor, valor, valor, valor,
Que la Madre de Dios nos ayuda.
Muy pronto al infame,
Con su auxilio se habrá de vencer.

Mi rifle empuñar,
Dichoso placer,
Salir con valor y entusiasmo,
Ser soldado que cumple el deber,
Y luego volver
Al caro cuartel
Es cosa que llena
Nuestra alma de grande placer.

Cantad, cantad, cantad, cantad,
Que al cabo mi Cristo no muere.
Reíd, reíd, reíd, reíd,
Que al cabo Plutarco no puede.
Valor, valor, valor, valor,
Que nadie un momento decaiga.
¡Arriba las almas!
Que juramos vencer o morir.

Con tal valor y entusiasmo de los cristeros, más se llenaban de rabia y coraje los enemigos; pero con todo, sus esfuerzos fueron completamente impotentes.

Al oscurecer, el general Díaz hizo un vigoroso y último esfuerzo en contra de los libertadores, mas no tuvo éxito. Entonces éstos, terminada la última embestida enemiga, salieron de sus trincheras y, amparados un poco por las primeras sombras de la noche, se abalanzaron sobre los federales a quienes hicieron huír hasta la hacienda de San Antonio, Col.

Saldo del día: por parte de los enemigos, no menos de once muertos y muchos heridos. Por parte de los cruzados, dos heridos. Se arrebataron, además, dos máuseres a los callistas y seiscientos cartuchos.

EN SUCHITLAN, COL.
Y EN NOGUERAS, COL.

Dos días después recibieron las tropas del perseguidor un nuevo descalabro:

El 21 de marzo, de común acuerdo fuerzas cristeras del general Anguiano Márquez y del general Salazar, que sumaban unos doscientos guerrilleros, al mando directo del coronel Verduzco Bejarano y del teniente coronel J. Jesús Mejía, atacaron a los soldados callistas de Suchitlán, Col., que abandonaron el poblado y huyeron a la espesura del monte, presas del pánico.

Las fuerzas cristeras se retiraron igualmente y se ocultaron en lugar estratégico. Al amanecer del día siguiente, el clarín de los libertadores tocó a reunión y los soldados callistas, creyendo que de ellos era el toque, salieron de sus escondites y tuvieron forzosamente que pelear. La lucha no fue larga, porque los enemigos pronto se dieron por vencidos y huyeron, dejando en manos de los libertadores cuatro prisioneros: un capitán y tres soldados rasos. El capitán fue pasado por las armas y los tres soldados puestos inmediatamente en libertad.

Recogieron los cristeros, como botín del combate, nueve máuseres y una pistola calibre 45. De las fuerzas libertadoras, murió el soldado Teófilo Aldaz.

Al día siguiente, 23 de marzo, la misma columna cristera del coronel Verduzco Bejarano y el teniente coronel Mejía, marchó sobre la hacienda de Nogueras, Col.; mas era tal el miedo que se había apoderado de los callistas que, cuando los centinelas anunciaron la proximidad de las fuerzas libertadoras, optaron por abandonar Nogueras y reconcentrarse en el vecino pueblo de Comala, a pocos minutos de camino.

Cuando las avanzadas cristeras, al mando del capitán Diego López, llegaron a la hacienda, la encontraron evacuada del enemigo y se posesionaron de los fortines. El clarín de los libertadores se hizo oír entonces, indicando al grueso de los cristeros que avanzaran y entraran a la finca de Nogueras.

Entre tanto, una columna de cuarenta y cinco soldados callistas, que también había escuchado el toque de adelante, avanzó también sobre Nogueras por otro camino. Al ser éstos avistados, los guerrilleros cristeros se aprestaron al combate, escondiéndose tras los fortines y tras los lienzos de piedra del camino.

Cuando el enemigo, que confiadamente había llegado a la hacienda, se encontraba ya dentro, los cristeros abrieron el fuego, que los callistas no pudieron contestar debidamente, rindiéndose incondicionalmente, logrando así los cristeros completa victoria sobre las fuerzas de la tiranía, a quienes hicieron, en sólo veinte minutos que duró la lucha, quince muertos y veintitrés prisioneros. Llenos de pavor estos pobres asalariados del enemigo, al caer en manos de los soldados cristeros, se ponían de rodillas, lívidos por el espanto, implorando el perdón. Después de recogérseles sus armas y cartuchos y de habérseles dado unos sablazos para escarmiento, se les puso inmediatamente en libertad.

En esta ocasión, tocó a los libertadores levantar el campo, recogiendo más de cuarenta máuseres, una pistola escuadra reglamentaria y más de ocho mil cartuchos. De parte de los cruzados se lamentó la muerte de tres valientes, a saber el teniente Ignacio López, del Segundo Regimiento Libertador, el soldado José Rodríguez que murió combatiendo y el soldado Anacleto Torres, al que le explotaron las granadas de mano que traía, debido a que recibió un golpe con un pedazo de ladrillo, cuando se demolían los fortines enemigos.

