Índice de Causas y consecuencias de la guerra de 1847 entre Estados Unidos y México de William JayCAPÍTULO XXIVCAPÍTULO XXVIBiblioteca Virtual Antorcha

CAUSAS Y CONSECUENCIAS DE LA GUERRA DE 1847
ENTRE ESTADOS UNIDOS Y MÉXICO

William Jay

CAPÍTULO XXV

Motivo de la adquisición de territorio. La estipulación Wilmot


Las posesiones de los Estados Unidos se extendían desde el Atlántico hasta el Pacífico, y desde el grado 49 de latitud hasta el 30. Independientemente de los 30 Estados que formaban la Unión federal, los territorios nacionales comprendían 1,335,398 millas cuadradas - un área igual poco más o menos a la mitad de toda Europa. La República americana antes de la guerra con México poseía ya una de las regiones más grandes del mundo sometidas a un solo gobierno, y al mismo tiempo era uno de los países más escasamente poblados. No cabe, por lo tanto, pretender que se necesitaran más territorios porque así conviniera a nuestra población. Se ha dicho que necesitábamos un puerto en el Pacífico. La parte de California que queda al norte del grado 37 de latitud y que México se ofreció a cedernos, tiene en su litoral la bahía de San Francisco, que es la mejor y la más espaciosa en el Pacífico. Mr. Polk había declarado oficialmente que nuestro derecho sobre todo el territorio de Oregon era limpio e incuestionable; y sin embargo, con el consentimiento de los senadores surianos, el Presidente entregó a la Gran Bretaña no menos de 5° 40' del territorio que él insistentemente había dicho que pertenecía a su país. ¿Por qué regalar territorio situado al norte, que era nuestro, y al mismo tiempo derramar profusamente sangre y gastar mucho dinero en conquistar territorio del sur al que no teníamos derecho?

Se sabía muy bien que por causas naturales y de otra índole, la esclavitud sería siempre excluida en el territorio cedido a la Gran Bretaña, y en cambio encontraría en California y en Nuevo México un clima y un suelo muy propicios; y que estos Estados, una vez que fueran subdivididos y anexados a la Unión, darían a los intereses esclavistas una influencia predominante e irresistible en el Gobierno federal.

Si se necesitaran otras pruebas para definir el verdadero objeto de la guerra; las encontraríamos en las confesiones que aparecían en la prensa del sur de los Estados Unidos.

Confiamos -decía el Charleston Patriot- en que nuestros diputados del sur tendrán presente siempre que ésta es una guerra suriana.

Afirmaba el Charleston Coutrier:

Cada batalla que se desarrolla en México y cada dólar que gastamos ahora en ese país, sirven para asegurar la adquisición de territorio que deberá ensanchar el campo de la empresa suriana y nuestro poder para lo futuro. Y el resultado final será ajustar así el equilibrio de fuerzas en la Confederación, de manera que pase a nosotros el dominio y el manejo del gobierno para siempre.

El Federal Union, periódico de Georgia favorable a la Administración, declaraba:

Los whigs del norte se oponen a la guerra porque sus efectos legítimos serán, como ellos lo reconocen, que se extienda el territorio del sur y prospere la esclavitud suriana. En verdad es ésta una guerra en que el sur tiene interés más inmediato. Los gastos más fuertes de esta guerra deben hacerse dentro de esta región. Mientras dure la lucha, Nueva York, el gran emporio del comercio, debe ser privado.en parte de su grandeza. El intercambio comercial, cuyo saldo generalmente favorece a Nueva York, debe ahora cambiarse en favor de Nueva Orleans, lugar desde el cual está abasteciéndose al ejército. Que sea el Sur leal a sí mismo esta vez y pasarán los días de su vasallaje para siempre.

Por su parte decía el Mobile Herald:

La tendencia natural de los esclavos bajo nuestro trato humanitario es a multiplicarse. El efecto consiguiente es que si no tenemos una salida para ellos, amplios territorios en que colocarlos, quedarán aglomerados en el extremo sur de la Unión.

