Indice de Los cristeros del volcán de Colima de Spectator Libro tercero. Capítulo terceroLibro tercero. Capítulo quintoBiblioteca Virtual Antorcha

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO TERCERO
La llama
(Del 6 de enero al 27 de abril de 1927)
Capítulo cuarto

Saña enemiga. Prodigos y heroismo cristiano



LOS NUEVOS VANDALOS

Ya desde estos días fue táctica de los soldados de Calles no sólo quemar siempre las casitas de las rancherías que quedaban a su alcance, sino llevarse todo el ganado que encontraban, el cual consideraban como botín de guerra, y quemar igualmente los pastos, de tal suerte, que los montes siempre estaban humeando como efecto de 'la estulticia destructora. Pronto se enriquecieron así muchos jefecillos callistas, pues con frecuencia salían para el interior de la nación, como si fuesen propiedad particular de ellos, trenes enteros cargados con centenares de reses. En cambio, todas las hermosas rancherías enumeradas arriba, fueron desapareciendo una a una; las casitas se redujeron a cenizas; los jardincitos, siempre floridos, fueron despedazados por la caballada de la soldadesca; los árboles frutales, chamuscados por el fuego de las casas que ardían, y los grandes colmenares de que la región estaba cubierta, fueron. incendiados con la intención expresa de arruinar la comarca.

De aquí que los pequeños grupos de libertadores que hemos enumerado tuvieron que reconcentrarse, para formar dos solos grupos: el de la región de Montegrande, cuyo cuartel estaba en el Cerro de las Trementinas, y el de Caucentla. Del primero era jefe Norberto Cárdenas, como se ha dicho, y del segundo, el muy valiente y querido Don Nativi. De aquí también que todas aquellas familias ya sin hogar, tuvieron que reconcentrarse para vivir al amparo de los soldados de Cristo.

Era de contemplarse aquel cuadro hermoso: mientras los esposos y los hijos mayores peleaban en la trinchera, los chicos llevaban los alimentos y el agua a sus padres y hermanos que estaban luchando, y las madres y esposas, alojadas en lugar lejano y seguro, a la sombra del bosque, o en las cavidades de las rocas, proveían al sustento de los suyos. Cuando era necesario huír, mujeres, ancianos y niños tomaban la delantera, cuesta arriba, hacia lo más abrupto de la montaña.

Cuando los soldados callistas, en esos mismos últimos días de enero, quemaron la ranchería de La Arena, se dio un nuevo hecho extraordinario que vino a fortalecer aún más el corazón de aquellos luchadores cristianos y en el cual claramente se vio la mano de Dios que los protegía.

SALVADO POR MILAGRO

José Hernández, soldado libertador que aún vive, fue sorprendido en su propia casita por los enemigos que iban a destruir la ranchería. Con golpes, insultos y blasfemias se le condujo a fusilar:

- Ya verás -decían los hombres de Calles-, ya verás de qué te va a servir tu Cristo Rey ...! ¡Vamos a ver si tu Cristo Rey te quita las balas ...!
-Ahora verás cómo te defiende tu Cristo Rey -decían otros, mofándose.

Eran más de cien los soldados de Calles que estaban allí presentes. Se dispuso el lugar de la ejecución; al condenado a muerte se le colocó en el cuadro; pero cuando la escolta destinada a matarlo se disponía a consumar el acto, al soltarlo los ejecutores para hacer la descarga, aquel hombre, avivada su fe con las mofas de los callistas, encomendándose a su Divino Rey, echó a correr. Todos los soldados enemigos dispararon sobre él sus armas, tanto los que formaban el cuadro como los restantes, al grado de verse Hernández completamente bañado por las balas de los impíos. Estos intentaron seguirlo mientras iba en el llano, pero en vano ... Al terminar éste, logró subir ileso entre la lluvia de balas una pequeña loma, y al llegar a la cima, volteó hacia sus enemigos y les gritó su ¡Viva Cristo Rey! Luego desapareció de la vista de ellos. Cristo Rey le salvo la vida.

Casos semejantes se repitieron muchas veces, fortaleciendo cada vez más la fe de aquellos héroes. Casi no hubo un luchador católico que no narrase uno o muchos prodigios, semejantes o superiores, obrados en su favor.

COMBATE DE LA JOYA

Seis días después del combate de El Fresnal, queriendo lavar los enemigos la mancha de vergüenza de la derrota anterior, atacaron de nuevo en número de mil y respirando furia inmensa a los soldados de Cristo, a quienes nuevamente se proponían extenninar. Se dividieron los atacantes en dos partes para combatir por lados opuestos; mas por ambas partes los defensores cristianos detuvieron el avance de los callistas.

En este combate empezó a distinguirse por su valentía el jefe Ramón Cruz, pues a él, en unión de Candelario Peña, le tocó pelear en las cercanías de la hacienda de La Joya, en donde hicieron nueva carnicería en los enemigos. Por parte de los cristeros no se lamentó más que un herido, el propio jefe Peña, a quien una bala enemiga atravesó el cuello en ancha puntada.

Cubierto de tierra, con su traje en pésimo estado, conduciendo muchos heridos después de una nueva y doble derrota, llegó el Gral. Talamantes a Colima varios días después del combate. Pero los soldados de la persecución estaban cegados y tenían endurecido el corazón, y semana tras semana siguieron atacando, siempre con furia inmensa y volviendo siempre derrotados.

COMO SE MUERE POR CRISTO REY

En uno de esos primeros días de febrero, los callistas lograron hacer prisionero a un anciano de la ranchería de Montitlán, llamado Dionisio Ochoa al igual que el joven Gral. Jefe del movimiento libertador.

