Índice de Causas y consecuencias de la guerra de 1847 entre Estados Unidos y México de William JayCAPÍTULO VICAPÍTULO VIIIBiblioteca Virtual Antorcha

CAUSAS Y CONSECUENCIAS DE LA GUERRA DE 1847
ENTRE ESTADOS UNIDOS Y MÉXICO

William Jay

CAPÍTULO VII

Se formulan nuevas reclamaciones contra México


Se recordará que el Presidente Jackson, en su mensaje del 6 de febrero de 1837, proponía que se le autorizara para ejercer represalias contra México y emplear a ese fin las fuerzas navales de la nación, caso de que México no se aviniera a un arreglo amistoso de las desavenencias surgidas entre nosotros, al hacérsele una demanda de ello desde la cubierta de uno de nuestros buques de guerra.

Ahora bien, las desavenencias surgidas entre nosotros eran, de hecho, precisamente las dieciocho reclamaciones ya especificadas. El tratado vigente con México estipulaba que ninguna de las dos partes contratantes ordenaría ni autorizaría acto alguno de represalia, ni declararía la guerra a la otra con motivo de quejas por daños o perjuicios, antes de que dicha parte contratante, considerándose ofendida, presentara a la otra una declaración de tales daños o perjuicios, fundada en prueba competente, y una demanda de justicia y reparación, la cual hubiere sido rechazada o atendida con demora injustificada. De modo que cualesquiera reclamaciones o quejas que tuviésemos contra México no podían constituir causa de conflicto sino hasta después de que se hubiesen presentado a la consideración del Gobierno mexicano y, según los términos claros del tratado en vigor, no podrían justificar ni represalias ni guerra antes de que se les comprobara y que el Gobierno mexicano se hubiese rehusado a hacer justicia o la demorase fuera de toda razón.

Pero a pesar de las estipulaciones de ese tratado, el Presidente sometió al Congreso una lista de agravios que se elevaban a cuarenta y seis (1). De las dieciocho reclamaciones originales sólo una databa de muy atrás, de 1831, y en la nueva lista se encontraban hasta treinta y dos quejas por actos que se decía que habían sido cometidos antes de 1832. Como ya hemos dado al lector una nota detallada de las reclamaciones originales, no abusaremos de su paciencia analizando en detalle las que ahora se agregaban y que la Administración juzgaba conveniente desenterrar del olvido en que las tuvo durante algunos años y que, en realidad, habían sido sepultadas desde el momento en que se ratificó el tratado del 5 de abril de 1832, en el cual se declaró que existía amistad perfecta entre las dos Repúblicas. Sin embargo de ello, vale la pena dar unos cuantos ejemplos de esas reclamaciones para exhibir los esfuerzos decididos del Gobierno americano por pelear con México.

Mexican Company Baltimore, 1816. No se menciona el monto de esta reclamación. Trátase de una empresa Que proporcionó al general Mina (Francisco Javier) los recursos que le sirvieron para invadir a México, recursos que jamás se pagaron a la supuesta empresa norteamericana.

Mrs. Young, 1817. No se menciona tampoco el monto de la reclamación. La parte reclamante es la viuda del coronel Guilford Young, compañero de Mina, quien murió en un combate en 1817. La reclamación se entiende que era por los haberes atrasados de ese militar.

Se advertirá que estas reclamaciones se basan en servicios de algunos insurrectos contra el Gobierno español, que se prestaron siete u ocho años antes de que ese gobierno fuese reemplazado por la República Mexicana.

John B. Marie, 1824. No se menciona el monto de la reclamación. Mercancías incautadas con el pretexto de que fueron introducidas en el país sin acatar leyes mexicanas. E! reclamante aseguró que desconocía la ley.

T. E. Dudley y J. C. Wilson, 1824. No se menciona el monto de la reclamación. Los reclamantes fueron despojados de sus bienes por los indios comanches, al regresar de un viaje de negocios que hicieron a México.

La proposición de emplear las fuerzas navales de la Unión para ejercer represalias con el fin de apoyar estas reclamaciones, se juzgó demasiado peligrosa para ser prudente. Conduciría forzosamente a la guerra, y una guerra que se hiciese con pretextos tan escandalosamente baladíes, podría destruir la popularidad del partido y aumentar los sentimientos antiesclavistas en el Norte de los Estados Unidos. Era evidente que la nación no estaba todavía preparada para provocar las calamidades de la guerra con el solo fin de apresurar la anexión de Texas, y más aún, para que tal guerra tuviese la cooperación de los Estados del Norte, tendría que ser siquiera iniciada por México.

Se adoptó entonces una táctica más sagaz que la que sugería premiosamente la impaciencia fogosa del Presidente Jackson. Unas comisiones de las dos Cámaras del Congreso formularon dictámenes bien calculados en que se exageraba la mala conducta de México, para exasperar los sentimientos hostiles que ya existían, pero recomendaban al mismo tiempo que se presentase todavía una nota más de reclamación al Gobierno mexicano pidiéndole que reparara sus faltas.

E! último día del período de sesiones se aprobó una partida de gastos con la que se cubrirían los sueldos de un Ministro en México, cuando a juicio del Presidente las circunstancias permitan una reanudación honorable de las relaciones diplomáticas con esa potencia. No fue sino en el mes de diciembre anterior cuando se rompieron las relaciones diplomáticas por instrucciones del Presidente, con el pretexto de que no podían seguir adelante en forma honorable; y sin embargo, el 30 de marzo, sin que surgiese incidente alguno en ese intervalo que condujera a su reanudación, excepto la negativa del Congreso de lanzar al país a la guerra, el Presidente nombraba un Ministro de los Estados Unidos en México.

