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LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO SÉPTIMO
La primavera del movimiento
(1928 -mayo a diciembre)
Capítulo tercero

El mayor Pedro Radillo.
El hospital cristero.



BATALLA DE EL NARANJO

Pocos días después, al iniciarse el mes de junio, principió una fuerte campaña callista en contra de los libertadores de Colima.

Las dos primeras semanas del mes se desencadenó la furia de los perseguidores en la región de Pihuamo, Jal. Los días 1, 2 y 3 fue atacado el coronel Marcos Torres, en la hacienda de El Naranjo. En este combate murió, tras su fortín, luchando como valiente, el mayor del Ejército Cristero Pedro Radillo, y fue capturado don Francisco Indart, católico español. Por parte del enemigo, hubo no menos de cincuenta bajas, entre muertos y heridos.

EL MAYOR PEDRO RADILLO

Pedro Radillo era el seminarista de que ya en varios lugares de la obra se ha hablado, compañero de Marcos Torres y Rafael Borjas, y quien, en unión de ellos, había ya trabajado, en los primeros tiempos de la lucha, cooperando en favor de la causa de la libertad religiosa de México.

Era originario del pueblo de Apulco, Jalisco, hijo de una humilde familia y contaba en aquel entonces, unos 20 años de edad.

Cuando en el año de 1923 fue establecida en el Seminario la Congregación Mariana, él fue, con beneplácito de todos, el primer Prefecto de ella. Pertenecía a la A.C.J.M. y, cuando llegaron los tiempos más angustiosos de la persecución, él fue uno de los jóvenes más trabajadores, celosos y decididos en la lucha legal de oraciones, luto y boycot.

Ya en páginas anteriores le vimos, en los primeros meses de la defensa armada, ocupado en delicadas comisiones en favor de los libertadores y caer en manos de los perseguidores en la hacienda de Chiapa, la mañana del 8 de abril de 1927, en unión de Marcos Torres y Rafael Borjas, y escapar prodigiosamente del poder enemigo, cuando ya el pelotón encargado de su ejecución lo llevaba a la muerte. Dios permitió que desde ese momento, durante algunos meses, el temor se apoderase de su alma y su espíritu de sacrificio y lucha quedase sofocado. Víctima del miedo, estuvo por largo tiempo oculto en la ciudad de Colima.

ANTE LOS DESPOJOS DE UN MARTIR

Una mañana, la del domingo 28 de agosto, cuatro meses después, llegó a sus oídos una para él triste y gloriosa noticia: Tomás de la Mora, su condiscípulo, su buen amigo, había sido ahorcado por la causa de Jesucristo ... De rodillas, al lado del féretro de Tomás, contempló Pedro, extasiado, el pálido cadáver del mártir, sin hartarse de mirarle. Allí fue precisamente, como él lo confesaba más tarde, donde cambió su espíritu.

¡Qué dichoso era Tomás su amigo y compañero! ¡Qué felicidad el ser mártir! ¡Cuánto había perdido él no habiendo muerto por Jesucristo! ¡Oh, si pudiese aún dar la vida por Jesucristo! ...

Ya no temió la muerte. Ante los despojos del condiscípulo muerto por Cristo, se decidió a trabajar como buen cristiano, por Dios y por la Iglesia y, pocos días después, era soldado libertador, cruzado de Cristo Rey. Su valor y sus méritos le granjearon el grado de mayor.

Al frente de los valientes muchachos del coronel Marcos V. Torres, de quienes fue 2° jefe, no sólo se mostró en todas las casi ininterrumpidas hazañas, listo, sagaz, decidido y hombre de arrojo, sino el buen amigo, hermano compañero de todos. Siempre fue cuidadoso de las necesidades de todos sus muchachos, en todas partes procurando que ninguno de ellos quedase sin el alimento necesario, aun a costa de quedarse él sin comer nada.

El 27 de marzo, en un ataque enemigo, una bala le perforó de parte a parte el vientre; pues le entró por la región de los riñones y le salió en pleno abdomen. En consecuencia, estuvo de suma gravedad. ¿Cómo se curó? La mano de Dios, no hay otra explicación, le curó milagrosamente y así, cuando el 3 de junio atacaron los callistas aquellos campamentos, se le vio sano y restablecido cooperar a la defensa; mas al segundo día de combate murió en su puesto, rifle en mano, combatiendo contra los enemigos.

