Índice de Causas y consecuencias de la guerra de 1847 entre Estados Unidos y México de William JayCAPÍTULO IVCAPÍTULO VIBiblioteca Virtual Antorcha

CAUSAS Y CONSECUENCIAS DE LA GUERRA DE 1847
ENTRE ESTADOS UNIDOS Y MÉXICO

William Jay

CAPÍTULO V

Reclamaciones contra México. El presidente recomienda la guerra para apoyarlas


El 20 de julio de 1836, poco después de la victoria de San Jacinto y de la captura del Presidente de México, el Secretario de Estado envió a Mr. Ellis, nuestro Ministro, una lista de quince reclamaciones contra esa República, acompañada del reconocimiento muy extraño de que la Secretaría no se halla en posesión de pruebas de todas las circunstancias concurrentes en los casos de daños y perjuicios de que se hace mención, según los relatan los reclamantes. El Gabinete creyó más expedito presentar las reclamaciones sin pérdida de tiempo y después ponerse a buscar las pruebas en que basarlas.

Pero lo más extraordinario de este procedimiento y que revela el afán del Gobierno de provocar una ruptura con México; es la conducta prescrita a Ellis. Se le ordenó que exigiera las reparaciones que estos agravios acumulados puedan requerir. Si no se recibía una respuesta satisfactoria dentro de un plazo de tres semanas, entonces el propio Ellis advertiría al Gobierno de México que, a menos que se le diera satisfacción sin mayor demora innecesaria, su permanencia en México resultaría inútil.

Si esta amenaza no era eficaz, entonces el Ministro notificaría al Gobierno de que, a menos que se le diese una respuesta satisfactoria dentro de las dos semanas siguientes, debería pedir su pasaporte, y al expirar esa quincena, saldría para su país caso de que no se le hubiera dado la contestación pedida. Para entonces ya el Ministro mexicano había abandonado a Wáshington, por las razones expresadas, y vemos en pie una estratagema para retirar de México a nuestro Ministro en una forma muy irritante y ofensiva.

Suspendidas de este modo totalmente las relaciones diplomáticas entre los dos países, y por la razón alegada ya de que México se rehusaba a satisfacer nuestras justas demandas, quedaba abierto el camino para ejercer represalias, y consecuentemente, sobrevendría la guerra.

Se observará asimismo que la responsabilidad por la adopción de esa importante medida que casi necesariamente conduciría a las hostilidades, se había hecho depender hábilmente de la discreción de un individuo de Misisipí que era dueño de esclavos y estaba ansioso de que se adquirieran nuevos territorios esclavistas mediante la anexión de Texas. A Mr. Ellis se le encomendaba el juzgar si la reparación ofrecida estaba a la altura de los agravios acumulados; a él le tocaba decidir en qué pudiera consistir una demora innecesaria en la respuesta del Gobierno mexicano; y él solo determinaría si las respuestas que se le diesen eran o no satisfactorias.

Analicemos ahora los quince agravios cuya reparación, en forma que Mr. Powhatten Ellis pudiera considerar suficientemente satisfactoria y pronta, iba a ser la condición sine qua non de la paz o de la guerra.

Imploramos la paciencia del lector para que escuche nuestra enumeración de esos agravios y las respuestas respectivas, porque como lo veremos después, a ellos se debió la ruptura de las relaciones diplomáticas con México, medida equivalente a una declaración de guerra.

Las reclamaciones respecto a las cuales se ejerció presión después, claro está que no proporcionan disculpa ni justificación alguna por la conducta de la Administración, la cual se basaba exclusivamente en los quince cargos que se transmitieron a Mr. Ellis y que en esencia eran los siguientes:

1.- Un americano llamado Baldwin, promovió en 1832 un juicio que fue injustamente fallado en su contra por los tribunales mexicanos, y cierta ocasión, con motivo de un altercado que tuvo con el juez, se le sentenció a permanecer en el cepo. Se resistió a ello Baldwin y aun trató de escapar, pero cayó al correr y se lastimó una pierna. Fue capturado entonces y llevado al cepo, y después se le tuvo en la cárcel.

2.- El barco americano Topaz fue fletado por el Gobierno de México para conducir unas tropas en 1832. El capitán y el segundo de a bordo fueron asesinados por los soldados; la tripulación fue encarcelada y el barco quedó en poder del Gobierno de México y a su servicio.

