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LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO CUARTO
Los días de mayores penalidades
(Del 27 de abril, a los primeros días del mes de agosto de 1927)
Capítulo sexto

Sin su jefe. Marcha hacia Zapotitlán.



¡HAMBRE! DIOS MANDA A LOS SUYOS ... EL RANCHO

Se recordará el estado en que se encontraba, allá sobre el cerro de El Durazno, la tarde del día 15 de mayo, la columna que comandaba directamente el Gral. Ochoa, cuando partió éste para la región de El Naranjo y Coalcomán. Aquellos cristeros hacía días que casi no habían comido ni dormido; casi agotados en sus fuerzas físicas, sufrían ahora, además, la angustia de la derrota y la ausencia de su jefe. El hambre, los desvelos, los fracasos tenidos y la incertidumbre agobiaban los espíritus.

A la mañana siguiente, o sea al amanecer del lunes 16, siguiendo las instrucciones que Dionisio Eduardo Ochoa les había dejado al partir, emprendieron el camino hacia la falda occidental del Volcán para incorporarse con el otro grupo de libertadores -los directamente comandados por Norberto Cárdenas- que se habían refugiado, después del combate de Caucentla, en la Mesa de la Yerbabuena y, después, en La Galera.

Este viaje, que por muchos motivos hubo de hacerse en dos pequeñas jornadas, fue motivo de nuevos sufrimientos; pues les cogió una gruesa lluvia en la primera, con el agravante de estar en una región muy elevada y fría, y, además, la alimentación siguió escasa, escasísima.

Esa noche del 16, la pasaron los cristeros en Ladera Grande, sobre las altas estribaciones del sudeste del cono del Volcán de Fuego, a más de 3,000 metros de altura y sin tener bajo qué guarecerse del fríó y de la lluvia. Al día segundo, o sea el martes 17, se continuó la marcha hacia las faldas del poniente del Volcán; la falta de alimentos escaseó del todo y se hubiera pasado casi en completo ayuno, si no hubiese acontecido, al atardecer, un hecho providencial.

Ya nuestros libertadores habían dejado atrás los ranchos de La Galera y se dirigían a Huizome, lugar situado al pie de las faldas occidentales del Nevado, en donde se encontraba entonces la mayor parte de los cristeros de Cárdenas y familias del cuartel de Caucentla, pues víctimas de nuevos ataques del enemigo y sin tener parque con qué defenderse, habían dejado, cinco días hacía, su campamento de La Galera en donde Ochoa los había dejado la mañana del 7 de mayo, y se habían internado aún más, en una región para ellos completamente desconocida.

Pues bien, en dirección hacia allá, para incorporarse con ellos y ayudarse mutuamente, iba la columna de noventa o cien libertadores que bajo su mando directo había tenido Ochoa en días anteriores y que había quedado bajo el comando inmediato de J. Natividad Aguilar.

La tarde empezaba ya a declinar; el sol aún se veía sobre la lejana montaña de Cerro Grande que quedaba frente a ellos y pronto faltaría su luz, lo cual aumentaba la pena, pues ninguno de ellos había andado jamás por ahí, no llevaban guía, y ni siquiera sabían el tiempo que les faltaría para llegar al campamento de Norberto Cárdenas, a donde habían imaginado llegar antes de ponerse el sol.

A pesar de esto y de tantos trabajos y privaciones, los cristeros de Caucentla iban festivos; se veían ya de regreso de la gira que entre tantos peligros habían hecho, y pronto estarían con sus compañeros.

Les faltaba su jefe; pero llevaban al hermano de él, el Padre Don Enrique, su nuevo capellán, a quien desde luego profesaron verdadero cariño y veneración.

Como olvidando a esas horas todas sus penas, revivió en ellos el espíritu alegre y jovial de días anteriores, máxime que podían cantar y gritar a satisfacción; pues sabían que en aquellos apartados lugares no había por lo pronto ningún peligro.

El jefe de la columna, J. Natividad Aguilar, hombre de espíritu reposado, iba detrás de todos, en unión de cinco o seis de sus soldados.

Acababan ya de recorrer la tendida hondonada de La Mariana e iban a entrar en el profundo barranco del Huacal.

Ya todos habían pasado corriendo y gritando, formando una grande algarabía, cuando he aquí que, a ocho o diez pasos de distancia, sobre una verde colina, aparece una hermosa vena da silvestre comiendo mansamente la yerba ... El mismo J. Natividad Aguilar, sin decir una palabra, levantó su arma y disparó sobre ella. El buen Dios había provisto de una cena sabrosa a sus guerreros.

CONCENTRACION EN ZAPOTITLAN

De Huizome, tres días más tarde, el viernes 20 de mayo, marcharon los cruzados a Zapotitlán, Jal., en donde se reconcentraron todas las fuerzas que de Caucentla habían marchado para establecer allí su cuartel general.

Ya en esos días, en la zona de Zapotitlán, Jal., además del núcleo formado con los libertadores del mismo pueblo, al mando de Melesio Padilla, existían otros pequeños grupos de cruzados en las principales rancherías y haciendas de los alrededores, cada uno con su jefe correspondiente. De esta suerte, Marcelino Ramírez se estableció en la región de Tetapán; Diego López, en El Potrero; Justo Díaz, en Copala; Juan Flores, en Sta. Elena y Manuel C. Michel, en San Pedro.

Todos estos núcleos habían sido fruto de los trabajos de organización de la Jefatura de Colima y dependían de ella, excepción hecha del grupo que Manuel C. Michel organizó en la hacienda de San Pedro, por propia iniciativa, mas siempre bajo las órdenes de Dionisio Eduardo Ochoa, de quien obtuvo sus facultades y nombramiento.

EL COMANDANTE MANUEL C. MICHEL

Este ameritado libertador era un católico distinguido de la vecina ciudad de San Gabriel, Jal., hombre ilustrado, de iniciativa y de valor.

En San Gabriel, Jal., de donde era originario y en donde vivía, había sido, en los años anteriores, el alma de las principales empresas y gozaba de general estimación.

En los primeros días de mayo fue cuando empezó a organizar su núcleo libertador con toda formalidad. Ya, anteriormente, había llevado de San Gabriel alrededor de veinte o treinta armas largas en buen estado y propias para combatir, armas que allá se tenían para la defensa de la misma ciudad y las cuales él guardaba.

Armó a sus propios mozos y empleados; pues él era arrendatario de la hacienda de San Pedro, Jal., y, sin interrumpir sus trabajos agrícolas, quedaron ya dispuestos para pelear contra los enemigos, cuando éstos se acercasen.

EL COMBATE DE SAN PEDRO, JAL.

Las tropas del perseguidor no tardaron mucho y, al mando del Gral. Manuel Avila Camacho, procedentes de Sayula, se presentaron inesperadamente en la mañana del sábado 21, frente a San Pedro para atacar a los nuevos cristeros. La lucha no fue larga, pero sí ruda y murieron en ella más de treinta callistas.

Después de resistir cuanto fue posible, Michel se vio precisado a abandonar las posiciones de la hacienda y batirse en retirada, cerro arriba; mas la Providencia divina fue tanta, que ni siquierá un herido tuvieron los libertadores en esta ocasión.

Pocos días después, hablando Michel de esta hazaña, decía admirado:

Ya había oído contar muchas veces, cómo Dios, de un modo muy admirable, protegía a sus soldados en medio de las batallas y cómo les auxiliaba; pero nunca imaginé fuese tan grande su protección en favor nuestro. Esto es casi de no creerse. Si no lo hubiese visto, no lo creyera.
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