Los callistas se apoderaron de su cadáver, lo arrastraron y llevaron consigo, con el fin de identificarlo, lo cual conseguido, ellos mismos lo sepultaron.

Su muerte durante algunas horas fue ignorada por sus compañeros, hasta que, terminado el combate, fue identificado por su medalla de congregante que se le desprendió al ser arrastrado. Por la huella se dio con el cadáver, al cual se dio una más honrosa sepultura, en el cementerio del lugar.

Más tarde, pasados ya esos años de la persecución religiosa, los restos de él, así como los de los demás muchachos de la A.C.J.M. que murieron por la Causa de Cristo, fueron llevados a la Cripta de los Mártires, bajo la Santa Iglesia Catedral.

ACTIVIDADES DE DON FRANCISCO INDART

Don Francisco Indart era español de nacimiento, caballero cristiano, de alma templada y ardiente. En la campaña de Cuba se había conquistado, por sus cualidades militares, el grado de teniente en el Ejército Español.

Después de las hazañas de Cuba se radicó en tierras mexicanas, en donde fue un honrado y laborioso industrial. Siempre se mostró buen católico.

Iniciada la defensa armada, él personalmente, con sigilo y prudencia, estuvo cooperando sin abandonar la ciudad, ya recabando noticias, ya consiguiendo, aun entre los mismos militares callistas, parque, armas, etc., en las filas de la L.N.D.L.R.

Denunciado ante los perseguidores como persona de quien se sospechaba tener relaciones con los soldados de Cristo Rey, fue puesto en prisión el 18 de abril de ese mismo año 1928. En la cárcel cumplió cincuenta y cinco años de edad, y de allí logró fugarse dos o tres semanas más tarde y salió para la hacienda de El Naranjo, lugar entonces controlado por las fuerzas libertadoras cristeras, en donde fue capturado cuando el combate del 3 de junio y conducido a Colima para ser fusilado.

MUERTE DE HEROE

Puesto ya en el lugar de la ejecución, sin abatirse en lo más mínimo, habló así:

Sabed que la sangre que vais a derramar en estos momentos no es sangre mexicana, es sangre española; mas gustoso la derramo por la Santa Causa de Jesucristo, mi Dios y Rey, y de Santa María de Guadalupe, y por el bien de México, mi Patria chica. Quiera el Cielo aceptar mi sangre, en expiación de los pecados de esta Nación. Ojalá que mi sangre fuese la última que se derramase por la Santa Causa, que vosotros blasfemáis. Mi sangre hablará a España, mi Patria, diciéndole: ¡Oh, España, patria mía! A ti me vuelvo en mis últimos momentos; la sangre que me diste, la derramé en México, porque mis hijos que quedan huérfanos moran en él, y quise derramarla porque México tiene sed de justicia, y tú, como madre mía que eres, ayudarás para que no quede burlada, y que pronto y muy pronto queden aplastados los traidores. Tú reclamarás mi vida; mas no ante México, sino ante estos malos mexicanos, traidores a su Dios, a quien persiguen, y a su Patria, a quien deshonran.

¡Viva Cristo Rey!
¡Viva Santa María de Guadalupe!
¡Muera, ante Dios y ante los hombres, el mal Gobierno de México!

Eran, cuando murió, las 4 de la tarde del día 15 de ese mismo mes de junio.

FIESTA SAGRADA EN EL BORBOLLON

Entre tanto reinaba un poco de tranquilidad en la región del Volcán, lo cual permitió que los soldados libertadores y sus jefes pudieran reunirse para celebrar en común la festividad del Corpus Christi y del Sagrado Corazón de Jesús. ¡El lugar escogido fue el campamento de El Borbollón, cuartel del capitán libertador Félix Ramírez. Un poco más arriba de las casitas de los soldados, bajo unos laureles, se construyó la capilla, ya no de zacate y varas como en ocasiones anteriores, sino con tableta de pino. Y bajo la nutrida arboleda de aquel bosque perfumado, de encinos, laureles, pinos y moras, se hizo una calzada para la procesión del Divinísimo Sacramento; se improvisaron algunas ermitas de rústica hermosura, con sus respectivos altarcitos cubiertos de flores de la montaña y, en medio del concierto de los pájaros silvestres, que no cesaba ni un momento del día, y rodeado de sus esforzados cruzados que oraban y cantaban con fervor, Jesús Rey fue conducido con especial amor en el Sacramento de la Eucaristía.