3.- Se capturó en Tabasco en 1834 al capitán McKeigé, a quien se impuso una multa muy fuerte sin causa alguna.

4.- Dos buques de vapor americanos fueron requisados por oficiales del ejército de México en 1832 y utilizados sin compensación.

5.- El barco americano Brazoria fue requisado en 1832 para utilizarlo sin compensación alguna en el envío de una expedición militar.

6.- El barco americano Paragon fue balaceado sin motivo ninguno por una goleta mexicana en 1834.

7.- El bergantín americano Ophir fue capturado y condenado en 1835, en Campeche, porque debido a un error no presentó sus papeles en la Aduana.

8.- El barco americano Martha fue capturado en Gálveston en 1835 por supuestas violaciones a las leyes fiscales, y los pasajeros, acusados de pretender hacer uso de sus armas contra la guardia que se puso a bordo de la embarcación, fueron sometidos a la pena de grilletes.

g.- El barco americano Hannah Elizabeth que encalló en 1835 en la costa mexicana, fue abordado por soldados de México que capturaron a los tripulantes y les robaron sus ropas. Poco después se dejó en libertad a la tripulación.

10.- Dos ciudadanos norteamericanos fueron arrestados en Matamoros en 1836 por una partida de soldados mexicanos que los golpearon en la cara con sus sables. Por algún tiempo se les tuvo presos por sospechas de que pretendían dirigirse a Texas. Se colocaron guardias en la puerta de la oficina del Cónsul de Estados Unidos con falsas excusas. Los soldados irrumpieron en su domicilio y lo catearon, y se llevaron una yegua y dos mulas que había en su corral.

11.- Mr. Slocum, portador de despachos, fue detenido y multado en 1836 por conducir documentos oficiales.

12.-La goleta norteamericana Eclipse fue detenida en Tabasco en 1836 y su capitán y sus tripulantes recibieron mal trato de parte de las autoridades.

13.- La goleta americana Compeer y otros barcos de los Estados Unidos fueron capturados por la fuerza en Matamoros en 1836.

14.- El barco aduanero estadounidense Jéfferson llegó frente al puerto de Tampico en 1836 y no se le dió entrada. Cuando desembarcaron un oficial y varios tripulantes de ese buque, se les tuvo presos por algún tiempo.

15.- El barco norteamericano Northampton naufragó cerca de Tabasco en 1836 y se apoderaron de él los empleados de la Aduana y los soldados. La tripulación protestó y el capitán resultó herido. Más de la mitad de los artículos que se salvaron del naufragio fueron robados y se perdieron, de lo cual son responsables los funcionarios aduanales y los soldados. Se quejó el Cónsul de Estados Unidos pero no obtuvo reparación alguna.

Tales son los quince agravios acumulados de que se quejó el Gobierno americano y por los cuales ordenó que Mr. Ellis reclamara al Gobierno de México formalmente.

Observará el lector que ninguno de estos cargos se dice que sea imputable al Gobierno de México. No se formula queja alguna por actos o leyes del Gobierno mexicano. Los empleados aduanales pueden obrar ilegalmente y los soldados cometer atropellos; los agentes de la policía y aun los jueces pueden cometer actos vejatorios, y sin embargo el Gobierno bien puede ignorar todos esos agravios.

Propiedades americanas por valor de millones y millones de pesos han sido tomados a virtud de órdenes expedidas directamente por los gobiernos de Inglaterra y de Francia, y sin embargo de ello, en ninguno de esos casos se aventuró el Gabinete norteamericano a exponer la paz del país exigiendo reparaciones dentro de determinado número de días. Por lo contrario, el arreglo de nuestras reclamaciones contra otros países fue siempre precedido de negociaciones dilatadas. Nuestras demandas por el valor de los esclavos que se llevaron consigo las fuerzas británicas en 1815, no quedaron satisfechas y pagadas hasta 1826. La indemnización por las expoliaciones francesas a nuestro comercio entre 1806 y 1813, no se recibió hasta 1834.

En todos estos casos nuestras reclamaciones no fueron jamás pretexto para una guerra, y consecuentemente su pago no dió lugar a una demanda insultante de respuesta satisfactoria dentro de un máximum de dos semanas.