VICTORIA DE VILLEGAS

A los once días de esta acción, el 3 de abril, tocó su turno a los federales de la estación de Villegas, para ser duramente escarmentados. Eran las cinco de la mañana cuando un grupo de libertadores, integrado por elementos del segundo y cuarto regimientos, al mando de los mayores Félix Ramírez, Filiberto Calvario y Plutarco Ramírez, pusieron cerco a las posiciones enemigas. Al despuntar la primera luz de la mañána empezó la lucha. Los que se presentaron ante las trincheras de los adversarios fueron los cristeros al mando de los capitanes Inés Castellanos, Enrique Mendoza y Agustín Carrillo. Los demás, que eran la parte principal, quedaron a la retaguardia para defender las espaldas de los cruzados combatientes, en caso de que los destacamentos callistas de los alrededores fuesen a dar auxilio a los atacados, como de hecho sucedió.

El combate fue rudo, porque los jefes militares del destacamento federal resistían cuanto podían, confiando en que serían oportunamente auxiliados por nuevas fuerzas federales; mas no sabían que ya había fuerzas libertadoras preparadas para recibir a los que viniesen en su socorro. A las tres horas de lucha, la resistencia se hizo desesperada. En tanto estaban ya combatiendo, en lugares de antemano escogidos, los capitanes cristeros Andrés Navarro y Miguel González, contra los destacamentos callistas de las haciendas de San Marcos y la Esperanza, a quienes no dejaron avanzar, y sí les hicieron muchas' bajas; y los capitanes Julio Velasco y Gregorio Martínez, contra los callistas de Tonilitá y la Higuera, que igualmente fueron rechazados.

En esto murieron los jefes del destacamento federal de la Estación ferrocarrilera de Villegas, víctimas -se afirmó con insistencia- de sus propios soldados, y éstos, al momento, izaron un trapo blanco a guisa de bandera.

De rodillas y con los brazos en cruz, implorando piedad, recibieron los callistas a los cristeros, que saltaron victoriosos sobre los fortines enemigos, y recogieron veinte máuseres, una pistola reglamentaria y cerca de dos mil cartuchos, de los federales rendidos. A todos éstos se les dio libertad una vez que entregaron sus armas y parque y cada uno se marchó por donde quiso.

Saldo del combate: de parte de las fuerzas de la tiranía, más de cincuenta muertos, entre ellos un capitán y un teniente. De parte de los libertadores, murieron Marcelino García, J. Beatriz Espinosa, Nicolás Jiménez y otro de nombre Antonio. Se tuvieron, además, dos heridos.

LOS ENEMIGOS SIEMPRE EN DESGRACIA

Ocho días descansaron los infortunados callistas de Colima para recibir nuevo y rudo golpe: el teniente coronel libertador Rafael Alvarado, al frente de los escuadrones comandados por los capitanes Guerrero y Dueñas, atacó al destacamento de la Estación de Lamadrid, logrando, después de recia lucha, poner en fuga a los soldados de Calles, a quienes hizo diez muertos, entre ellos el jefe del grupo, y varios heridos, recogiéndoles, además, diez rifles, una pistola reglamentaria y más de mil cartuchos. Por parte de los cristeros, tres heridos solamente.

Al tercer día de esta refriega, pretendiendo los soldados federales lavar la mancha de la fuga anterior, atacaron el campamento libertador del Cañón de Juluapan, en donde no encontraron sino nueva y más fuerte derrota. La columna enemiga estaba integrada por elementos de los batallones 13, 40, 33 una fracción del 90 y regional. Después de dos días de recio combatir, tuvieron que retirarse sin haber logrado, ni siquiera desalojar a los libertadores de sus magníficas posiciones, a pesar de sus múltiples tentativas, y sufriendo más de cien bajas, entre muertos, heridos y dispersos. Por parte de los libertadores, no hubo ni siquiera una baja. Fueron quitados a las tropas federales, en esta ocasión, más de mil cartuchos y dieciocho máuseres.

Para colmar los destrozos hechos al callismo, el capitán federal Antonio Santos Penne, con el teniente Juan Ordóñez y veintiún soldados rasos, se rindieron en esos días ante el jefe cristero Andrés Salazar, jefe del sexto Regimiento Libertador, haciendo entrega de cuarenta y cinco máuseres, dos pistolas reglamentarias y veintinueve mil cartuchos.

En resumen: durante cuatro meses, en estos combates y en otros de menor importancia, no anotados aquí pero que excedieron de cincuenta y cinco, las fuerzas de la tiranía fueron duramente combatidas y humilladas, y las de los libertadores reforzadas con más de ciento sesenta máuseres, muchos miles de cartuchos y con muy vivo entusiasmo. Saldo de bajas: para los soldados calles-portesgilistas, más de cuatrocientos muertos, sin contar heridos y dispersos. Entre los cristeros, dieciséis muertos.
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