Después de argüir que la insubordinación y las pérdidas del dinero serían consecuencia natural de una población esclava demasiado numerosa, el editor prosigue:

Estos males pueden evitarse adquiriendo otros territorios por el lado de México. La existencia lucrativa de esclavos no es incompatible en lo absoluto con una región más templada, pero es ciertamente incompatible con una población más densa. Necesitamos mucho terreno para que la crianza de esclavos sea productiva.

Como la guerra no se hizo más que para adquirir territorios, Mr. Polk estaba ansioso de alcanzar sus propósitos tan rápidamente como fuese posible; y, pensando que fuera probable que ciertas cantidades de dinero distribuidas juiciosamente en México lograran apresurar la cesión de Califoria, recomendó al Congreso el 8 de agosto de 1846 que autorizara una partida de gastos de dos millones de dólares, que habían de ponerse a su disposición, con el fin de facilitar la paz. Su proposición misma destruía por completo el pretexto en que fundó al principio la justificación de la guerra, diciendo que era una guerra defensiva. Millones para la defensa; ni un centavo para tributo. Tal era en ciertos días la exclamación orgullosa que se oía en la República. Y en cambio ahora, el Presidente proponía al Congreso que se le facilitaran dos millones de dólares para comprar la paz. Si no se hubiese sabido que ese dinero iba a ser empleado para ganar territorio, semejante proposición hubiera provocado la ira y la indignación de todo el mundo. Se presentó a la Cámara baja un proyecto de ley que autorizaba el gasto de la suma deseada; pero con gran mortificación y mucha alarma para el Gobierno y para el Partido esclavista, sólo se aprobó la ley modificándola con una estipulación que propuso Mr. Wilmot y que excluía la esclavitud en todo el territorio que pudiera ser cedido por México.

Este proyecto de ley pasó al Senado el último día de su período de sesiones, y por falta de tiempo no suscitó discusión ninguna. En la sesión siguiente Mr. Polk pidió tres millones de dólares para el mismo fin y se aprobó un proyecto de ley que autorizaba el gasto de esa suma, para poner al Presidente en capacidad de concluir un tratado de paz, fijando límites y fronteras con la República de México, cantidad que usará ese funcionario en caso de que dicho tratado, una vez suscrito por agentes autorizados de los dos gobiernos y debidamente ratificado por México, requiera el gasto de toda o de una parte de la suma mencionada.

Se observará que esa ley anticipada la posibilidad no sólo de un tratado de paz, sino también de la fijación de límites y fronteras, o sea en otras palabras, un tratado que cediera a los Estados Unidos California y Nuevo México. La condición que se fija para ese gasto no tiene ejemplo alguno en la historia de la diplomacia. El dinero se pagaría, no cuando se hiciera el tratado, sino cuando México consintiera en las condiciones impuestas por Mr. Polk. Mr. Tyler descubrió que un convenio firmado por los agentes autorizados de los dos gobiernos, no constituía un verdadero tratado si no tenía la ratificación del Senado; pero en esta ley tan extraordinaria que comentamos, se hizo caso omiso por completo de tal ratificación.

Tan pronto como México se comprometa a ceder territorio, se pagará ese dinero, el cual no será devuelto nunca, así el Senado rechace o confirme el trato. Quizá nunca antes una nación civilizada estipuló la realización previa de una condición requerida por un protocolo no ratificado todavía y que por lo tanto no podía considerarse obligatorio. Vista la autorización de ese gasto a la luz del criterio menos ofensivo, es una oferta de pago del precio de una compra que todavía no se hacía, sin saber aún si el título de propiedad tendría validez o no, con permiso para conservar el dinero aunque después se rehusara la entrega del título. De seguro había una razón de mucho peso para proceder en esta forma. El crédito de los Estados Unidos no estaba tan bajo así como para que fuera necesario a nuestro país pagar por adelantado. La Luisiana y la Florida se compraron por medio de un tratado, pero su precio en ningún caso se pagó antes de que se ratificara ese documento por las partes contratantes. Si se apartaba el Gobierno americano en este caso del curso ordinario de las negociaciones, esto se debía a un deseo premioso de adquirir nuevos territorios esclavistas.

