Índice de Causas y consecuencias de la guerra de 1847 entre Estados Unidos y México de William JayCAPÍTULO XXIXCAPÍTULO XXXIBiblioteca Virtual Antorcha

CAUSAS Y CONSECUENCIAS DE LA GUERRA DE 1847
ENTRE ESTADOS UNIDOS Y MÉXICO

William Jay

CAPÍTULO XXX

Lo que costó la guerra a los Estados Unidos


Uno de los fines proclamados de la guerra, cuando ya se había abandonado el pretexto de que se hacía para repeler una invasión, fue obtener una indemnización para nuestros ciudadanos tan agraviados por México, o sea, cobrar una supuesta deuda de algunos millones de dólares. Nuestra flota y nuestro ejército se emplearon en efectuar esta cobranza, y según Mr. Polk, el costo de este acto debe agregarse a la suma que se nos debía. No sólo fuimos juez y parte en nuestra propia causa, sino que cargamos con los gastos que hicimos. Estos gastos, hasta donde es posible determinados, cuando se hagan las cuentas finales resultará que pasaron de cien millones de dólares.

En la vida civil, el intento mismo de obligar a un deudor a que pague de costas veinte veces más que el monto de su deuda insoluta, se consideraría una extorsión escandalosa. Hasta qué punto la determinación de un gobierno poderoso de exigir el pago de una cuenta semejante a un país débil y exhausto, mediante la matanza y la devastación, se aparta de ser un crimen por obra de su carácter nacional, resulta una cuestión embarazosa únicamente para aquellos que han acabado por creer que los estadistas y los políticos viven dentro de la jurisdicción de una moral tan peculiar como relajada. La idea de que se debe a México una reparación por la inicua invasión de que se le hizo objeto, por la destrucción de sus ciudades, el saqueo de sus provincias, la matanza de miles y miles de sus habitantes, ha sido expuesta únicamente para que se le señalara como antipatriótica, si no es que como una actitud de traición a la patria.

Hemos exigido a México tributos tomándolos de su territorio, por los cien millones que gastamos en la tarea de cobrar una deuda insignificante, la cual, después de todo, hemos cancelado por medio del tratado de paz. Mr. Polk declaró su determinación de proseguir la guerra hasta que se obtuviese una completa reparación; pero no nos dijo en qué aritmética moral se basaría para calcular el número de millas cuadradas de territorio esclavista que se necesitarían como indemnización total por el luto, la desolación, la falsedad y el crimen engendrados por su guerra.

Muchos demandantes que triunfan en los juicios que promueven, descubren al fin, con suma contrariedad, que han empobrecido a su adversario sin enriquecerse ellos, y que el fruto de su victoria se lo ha echado al bolsillo el abogado que tomaron a su servicio. Igual sorpresa recibirá el pueblo americano probablemente. Por fuerza llegará un día en que el pueblo se haga esta pregunta: ¿Qué hemos ganado con esta guerra? Y la única respuesta posible es: Gloria y Territorio.

Antes de que procedamos a investigar el verdadero valor de este botín de la victoria, detengámonos un momento a estudiar su costo pecuniario.

Las erogaciones directas que nos impuso la guerra, desde el día en que el general Taylor salió de Corpus Christi, hasta la fecha en que los gobiernos ratifiquen el tratado de paz, no podrán ser menores, según el cálculo más moderado, de 100.000,000 de dólares.

El dinero que se pagará a México a cambio de la cesión que hace de los territorios requeridos, con lo que nos ahorra el costo de hostilidades prolongadas, monta a 15.000,000 de dólares.

Los gastos de sostenimiento del ejército, desde la conclusión de la guerra hasta la fecha en que sea licenciado, incluyendo el transporte de los soldados a sus antiguas residencias, serán aproximadamente de 2.000,000 de dólares.

El pago adicional de tres meses de haberes a todos los soldados que hayan tomado parte en la guerra, por decreto del Congreso, se calcula que llegará a 3.000,000 de dólares.

Cada soldado o sus herederos tienen derecho a 160 acres de tierra, o bien, si lo prefieren, a 100.00 dólares. Supongamos que nada más se presenten 75,000 reclamantes a quienes deba pagarse con tierras, el valor de éstas al precio fijado por el Congreso, será de 15.000,000 de dólares. Pero para que no haya ni la más remota idea de que exageramos, supondremos que estas reclamaciones se convierten en la cantidad de 100.00 dólares cada una; el gasto entonces montará a 7.500,000 de dólares.

La cantidad que según el tratado de 1839, México se comprometió a pagar, pero según el tratado de paz corre por cuenta del Gobierno de los Estados Unidos, con intereses, llega a la cantidad de 2.000,000 de dólares.

El Gobierno de los Estados Unidos se ha comprometido también, según los términos del tratado, a pagar las reclamaciones no liquidadas todavía por Mexico, cuya validez se reconozca y que no pasen de 3.250,000 de dólares, cuando las reclamaciones originales ascendían a 6.455,462 de dólares. En caso de que ninguna nueva reclamación sea válida, según el fallo respectivo, la suma que tendrá que pagar el Gobierno americano por estas demandas llegará a 500.000 dólares.

