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LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO TERCERO
La llama
(Del 6 de enero al 27 de abril de 1927)
Capítulo tercero

Once contra seiscientos



LOS PRIMEROS GRUPOS CRISTEROS

Poco más de veinte días tenían nuestros cruzados bajo los pinares del Volcán y ya sus nombres resonaban con gloria hasta en los lugares apartados y lejanos. Los pequeños grupos de libertadores establecidos en cada ranchería, desde Caucentla, a cincuenta kilómetros de la capital, hasta Chiapa, a unos siete, se habían ya duplicado y constaban de ocho o diez cada uno. Los jefes de estos núcleos eran: J. Natividad Aguilar, de Caucentla, en donde se estableció el cuartel general; los hermanos Rodríguez, en Cofradía; Pedro González, en Montegrande; Lorenzo Rodríguez, en La Arena; Mauricio Rodríguez, en Tepehuajes; Norberto Cárdenas, en Higuerillas y rancherías vecinas; Ramón Cruz, en La Joya; Candelario Peña, en la ranchería de Las Paredes; Vicente Avalos, en Montitlán; los hermanos Carbajal, en La Montrica y rancherías circunvecinas; Plutarco Ramírez, en El Cedillo; Jesús Ramírez, en Astillero; y Apolinar Sánchez, en Palos Altos.

Todos éstos eran rancheros, católicos reconocidos y valerosos. Los principales entre ellos eran J. Natividad Aguilar, a quien reconocían como jefe inmediato los subjefes de la región de Caucentla, y Norberto Cárdenas, bajo cuya dependencia inmediata estaban todos los demás.

Ya todos éstos habían hecho su juramento cuando se presentaron a Ochoa para recibir orientaciones precisas y órdenes. También los soldados de Caucentla lo habían hecho cuando el mismo jefe Ochoa regresó de Guadalajara. Restaba sólo el juramento de los demás soldados, el cual se acordó fuese estando todos reunidos, a fin de que se estrechase más el compañerismo y aumentase el entusiasmo. Los corrales de la ranchería de Las Higuerillas fueron el lugar de la cita.

Allí estuvieron todos reunidos, casi en número de cien, rancheros casi en su totalidad, la tarde del día 27. Gran parte de ellos no tenía más arma que su cuchillo o, a lo sumo, una pistola, pero todos contaban con un corazón gigante y una fe sobrehumana.

EL JURAMENTO SOLEMNE EN HIGUERILLAS

Los rostros de aquellos hombres, tostados por el sol y curtidos por la rudeza de la vida, estaban radiantes de contento. Dionisio Eduardo Ochoa, el jefe libertador, y Miguel Anguiano Márquez les dirigieron la palabra haciendo vibrar aún más sus almas con sano y viril entusiasmo cristiano. Se les habló de sus deberes, de su alta y noble misión y de la grande gloria de trabajar y sufrir por Jesucristo. Después fue recitado el Símbolo de la Fe y luego, en coro, el solemne juramento, con la fórmula con que ya algunos lo habían hecho en Caucentla. El acto terminó, como es natural, en medio de un entusiasmo desmedido y entre los vivas de aquellos nuevos Macabeos: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Santísima Virgen de Guadalupe! ¡Viva el Papa! ¡Viva el Ejército Nacional Libertador!, gritaban con potente voz aquellos hombres, cuyo eco repetía la montaña.

ENTRADA AL PUEBLO DE SAN JERONIMO, COL.

Aprovechando aquella reunión y mientras un grupo de cristeros, al mando de los hermanos Carbajal, recorría la región de Suchitlán, Dionisio Eduardo Ochoa, con la mayoría, entraba en la mañana del 28 al pueblo de San Jerónimo, Col. Poco antes de llegar, arengó a sus soldados y les dio las últimas instrucciones para el combate, suponiendo, como era natural, que hubiese destacamento federal en aquella plaza.

Al despuntar el día, los cruzados, distribuidos en varios grupos, entraban en aquel heroico pueblo cristiano, sin encontrar resistencia. Las campanas se echaron a vuelo y una ola de alegría y esperanza inundó todas las almas buenas, haciendo latir los corazones; las mujeres salían de sus casas llevando a los soldados cristeros lo que podían, ya café y pan, ya leche, ya un trago de vino; todos se sentían honrados con poder obsequiar a los libertadores alguna cosa. En esta ocasión, con hijos de aquel valiente pueblo, engrosaron aún más las filas del Ejército Nacional Libertador en Colima.