La noche se pasó íntegra en adoración solemne y, al día siguiente por la mañana, como sello de la festividad, fue la Comunión general.

LA FIESTA ANUAL DE LOS SEMINARISTAS

En el mismo campamento de El Borbollón celebraron los seminaristas su fiesta especial con motivo del aniversario de la consagración de su Colegio al Sagrado Corazón de Jesús.

Citados todos con oportunidad, acudieron de sus diversos campamentos. Unos pertenecían al regimiento de Cerro Grande; otros a los escuadrones de la zona de El Naranjo; otros, la mayoría, eran del grupo del coronel Marcos Torres que operaba a inmediaciones de la ciudad de Colima. Todos acudieron a aquella concentración con mucha alegría; iban a pasar, reunidos, los viejos compañeros de Colegio, aquellos días de fiesta religiosa al pie del divino Jefe y Supremo Capitán Cristo y a renovar su consagración a El. El reunirse, cambiar mutuamente impresiones, hablar entre sí de sus correrías bélicas, era ya satisfacción muy grande. Además, con ellos tendría que estar su antiguo maestro y ahora su capellán el Padre Ochoa.

Durante el día 26 estuvieron llegando al campamento de El Borbollón aquellos estudiantes convocados. Hoy venían con su cara tostada por el sol y la inclemencia, su calzón blanco y camisa de manta y huaraches y, además, su pistola y su rifle de Cruzados, después de haber ya participado una y muchas veces en las cruentas batallas por la libertad religiosa. Venían a cantar una vez más, con toda el alma y el fuego de sus pechos, el himno que en su seminario, en años anteriores habían entonado:

Reina, Jesús, juramos defenderte;
tan sólo tuya nuestra vida es.
Destronado, Señor, no hemos de verte,
primero moriremos a tus pies.

Asienta tu reinado, no receles,
aquí en tu seminario, oh Rey de amor
Te juramos, Señor, el serte fieles;
no habrá de entre nosotros un traidor.

Y el día 27 -su fiesta- a los pies del Rey, como hacía un año lo habían hecho en las faldas occidentales del Nevado, renovaron su consagración y juramento de fidelidad.

Día y noche, ellos y con ellos los soldados cristeros de aquel campamento, hicieron guardia a Jesús Sacramentado públicamente expuesto y a quien por la mañana habían recibido en la Santa Comunión. Sus cantares y alabanzas resonaron en la majestuosidad de la montaña.

EL HOSPITAL DE LOS VOLCANES

Fue en este tiempo cuando se inauguró, en las faldas del Volcán de Fuego, el pequeño hospital de Cristo Rey. El lugar escogido fue una loma cortada casi a pico por ambos lados que se desprende de la montaña, por el poniente, entre El Borbollón y la Mesa de la Yerbabuena. Los rancheros de la región la llaman la Cuchilla de la Laguna Verde o simplemente Cuchilla Rabona, porque no tiene la longitud de El Borbollón y La Yerbabuena, sino que se corta y viene a ser como cuchilla O cuña entre ambos lugares. Los Cristeros le llamaron Santiago, porque se inauguró, propiamente, el 25 de julio, día del Apóstol Santiago.

Un grupo de heroínas y virtuosas señoritas de las Brigadas Femeninas de Colima se encargaron de este hospital. Al frente de ellas estuvo la señorita Amalia Castell Rodríguez, que perseveró en su puesto hasta que terminó el movimiento armado.

Fueron ellas verdaderas Madres de la Caridad, por su abnegación, espíritu de sacrificio y pureza de su vida. También supieron lo que era el frío, el hambre, y los sobresaltos, y las jupias. Vivieron generalmente en pequeñas casitas de zacate y varas.

