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LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO CUARTO
Los días de mayores penalidades
(Del 27 de abril, a los primeros días del mes de agosto de 1927)
Capítulo segundo

Sin sacerdote.



POR EL MEDIO DE LOS VOLCANES

Apenas pasada una noche de descanso en la Mesa de la Yerbabuena, el Gral. Dionisio Eduardo Ochoa decidió emprender una nueva jornada para regresar a la misma zona del viejo cuartel de Caucentla, que hacía 2 días había evacuado, atravesando ahora por el hosco y árido cañón que existe entre el cono del Volcán de Fuego y el Nevado, a unos 3,500 metros de altura. Ese era el único camino que creía seguro, para bajar después, a través de la alta y abrupta sierra, hacia el lado oriental, a la zona de la hacienda de San Marcos, Jal., y, de ahí, a Caucentla y tal vez aun a Tonila mismo.

Es que el jefe Ochoa tenía algunos asuntos urgentes: el primero, buscar en esa misma sierra, al Padre don Mariano Ahumada en las cercanías del Cerro del Durazno, en donde él sabía que se había refugiado, y tratar con él el modo de que, aunque fuera de lejos, los siguiese acompañando para que no quedasen sus cristeros del todo abandonados sin auxilios ningunos religiosos.

El segundo problema era buscar, allí mismo en el ex-cuartel general de Caucentla, su garniel de soldado, en donde él guardaba su documentación. El tenía esperanzas de que no hubiese caído en manos del enemigo, porque en los momentos de más trabajo y fatiga, lo había ocultado bajo unas piedras en Loma Alta. Sin embargo, no faltaba el temor de que lo hubiesen encontrado los callistas y eso tendría consecuencias serias.

Y el tercer problema era entrevistarse con Angelita Gutiérrez, una de aquellas audaces heroínas que viajaban frecuentemente de Guadalajara a Villegas u otra estación del ferrocarril, y aun directamente a Caucentla, para llevar a los insurgentes cristeros, noticias, instrucciones y parque y que en esos días, según plan concertado, iría a Tonila, Jal.

EN ACUERDO CON EL JEFE NATIVIDAD AGUILAR

Llamó Dionisio Eduardo Ochoa a su hombre de más confianza, por lo leal, valiente y óptimo conocedor de aquellos terrenos del Volcán, don Natividad Aguilar, el jefe inmediato de los cristeros de la zona de Caucentla.

- Don Nati, tengo necesidad de ir a Caucentla y tal vez - Don Nicho, con mucho gusto. Ud. ordene. ¿Yo solo, o vamos más?
- Pocos: usted y yo y tres o cuatro más. Siendo pocos, con facilidad nos les colamos a los enemigos. Podrían ir Miguel Anguiano Márquez y unos dos más, a elección de usted, que conozcan bien el cerro del Volcán.
- Si. gusta, don Nicho, además de Adolfo Ceballos su asistente, y de don Miguel, nos llevamos a Trinidad Trillo y tal vez con eso basta.
- Bueno, avíseles; comemos luego y nos vamos. Usted deja su gente al mando de su segundo y yo dejo, haciendo mis véces, a Antonio C. Vargas. Sólo que, al ir Miguel con nosotros, necesita llevarse a su hermano Mariano, para que no quede solo. -Mariano, el hermano, estaba entonceS chico.

De esta suerte, mientras el cuartel general quedaba a cargo del coronel Antonio C. Vargas, a quien todos, como se ha dicho, consideraban como segundo jefe, Dionisio Eduardo Ochoa, acompañado de su grupo selecto de cinco compañeros, trepando por en medio del Volcán de Fuego y el Nevado, pasaría de nuevo a la región de Caucentla, suponiendo que ya el enemigo, cuando él llegara, habría retrocedido.

Esto fue causa de nuevas hambres y crudas fatigas; porque aparte de ser muy áspero y empinado el camino y no poderse recorrer sino solamente a pie, en su mayor parte, el frío es extremado, pues habría necesidad de pasar la noche a más de 3,500 metros sobre el nivel del mar, que es la altura del cañón yermo, formado de riscos y lava fría que divide los dos volcanes. Y ellos iban sin ropa adecuada -su calzón blanco, su camisa pobre, su gabán corto y nada más-. Por otra parte, en esa región del Volcán de Fuego, no se encuentra ni una gota de agua.

Allí, bajo un cielo lleno de estrellas que, a esa altura, parece que más brillan y cintilan, pasaron la noche.

LA MAS TRISTE NOTICIA

Al día siguiente, poco después del medio día, descendiendo a través de la serranía, llegaron los seis viajeros al cerro del Durazno y se dedicaron a buscar el escondite del Padre don' Mariano Ahumada y del grupo de personas que lo acompañaban. Pronto dieron con él. Aunque con pobreza, pero hubo para todos algún alimento caliente, con que confortarse un poco.