Entre tanto, el enemigo preparaba un golpe más formal.

LA BATALLA DE LA HACIENDA DE EL FRESNAL

Era la mañana del 31 del mismo enero. El Gral. Callista J. Jesús Ferreira, jefe de las operaciones militares de Jalisco, con un regimiento completo venido de Guadalajara, dotado de artillería y soñando en exterminar de un solo golpe a los cristeros del Volcán, salió de la Hda. de San Marcos, rumbo a Caucentla. Abajo de esta ranchería, en Cofradía, había puesto el jefe Dionisio Eduardo Ochoa unos dieciséis libertadores, para que sirviesen como de avanzada: tocó a estos bravos luchar primeramente con las fuertes y disciplinadas columnas del Gral. Ferreira. A pesar de ser ellos tan reducidos en número, tan faltos de experiencia militar y estar tan mal armados, hicieron frente, al menos por breve tiempo, a un enemigo cuarenta veces superior en número y con excelente armamento; por lo cual, tras unos momentos de lucha tan desigual, tuvieron que retirarse; pero después de haber hecho varias bajas al enemigo y de haber puesto en peligro al mismo Gral. Ferreira, pues un balazo tocó su propia silla de montar. Huyeron, pues, los cruzados, pero sin sufrir ninguna baja.

Entre tanto, en Caucentla, al oírse las primeras descargas de ametralladora y de fusilería, corrieron todos a ponerse a las órdenes del jefe Ochoa y de Natividad Aguilar, el jefe inmediato de la región; mas aquellos soldados cristeros no eran sino once por todos; pues la avanzada que había sido mandada a Cofradía hubo de restarles gente. Ellos once, por tanto, acudieron velozmente a dar auxilio a sus compañeros; pero juzgando y, con todo acierto, que ya no era posible llegar hasta el lugar de los hechos, pues el tiroteo con la avanzada cristera había cesado y las columnas federales seguían avanzando hacia arriba, determinaron Ochoa y Aguilar esperar al enemigo en el lienzo de piedra de la hacienda de El Fresnal.

Allí, distribuídos como mejor pudieron se afortinaron los nuevos macabeos con resolución y con fe heroica y un valor admirabie; los que tenían arma larga eran sólo ocho, los tres restantes únicamente pistolas. Apenas Don Nativi" (como cariñosamente llamaban todos a su jefe Natividad Aguilar) había distribuido a sus muchachos en sus puestos, cuando empezaron a aparecer los primeros enemigos que ascendían victoriosos y triunfantes.

Se llega a esta hermosa hacienda de El Fresnal por un camino carretero, y por allí, precisamente, subían los seiscientos soldados del general Ferreira. Don Nativi había dado la orden de que no Se disparara, hasta que el enemigo estuviese a unos cuantos metros de ellos, para asegurar sus tiros: la señal sería cuando él empezase a hacer fuego.

Así se hizo. Sorprendidos los perseguidores, no hicieron sino pocas descargas y luego retrocedieron hasta donde los cruzados ya no podían verlos, mas dejando en el campo una multitud de muertos y de heridos.

Rehechos un poco los soldados federales de Ferreira, atacaron con nuevo ímpetu, por el mismo lugar, mas de nuevo fueron rechazados, dejando aún más muertos y agonizantes que se quejaban, maldecían y se retorcían con desesperación sobre su propia sangre. Los cruzados, en cambio, no dejaban de gritar su hermoso y sonoro ¡Viva Cristo Rey! que aumentaba la confusión del enemigo.

Era preciso, por tanto, que Ferreira organizara un asalto más formal; se colocaron las ametralladoras en los lugares más adecuados y se atacaron todas las partes que era posible atacar. Por tercera, por cuarta y más veces el pequeño grupo de héroes rechazó a los enemigos en sus furiosas arremetidas y así hubiera seguido por varias horas hasta lograr una completa victoria y levantar el campo con más de un centenar de rifles, si el parque de los cristeros no se hubiese agotado. Hubo, principalmente en los últimos momentos, instantes muy difíciles; se dio el caso de que dos soldados, uno del gobierno y un cristero, se disputasen, uno por un lado y el otro por el opuesto de la misma cerca de piedras que servía de trinchera, la misma posición de combate, al grado que un cristero de aquellos once, no teniendo ya parque, asió fuertemente el cañón del máuser enemigo para no dejarlo hacer fuego y arrebatárselo si fuere factible, mientras otro de los compañeros disparaba sobre el callista el último cartucho de su carabina.