¿Y quién era ese Ministro de paz -según la expresión de J. Q. Adams- a quien se enviaba con la última rama de olivo ya marchita para que la plantara de nuevo y le diese nueva vida en el suelo de México? Era nada menos que Powhattan Ellis, de Misisipí, ansiosísimo de adquirir a Texas y que volvía disgustado y colérico de una misión frustrada y suspendida en forma abrupta ante el mismo Gobierno mexicano. Su nombre debió de saber a veneno al paladar de los mexicanos, y al parecer su nombre se utilizaba para hacer más gratas estas últimas medidas tendientes a una conciliación pacífica. Pero aunque se le nombró desde luego, no se le permitió partir para el desempeño de su misión diplomática. Se le detuvo en el país y se envió en su lugar a un correo de la Secretaría de Estado, portador de una gran lista de agravios justos e injustos, nuevos y viejos, atestado de reclamaciones como el canasto de Falstaff rebosaba de ropa sucia y pestilente, para que lo vaciara bajo las narices del Secretario de Relaciones Exteriores de México, al que se concedería una semana (2) para examinar, investigar y contestar cada uno de todos esos cargos.

En política, lo mismo que en el comercio, la oferta se regula por la demanda. Los miembros del gabinete de Wáshington tenían urgencia de que surgieran reclamaciones contra México y, como había la posibilidad de obtener dinero mediante una extorsión basada en reclamaciones apócrifas, no faltaron reclamantes.

El 20 de julio de 1836, los agravios acumulados por los cuales Mr. Forsyth dió instrucciones al Ministro Ellis de que exigiera satisfacción y que si no la recibía dentro de determinado plazo pidiera sus pasaportes, llegaban nada más, como hemos visto, a quince, pero como dos ya habían sido arreglados, de hecho sólo quedaban trece. Pero los agravios subieron a dieciocho gracias al celo y a la inventiva de Ellis. El 6 de febrero de 1837, las demandas se elevaron a cuarenta y seis y el 20 de julio de 1837, aniversario de la celebrada nota de Mr. Forsyth al Ministro Ellis, el mensajero de la Secretaría de Estado apareció en la ciudad de México abrumado bajo el peso de cincuenta y siete demandas que presentaría al Gobierno de ese país en nombre del de los Estados Unidos, exigiendo justicia y satisfacción.

De estas reclamaciones, como se imaginará fácilmente el lector, muchas eran insolentes y ridículas en alto grado. Bastará citar una sola: en 1829 México fue invadido por una fuerza española y una imprenta que había en Tampico y que se decía era propiedad de un americano, fue destruída por los invasores. Ocho años después de ese incidente, México es informado por la primera vez de que se le hacía responsable por el Gobierno federal de los Estados Unidos de aquel acto que cometieron los enemigos de México en un estado de guerra. Ya podemos imaginamos el efecto que semejante reclamación haría a los mexicanos, con sólo suponer una demanda parecida que el Rey de los franceses hiciera al Gobierno americano exigiéndole el pago de daños y perjuicios causados a uno de sus súbditos por las tropas británicas al apoderarse de la ciudad de Wáshington ...

El arresto temporal de dos ciudadanos americanos en Matamoros y la supuesta requisa de dos mulas y una yegua, aunque fueron abundante y satisfactoriamente explicados, aparecen de nuevo entre los agravios a la nación norteamericana por los cuales aquel correo de la Secretaría de Estado exigía inmediata satisfacción.

Es perfectamente obvio que nuestro Gobierno no tenía ningún deseo de buscar solución amistosa a su disputa con México, según se infiere del curso extraordinario que seguían sus gestiones en esta ocasión. Pero el Congreso decidió no lanzarse a la guerra sino renovar las negociaciones y por lo tanto autorizó una partida de gastos para que se pagaran los sueldos del nuevo Ministro. Se nombra a un Ministro que es personalmente odioso para los mexicanos, pero se le detiene en el país y se envía en su lugar a un mensajero que es portador de una lista de cincuenta y siete reclamaciones, de las cuales no más de dieciocho a lo sumo habían sido ya presentadas a la consideración del Gobierno mexicano, y a este mensajero se le prohibe permanecer en territorio de México más de una semana. De modo que no se dió oportunidad ninguna a México para formular sus explicaciones ni para investigar siquiera qué reparaciones podrían considerarse satisfactorias. México no contaba con un Ministro en los Estados Unidos. El Ministro americano, nombrado para obsequiar los deseos del Congreso, no llegó a emprender el viaje; así que aun admitiendo que nuestras reclamaciones hubieran sido justas y que México estuviese dispuesto a reconocerlas, las medidas mismas adoptadas por el gabinete de Wáshington hacían imposible todo arreglo de los puntos en conflicto. Nuestras reclamaciones en realidad no tenían otro objeto que irritar al Gobierno de México y suministrar excusas más vigorosas que las que ya se habían encontrado, para justificar represalias y guerra.

Antes de que se vaciara ese canasto de ropa sucia con sus cincuenta y siete agravios ante el Gobierno de México, ese país -que sólo tenía conocimiento de las dieciocho reclamaciones que había especificado en su contra Mr. Ellis y que había invocado éste como pretexto para dar por terminada su misión diplomática- aprobó una ley por la cual se propondría a los Estados Unidos someter al arbitraje de una potencia amiga nuestra reclamaciones (3).



Notas

(1) Ex. Doc. 24th Cong., 2d Sess. Vol. 3.

(2) El portador de ese mensaje llevaba instrucciones de permanecer en la ciudad de México nada más una semana. Rep. of Cong. 1St Sess. 29th Cong. Vol. 4.

(3) Ex. Doc. 25th Cong., 2 Sess., Vol. 8.

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