Algunos de los quince puntos que acabamos de enumerar, aun suponiéndolos bien fundados, no justificaban la acción del Gobierno, puesto que eran injusticias respecto de las cuales los agraviados tenían el derecho de buscar reparación ante los tribunales mexicanos; otros cargos eran asunto propio para una Investigación y una protesta; nInguno de ellos proporcionaba una causa legítima para la guerra, ya que ninguno de ellos fue ordenado, ni siquiera justificado, por el Gobierno de México.

La prisa extremada con que se exigía de México la satisfacción de estas demandas es tanto más extraordinaria cuanto que, según vemos, los agravios que se alegaban habían ocurrido en fechas recientes.

La más antigua queja se refiere al caso Baldwin, ocurrido cinco años antes; otros tres casos son de cuatro años atrás; dos son de 1834, tres de 1835 y los nueve restantes se decía que ocurrieron menos de doce meses antes de la fecha en que se dieron las instrucciones a Mr. Ellis.

Sucedió que antes de que la nota de Mr. Forsyth llegara a manos de su Ministro en México, dos de aquellos supuestos agravios, el undécimo y el décimocuarto, ya habían quedado resueltos a satisfacción de nuestro representante. Por ignorancia de un Administrador de Correos, Mr. Slocum había sido multado con $6.00 por una supuesta violación de la ley al ser portador de unas cartas. Al enterarse de este asunto el Gobierno mexicano, reprobó la conducta del Administrador de Correos y devolvió la multa. Al guardacostas Jéfferson se le negó derecho de entrada en Tampico, nada más porque ese puerto se hallaba a la sazón cerrado para todos los buques extranjeros sin excepción; y el Comandante de Tampico fue de todos modos cesado por el rigor extremo con que capturó e impuso un arresto temporal al oficial americano y los miembros de su tripulación que bajaron a tierra.

El 26 de septiembre el Ministro Ellis presentó al Ministro mexicano una nota que contenía los trece puntos reclamatorios restantes, y recibió con toda prontitud la promesa de que se harían las investigaciones del caso. Como la mayoría de estas quejas se refería a actos cometidos hacía poco por empleados de la Aduana y otros funcionarios, lo más probable es que la carta del 26 de septiembre haya sido la primera noticia que el Gobierno recibiera de esos hechos; sin embargo de ello, el 20 de octubre, cuando no habían pasado aún cuatro semanas desde la fecha de su primera carta, Ellis anunció al Gobierno mexicano que a menos que se atendiesen sin ninguna demora innecesaria las reclamaciones presentadas, su permanencia en el país por más tiempo resultaría inútil.

A esta nota en verdad insultante, contestó el Gobierno mexicano al día siguiente con una comunicación reposada y digna. Recordábase a Ellis que una simple tardanza en contestar una nota no es causa suficiente para romper negociaciones; y que, para resolver sobre las quejas formuladas, tenían que obtenerse ciertos documentos de varias oficinas situadas en diversos lugares de la República. Se informó al Ministro Ellis de que se habían tomado ya algunas medidas para reunir los documentos necesarios y se le prometía que tan pronto como se recibiesen, se le comunicaría la decisión del Gobierno. Con toda razón John Quincy Adams expresó en una nota que puso en el discurso que pronunció ante el Congreso en 1838, cuando lo imprimió:

Desde el día de la batalla de San Jacinto, todos los actos del Gobierno de la Unión parecen haberse realizado con el fin expreso de romper las negociaciones y precipitar la guerra, o acobardar a México para que cediera no sólo a Texas, sino también los territorios contiguos al Río del Norte y cinco grados de latitud a través del territorio que hoy le pertenece hasta el Mar del Sur. Las instrucciones del 20 de julio de 1836 dadas por el Secretario de Estado a Mr. Ellis casi a raíz de la batalla, fueron sin duda premeditadas para producir esa ruptura y el Ministro norteamericano las siguió con toda fidelidad. Su carta (de Mr. Ellis) del 20 de octubre de 1836 al señor Monasterio, fue un síntoma premonitorio, y ningún ciudadano de esta Unión que tenga el corazón bien puesto puede leerla, así como la contestación que al día siguiente le dió el señor Monasterio, sin ruborizarse por la conducta de su país.

Pero ni Ellis ni sus jefes tenían por lo visto la costumbre de avergonzarse; y el 4 de noviembre, ese Ministro, en acatamiento a las instrucciones que había recibido, dió aviso formal de que, a menos que sus demandas fuesen satisfechas antes de dos semanas, exigiría sus pasaportes.