El costo total del nuevo territorio adquirido, llega por lo tanto en dinero a 130.000,000 de dólares.

El cálculo anterior se considera sumamente moderado y muy inferior a los cálculos que generalmente se hacen. Pero recuerde el lector que se trata nada más de un cuadro de los gastos directos del Gobierno federal para adquirir los territorios codiciados.

Durante cerca de dos años, cuando menos ciento cuarenta mil hombres se han apartado de toda industria productiva, ya como soldados, ya como tronquistas, ya como miembros de la maestranza, ocupaciones todas estas que no agregaron absolutamente nada a la riqueza efectiva del país, ni a la comodidad, el bienestar y la moralidad de sus ciudadanos. Así que el tiempo y el esfuerzo de estos hombres verdaderamente se han desperdiciado y consiguientemente, lo que hubieran podido agregar al tesoro común en actividades de paz, debe incluirse en el costo de la guerra. Además, muchos de estos individuos perecieron de una muerte prematura, y probablemente hay un número todavía mayor de hombres que quedaron imposibilitados de ser útiles en lo futuro por el vicio y la enfermedad. Más aún, las operaciones del comercio se han dislocado y ha habido una paralización de los negocios por la presión monetaria originada por el dinero que se ha sacado de nuestras grandes ciudades para gastarse en México, y una bancarrota general sólo se ha evitado por obra de la demanda inusitada y verdaderamente eventual que han tenido nuestros productos alimenticios en Europa.

Cuando se consideran todos estos hechos y recordamos que tendrá que pagarse intereses durante muchos años venideros sobre el dinero que pedimos prestado, y que quedan numerosos documentos que han de cobrarse a la Tesorería del país por pensiones e indemnizaciones para quienes han sufrido pérdidas y daños, no se creerá exagerado decir que el costo indirecto de la guerra será pequeño si no monta a la suma que se gastó de modo efectivo en su prosecución.

El Dr. Franklin hace tiempo declaró que nunca se había obtenido mediante la guerra nada que no hubiera podido lograrse a menor costo mediante compra. Por el territorio de la Luisiana, que es mucho más extenso e indudablemente más valioso que los territorios que le hemos arrebatado a México, pagamos únicamente 15.000,000 de dólares. Habíamos ofrecido por Texas 5.000,000 de dólares, y en fecha anterior sólo queríamos pagar 1.000,000 de dólares por ese territorio y una parte de California.

Seguramente Mr. Polk se habría negado a ofrecer 50.000,000 de dólares por esa misma tierra que ha comprado a tan alto precio de sangre y de dinero. Es imposible resistir al convencimiento de que, por medio de una negociación honrada, hubiéramos podido hacernos dueños de estos territorios sin cometer ningún crimen, sin una matanza humana y a un costo mucho menor en dinero que la suma que hemos pagado.

Esta enorme cantidad que hemos dado a cambio de gloria y territorio, no agregará ni un solo centavo al capital productivo del país, ni habrá proporcionado una sola comodidad nueva, una sola ventaja tangible a su población.

Para fines de utilidad práctica, lo gastado en la guerra se ha convertido en humo. Fácil sería imaginar cómo se hubiera podido invertir esa enorme suma de modo que determinara un desarrollo prodigioso de los recursos de la nación, y diera a la vez pábulo al incremento de la virtud y la felicidad del pueblo. Con el tesoro malgastado se hubiera podido tender una red de ferrocarriles y de líneas telegráficas sobre todo el país, uniendo con vínculos de interés y de intercambio a los habitantes de las comarcas más lejanas entre sí de nuestro vasto imperio. Se hubiera podido abrir a través de Oregon un canal que condujese el comercio de la India y de China en unos cuantos días hasta muchos lugares de nuestra Confederación. O acaso esa enorme suma hubiera servido para dar seguridad y facilidades a nuestra navegación por los ríos y para construir puertos seguros y amplios en nuestros mares mediterráneos. Tal vez hubiera servido para llevar el saber útil, la ciencia, a todos los moradores de la República; y en diversas formas habría contribuido a difundir la virtud y la religión.

Sólo con los intereses de esta enorme cantidad de dinero se supera todo lo que la Cristiandad suministra anualmente para evangelizar al mundo. El disponer de este tesoro quiso la providencia de Dios que se encomendara al talento de nuestros gobernantes. Si el uso que han hecho de él les demuestra que han sido buenos y fieles servidores, es un punto que sólo se esclarecerá el día que ellos tengan que dar cuenta del servicio que se les encomendó. De cualquier manera, sería errónea y mezquina nuestra idea de lo que ha costado esta guerra a los Estados Unidos, si nos limitáramos a calcular los millones de dólares que se han gastado en sostenerla o los sufrimientos personales que ha ocasionado.

Antes de que podamos señalar el costo total, debemos agregar la sangre, los lamentos y los tesoros deshechos que figuraron en el precio de la victoria y la conquista; los males políticos y morales que esta guerra ha legado a la nación: males tan extensos como los límites mismos de la República, y cuyos efectos sobre la felicidad de los individuos seguirán sintiéndose hasta la consumación de los siglos.

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