Este era un viejo ranchero de costumbres ejemplares, excelente cristiano, padre de unos muchachos que andaban ya militando bajo la bandera de Cristo. Su aspecto en sí era digno, blanqueaban ya su cabeza y su barba; su porte tranquilo y sereno.

- ¿Cómo se llama usted, viejo cristero? -preguntan los de Calles.
- Dionisio Ochoa -contesta el anciano.
- Usted es de los cristeros ¿verdad?
- Yo no, porque estoy ya viejo; pero soy también católico.
- ¿Dónde están los cristeros?
- No lo sé.
- ¿Quién es el jefe de ellos?
- Cristo Rey.
- Ya sabemos -contestaban los callistas con injurias- que por ese Cristo Rey andan en armas. No se haga tonto, conteste lo que preguntamos. ¿Quién es el que'los manda?
- Cristo Rey -contesta de nuevo el anciano sin inmutarse-. El es nuestro Jefe, El es quien nos manda.
- Bueno, y ¿quién les ayuda? ¿Quién les da parque?
- Cristo Rey nos ayuda y da todo lo que necesitamos.

Coléricos pusieron entonces una soga al cuello del ahciano D. Dionisio y se intentó suspenderlo de la rama de un árbol: la rama crugió y se vino al momento abajo, golpeando a algunos. Con injurias y golpes se le quiso suspender de otra y de nuevo se rompió, quedando el anciano Ochoa ileso.

Esto se repitió varias veces, creciendo siempre la rabia de los enémigos, que en medio del tormento continuaban el duro interrogatorio. A todo el anciano contestaba:

- Ya os he dicho: Cristo Rey es nuestro Jefe. El es quien nos manda, El es quien nos da lo que necesitamos -hasta que víctima de los tormentós, expiró cual verdadero mártir murmurando piadosamente: ¡Viva Cristo Rey!

UNOS VAN ... OTROS LLEGAN ...

En este mismo mes de febrero se registraron, por desgracia, las primeras deserciones. En todas partes ha de haber desleales e inconstantes.

Sin embargo, aquí parece haber sido efecto de debilidad, más bien que de perversidad del corazón; porque no consta que éstos que desertaron de las filas de la Cruzada de Cristo Rey se hayan convertido en enemigos de la causa. Así, aquellos hermanos Carbajal que tan cristianos y resueltos se mostraron en un principio y que comandaban unos de los grupos de libertadores, a los primeros momentos angustiosos empezaron a flaquear, víctimas del miedo; luego, aprovechando las proposiciones malévolas de indulto que el enemigo empezó a hacer desde entonces, dejáronse seducir y rindieron sus armas a la tiranía callista.

No faltó quien ocupó su lugar: un valiente, Andrés Salazar, que en tiempos anteriores había militado en la gendarmería del Municipio de Comala, Col., pero que después se había mostrado decidido católico, se aprestó a suplir a los desertores; se puso de acuerdo con el jefe Dionisio Eduardo Ochoa, reunió a los libertadores que se habían desbandado y puso su campamento cerca de la hacienda de Chiapa.

No tardó en mostrarse hombre de valor, atacando, el 8 de marzo, la guarnición callista de la misma hacienda, la cual pereció casi totalmente; se apoderó de las posiciones enemigas y recogió ocho rifles y parque.

De parte de los cristeros del jefe Andrés Salazar, sólo murió el soldado Fernando Silva Cortés, quien, en cuanto fueron desalojados los callistas de la torre de la hacienda en donde se habían parapetado, subió presuroso para hacer ondear sobre ella la bandera del Ejército Nacional Libertador, pero con tan mala suerte, que al aparecer sobre lo alto, un soldado cristero, de los mismos compañeros suyos, creyéndolo enemigo, disparó sobre él acabando con su vida.

EL GRUPO CRISTERO DE LA HACIENDA DE EL NARANJO

Más o menos en los días en que Andrés Salazar organizó su grupo y atacó la guarnición de la hacienda de Chiapa, Col., otro decidido católico, Ramón Preciado, de la región de la hacienda del Naranjo, organizó otro pequeño núcleo cristero con seis u ocho compañeros; consiguió algunas armas y fue a presentarse al cuartel de Caucentla para recibir autorización y órdenes. El jefe Dionisio Eduardo Ochoa, después de hacer las investigaciones debidas, le tomó el juramento y le dio su nombramiento. Entre las recomendaciones especiales que le hizo, estuvo la de que recorriese, en primer lugar, en vía de propaganda, la región en que iba a operar, y él mismo tomase, a cuantos se le adhiriesen, el juramento de regla, dándolos así de alta en el ejército de la Cruzada.

Entusiasmado el nuevo jefe, salió de Caucentla, en medio de los vivas a Cristo Rey que'lanzaban los libertadores, cada ve2 que algunos compañeros llegaban o salían del campamento. Iba lleno de entusiasmo, pero preocupado sobremanera por aquel oficio nunca soñado. En la hacienda de Buenavista, a donde llegó primero, reclutó a algunos, y por la tarde procedió a tomar el juramento ordenado. De allí partió para el cerro del Naranjo y una noche, ya para entregarse al sueño, estando bajó la obscura sombra de los árboles del lugar en que habían determinado acampar, cuando aún humeaban los leños en que habían preparado su humilde cena, al estar recitando el Santo Rosario y entonando sus cánticos piadosos, aquel pobre hombre perdió la razón, quedando, desde ese momento, completamente loco. Aquel grupo en formación se desorganizó por completo.
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