Sólo ante una nación débil y cuya hostilidad se provocaba para fines ulteriores, se hubiera aventurado la Administración a proceder con tal insolencia. Consciente de su debilidad, México no se dió por ofendido, y Mr. Ellis recibió respuesta dentro del plazo que había señalado. El Secretario mexicano arguyó que, por obra del tratado existente, los ciudadanos de ambos países tenían el derecho de someter a los tribunales del país en que radicaran, sus demandas de justicia, y por lo tanto era innecesario Que los gobiernos respectivos intervinieran para exigir una impartición de justicia que los tribunales estaban dispuestos a otorgar (1) y que las quejas contra empleados de las Aduanas no podían ser objeto de negociaciones, puesto que los americanos tenían dentro de México el mismo derecho a recurrir a los tribunales del país, que los mexicanos mismos. Sin embargo de ello, el Gobierno mexicano no dejaría de investigar las quejas formuladas por Mr. Ellis. Se recordará que tales reclamaciones se habían reducido ya a trece, y las respuestas dadas fueron como sigue:

1.- Por cuanto a Mr. Baldwin, cualesquiera que hayan sido los daños de que se quejaba, debió haber recurrido a los tribunales de México. Si no lo hizo, acaso se debió a que su conducta fue impropia, puesto que hay seis acusaciones penales pendientes en su contra. El Gobierno no tenía facultad alguna para intervenir entre los litigantes en casos sometidos a los tribunales, pero había expresado ya a las autoridades su deseo de que se hiciese justicia a Baldwin con prontitud e imparcialidad.

2.- El Gobierno mexicano entendía que el barco Topaz que fue fletado para conducir tropas, había naufragado; que después de haber encallado y mientras se hallaban a bordo los soldados, la tripulación americana les cerró las escotillas y dió muerte a tres oficiales mexicanos que se hallaban sobre cubierta. La idea de los tripulantes era llevarse todo el dinero que había en el buque; pero los soldados abrieron por la fuerza las escotillas, atacaron a la tripulación, mataron a uno de sus miembros y redujeron a los demás al orden para que se les juzgara.

3.- El barco Brazoria fue obligado a servir a los colonos texanos de Austin y fue abandonado por su dueño con protestas por pérdidas y daños que había recibido. La Secretaría de Guerra había ordenado que se vendiese la embarcación y se entregara a la Tesorería el producto de la venta. Previa comprobación del derecho de propiedad, el Gobierno estaba dispuesto a pagar una indemnización equitativa.

4.- Respecto a los buques de vapor detenidos, el Gobierno firmó un contrato con el dueño, quien tenía cuentas pendientes con ese motivo. Nada se le debía; pero si iuzgaba ser acreedor a algo, podía entablar demanda ante los tribunales.

5.- El caso del Capitán Keigé había sido investigado ya y el Gobierno de México ordenó se procediera contra el oficial ofensor. Además de esto, se indemnizaría al Capitán Keigé.

6.- Ya se habían dado instrucciones para que se procesara al oficial que hizo fuego contra el Paragon; pero no se conocía aún el resultado de ese proceso.

7.- En el caso del Ophir no se cometió ninguna injusticia. Ese barco fue condenado con toda razón por falta de los documentos necesarios. Se apeló de la sentencia ante el tribunal superior, ante el cual se mostraron los papeles que faltaban, y entonces la embarcación quedó ya libre.

8.- El Gobierno ignoraba del todo el caso del buque Martha y solicitó informes sobre el particular, los que todavía no llegaban a poder de la oficina investigadora.

9.- Por cuanto al caso del buque Hannah Elizabeth, el Gobierno había pedido ya, pero no lo había recibido aún, un informe acerca de ese incidente.

10.- El Gobierno desconoce en lo absoluto lo ocurrido en Matamoros y ha pedido ya los informes del caso. Los datos relativos a este último incidente se recibieron poco después y se transmitió a Mr. Ellis la siguiente información: al llegar a Matamoros el Comandante de esa plaza, supo que acababan de salir dos extranjeros que se suponía fuesen espías texanos. El Comandante ordenó que cuatro hombres de caballería partiesen en su seguimiento, quienes vieron a los forasteros entrar en una casa situada en los aledaños de la ciudad. Hallaron los soldados una yegua y dos mulas en el corral de la casa, y recogieron estos animales para impedir que se escaparan los extranjeros. Una vez hecho esto, los soldados entraron en la casa y aprehendieron a dos hombres, cuyo carácter investigaron desde luego; como encontraron los soldados que aquellos forasteros tenían pasaportes, les permitieron seguir su camino y les devolvieron sus animales. No fue sino después de ocurrido ese incidente, cuando el Comandante se enteró de que aquella casa estaba ocupada por el Cónsul americano.

