Índice de Causas y consecuencias de la guerra de 1847 entre Estados Unidos y México de William JayCAPÍTULO XXXIIICAPÍTULO XXXVBiblioteca Virtual Antorcha

CAUSAS Y CONSECUENCIAS DE LA GUERRA DE 1847
ENTRE ESTADOS UNIDOS Y MÉXICO

William Jay

CAPÍTULO XXXIV

Gloria


Aquel cuya sabiduría y bondad son igualmente infinitas, nos ha enseñado a no buscar la gloria terrena, y nos ha asegurado que lo que es altamente estimado entre los hombres, es una abominación a los ojos de Dios. Si hemos de creer la revelación que Dios ha hecho de sí mismo, nos veremos obligados a reconocer que, de todos los objetos que los mortales admiran y ambicionan, ninguno puede ser tan abominable a su vista como la gloria militar.

Una gloria tal tiene que basarse en la bravura, la habilidad y el éxito al causar la desdicha y la muerte de nuestros semejantes, independientemente en lo absoluto del carácter moral de la causa en que se le adquiera.

El soldado, por consenso general, está absuelto de toda responsabilidad por la crueldad, la injusticia y la depravación de quienes lo emplean. Ya luche por la libertad o por la esclavitud; por defender a su propia patria o por saquear la ajena, su gloria depende de su valentía, su habilidad y el éxito que tenga al vencer y matar a sus enemigos.

La bravura es una cualidad animal, común a todas las naciones, y poseerla no ha sido cualidad exclusiva de los hombres prudentes ni de los hombres buenos. Si fuéramos a conceder el honor a los más bravos, los villanos más terribles se llevarían la palma con mayor frecuencia. De hecho, pocas hazañas militares pueden compararse en su desprecio absurdo por la vida, con el asesinato de Enrique IV. ¿Qué general iguala a Ravilliac en la forma fría y desapasionada en que recibió su muerte vergonzosa, horrible e inevitable? La bravura por sí misma no es más digna de encomio que cualquiera otra cualidad propia de los animales, y su ejercicio muy a menudo indica la presencia de las paciones más viles y una indiferencia demasiado torpe ante una situación futura desconocida. La valentía del soldado en la excitación del combate, estimulada por el temor de sufrir vergüenza y por la esperanza de un premio, resulta pálida y sin lustre si se le compara con la devoción al deber que triunfa sobre el dolor y sobre el peligro y sobre la vida misma.

Voy sometido al espíritu rumbo a Jerusalén -dijo el Apóstol-, sin saber lo que me pasará allí, excepto lo que el Espíritu Santo ha contemplado en cada ciudad, aunque me aguarden penas y aflicciones. Nada de esto me detendrá y no tengo mi vida misma por preciosa para mí.

La pericia militar, por supuesto, es fruto de la experiencia y de la instrucción combinadas con el talento natural, y aun en momentos en que se le lleva a la más alta perfección posible, no ofrece garantía alguna de que la acompañe una sola virtud. El valor y la pericia militrar, unidos a la infamia, se asocian a la memoria de Benedict Arnold, pero el éxito es esencial a toda gloria militar. Sólo la victoria puede coronar la frente del guerrero. Empero, sus dones con frecuencia se dispensan sin tomar en cuenta la valentía ni la destreza de quien los recibe.

Hemos visto cómo la gloria no impide a uno de sus favoritos más destacados, que había acaudillado a medio millón de veteranos en Rusia, buscar su seguridad personal en una fuga repentina, en la obscuridad de la noche, protegiéndose con un nombre ajeno; y hemos visto a ese mismo favorito de la gloria después de empuñar el cetro más potente que hombre alguno haya tenido en su mano, terminar tediosamente sus días en una isla que le servía de ergástula.

El ejército americano, provisto de todos los pertrechos de guerra que la ciencia, el arte y la riqueza pueden suministrar, ganó una serie ininterrumpida de victorias sobre una nación cuyo pueblo es escaso, débil y pequeño, apenas ligeramente distante de la semibarbarie, sin comercio, sin artes, sin dinero y sin crédito. El hecho histórico de que estas victorias fueron logradas por la bravura y la destreza de las fuerzas americanas, constituye la gloria que algunos consideran como amplia compensación por toda la desdicha y las iniquidades que resultan de la guerra. Esta gloria no da pan al hambriento, no da ropa al desnudo ni agrega nada de prudencia, de virtud o de sano orgullo al pueblo. Se nos asegura que dará paz y seguridad al hacer imposible por mucho tiempo cualquier agresión en contra nuestra; pero la historia prueba la futilidad absoluta de tal creencia. La gloria militar hace siempre a su poseedor arrogante y soberbio y a quienes le rodean los vuelve celosos y vengativos. Las naciones más poderosas en lo militar, son precisamente las que menos disfrutan de paz, pues se ven en el caso de vivir atacando a otras cuando no son ellas las atacadas.

Escuchemos los himnos de triunfo entonados en la tribuna del Senado de los Estados Unidos. Dijo el general Cass:

Nuestra bandera se ha convertido en un estandarte de victoria, enarbolado por columnas de hombres que marchan por las colinas y los valles, por los pueblos y las ciudades y a través de los campos de una nación poderosa, en una carrera de triunfos como hay pocos ejemplos en las guerras antiguas y modernas.

