Índice de Historia de la Nación Chichimeca de Fernando de Alva IxtlilxochitlCapítulo LXXXIVCapítulo LXXXVIBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO LXXXV

Que trata de la ida que hizo Cortés a la ciudad de México y lo que en ella le sucedió hasta prender a Motecuhzoma

Luego que salió Cortés de la ciudad de Chololan, fue a hacer noche en la parte que llaman Quauhtéchcatl, que es en la obra que está entre el volcán y la sierra nevada y a otro día por la mañana desde allí, conoció la laguna, en donde estaba fundada la ciudad de México y otros muchos y hermosos pueblos y caminando con su ejército fue a hacer noche en el pueblo de Amecamecam, en las casas del señor de allí llamado Cacamatzin, en donde fue muy bien recibido y regalado de él y le dio muchas quejas de las demasías de Motecuhzoma. De allí salió y fue a hacer noche a Iztapalapan en casa de Cuitlahuatzin hermano de Motecuhzoma, señor de aquella ciudad, donde le salió a recibir Cacama rey de Tetzcuco, sobrino de Motecuhzoma, con toda su corte (que lo llevaban en unas andas de oro) y habiéndolo saludado y dado la bienvenida y muchos dones de oro y pedrería, le trató que se quedase en Iztapalapan y que desde allí le daría orden de (cómo) verse con su tío y dar su embajada; pero Cortés no quiso dilatar más su viaje y así el otro día siguiente caminó para la ciudad, con grande acompañamiento de señores y caballeros de las cortes de México, Tetzcuco y Tlacopan y llegando a un fuerte que estaba en la entrada de la ciudad, en donde se juntaba la albarrada con la calzada, salieron a recibirle más de cuatro mil hombres principales, todos ricamente aderezados y conforme iban pasando se humillaban a Cortés, poniendo la mano en el suelo y besándola, que es el modo de saludar a los grandes señores y andando más adelante junto a una puente encontró a Motecuhzoma que venia a recibirle a pie y le traían de brazo su sobrino el rey Cacama y su hermano Cuitlahuatzin y traían los tres encima a manera de lío de pluma verde y de riquísimo oro y pedrería, que usaban los señores que eran los capitanes generales de los ejércitos de México y Tetzcuco; Motecuhzoma, Cacama y Cuitlahuatzin venían vestidos de una misma librea, salvo que los reyes traían sobre sus cabezas sus tiaras de oro y pedrería con sus borlas que pendían de la cinta con que se ataban el cabello y sus zapatos de oro con muchas piedras y ricas perlas y por donde iban les echaban mantas para que pisasen y tras de ellos tres mil caballeros, todos muy ricamente vestidos que eran todos de los de su guardia y criados. Cuando Cortés llegó, se apeó del caballo y habiendo hecho una muy gran reverencia y hllmillación a los reyes, quiso abrazar a Motecuhzoma, aunque no le dejaron llegar y habiéndose hecho el uno al otro muy grandes mesuras y reverencias, echó Cortés a Motecuhzoma un collar de cuentas de vidrio que parecían margaritas y diamantes y en recompensa el rey Motecuhzoma le echó al cuello dos cadenas o collares de oro riquísimo y en él engastados unos camarones colorados de conchas, que eran de mucha estima; y con esto se volvieron hacia la ciudad y Motecuhzoma dejó a su sobrino Cacama con Cortés y con su hermano Cuitlahuatzin y tomó el camino para su casa; él iba delante y luego Cortés tras él, trabado con Cacama por la mano y con esta pompa y majestad llegaron al riquísimo palacio de Motecuhzoma, que eran casas de su padre Axayacatzin; a la puerta de él tomó Motecuhzoma de la mano a Cortés, metióle dentro de una muy gran sala, púsole en rico estrado y le dijo: holgad y comed que en vuestra casa estáis, que luego vuelvo. (Entró Cortés en México a ocho días del mes de noviembre del mismo año de mil quinientos diecinueve). Pusiéronse luego las mesas y comió con los suyos Cortés y Motecuhzoma en su aposento; y cuando hubo comido vino a visitarle con grande majestad, sentóse junto a él en un estrado riquísimo y díjole con palabras graves, que se holgaba mucho de ver en su casa y corte una gente tan principal y honrada y tenía pena que se presumiese que jamás los había de maltratar; dio muchas disculpas de lo que había porfiado por estorbar la entrada en México y a cabo le vino a decir cómo sus pasados tenían pronosticado, que un gran señor que en tiempos antiguos había estado en esta tierra, había de volver a ella con los suyos a dar leyes con nueva doctrina y que la poseerían y serían señores de ella y que así creía que el rey de España había de ser aquel señor que esperaban: tras de lo cual dio a Cortés muy larga reiación de sus riquezas, se le ofreció mucho e hizo traer allí muchas joyas de pedrería, mantas y otras cosas ricas y las repartió entre los españoles, dando a cada uno lo que le merecía y con esto se despidió. Los primeros seis días los gastó en ver y considerar el sitio y calidades de la ciudad y fue muy servido y visitado de todos los grandes señores del imperio y muy abastecidamente provisto él, sus compañeros y seis mil tlaxcaltecas que consigo tenía; al cabo de los cuales, después de haber considerado muy bien en el estado y trance en que se veían, determinó prender a Motecuhzoma (caso atrevido y muy peligroso contra un tan grande y poderosísimo rey dentro de su casa y corte, en medio de más de quinientos mil vasallos y con tan pocos compañeros, cosa que atemoriza tan solamente pensarla, cuanto más hacerla y salir con ella), para lo cual tomó por achaque lo de Chololan y otras partes que decía había movido Motecuhzoma para matar a él y a sus compañeros y que Quauhpopocatzin señor de Coyoacan uno de los grandes del imperio