11.- No tenía el Gobierno mexicano informes acerca del caso ocurrido al buque Eclipse; pero desde luego emprendería las investigaciones necesanas.

12.- El buque Compeer y otros barcos fueron detenidos unos cuantos días en Matamoros a consecuencia de una requisa general de toda clase de buques sin excepción que estuviesen surtas en ese lugar, ordenada por el Comandante del departamento sin que lo supiese el Gobierno de la nación, el cual reprobó esa medida y la revocó inmediatamente.

13.- El Gobierno de México nada sabía del asunto del Northampton, pero había pedido ya la información respectiva.

Tales eran los agravios acumulados que invocaba el Gabinete para romper sus relaciones con México. Es muy extraño en realidad que se encuentren en la historia de la diplomacia ejemplos de una serie de reclamaciones nacionales tan faltas de fuerza en sí mismas y sin embargo presentadas con tanto rencor y arrogancia por una parte, y al mismo tiempo contestadas con tanta equidad y moderación por la otra. Pero a las trece quejas formuladas en Wáshington, Mr. Ellis había creído propio agregar otras cinco de su propia cosecha.

Analizaremos, pues, el resto de este catálogo de agravios.

14.- El Cónsul americano en Tampico había sido llamado por las autoridades del puerto el 26 de mayo de 1836, para certificar ciertos papeles, y como se rehusara a hacer esta diligencia, se le amenazó con encarcelarlo. A esto contestó el Gobierno mexicano que nada sabía de semejante incidente, pero que ya procedía a efectuar una investigación minuciosa del caso.

15.- El barco americano Peter D. Vroom naufragó en la costa en junio de 1836, y el Cónsul de los Estados Unidos hizo que trasladasen su carga a Veracruz, donde el consignatario la puso en manos de los aseguradores. Entonces los tribunales mexicanos nombraron un síndico que se encargara de vender la mercancía, y cuando el Cónsul americano pidió que se le hiciera a él entrega del valor recibido por esa mercancía, se negó su demanda. A esto el Secretario mexicano respondió que, como los aseguradores no habían nombrado en su oportunidad un representante suyo, el tribunal había hecho bien al designarlo y que el Cónsul no tenía autoridad oficial ninguna en estas diligencias.

16.- Ellis se quejó de que se habían negado al Cónsul americano las copias de cierta diligencia judicial efectuada en el caso del bergantín Aurora. Se le informó que se habían ofrecido al Cónsul de Estados Unidos las copias aludidas, pero que se había rehusado a pagar los derechos legales que se cobran por toda copia certificada.

17.- El buque americano Bethlehem fue capturado por un barco de guerra de México el 2 de septiembre de 1836 y su tripulación estuvo detenida veinte días a bordo, después se le condujo a tierra y el barco fue confiscado. Al Capitán se le negó una copia que pedía de las diligencias efectuadas en este asunto. El Gobierno desconocía completamente el caso, pero ya procedía a investigarlo.

18.- El barco norteamericano Fourth of July había sido abordado por soldados de México. Resultó que el barco que se menciona había sido construído para el Gobierno de México. El agente había firmado un contrato ante Notario para la venta de la embarcación; pero se envió a bordo un pelotón de soldados antes de que se entregara la escritura de venta. El propietario de la embarcación recibió su justo precio y no formuló querella alguna (2).

Ahora ya conocemos el total de la larga lista de reclamaciones formuladas contra México, reunidas mediante el esfuerzo combinado de los señores Forsyth y Ellis. Ya podemos fácilmente imaginarnos la tormenta de indignación y resentimiento que semejante acervo de querellas suscitaría en toda la vasta extensión de nuestra República federal, si el Gobierno británico se atreviese a dirigirlo a nuestro Gobierno en Wáshington, con la exigencia de que se le diese respuesta satisfactoria dentro de un plazo de catorce días. El tono que asumió Mr. Ellis no era menos ofensivo que las falsas querellas que invocaba. Por cuanto a su actitud, ya podemos imaginárnosla juzgando por la parte final muy digna de la respuesta mexicana:

Después de especificar todos los asuntos a que hemos dado respuesta, su Excelencia agrega que buques armados de México hicieron fuego e insultaron la bandera de los Estados Unidos; que sus cónsules han sido maltratados y ofendidos por las autoridades; que ciudadanos particulares han sido asesinados, aprehendidos y azotados como malhechores; sus bienes confiscados, etc., etc. Pero como todos estos cargos se hacen en términos tan generales, el Gobierno supremo de la República desea que se le espcifiquen antes de tomarlos en consideración.