La guerra estaba siendo costosa y podía poner en peligro la popularidad de la Administración. Mr. Polk no tenía mayor deseo de matar mexicanos, siempre que entregaran sus tierras. Se había concebido la esperanza de que nuestra invasión y el formidable espectáculo de cincuenta mil hombres armados, amedrentaran desde luego al enemigo y lo indujeran a consentir en la deseada cesión de sus territorios; pero en el lenguaje de los periódicos del Gobierno, México era terco como una mula, obstinado. Se pensó que una crecida cantidad de dinero, distribuida con cautela, podría ser más provechosa, tener mayor éxito que la intimidación, según se había visto.

Los jefes mexicanos se suponía que eran mercenarios; nadie ignoraba que el ejército de México estaba lleno de necesidades no satisfechas. Con tres millones de dólares que se distribuyeran entre los oficiales y los soldados, ya fuera secretamente en calidad de cohecho, o abiertamente a guisa de un abono adelantado por la compra de territorios, se podría inducir al Congreso mexicano, con cierta presión militar, a consentir en la desmembración de la República. Este pago adelantado de una suma tan grande, podría servir también para obligar al Senado de los Estados Unidos a ratificar el tratado. Si los senadores se rehusaran a ratificado, entonces se perdería el dinero, y la responsabilidad por el sacrificio de los fondos del pueblo recaería sobre los senadores que se atreviesen a votar contra el tratado.

El intento de agregar también la estipulación Wilmot a esta ley, y el largo debate a que djó origen, descorren por completo el velo transparente con que el partido esclavista había tratado de ocultar los verdaderos fines de la guerra, y movió a los miembros surianos del Congre6o a expresarse con inusitada franqueza.

Los demócratas del norte habían justificado largamente el carácter que se les atribuía, de ser los aliados naturales de los dueños de esclavos. Los sentimientos antiesclavistas que habían hecho rápidos avances en el norte en los últimos tiempos y el resultado de las elecciones en varios Estados, les advirtió que el apego que ellos tenían por la esclavitud estaba minando su poder político. El otorgamiento de una partida de gastos de tres millones de dólares, les dió oportunidad de fortalecer su evanescente popularidad en su región, sin que, según ellos lo afirmaban, se deshiciese la alianza que tenían concertada y de la cual habían sacado tantas ventajas pecuniarias y políticas. Como demócratas, estaban obligados a apoyar la guerra y a dar al Presidente la aprobación de los gastos que propusiera. Pero a pesar de ello, siempre agregaban a esas aprobaciones la condición sugerida por Wilmot y que llevaba su nombre (Wilmot proviso).

Esta ya famosa estipulación Wilmot estaba concebida en estos términos:

A condición en todo caso de que no se permitirá ni esclavitud ni servidumbre involuntaria en ningún territorio del Continente de América que sea en lo futuro adquirido o anexado a los Estados Unidos a virtud de esta apropiación (partida de gastos aprobada), ni en ninguna otra forma cualquiera, excepto como castigo por crímenes que hayan dado lugar a un fallo condenatorio contra un reo convicto en la forma legal.

Se agregó a esta condición otra que establecía la devolución de esclavos fugitivos que se encontraran en territorios por adquirir. Con este intento de impedir que se extendieran los territorios esclavistas, los demócratas del Norte trataban de salvarse de los reproches que les lanzaban sus amigos del Sur al llamar su proposición la cláusula de Thomas Jéfferson (1) porque su redacción está copiada de una ordenanza expedida por el Gobierno del territorio del Noroeste, la cual fue formulada originalmente por Mr. Jéfferson en 1784 (2).

