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LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO SÉPTIMO
La primavera del movimiento
(1928 -mayo a diciembre)
Capítulo segundo

Graves angustias.
Mensaje al Santo Padre.



INSIDIA SUTIL

Tuvieron en este tiempo una grande angustia y sobresalto los esforzados católicos que luchaban por la libertad religiosa: el temor fundado de que, haciendo fe a los perseguidores, la Jerarquía de la Iglesia en México fuese a entablar con ellos algunos arreglos para poner fin a la lucha por la libertad; pues harto conocida era la malignidad y astucia de Calles y los suyos, que fingidamente prometían derogar después las leyes, con tal de que se reanudase inmediatamente el culto público, que era lo que a ellos importaba para la pacificación del país.

Entonces, con fecha 31 de mayo, se elevó al Santo Padre un extenso Memorial suscrito por la L.N.D.L.R., los Caballeros de dolón, la A.C.J.M., Congregaciones Marianas, la Confederación de Estudiantes Católicos, la Juventud Femenina, el Círculo Sacerdotal Cristo Rey, la Tercera Orden Franciscana y el Rosario Perpetuo, y que hizo también suyo el Ejército Libertador. El que esto escribe contempló con sus propios ojos a los jefes libertadores, allá bajo los encinos de los campamentos, poner devotos y temblorosos su firma al pie del escrito que llegaría a las manos del amadísimo Padre común de la Cristiandad, a quien vitoreaban ellos en sus combates y ante la cara del impío.

EL HISTORICO DOCUMENTO

He aquí el histórico Memorial fielmente reproducido en sus puntos principales:

A su Santidad el Soberano Pontífice, Pío XI.
Roma, Vaticano, Beatísimo Padre:

Los que suscribimos, con la representación que expresamos al final de este ocurso, humildemente besamos los pies de V. Santidad ... y nos atrevemos a exponer:
I. Que vamos a tratar un asunto en extremo grave y confesamos que no dejamos de experimentar cierta turbación al resolver dirigir a V. Santidad este ocurso; pero nuestra confianza se reanima considerando que hablamos a nuestro Padre y que tenemos completa certeza de que lo que Él determine es lo que nos conviene.
II. Que desde que, por determinación del V. Episcopado Nacional, confirmada por la Santa Sede, se suspendió el culto público en toda la Nación por no sujetarse a la escandalosamente tiránica Ley Calles, han estado corriendo rumores más o menos fundados, de que ciertos individuos del Gobierno sectario y perseguidor han estado intentando entrar en pláticas con algunos de los IImos. Prelados, con el fin de llegar a un arreglo que substancialmente se basa en estos dos puntos:
1. Reanudación inmediata del culto público.
2. Promesa, por parte de los perseguidores, de ir derogando paulatinamente las leyes persecutorias.
En estos momentos se tiene la certeza de que tales negociaciones se están llevando con particular actividad por algunos IImos. Prelados (los Señores Leopoldo Ruiz y Flores, Arz. de Morelia y Pascual Díaz y Barreto, Obpo. de Tabasco).
III. Que por las actividades a que nos hemos consagrado, estamos en condiciones de saber lo que en las diversas clases sociales se quiere y se siente con relación a los asuntos del conflicto religioso y en esa virtud podemos dar testimonio de ello con conocimiento de causa;
IV. Que hay en todas esas clases sociales, especialmente en las acomodadas, personas para quienes, por desgracia, el conflicto religioso y la enconada persecución no significan otra cosa que las molestias y pérdidas que con motivo de la lucha se ocasionan, y por esa causa, quisieran que cuanto antes ésta cesara de cualquier manera y se volviese a la paz, aunque esa paz fuese la que reina en los sepulcros. Esas personas no han luchado jamás por su fe ni lucharán por ella.
V. Que, a Dios gracias, no es su parecer el dominante entre los que sienten en el alma el conflicto. Aquellos que se han entregado de todo corazón a defender las libertades más sagradas, en diversos géneros de actividades, y los que aun, por motivos particulares, no han podido entregarse a la lucha, pero que han dado patentes muestras de que aman de verdad su fe y anhelan su conservación en su Patria, manifiestan, movidos por una especie de instinto sobrenatural, vigoroso, preciso, vehemente, una honda inquietud, un profundo temor, un grave desconcierto, cada vez que se habla de que se llega al fin del conflicto por medio de un arreglo provisional, como el que hemos expresado. Consideran las gravísimas consecuencias que se seguirían de él:
A) Un sentimiento de desaliento, de derrota, porque es seguro que así se estimaría por todos los que han conocido del conflicto, y así lo sentirían todos los que han tomado parte en él.
B) ...
H) La certeza fundada en una amarga y segura experiencia, de que los perseguidores no cumplirían los compromisos contraídos, así lo hicieran empeñando su palabra más sagrada de honor, porque son, aunque muy hábiles para la maldad, de una falta de cultura, sobre todo moral, verdaderamente asombrosa, y se podría asegurar que en el momento que cesara el interés que actualmente tienen para obtener la paz, desconocerían con la mayor desvergüenza sus compromisos, sin que les importase nada que ante el mundo se les dijese que no tenían honor.
I) La convicción más firme que muchos abrigan de que lo que pretenden los perseguidores es deshonrar la causa que defienden los católicos, presentando el espectáculo de ver a la Iglesia sujetarse a una ley que la misma condenó, y obtener la rendición de los que en el ejercicio del sagrado derecho de legítima defensa, se han enfrentado con los tiranos y resistido con las armas en la mano ...
K) La repugnancia que todos los creyentes sinceros experimentan de ver a su Clero sujetarse a pasar por las Horcas Caudinas, de una inscripción infamante en los registros municipales, obligados por una ley que tanta sangre ha costado a los católicos y por unos tiranos que la nación entera con toda justicia detesta; con la circunstancia agravante de que los sacerdotes verían limitado su número y quedarían sujetos continuamente a las impertinencias y demasías de autoridades que no saben otra cosa que pesar tiránicamente sobre todo el pueblo.
VI. Que, en cambio, podemos dar testimonio igualmente de que no obstante que las almas se han sentido desoladas por una amarga tristeza que pesa sobre los que de verdad aman su religión, que vivimos continuamente amenazados de graves peligros, que no cesan los atropellos, que la tiranía no conoce limites y cada vez encuentra algo más que exigir, que la sangre sigue corriendo a torrentes, que se han sufrido pérdidas en el orden material considerables y es seguro que se seguirán experimentando, el püeblo creyente no quiere la paz, si se ha de obtener con pactos provisionales y deficientes, y acepta gustoso hasta la posibilidad, en verdad infundada, de que desaparezca y sea extirpada la fe católica en México, si ello se ha de lograr por los tiranos ahogando a los católicos en sangre y destruyendo la nacionalidad mexicana; tanto más que el auge que día en día, va tomando nuestro movimiento armado, nos permite fundar sólidas esperanzas de que el Gobierno, al menos, quede fuertemente escarmentado y se interese en arreglar el asunto religioso y que en adelante los gobernantes eviten lastimar la conciencia nacional.
VII. Que es verdad que algunas veces se advierten signos inequívocos de desaliento, de desconcierto, de cansancio, de abandono, pero ello es un fenómeno muy natural en toda lucha prolongada y sólo reviste gravedad cuando reconoce como causa la perturbación que motiva el temor de arreglos deficientes. Los espíritus se han levantado, Santísimo Padre, con sólo saber que V. Santidad ha proferido nuevas palabras de aliento para vuestros hijos torturados, los mexicanos, y que de nuevo ha vituperado la tiranía que nos martiriza; que la Santa Sede ha hecho un llamamiento a la prensa de todo el mundo para que quede rota la criminal conjuración del silencio con que se ha envuelto por los sectarios y sus protectores del extranjero, la larga, sangrienta y formidable tragedia mexicana; que a la poderosa palabra del Padre común de los Fieles, han respondido con entusiasmo y virilmente muchos hermanos nuestros en Francia, Alemania, Polonia, Hungría, Irlanda, Italia, Austria, etc., etc., etc.
VIII ...
IX. Que supuesto todo lo dicho, con todo acatamiento a Vuestra Santidad, en quien reconocemos, anegada el alma en sentimiento de honda gratitud, a nuestro Padre y nuestro Protector, tenga la dignición de recordar, en el momento supremo, este testimonio que le rendimos.
Hacemos votos al cielo por que Dios nuestro Señor conserve por largos años la vida de Vuestra Santidad, y le pedimos rendidamente nos otorgue su Apostólica Bendición.

Ciudad de México, a treinta y uno de mayo de mil novecientos veintiocho.

TELEGRAMA PREANUNCIADOR

Como la distancia a Roma es larga y había además que salvar mil dificultades para poder depositar el memorial en una oficina extranjera de correos, único medio de asegurar el escrito, dada la censura de la tiranía, y en todo esto el tiempo corría y ya ante la Santa Sede, según con grandes caracteres se publicaba en los diarios principales de la Nación, se hacían algunas gestiones, firmado por las mismas personas que suscribieron el Memorial, se mandó el siguiente cablegrama que fue depositado en la oficina telegráfica de Nuevo Laredo (Texas):

A su Santidad Pío XI.
Roma, Vaticano.

Sábese fundadamente que perseguidores propalan arreglos con algunos Prelados mediante simple promesa de ir derogando paulatinamente leyes sectarias, previa reanudación del culto público. Damos testimonio de que pueblo católico escandalizaríase pacto, esas bases, juzgando universalmente perseguidores tratan de sorprender benevolencia algunos Prelados, fin esclavizar definitivamente Iglesia Mexicana, pretexto cese el malestar nacional, quebrantaríase seriamente nacionalidad.
Imposible fiar de palabra hombres sin honor.
Damos testimonio de que pueblo y sociedad de sinceros católicos, inclusive combatientes, prefieren continúe situación dolorosa y lucha con todas sus consecuencias, teniendo certeza que perseverando lograríase al menos escarmiento Gobierno, base firme y todo gobierno futuro respete conciencia nacional.
Enviamos Memorial y con mayor acatamiento pedimos vuestra Santidad tenga presente nuestro testimonio.