Veamos ahora el carácter de las dieciocho quejas especificadas, según las explicó el Gobierno mexicano. Los casos del Topaz (número 2), Brazoria (número 3), el Capitán Kiegé (número 5), el Paragon (número 6), el Ophir (número 7). el incidente de Matamoros (número 10), el caso del Compeer (número 12), el Peter D. Vroom (número 15), el Aurora (número 16), y el Fourth of July (número 18), carecen en lo absoluto de todo agravio y toda injusticia por parte del Gobierno mexicano.

Quedan sólo ocho incidentes en todo ese papasal que darían acaso lugar pequeñísimo para una queja; y de estos asuntos el Gobierno mexicano dijo no tener noticias en lo absoluto, por lo Que se refiere a los incidentes del Martha (número 8), el Hannah Elizabeth (número 9), el Eclipse (número 11), el Northampton (número 13), el tratamiento al Cónsul americano en Tampico (número 14), y el Bethlehem (número 17).

No se pretendía afirmar que las ofensas invocadas en estos seis casos hubieran sido inferidas por órdenes del Gobieron mexicano, y podría fácilmente creerse que ese Gobierno no estaba al tanto de todos los abusos de autoridad que perpetraran sus subalternos. Pero en cada uno de estos casos se prometía de cualquier modo una investigación, y cuesta trabajo concebir qué otra cosa hubiera podido pedirse razonablemente. No nos quedan más que otros dos casos de que sí estaba enterado el Gobierno de México y en que podría pensarse que hubiera habido denegación de justicia y atropello: el caso del Baldwin (número 1), y el de los buques detenidos (número 4). En apariencia, ninguno de estos dos incidentes podía ser objeto de una negociación. Las quejas en el primer caso se establecían contra decisiones judiciales que nunca pueden someterse a la consideración de un Gobierno extranjero, a menos que se basen en algún gran principio que esté en pugna con un tratado o con una ley nacional, y no por simples incidentes de hecho. La querella en el segundo caso parece dimanar de un contrato sobre el cual nuestro Gobierno no tenía legítima jurisdicción.

El Gabinete se había lavado las manos en cuanto a la ruptura de las negociaciones, arrojando toda la responsabilidad de ello sobre Mr. Ellis. Su confianza en este caballero estaba sin duda bien cifrada. Después de recibir del Secretario de Relaciones mexicano las explicaciones y seguridades mencionadas antes, exigió el 7 de diciembre sus pasaportes! El Gobierno mexicano suplicó se le hiciese saber la causa de ese caso cuya intención visible era afectar las relaciones de los dos países. No convenía exponer la verdadera razón; era difícil concebir una razón plausible; y por tanto Mr. Ellis dió la callada por respuesta.

El Ministro mexicano había salido de Wáshington con motivo del envío de fuerzas americanas a Texas y por la pretensión aventurada por el Gobierno de los Estados Unidos de que tenía el derecho de enviar tropas hasta el corazón mismo de México si resultaba necesario, para protegerse de las agresiones de los indios. Mr. Ellis daba por concluída su misión diplomática en México en uso de las facultades discrecionales de que se hallaba investido, declarando no satisfactorias las respuestas dadas a sus dieciocho demandas. Terminadas así las negociaciones, la satisfacción de las dieciocho reclamaciones y de otras muchas que pudiéramos encontrar, sólo podría obtenerse mituralmente por la fuerza, la cual originaría de modo necesario la guerra, y ésta, con igual precisión, determinaría la anexión inmediata de Texas.