Después de dar las fechas de veintiocho victorias, exclama:

Si grabáramos nuestros anales en piedra, como se hacía en tiempos primitivos, deberíamos anotar estos hechos gloriosos en mármol. Pero haremos algo mejor: los grabaremos en nuestros corazones y encomendaremos su custodia a la prensa, cuyos monumentos, frágiles y débiles al parecer, son sin embargo más duraderos que el metal y el mármol, que las estatuas y las pirámides o cualesquiera otros monumentos entre los más suntuosos que erige la mano del hombre. Que los filántropos modernos hablen cuanto les plazca: los instintos de la naturaleza son más verdaderos que las doctrinas que ellos predican. El renombre militar es uno de los grandes factores de la fuerza nacional y una de las más ricas fuentes de orgullo y de satisfacción para todo hombre que ame a su país y desee verlo ocupar un puesto distinguido entre las naciones de la tierra (1).

Parece infortunado para el honor y la gloria de nuestro pais el hecho de que nuestras operaciones militares se hayan desarrollado en escala liliputiense, y que nuestro renombre militar se haya adquirido a precio tan bajo. Los trofeos ganados en la guerra mexicana, así se les grabe en mármol, se verán excesivamente diminutos en comparación con algunos otros que, así piense lo contrario el general, de veras se graban en forma indeleble en la historia de las guerras modernas. Si hubiera tocado en suerte al general pertenecer al gran ejército (2), su corazón patriota se habría henchido de orgullosa satisfacción al escuchar en Austerlitz, como respuesta al resonante aplauso tributado a su Emperador:

Soldados: estoy contento de vosotros; habéis cubierto vuestras águilas de gloria inmortal. Un ejército de cien mil hombres comandado por los emperadores de Rusia y de Austria, en menos de cuatro horas ha sido destruÍdo y dispersado, y cuarenta pendones enemigos, las banderas de la guardia imperial de Rusia y ciento veinte cañones, veinte generales y mas de treinta mil prisioneros, son el fruto de este día, digno de eterna recordación.De aquí en adelante no tendréis ya rivales que temer.

¡Con qué deleite habría el General apurado esta gloriosa arenga dirigida al ejército cuando entraba en Berlín:

Soldados, los bosques y desfiladeros de Franconia, de Saale y del Elba, que vuestros padres no atravesaron en siete años, vosotros los habéis recorrido en siete días, y en tan breve tiempo habéis sostenido cuatro combates, uno de ellos muy enconado. La fama de vuestras victorias os ha precedido y se le conoce ya en Postdam y en Berlín. Habéis hecho sesenta mil prisioneros; arrebatasteis al enemigo sesenta y cinco banderas, seiscientos cañones, tres fortalezas y más de veinte generales. Y a pesar de todo, casi la mitad de vuestro ejército lamenta no haber tenido oportunidad de disparar un solo tiro. Todas las provincias de la monarquía prusiana, hasta las orillas del Oder, están en vuestro poder.

En Friedland, el alma del General se habría henchido de satisfacción como si hubiese tomado manjares suculentos, al escuchar el discurso del héroe:

Soldados, en diez dias habéis tomado ciento veinte cañones y siete estandartes, y habéis muerto, herido y capturado a sesenta mil prisioneros rusos; os apoderasteis de todos los hospitales del enemigo, de todos sus depósitos de munciones, de todas sus ambulancias, de la fortaleza de Konigsburgo, de los trescientos barcos que se hallaban en el puerto cargados con toda clase de pertrechos, y de ciento sesenta mil mosquetes que Inglaterra había enviado para armar a nuestros enemigos.

La enorme suma de gloria y de desdicha que se detalla en esos discursos, ofrece un comentario significativo sobre los instintos de la naturaleza y las doctrinas pacíficas de los filántropos modernos.

El renombre militar, según nos dice el Senador, es uno de los grandes factores de la fuerza nacional y la fuente más soberbia de satisfacción para todo hombre que ama a su país y desea verlo ocupar una posición distinguida entre las naciones de la tierra.

Pero la primera aseveración se ve contradicha por la historia, y la última parte de esa afirmación, la contradicen las declaraciones de miles y miles de hombres cuya virtud y cuya bondad son indiscutibles. Si el renombre militar, alguna vez perteneció a un pueblo determinado, ese don precioso lo disfruto el pueblo francés bajo Bonaparte. Y a pesar de ello, Francia en esa misma época estaba agonizando y sangrando por todos los poros; su comercio se había paralizado; languidecían sus industrias; sus libertades habían sido menoscabadas; sus jóvenes eran reclutados por la fuerza, arrebatándolos al hogar paterno, para ofrecerlos en sangriento holocausto en los altares de la ambición personal. Finalmente, ese gran factor de la fuerza nacional, acabó por llevar el país a un estado en que bastante sufrió bajo la custodia ejercida por un ejército extranjero, mientras su poderoso emperador era confinado en una roca solitaria. Fue en esa roca precisamente, donde aquel guerrero lamentaba su caída grandeza, donde ese azote de Europa lanzó estas palabras inolvidables: El amor a la gloria es como el puente que Satanás tendió sobre el caos para pasar del Infierno al Paraíso.

Como ese puente fabuloso ciertamente, el amor a la gloria ha permitido que una infinidad de calamidades invadieran nuestro mundo desdichado. Al perder Francia a su héroe y perder también su gloria, se vio libre de sus más angustiosas dolencias, y abatida en su orgullo y despojada de sus conquistas, gozó a pesar de ello de una serie de años de paz, comodidad y riqueza que no había conocido desde la fundación de su monarquía.



Notas

(1) Con. Globe, 5 de enero de 1848.

(2) El de Napoleón el Grande.

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