que asistía en Nauhtlan y estaba a su cargo el gobierno de las costas del Mar del Norte, había mandado matar a cuatro españoles que iban en compañía del capitán Pedro Dirsio, camino de Veracruz, según sus cartas que Cortés tenía consigo para mostrarlas a Motecuhzoma cuando fuese necesario; y andando con estos pensamientos, paseándose por una sala, echó de ver que estaba recién tapado y encalado un postigo y recelándose de él, una noche lo hizo abrir y entrando dentro halló otras dos salas y recámaras llenas de mucho oro, plumería, mantas y otras cosas de mucho precio y estima y en tanta cantidad que quedó espantado de ver aquella riqueza, tornando a tapar lo mejor que pudo, porque no fuese sentido. Otro día vinieron a él ciertos tlaxcaltecas y algunos españoles a avisarle que habían alcanzado que Motecuhzoma trataba de matarlos y que para esto quería quebrar las puentes. Y hablando según una carta original que tengo en mi poder, firmada de las tres cabezas de la Nueva España, en donde escriben a lá majestad del emperador nuestro señor (que Dios tenga en su santo reino), disculpan en ella a Motécuhzoma y a los mexicanos de esto y de lo demás que se les árguyó, que lo cierto era que fue invención de los tlaxcaltecas y de algunos de los españoles, que no veían la hora de salirse de miedo de la ciudad y poner en cobro innumerables riquezas que habían venido a sus manos. Sea como se fuere, con el dicho de éstos y con lo que tenía pensado hacer, no quiso dilatar más la prisión de Motecuhzoma y por hacerla, puso secretamente a algunos españoles de guardia en algunas encrucijadas y cantones que había desde su posada hasta palacio, dejando la mitad en ella y mandó a ciertos amigos suyos que se fuesen de dos en dos, tres en tres con sus armas secretas como él las llevaba y envió delante a avisar a Motecuhzoma cómo lo iba a visitar; el cual le salió a recibir con alegre rostro a la escalera y habiéndose entrado en la sala y con él hasta treinta españoles, estuVieron un rato en buena conversación como lo solían hacer. Motecuhzoma le dio a Cortés unas medallas de oro muy ricas, todo a fin de mostrar lo mucho que le quería y estimaba como lo mostró en esta conversación, pues le persuadió que se casase con una hija suya. A esto respondió Cortés que era casado y que conforme a la ley evangélica, no podía tener más de una mujer y luego echó mano a las faltriqueras y saco de ellas las cartas del capitán Pedro Dirsio y comenzó a quejarse de Motecuhzoma, que por su mandado Quauhpopocatzin había matado los cuatro españoles y que le tenía armada traición y mandado a los suyos quebrar las puentes. Motecuhzoma, viendo una maldad tan grande tan fuera de sus pensamientos y calidad de su persona; se enojó terriblemente y dijo con ira y grande alteración, que lo uno y o otro era falsedad y mentira; y para averiguar la verdad llamó luego a un criado suyo y se quitó del brazo una rica piedra donde estaba esculpido su rostro (que era lo mismo que un sello real) y se la dio y mandó que fuese por la posta y llamase luego a Quauhpopocatzin y despachado que fue el criado, Cortés tornó a decir al rey: señor, conviene que vuestra alteza sea preso y vaya conmigo a mi posada, que allí será bien tratado y servido y yo miraré por vuestra honra hasta en tanto que venga Quauhpopocatzin y perdonadme que no puedo hacer otra cosa, porque los míos me matarían si disimulase con estas cosas y mandad a los vuestros que no se alteren, porque cualquier mal y daño que a nosotros nos venga vuestra alteza lo ha de pagar con la vida y vaya callando y será en vuestra mano escapar. Quedó Motecuhzoma en oyendo estas razones sin sentido y después de haber estado callado un rato, dijo con mucha gravedad: no es persona la mía para ir presa y cuando yo lo consintiese los míos no pasaran por ello. Cortés le replicó que no se podía eXCusar su prisión y estuvieron más de cuatro horas en demandas y respuestas, hasta que Motecuhzoma vino a decir, que le placía ir con él, pues le decía que allá mandaría y gobernaría como en su casa y llamando a sus a criados les mandó que fuesen a los cuartos de Cortés y le aderezasen uno para su posada. Acudieron luego a palacio todos los españoles y muchos de los caballeros y señores de la ciudad, parientes y amigos del rey, todos tristes y llorosos, mirándole a la cara si les daba licencia para librarle y como les mandó que se quitasen, tomaron a Motecuhzoma en unas andas muy ricas de oro y pedrería y le llevaron por medio de la ciudad con grandísimo alboroto de los suyos que se quisieron poner en soltarle; pero él les mandó qúe se estuviesen quedos, diciendo que no iba preso sino a estarse en compañía de Cortés y de los suyos y creyéronle como le vieron salir de casa y despachar negocios como antes y aun salir fuera de la ciudad una y dos leguas a mantear y cazar; solamente notaban en que andaban siempre españoles en su guarda y que a la noche venía a dormir en los cuartos de Cortés; burlábase y entreteníase con los españoles; servíanle los suyos mismos; dejábanle hablar en público y en secreto con los que quería y salir ordinariamente a orar y ofrecer sacrificio a sus falsos dioses. Las guardas que tenía eran ocho españoles y tres mil tlaxcaltecas. Por tentarle Cortés, díjole un día que los suyos habían tomado cierta cantidad de joyas de oro que habían hallado en su casa; respondióle que tomasen en buena hora y que no tocasen a la pluma, porque aquel era el tesoro de los dioses y que si más oro quisiesen que más les daría.

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