Los whigs del Norte dieron a esta estipulación o cláusula condicional su apoyo más cordial. Podría quizás preguntarse cómo podían votar propiamente en favor de una partida de gastos, así llevara anexa esa cláusula restrictiva, cuando en opinión de ellos mismos iba a usarse ese dinero para fines de cohecho y corrupción. Pero a esta pregunta dieron una respuesta mucho más satisfactoria que la que pudieron dar a la pregunta de por qué votaron en favor de una guerra que ellos mismos habían calificado de inicua. Mr. Stewart, de Pennsylvania, justificó hábilmente la política y el deber de votar en favor de aquella partida de gastos con el aditamento de la condición Wilmot, en esta forma:

Como amigo de la paz presente y futura, me declaro en favor de esta estipulación. Siendo el objeto de esta guerra la adquisición de un territorio en el sur, mientras haya la esperanza de realizar este objeto, no habrá paz. Al hacer imposible esa esperanza, se pone coto desde luego a la guerra, puesto que desaparece su fin. Tan pronto como el Presidente vea esta condición o estipulación en el decreto que le concede el dinero por él solicitado, emprenderá lo conducente a lograr la paz, y también será partidario de ella todo el Sur. No quieren los surianos un territorio en que esté restringida la industria esclavista. Si se impone esa restricción y el territorio que se adquiera ha de ser libre (sin esclavos), entonces el Presidente será capaz de pagar a México por que conserve su territorio en vez de apropiárselo con semejante taxativa. Yo me declaro en favor de esa estipulación, pues, porque traerá la paz. Impónganse esa restricción, y Mr. Polk dirá que no quiere el territorio mexicano y los del Sur dirán que ellos tampoco lo quieren. Entonces nosotros diremos: De acuerdo; no queremos ningún territorio. Entonces, pues, si no va a perder México lo que le pertenece, se declarará partidario de la paz; y por nuestra parte, si no hemos de adquirir ningún territorio, ¿para qué peleamos? Así que impóngase esta restricción y la guerra terminará pronto con gran beneficio y alegría de las dos Repúblicas.

Las confesiones hechas por los miembros surianos del Congreso; los mensajes de los gobernadores de la región sur del país; la actitud de las legislaturas surianas y el lenguaje que empleaban los dueños de esclavos reunidos en juntas populares, testimonian la prudencia, la previsión y la veracidad de las afirmaciones hechas por Mr. Stewart.

La alarma y la irritación que causó en el Sur la introducción de esa cláusula, aumentaron grandemente por la circunstancia de que había sido obra de los demócratas del Norte, de ese partido político que había sacrificado gustoso el derecho de petición y la libertad de discusión y había consentido en la anexión de Texas sólo por favorecer los intereses del Sur. Sentían los dueños de esclavos que en este momento de la mayor necesidad sus amigos los abandonaban, precisamente aquellos que hasta entonces habían profesado devoción por su causa (3). Por la primera vez, en su desesperación, los surianos declararon paladinamente que el objeto único de la guerra tenía que ser la conquista de territorio para la expansión de la esclavitud.

Mr. Seddon, de Virginia, declaró que la estipulación Wilmot era una proposición grosera y ofensiva, violatoria del espíritu y el propósito de la Constitución. El sur no podría nunca lanzarse a conquistas que sólo servirían de instrumento para atacar sus instituciones. Jamás daría su aquiescencia a la adquisición de territorios en los cuales no se admitiría a sus hijos ni sus bienes. Comparado con los efectos de esa estipulación, el asunto de proseguir la guerra, de adquirir los territorios más extensos, pierde toda importancia. Está llamado a involucrar este punto vital: si ha de conservarse la unión de estos Estados.

Mr. Dargan, del Estado de Alabama, fue excesivamente franco en sus declaraciones:

Dígase al Sur que está peleando nada más para que haya un territorio libre de esclavos, que nada más para esto los valientes de Carolina, Georgia y Alabama están exponiendo sus vidas, y exigirá el arreglo de esta cuestión inmediatamente, ahora mismo, antes que cualquier acto que prolongue la guerra.