Después de la charla común, Dionisio Eduardo Ochoa habló a solas con el Padre; le expuso que el objeto principal de su viaje había sido buscarlo y entrevistarlo para rogarle que no los fuese a dejar solos; que no era posible que luchando por Cristo, viviesen sin un sacerdote, careciendo de los auxilios de la Religión, más aún con el peligro de muerte; día a día.

El Padre don Mariano escuchó; pero ya él estaba decidido a volverse ocultamente a Tonila, y de allí, a la misma ciudad de Colima. El no sentía que fuese deber suyo -como en realidad no lo era- ser el Capellán del movimiento cristero. Además, él no era para avenirse a una vida de columna, propiamente sin cuartel, como veían bien claro que se iba a continuar, y tuvo que excusarse.

Dionisio Eduardo Ochoa nada consiguió por tanto y, bebiéndose él solo su amargura, sin decir ni una palabra a sus compañeros y con la garganta hecha nudo por aquella pena, prosiguió su camino a Caucentla, tomando las precauciones debidas, porque temían que aún hubiera por ahí gente enemiga.

Caía la tarde cuando se llegó a inmediaciones del viejo campamento de Caucentla. Adolfo Ceballos rogó al Gral. Ochoa le diese permiso, aprovechando la cercanía de Tonila, para ir a buscar su familia. El máuser de él fue entregado a J. Trinidad Trillo, quien continuó haciendo las veces de asistente del jefe Ochoa.

Estando Ceballos aún allí, el Gral. Ochoa se decidía a acometer el problema de ir hasta las viejas trincheras a buscar su garniel.

- Don Nicho, creo que está peligroso ir -dice Adolfo Ceballos-. Yo creo que no conviene.

En realidad, era una aventura.

J. Trinidad Trillo, resuelto, audaz y leal como siempre dice:

- Si gusta, don Nicho, yo lo acompaño.
- De acuerdo; vamos.

Y cubriéndose entre los árboles, porque temían que hubiese por ahí, emboscado; algún destacamento enemigo, como, en realidad, parece que lo había, llegaron el jefe Ochoa y su nuevo asistente Trini Trillo al lugar del escondite.

- Aquí, entre esas piedras. Sí, aquí. Aquí está. ¡Bendito sea Dios que lo encontramos!

Y lo recogieron y se volvieron a donde estaban sus compañeros.

A TONILA

Y marcharon sin más demora, cuesta abajo, hacia Tonila. Y mientras el jefe D. Natividad Aguilar, Trini Trillo y Mariano Anguiano quedaban por ahí, ocultos, en algún ranchito de personas amigas de las cercanías de la población, Dionisio Eduardo Ochoa y Miguel Anguiano Márquez entraban a Tonila y llamaban a la puerta de Patricio Villaseñor, el presidente municipal, que era amigo del jefe Ochoa. Con él se hospedaron. Era la noche del sábado 30 de abril. Unas horas más y amanecería el mes de mayo.

ANGELITA GUTIERREZ

Angelita Gutiérrez había llegado de Guadalajara. El pueblo cristiano de Colima estaba consternado por la derrota que los cruzados de Cristo Rey habían tenido en Caucentla. Sin embargo, todo mundo sabía que las bajas que habían sufrido los soldados libertadores habían sido muy pocas y de ello se daba gracias a Dios.

El Padre don Enrique de Jesús Ochoa envió al Gral. Ochoa, su hermano, por el conducto de Angelita, unas breves líneas de saludo y de aliento. Angelita las entregó al jefe Dionisio Eduardo Ochoa y, por el mismo conducto, en el mismo día, éste escribió al sacerdote su hermano, en una hoja de libreta, lo siguiente que es la esencia de su carta:

Querido hermano:
La pena más grande, muy superior a la derrota de Caucentla, es la siguiente que no me he atrevido a comunicarla a nadie: el Padre Ahumada ya no estará con nosotros. Tú sabes que todos estos soldados libertadores, luchan y sufren, y dan su vida, únicamente por Cristo; tú comprendes que viviendo a diario en el peligro, sin saber uno si cae hoy o caerá mañana, no se puede estar sin el auxilio del Sacerdote y sin los Sacramentos de la Iglesia. Ojalá y tú pudieses hablar con el Sr. Vicario General y hacer algo por nosotros. Voy a esperar aquí en Tonila uno o dos días más, para que puedas contestarme.
Encomiéndame en tus oraciones.
Tu hermano

Dionisio Eduardo Ochoa.
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