Así que el 6 de febrero de 1837. habiendo recibido el Presidente de los Estados Unidos el informe diplomático de Mr. Ellis, dirigió al Congreso un mensaje sobre las reclamaciones presentadas a México. En ese documento, quejándose de la conducta observada por la República hermana, declaraba el Presidente:

El lapso transcurrido desde la fecha en que esos agravios se perpetraron, las repetidas y desairadas peticiones que hicimos para que se repararan esos insultos; el carácter desenfrenado de algunos de los atropellos de que han sido víctimas las propiedades y las personas de nuestros ciudadanos, así como nuestros oficiales y la bandera de los Estados Unidos y los insultos recientes inferidos a este Gobierno y a nuestro pueblo por el ex-Ministro Extraordinario de México, justificarían a los ojos de todas las naciones la guerra inmediata. Pero este remedio, sin embargo, no deben ponerlo las naciones justas y generosas atenidas a su fuerza, cuando son agraviadas. si esto puede evitarse con honor; y se me ha ocurrido que, tomando en cuenta el estado de perturbación en que se encuentra México ahora, obraríamos con prudencia y moderación si le diéramos una oportunidad más para reparar sus faltas de lo pasado antes de hacemos justicia por propia mano.

Para evitar todo falso concepto que pudiera México formarse, así como para conservar la reputación nacional libre de toda mancha, esta oportunidad deberá darse con el definido propósito y completa preparación para obtener satisfacción inmediata si no se logra desde luego con la repetición de nuestras demandas. A este fin yo recomiendo que se apruebe una ley que autorice represalias y el empleo de la fuerza naval de los Estados Unidos por el Ejecutivo de la Unión, contra la República de México, para apoyar tales demandas, en el caso de que el Gobierno de México se rehuse a aceptar un ajuste amistoso de los asuntos en disputa entre los dos países, cuando se haga la consiguiente reclamación desde la cubierta de uno de nuestros barcos de guerra en la costa mexicana.

La crueldad con que se trataba así de originar una guerra entre los dos países, se hacía más patente por el carácter mismo de la recomendación hecha por el Presidente al Congreso. No se especificaban en lo absoluto los agravios recibidos por nosotros; no se daba cuenta de las contestaciones a las dieciocho demandas; no se hacía mención de la suma que se exigía. Se pretendía que el Presidente fuese dotado de facultades ilimitadas para obtener una satisfacción inmediata y a este fin la marina de guerra debía ponerse a su disposición. Pero no se decía hasta qué punto la marina de guerra de los Estados Unidos quedaría autorizada para saquear el comercio y los puertos de México. Empero, antes de emprender todo un programa de robo, se sugiere que se presente al Gobierno de México una demanda de satisfacción (cuyo alcance nadie sabría), y esta gestión se haría desde la cubierta de un barco de guerra anclado en Veracruz, exigiendo una respuesta satisfactoria, claro está, dentro de cierto número de días. A nadie escapará de seguro que el Presidente lo que quería era que hubiese guerra, y si el Congreso accedía a su recomendación, esto equivaldría a declararla. No estaba el país preparado aún para emprender una sistemática matanza humana con el propósito de facilitar la adquisición de Texas; y la proposición belicosa del general Jackson sólo encontró muy escaso favor en las dos Cámaras del Congreso.

Pero el lector sólo conoce parcialmente hasta aquí el dolo extremo de esta proposición. Todavía le falta saber que apenas unos seis meses antes de la fecha de este mensaje dirigido al Congreso, el Presidente de los Estados Unidos había reconocido espontáneamente que México no era culpable de la conducta que él mismo le imputaba ahora. Una vez más debemos hacer referencia a la carta de 5 de agosto de 1836, ya citada en el capítulo anterior. Tratábase de una especie de carta semioficial, semiconfidencial, escrita, no desde Wáshington, sino en la residencia del Presidente en Tennessee, y dirigida al Gobernador de ese Estado. El Gobernador Cannon estaba sin duda no menos ansioso que su amigo de que se efectuara la anexión de Texas, si era preciso aun a costa de una guerra con México. Parece haber escrito esta carta el general Jackson para excusarse por haber dado contraorden a las disposiciones de Gaines para obtener tropas y por no haber facilitado la anexión mediante la guerra a México. En cuanto al primer punto, dice al Gobernador que no hay información que iustifique el temor de hostilidades serias de parte de los indios por el Occidente. ¿Pero acaso no estaba en peligro la frontera por obra de los mexicanos? ¿Pues no estaba México virtualmente haciéndonos la guerra? Escuchemos las afirmaciones solemnes que hacía Ellis, Embajador del Presidente, en su nota al Secretario de Relaciones de México, el 26 de septiembre, apenas unas cuantas semanas después de escrita aquella comunicación al Gobernador Cannon:

La bandera de los Estados Unidos ha sido ultrajada repetidamente y le han hecho fuego embarcaciones de guerra de ese Gobierno; sus cónsules, casi en cada puerto de la República, han sido maltratados y ofendidos por las autoridades; sus ciudadanos, dedicados al comercio legítimo, han sido asesinados en alta mar por la soldadesca licenciosa y sin freno. Otros ciudadanos han sido aprehendidos y azotados en las calles por oficiales del ejército mexicano, como si hubieran sido bandoleros; se les ha capturado y reducido a prisión con los más nimios pretextos; sus bienes han sido requisados y confiscados en franca violación de tratados en vigor y de los preceptos reconocidos del derecho de gentes, y se les han exigido fuertes sumas de dinero contra toda ley.

Ahora bien, en semejante estado de cosas, ¿cómo se excusó el general Jackson ante su amigo por no haber vindicado los derechos de su país? Muy fácilmente. Todos los agravios que pudimos reunir no eran sino dieciocho, y la vituperación de Ellis tenía por objeto ofender y exasperar. El Presidente sabía muy bien, como lo demostraron los resultados posteriores, que el Congreso no se dejaría influir para declarar la guerra a México desde luego, y de aquí que dijera al Gobernador Cannon:

En caso de que México ultraje nuestra bandera, invada nuestro territorio o impida que nuestros ciudadanos se dediquen a sus actividades legítimas garantizadas por el tratado en vigor, entonces el Gobierno repelerá prontamente el insulto y reparará la ofensa desde luego. Pero no parece haber cometido México agravios de este caracter (3).

No olvidemos que esta confesión fue hecha por el Presidente unas dos semanas después del día en que dió a Ellis las instrucciones ya mencionadas y cuyo objeto patente era producir la ruptura de las relaciones diplomáticas entre los dos países como medida preparatoria de la guerra.



Notas

(1) El artículo 14 del tratado que estaba en vigor entre los Estados Unidos y México, garantizaba la protección de las personas y los bienes de los ciudadanos de ambos países, dejando abiertos y libres para ellos los tribunales de justicia mediante su acción judicial, en los mismos términos que son usuales y acostumbrados para los naturales o ciudadanos del país en que se encuentren, Mr. Forsyth se aprovechó de este artículo del tratado en su respuesta (29 de enero de 1836), para exigir del Gobierno mexicano satisfacción por haber castigado a un Capitán de barco armado estadounidense, por un supuesto atropello que cometió contra un barco mexicano. El Secretario de Estado decía: Que los tribunales de los Estados Unidos están libremente a la disposición de todas las personas radicadas dentro de su jurisdicción que se consideren agraviadas por violaciones a nuestras leyes y tratados. Esta aplicación del tratado a las quejas mexicanas resultó muy conveniente; pero su aplicación a las quejas norteamericanas se rehusó con toda indignación por Mr. Ellis en su respuesta del 15 de noviembre del mismo año. Declaró que la opinión expresada por el H. señor Monasterio que limita el derecho de los ciudadanos de los Estados Unidos que tengan queja del Gobierno de México a recurrir a los tribunales de ese país en demanda de justicia, es completamente inadmisible. Ex. Documentos de la XXIV Legislatura, segunda sesión, Vol. 3., Documento 139.

(2) Cuando Mr. Forsyth se enteró de este incidente. escribió a Mr. Ellis el 9 de diciembre de 1836 diciéndole que puesto que los propietarios del bergantÍn Fourth of July están contentos, no tendría que insistir el Ministro sobre la restitución del barco sino nada más exigir una satisfacción por el insulto hecho a la bandera americana.

(3) Véase esta notable carta en Ex. Doc. 2 Sess. 24 Cong. Vol. I, No. 2. Quizás se tuvo la intención de que fuese una carta particular; pero casi inmediatamente llegó a los periódicos, y lo más probable es que haya sido esto por indiscreción del Gobernador Cannon. Hecha del dominio público, Mr. Forsyth la empleó el 31 del mismo mes en su correspondencia con el Ministro mexicano, al que envió un ejemplar del periódico que publicó esa carta, como prueba de la disposición amistosa del Presidente norteamericano hacia México.

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