A su vez Mr. Leake, de Virginia, dijo:

Si se persiste en el intento actual de fijar un límite a la extensión de la esclavitud, y si triunfa este propósito, entonces el Sur tendrá que alzarse en defensa propia, porque sus hijos ni quieren ni pueden someterse a ello.

No menos franco fue Mr. Tibbatts, de Kentucky, con Mr. Dargan:

Si el pueblo del Sur se entera de que al luchar por la adquisición de territorios, para lo cual está derramando su sangre y está gastando su dinero, sólo está sacrificándose en ventaja de otros sin que le toque participar de ese beneficio, y que de hecho hasta será excluído del territorio que su sangre y sus recursos hayan contribuído a conquistar, entonces nos declaramos en contra de que conservemos un solo pie cuadrado del territorio de México; yo me opongo a que se haga esta guerra en semejantes condiciones.

Muy excitado, Mr. Calhoun exclamó:

Yo soy suriano y soy dueño de esclavos, bueno y generoso, así me creo, y no me siento culpable de delito de alguno por ser esclavista. Afirmo terminantemente que preferiría llegar a cualquier extremo doloroso, antes que renunciar a una sola pulgada de la igualdad que nos corresponde a los surianos respecto a los del Norte como miembros de esta gran República. ¡Cómo! ¿Que nos declaremos inferiores? Perder la vida es mil veces preferible a rebajarse a admitir tan absurda inferioridad.

Pero este esclavista bueno y generoso había dedicado las energías de su vida a mantener en inferioridad reconocida, en la ignorancia y la degradación a millones de sus semejantes y conciudadanos, y ahora mismo se declaraba en contra de todo esfuerzo tendiente a impedir que inmensas regiones fueran pobladas con bestias de carga de forma humana.

Por su parte Mr. Bagby, de Alabama, afirmó:

Si llegara un día en que se pusiera a debate el principio de que no había de adquirírse ningún territorio a menos que se prohibieran en él las instituciones surianas (la esclavitud), tendríamos que decir: ¡Muera la Unión!

Este caballero, para asegurar con mayor eficacia el objetivo de la guerra, presentó al Senado un proyecto de ley en que se declaraba lo siguiente:

Si los Estados Unidos tienen que adquirir territorio en lo sucesivo, ya sea por tratado o por conquista, ningún poder, ni el Congreso, tendrá competencia legal cuando se hagan los tratados relativos, para excluir la esclavitud en tal territorio, ni por medio del tratado en sí, ni por sus estipulaciones ni por acuerdo del Congreso.

Mr. Butler, de Carolina del Sur, dijo:

Ante Dios advierto a ustedes, caballeros, que si el Sur ha de ser considerado y tratado como si no fuera igual a todas las demás regiones del país, entonces sus hijos harán pedazos eSe documento (la Constitución) que ellos suscribieron con toda buena fe.

He aquí la declaración hecha por Mr. Kauffman, de Texas:

Si se aprueba la reforma propuesta, toda esperanza de adquirir territorio en ese rumbo desaparecerá para siempre. No consentirá jamás el Sur, en semejante estado de cosas, que se agregue territorio alguno al que ya poseemos.

Atacó también la cláusula o estipulación Wilmot, Mr. Thompson, de Misisipí, quien afirmó que su aprobación constituiría la disolución de la Unión americana.

Advirtió Mr. Mangum, de Carolina del Norte:

Hay ahora tres millones de esclavos en los corrales de los Estados esclavistas, y son una población que aumenta cada día, pues se reproduce más aprisa que los blancos. ¿Han de quedar esos esclavos siempre confinados dentro de la prisión de los actuales territorios esclavistas?

Según se ve claramente en las declaraciones espontáneas de estos señores, la adquisición de territorio esclavista era considerada por ellos como una condición sine qua non para que sus copartidarios continuaran la guerra; y con tal de salirse con la suya, estaban dispuestos aun a disolver la Unión si era necesario. De manera que el honor de la Nación, los agravios de que se quejaban los reclamantes que dieron lugar a la guerra, el derramamiento de sangre americana en suelo de América, no eran sino vanos pretextos para la contienda, y su objeto verdadero y único era extender la esclavitud humana.