Cuando ya no fue posible la resistencia, se abandonaron las posiciones, sin poder recoger un solo rifle enemigo, es cierto, mas sí habiendo hecho al regimiento de los soldados callistas de Ferreira 55 muertos y multitud de heridos. En cambio, de parte de aquellos macabeos cristeros no hubo ni siquiera un herido.

Estos esforzados héroes cristianos se internaron luego en la espesura del bosque y subieron a lo que se llama la loma de Caucentia, desde donde contemplaron reducirse a cenizas su querida ranchería.

Los nombres de los insurgentes cristeros que integraban este pequeño núcleo que heroicamente rechazó a las fuerzas del Gral. Callista Ferreira son los siguientes: Dionisio Eduardo Ochoa, Antonio C. Vargas, Miguel Anguiano Márquez, J. Natividad Aguilar, Zeferino Olivares, Arcadio Ochoa, J. Trinidad Trillo, Secundino Rolón, Crescenciano Rivera y un hermano suyo y Luis Sánchez. Once en total. De éstos, sobreviven algunos en el día de hoy.

Los enemigos, ardiendo de rabia, descargaron su furia quemando cuantas casitas había en aquella región. En El Fresnal encontraron una hermosa pintura del Sagrado Corazón, y la despedazaron a culatazos; en Caucentla, la imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe que había en la capilla fue apuñaleada, y a la escultura del Sagrado Corazón le arrancaron la cabeza y, con ella, jugaron con los pies como si hubiese sido pelota de futbol.

VICTORIA EN LO DE CLEMENTE

Al mismo tiempo que el Gral. callista J. Jesús Ferreira atacaba por El Fresnal, el Gral. callista Talamantes, jefe de las fuerzas de Colima, atacaba a los cruzados en la zona de San Antonio. El combate se efectuó en Lo de Clemente. Los soldados cristeros eran catorce, con armas de taco, pistolas o cuchillos. Las columnas enemigas, con aparato terrible para aquellos que nunca habían oído funcionar una ametralladora, iniciaron el ataque. Quiso Dios dar igualmente la victoria a los humildes, y Talamantes tuvo que retirarse a Colima sin lograr aniquilar al pequeño núcleo de héroes. Estos tuvieron un herido, Daniel Magaña, que aún vive, y un muerto, el joven Plutarco Arreguín, que fue el primero de los cristeros colimenses que dio la vida por un México libre y cristiano, en los campos de batalla. En cambio, de parte de los perseguidores, hubo más de cuarenta bajas, las cuales, sumadas a las de Ferreira, pasaban de cien.

Cuando después del combate, regresaron a Colima los generales Ferreira y Talamantes, ellos y sus oficiales, no pudiendo ocultar la mortandad que hubo en sus filas, y, para disimular el bochorno de la derrota, narraban que el número de los pelados cristeros era ya muy grande; pero que los habí~n acabado por completo.

LA SEÑORA DEL CABALLO BLANCO

Los soldados rasos, en cambio, referían cosa bien distinta. Confesaban su derrota y declaraban no haber logrado nada contra las filas de los cruzados. En los hospitales muchos de los heridos narraban el gran terror que se apoderaba de ellos al grito de ¡Viva Cristo Rey!, que lanzaban en sus combates los cristeros. Además, es cosa completamente cierta que muchos heridos y sanos declaraban, que en lo más rudo de la batalla habían visto una señora, en un caballo blanco, que recorría la trinchera animando a los soldados de Cristo Rey y levantando a sus pies, con las patas del animal, tan gruesa nube de polvo, que impedía que los cruzados fuesen vistos por ello.

¿Sería esto verdadero milagro? ¿Habría, en verdad, tan milagrosa aparición? Ninguno de los cristeros vio nada singular jamás; mas de que tales cosas contaban los enemigos como acaecidas, en este y en otros muchos de los primeros combates, sí hay certidumbre completa y fue cosa perfectamente sabida en Colima.
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