Por Liga Defensora, Rafael Ceniceros y Villarreal.
Por A.C.J.M., Jorge Núñez Dávalos.
Caballeros de Colón, Asociación Nacional de Padres de Familia, Eduardo Limón.
Congregaciones Marianas, Luz Formento, Eduardo Hubard, Esquivel Alfaro.
Estudiantes Católicos, Luis Rivero.
Confederación Católica del Trabajo, García León.
Juventud Femenina, Juana Arguinzoniz.
Tercera Orden Franciscana, Victoria Keny.
Rosario Perpetuo, Fray Mariano Navarro.
Círculo Sacerdotal Cristo Rey, Pbro. Hermilo Montero.

EL FUNDAMENTO DE LA GRAVE ALARMA

Que la alarma que oprimió el pecho de todo el pueblo mexicano que sentía el conflicto y luchaba por la libertad era verdad fundada, no hay duda.

En realidad, Mr. Dwight W. Morrow, el embajador nefasto de los Estados Unidos del Norte, socio de Morgan, el famoso banquero judío de Wall Street, era el que intervenía, porque la suspensión del Culto público en México no convenía a los intereses de su país (a los judío-masónicos de allá) y con él andaba el Padre Burke, dignatario de la National Catholic Welfare Conference, y el Arzobispo de Morelia, Mich., Mons. Leopoldo Ruiz y Flores, que, ausente de México desde que se inició el conflicto, no había palpado el cuadro de fe intensa, de sacrificio heroico, de amor a Dios y a su Patria del pueblo mexicano. Llevado únicamente de las noticias que daba la prensa que ocultaba la verdad de los hechos y mentía, no sabía el éxito cada vez más pujante de las fuerzas libertadoras en los campos de batalla, no podía palpar las grandes, fundadas esperanzas de un triunfo.

De esta suerte, el Viernes Santo de 1928, por obra de Mr. Morrow, se reunieron en el Castillo de San Juan de Ulúa, para conferenciar sobre las bases de una posible reanudación del culto, el General Plutarco Elías Calles, el Padre Burke y Mr. William F. Montavon, consejero de la N.C.W.C.

No se llegó a nada, porque Calles se mostró violento y aprovechó la reunión con aquellos personajes yanquis para desahogar sus sentimientos pueriles e insulsos en contra de la Iglesia de México,

porque no había habido ningún obispo, sacerdote o miembro de la Iglesia que siquiera por cortesía, le hubiese puesto alguna tarjeta, telegrama o carta, cuando fue exaltado al poder, en el día de su santo, o en año nuevo.

(Díaz y Barreto, Declaración a los Caballeros de Colón, 29 de julio de 1929. Copia en el archivo del autor).

¿Podía imaginarse más insulsa puerilidad? Pero el Padre Burke insistió todavía, en carta a don Plutarco de fecha 29 de marzo de ese mismo 1928. Y Calles contestó el 4 de abril. En la contestación, el Excmo. Sr. Ruiz y Flores, puerilmente, creyó ver alguna esperanza. y se concertó una nueva entrevista con el general Calles, la cual tuvo verificativo en el Castillo de Chapultepec el 28 de mayo, día de la Ascensión. Tomaron parte en esta entrevista el mismo Arzobispo de Morelia Sr. Ruiz y Flores y el Padre Burke, que por su ideología sajona, no entendía ni jota de nuestro espíritu mexicano, de nuestros anhelos, de nuestros intereses, de las esencias mismas de nuestra Patria.

Todavía más, hubo un enviado especial que en nombre de Obregón fue a los Estados Unidos a conférenciar sobre lo mismo, con el Sr. Obispo don Pascual Díaz y Barreto.

De esta suerte, el Sr. Arzobispo Ruiz y Flores, lleno de ilusiones, se marchó rápidamente a Roma, para conferenciar con el Papa.

Tras de todo esto estaba, como inspirador y director, el fatídico Mr. Morrow, socio de la judería de Wall Street de Nueva York. Era la mano satánica de la judería masónica del país del Norte.

Pero antes que el Santo Padre resolviese, tuvieron que llegar a la Santa Sede el cablegrama y el Memorándum de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa y demás organismos católicos de México, incluyendo al Ejército Nacional Libertador, y quiso Dios que fueran desechadas las proposiciones enemigas. De esta suerte, cuando Mons. Ruiz y Flores volvió a los Estados Unidos, declaró a la prensa que su gestión había fracasado, pues el Papa no había admitido los arreglos propuestos.

Rechazadas las proposiciones, el callismo continuó, despechado, con más fuerza y encarnizamiento, la persecución religiosa.
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