A las confesiones hechas por los dueños de esclavos puede agregarse el siguiente testimonio, que es decisivo, del general Cass, a la sazón miembro del Senado, que consta en una carta particular suya fechada el 19 de febrero de 1847 y que llegó a publicarse en los periódicos:

La Estipulación Wilmot no será aprobada por el Senado. Significaría el fin de la guerra -la muerte de toda esperanza de obtener un solo acre de territorio-, la muerte de la administración y la muerte también del Partido Demócrata.

La referencia que hicieron los esclavistas al llamado Arreglo de Misuri y su supuesta conformidad con que se aplicara ese compromiso a los territorios conquistados, nulificó por completo el argumento esgrimido por ellos mismos contra la constitucionalidad de la estipulación. Si el Congreso tenía el derecho de excluir la esclavitud en el territorio comprado a Francia y conquistado a México, al norte del paralelo 36° 30', lo natural es que el propio Congreso tuviese también el derecho de excluirla en toda la extensión de Nuevo México y de California.

De acuerdo con la Constitución, el Congreso es el cuerpo legislativo de los territorios, y posee, por supuesto, el mismo poder sobre la esclavitud en tales territorios, que las legislaturas de los Estados en sus respectivas jurisdicciones.

El proyecto de ley por el cual se autorizaba el gasto de tres millones de dólares, después de una lucha muy severa, fue aprobado por la Cámara de representantes o diputados, con la estipulación a que antes se ha hecho referencia, por 115 votos contra 106. Pero en el Senado se tachó ese inciso por 31 votos contra 21. Toda la influencia del Gobierno y todas las formas de aplicación de la disciplina de partido se pusieron en juego entonces para inducir a la Cámara baja a votar en la misma forma en que lo había hecho el Senado, y la estipulación Wilmot fue finalmente rechazada por 102 votos contra 97. Se observará que el voto total que favorecía la adopción de esa cláusula era de 221, mientras que el voto total que acabó por rechazarla, sólo llegó a 199. Claro está que no menos de 22 miembros del Congreso tuvieron por conveniente no presentarse en la Cámara legislativa en esta crisis tan importante, y seis de los legisladores que habían apoyado antes la estipulación, encontraron a última hora motivos suficientes para cambiar su voto ...

En realidad se había rechazado por ahora la cláusula condicional, pero podría presentarse de nuevo en el siguiente período de sesiones, y aun cuando fracasara en el Senado, el obtener un inmenso territorio para consagrarlo a la esclavitud podría no merecer el voto de las dos tercias partes de ese cuerpo Que son indispensables para su ratificación. La posibilidad misma de perder de este modo la presa que se codiciaba al empezar la guerra, exasperaba y alarmaba al Sur, y se hicieron esfuerzos muy vigorosos por inducir al Norte a que abandonara la actitud que había asumido en favor de la libertad humana, valiéndose de las amenazas usuales de disolver la Unión, y también apelando a intereses egoístas de los políticos. Muchos de los gobernadores de los Estados en que se explotaba la esclavitud sometieron el caso a la consideración de sus respectivas legislaturas. El Gobernador del Estado de Virginia recalcó en su Mensaje que era una verdad indiscutible que si había de conservarse a los esclavos dentro de sus actuales límites, disminuirían grandemente de valor, lo que lesionaría muy seriamente la fortuna de sus dueños. El Sur no podrá consentir jamás en que se le confine dentro de límites determinados. Necesita espacio y debe tenerlo, en cuanto sea compatible con el honor y con lo que es propio.

El Gobernador de Carolina del Sur impugnó la restricción al esclavismo como una tendencia a disminuir la fuerza política del Sur en el Gobierno federal, e insistió en oponer a ello una acción muy vigorosa.