También de zacate y varas, con techo de tableta de pino, era el hospital. A unos pasos de la galera en donde estaban los heridos, se construyó la Capilla, hecha también de varas y bejucos y tableta, en la cual estaba habitualmente el Santísimo Sacramento. Por turno se distribuían, heridos y sanos, aunque fuese de uno en uno, para estar siempre acompañándole y alabándole día y noche, sin cesar. Los jueves, a la media noche, todos se reunían, allí, ante el Santísimo Sacramento, para hacer su Hora Santa.

LA FUERZA DE LA GRACIA

Dos cosas admirables hace notar el que esto escribe, como testigo presencial: la grande paciencia y resignación con que sufrían los heridos, y el milagroso modo con que eran curados.

Siempre se les veía inmensamente sufridos en sus dolores, sin desesperar jamás. Las medicinas eran escasas, escasísimas, por la grande dificultad para adquirirlas. Anestésicos, nunca se consiguieron, por lo cual tenían que soportar toda la fuerza del dolor en las curaciones, aun las más penosas. Muchas veces veíaseles bañados de sudor helado y sus ojos se arrasaban de lágrimas, bajo la garra de intensísimos sufrimientos, pero siempre pacientes, sin maldecir, sin desesperarse, soportando con virilidad no simplemente humana. Siempre los heridos de Cristo Rey, graves o no, recibían los Sacramentos en la primera oportunidad, y sus primeros pasos eran a la capillita de su Dios Sacramentado.

CURACIONES INCREIBLES

La curación de los heridos fue una serie de milagros verdaderos. Nunca hubo, en los dos años y medio del Movimiento, un herido que muriese, al menos en toda la zona de los campamentos del Volcán; el que no moría en el combate o momentos después, se había ya salvado, con toda seguridad. El que esto escribe, con sus propios ojos vio muchos de estos casos maravillosos y podría testificar estas cosas con juramento, si se hiciere necesario.

Precisamente en esos días, fue herido en la cabeza un joven cristero, José Beltrán -cuya madre, Refugio Vizcaíno, aún vive, en la hacienda de San Antonio-: una bala le perforó el cráneo; le penetró por la región occipital y le salió por el ojo derecho. Estuvo unos diez o quince días de suma gravedad y aun loco; mas se restableció por completo y poco después volvía a las filas para continuar luchando.

Otro joven del pueblo de Tonila, llamado Anastasio, fue herido en ciudad Guzmán, Jal., en un ataque, allá por el mes de junio de 1927. Recibió el balazo cerca del hombro izquierdo y le salió en la axila derecha. La caja toráxica le quedó por tanto atravesada de lado a lado. Hubo momentos en que parecía ya estar expirando; pero rehecho un poco, sus compañeros le montaron sobre su misma bestia y, así herido y sin ninguna curación, caminó más de veinticuatro horas, pues hubo que hacerlo con demasiada lentitud, hasta llegar al pueblo de Zapotitlán, Jal. Tres o cuatro días estuvo entre la vida y la muerte y, a pesar de tener perforados los dos pulmones y de haber salido la bala expansiva haciéndole un gran orificio en la axila derecha, por donde escapaba el aire en cada una de sus respiraciones, sanó por completo. Libertadores traspasados de lado a lado del tórax -del pecho a la espalda o viceversa- hubo más de doce y ninguno murió. El mayor Pedro Radillo recibió un balazo en el abdomen, que lo traspasó por completo, de manera que su carrillera quedó agujereada, tanto por la parte de atrás, como por la de adelante. Después de dos o tres meses, aquel libertador se encontraba totalmente restablecido y pudo volver a la brega. Otro joven cristero, Andrés Monroy, que aún vive, del escuadrón del capitán Félix Ramírez, recibió un balazo por detrás de la cabeza bajo la base del cerebro, que perforándole el paladar salió al exterior por la cara, despedazándole el pómulo derecho. Heridos en los brazos y las piernas hubo a docenas, y ninguno perdió el miembro enfermo. Hubo un joven de la ranchería de Alcaraces, de apellido Neri, que tenía una pierna casi hecha pedazos; el hueso roto y despedazado desde la rodilla al pie, al grado de habérsele extraído, poco a poco, por los quince o más orificios que se le fueron abriendo, más de veinticinco esquirlas. La última vez que el autor de estas líneas lo vio, andaba ya por su propio pie sin hacer uso de muletas. Aún vive, en la ranchería de La Estancia, Col. Así protegía Cristo Rey a sus cruzados.
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