La Legislatura del Estado de Virginia, alzándose en son de reto frente al poder del Congreso, resolvió unánimemente que en ningunas circunstancias reconocería como obligatorio ordenamiento alguno del Gobierno federal que tenga por objeto prohibir la esclavitud en territorios que se adquieran ya sea por conquista, ya por medio de tratados.

La Legislatura de Georgia resolvió a su vez que cualquier territorio que sea adquirido por las armas de los Estados Unidos o por tratado concluído con cualquier potencia extranjera, se convierte en propiedad común de todos los Estados que integran esta confederación; y mientras permanezca así, es el derecho de cualquier ciudadano de cada uno de los Estados y de todos ellos, residir con sus bienes, cualesquiera que éstos sean, dentro de tal territorio.

La Legislatura de Alabama a su vez acordó lo siguiente:

Que en ningunas circunstancias reconocerá este cuerpo legislativo como obligatorio acuerdo alguno del Gobierno federal que tenga por objeto prohibir la esclavitud en territorios que se adquieran por conquista o por tratados, al sur de la línea del arreglo de Missuri.

En una gran asamblea popular que hubo en Richmond, Virginia, se declaró no solamente el derecho de los dueños de esclavos a llevar consigo a sus siervos a todos los territorios que se adquieran al sur del paralelo 36° 30', sino también que se recurrirá a todos los medios pacíficos, y si éstos fallan, a las armas si es necesario, en apoyo de aquellos de nuestros conciudadanos que quieran establecerse en un territorio adquirido a partir de esta fecha, para que sostengan sus derechos y puedan radicarse con sus esclavos donde lo prefieran.

Hubo también otra junta en Charleston, Carolina del Sur, donde se proclamó que sería renunciar al honor y degradarse el someterse a la prohibición de la esclavitud más allá de los términos ya concedidos en el arreglo de Misuri.

Pero no bastó amenazar al Norte con disolver la Unión y producir una guerra civil. Estos son males que, cuando ocurren, no recaen exclusivamente sobre los habitantes de los Estados libres. Se pensó que sería conveniente amenazar también a los políticos del Norte con la pérdida del poder político y de sus emolumentos: una amenaza de influencia más decisiva que cualquiera otra ...

Aproximábanse ya las elecciones presidenciales, y los aspirantes norteños a candidatos recibieron la advertencia de que no recibirían los votos del Sur quienes se opusieran a la expansión de la esclavitud. Una advertencia semejante había bastado para asegurar la anexión de Texas y el triunfo político de Mr. Polk.

La Legislatura de Georgia expidió una resolución en el sentido de que el pueblo del Estado de Georgia, en las próximas elecciones presidenciales, no deberá ni querrá apoyar a ninguna persona como candidato a la presidencia o vicepresidencia, que esté en favor del principio contenido en la cláusula Wilmot.

La determinación anunciada así oficialmente, fue reiterada por varias juntas populares en diversas ocasiones y tuvo un efecto inmediato y notable: enfrió la adhesión de los políticos norteños a la estipulación. El general Taylor era un algodonero que poseía numerosos esclavos, y la popularidad que había alcanzado por sus triunfos lo señalaba como el candidato suriano más viable. De manera que fue indicado desde que se inició la campaña electoral, y estaban sus intereses de tal manera identificados con la esclavitud, que se creyó innecesario pedirle que prometiera oponerse a la cláusula Wilmot.

El periódico Richmond Whig decía:

¿Para qué pedir promesas al general Taylor respecto a la esclavitud, cuando el hecho de que toda su fortuna consista en tierras y esclavos negros y el día que los perdiera quedaría convertido en un pordiosero, resulta mucho más convincente que cualquier juramento que pudiera hacer?

La franqueza y la determinación de los miembros surianos del partido whig, dejó a sus correligionarios del Norte la alternativa de unírseles para elevar al general Taylor a la presidencia o renunciar en favor de sus opositores políticos al patrocinio oficial. Préfirieron adoptar la primera posición mencionada y el general Taylor recibió el nombramiento de candidato del partido.

Los demócratas del Norte exigían un candidato escogido de entre ellos mismos. Se accedió a sus deseos por parte de sus correligionarios del Sur, pero a condición de que el candidato hiciese un juramento satisfactorio en contra de la cláusula Wilmot. Cuatro demócratas norteños muy prominentes entraron en la lista de candidatos disputándose los votos de los esclavistas.

Aceptó la proposición hecha el general Cass y fue debidamente designado candidato una vez que declaró que la cláusula era anticonstitucional.

A pesar de la hostilidad de los surianos para la cláusula, pensaban de antemano en la posibilidad de verse obligados a ceder a las exigencias del Norte en cuanto a la renovación del arreglo de Misuri y consentir en la exclusión de la esclavitud al norte de los 36°30', y en esto hemos de ver una explicación a la actitud de Mr. Polk cuando rechazó la cesión ofrecida por México.

Grande y valiosa como era esa cesión, se hallaba principalmente el territorio ofrecido, al norte de la línea del compromiso de Misuri, y apenas si dejaba espacio para dos Estados en que pudieran criarse esclavos. El territorio que México estaba dispuesto a dar, no se extendía lo suficientemente hacia el sur para que se lograra el fin perseguido al emprender la guerra, de modo que se proseguirían las hostilidades para fines de conquista, pero buscando territorios que estuvieran al sur de la línea de Misuri.

En agosto de 1847 se iniciaron negociaciones de paz, y Mr. Trist fue nombrado por el Presidente para dirigirlas en nombre de los Estados Unidos. Los representantes de México recibieron instrucciones en el sentido de obtener una estipulación por la cual los Estados Unidos se comprometen a no permitir la esclavitud en esa parte del territorio que ahora adquieren por medio del tratado. Es de presumirse que Mr. Trist estaba muy al tanto de las opiniones del Gabinete de Wáshington sobre el particular.

En un despacho oficial dirigido al Secretario de Estado e 4 de septiembre de 1847, Trist describe así su conferencia con los comisionados mexicanos respecto a este punto de sus instrucciones:

En el cursó de las declaraciones de ellos sobre el particular (la exclusión de la esclavitud), se me dijo que si se propusiera al pueblo de los Estados Unidos desprenderse de una parte de su territorio para que se estableciese en ella la Inquisición, tal propuesta no podría provocar un sentimiento más fuerte de disgusto, que el que se despierta en México ante la idea de que se introduzca la esclavitud en cualquier territorio que se le haya segregado.

Acabé por asegurarles que la sola mención de este asunto en un tratado que se hiciera con los Estados Unidos, lo haría del todo inadmisible; que ningún Presidente de los Estados Unidos se atrevería a presentar un tratado semejante al Senado; y que si estuviesen ellos capacitados para ofrecerme todo el territorio descrito en nuestro proyecto de tratado, aumentando su valor diez veces, y agregándole el que estuviese todo recubierto de oro puro con una capa de un pie de espesor, con la condición única de que había de excluirse la esclavitüd de ese territorio, no podría yo admitir tal oferta ni por un momento, ni pensar siquiera en transmitirla a Wáshington.



Notas

(1) Discurso de M. Brinkerhoff. 10 de febrero de 1847. Cong. Globe.

(2) Véase el Journal of Congress, 19 de abril de 1784.

(3) En 1843, Mr. Buchanan, senador por el Estado de Pennsylvania, se opuso a la ratificación del tratado con la Gran Bretaña que ponía fin a la disputa de límites en el Noreste, porque no señalaba ninguna compensación por cierto número de esclavos a los que se daba libertad en las Indias Occidentales. Expresó Mr. Buchanan: Toda la Cristiandad está unida contra el Sur en esta cuestión de la esclavitud doméstica. No les quedan más aliados a los del Sur para sostener sus derechos constitucionales, que el Partido Demócrata del Norte. En mi propio Estado, inscribiremos en nuestros estandartes: Hostilidad a la abolición. Este es uno de los principios cardinales del Partido Demócrata.

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