Índice de Causas y consecuencias de la guerra de 1847 entre Estados Unidos y México de William JayCAPÍTULO XXIICAPÍTULO XXIVBiblioteca Virtual Antorcha

CAUSAS Y CONSECUENCIAS DE LA GUERRA DE 1847
ENTRE ESTADOS UNIDOS Y MÉXICO

William Jay

CAPÍTULO XXIII

Se prosigue la guerra con fines de conquista


Con un desprecio absoluto para las múltiples pruebas que había en contrario, Mr. Polk creyó conveniente aventurar en su Mensaje dirigido al Congreso el 8 de diciembre de 1846, esta afirmación estupenda:

La guerra no se ha efectuado con propósitos de conquista.

Y agregó:

Pero habiendo sido México quien comenzó la lucha, la hemos llevado hasta el territorio enemigo y allí se le proseguirá con todo vigor, con el fin de obtener una paz honorable y por ese medio asegurarnos una amplia indemnización por los gastos de guerra así como por los daños sufridos por nuestros conciudadanos, quienes tienen pendientes cuantiosas reclamaciones pecuniarias contra México.

Ya hemos visto antes los primeros esfuerzos tan persistentes que realizó Mr. Polk en su qeseo de apoderarse de California, y la declaración oficial que puso en sus instrucciones a Stockton, en el sentido de que no alcanzaba a prever ninguna contingencia por la cual los Estados Unidos hubieran de devolver esa provincia o renunciar a ella.

¿Qué lenguaje puede ser más falso que el que afirma estar sosteniendo una guerra por adueñarse de cierto territorio, y al mismo tiempo asegura que no estamos combatiendo con fines de conquista sino sólo para obtener una indemnización? Pero independientemente de estas argucias tan desdichadas en el empleo de una palabra, detengámonos un momento a considerar las declaraciones que hizo el Presidente a su pueblo, un pueblo cristiano. Ya no simulaba que esta guerra suya fuese sólo defensiva. A lo que parece, seguiremos combatiendo hasta que se nos pague por la molestia que nos tomamos de matar a seres humanos.

Asesinamos a los mexicanos en el Río Grande; pero como no recibimos en cambio pago alguno, nos pusimos entonces a bombardear Veracruz, y matamos más mexicanos. Con esto creció nuestra demanda de indemnización. Como no la recibimos tampoco, emprendimos la marcha de cientos de millas hasta la ciudad de México y matamos a otros miles más. Claro está que esto agregó nuevas cifras a nuestra reclamación, y proseguimos así sembrando desolación y muerte, hasta quedar perfectamente indemnizados por todo el dinero, la molestia y la sangre que habíamos gastado en la magna tarea de llenar a una República hermana de dolor, de lamentos, de luto. La idea de matar así a otro pueblo y sacrificar la vida. de nuestros propios ciudadanos, con el solo propósito de que se nos pagara por pelear, es original de Mr. Polk; por lo menos no encuentra él un precedente de semejante política en la historia de su propio país.

Nuestros padres, los autores de la Revolución, se regocijaron de deponer sus armas en el momento mismo en que alcanzaron los fines que los habían obligado a tomarlas. A nadie se le ocurrió levantar la voz en aquella época para recomendar que se siguieran las hostilidades hasta que la Gran Bretaña nos indemnizara por hacerle la guerra durante los últimos siete años. En 1815 nos regocijamos otra vez al firmar la paz con la Gran Bretaña sin exigir indemnización alguna en nuestro favor por los ingleses que matamos, por los barcos británicos que cogimos y por haber llevado la guerra hasta el Canadá. Sólo a un país pobre, débil, exhausto, como México, lo condenamos a sangrar hasta que nos pague una compensación por la sangre suya que hemos derramado nosotros mismos.

Pero todavía más: hemos de continuar esta labor de matanza, no sólo hasta que se nos pague por la pólvora y los proyectiles que gastamos, sino también hasta que México liquide una deuda de unos cuantos millones que se dice que tiene pendiente con ciertos conciudadanos nuestros. Y de este modo, en estos tiempos en que se considera inhumano aun encarcelar a un hombre porque deba dinero siendo insolvente, Mr. Polk recomienda que los bonos mexicanos con que México pagará las indemnizaciones exigidas, sean empapados en sangre humana y que nosotros los norteamericanos procedamos a cobrar esa cuenta asesinando a nuestros deudores. Y todo esto para indemnizar a nuestros conciudadanos profundamente agraviados. ¿Pero cómo va Mr. Polk a indemnizar a esa enorme multitud de mujeres y niños que la política suya ha convertido en viudas y huérfanos? ¿Qué tarifa señalará Mr. Polk para el pago de los corazones destrozados y las esperanzas destruidas? ¿Qué indemnización podrá exigir de México por todos los crímenes y blasfemias, por todos los horrores de los hospitales de sangre y de los campos de batalla, por toda la desolación y la desdicha Que se han sembrado en esta vida y en la que viene después, por obra de la guerra?

Haremos justicia a Mr. Polk exculpándolo de la tremenda atrocidad de querer seguir la matanza de los mexicanos hasta que le paguen el costo de asesinarlos y de esa locura consumada que consiste en gastar cien millones de dólares sólo para cobrar unos tres o cuatro a que monta una deuda nada más supuesta. Los políticos suelen creer que es muy sagaz quien esconde los móviles efectivos de su conducta invocando otros que son falsos. Se proseguiría la guerra, no para obtener que se nos pagara por los gastos en que hemos incurrido, ni para cobrar una deuda mezquina, sino únicamente para efectuar una conquista. Hemos visto ya que fue una firme resolución del Presidente anexar el territorio de California a la Unión. Escuchemos ahora unas cuantas declaraciones en que se admite y reconoce con toda franqueza ese propósitQ entre los diputados del Congreso que eran partidarios de la guerra; Mr. Stanton, de Teneessee, declaró que la anexión de California a los Estados Unidos ha sido la más grande proeza de estos tiempos (1).

Mr. Bedinger, de Virginia, afirmó: ¿Es ésta una guerra de conquista? Seguramente que sí. Confiando en el Cielo y en el valor de nuestras armas, esta guerra debe ser de conquista (2).

Mr. 8evier, de Arkansas, hablando de los territorios que iban a adquirirse arrebatándolos a México, se expresó así: Supongo que ningún Senador pensaría jamás que nos quedáramos sin Nuevo México y la Alta California cuando menos. Suponía Mr. Sevier que un tratado de paz que se hiciese a base de recibir menos territorio, no sería aprobado por el Congreso (3).

Mr. Giles, de Maryland, afirmó:

Doy por perfectamente sentado que ganaremos algún territorio, que debemos ganarlo antes de que cerremos las puertas del templo de Jano. Así debe ser. Toda consideración de política nacional nos obliga a asegurar la adquisición de territorios. Debemos estar capacitados para cruzar por terreno nuestro desde un océano hasta el otro. Debemos realizar lo que el poeta americano dijo de nosotros, de un extremo a otro de esta confederación:

El vasto mar Pacífico baña nuestro litoral;
escuchamos el rugido del dilatado Atlántico
.

Debemos marchar desde Texas derecho hasta el Océano Pacífico y que sólo nos detengan sus ondas rugientes. No debemos admitir por ningún motivo que otro gobierno participe de este gran territorio. Es el destino de la raza blanca, es el destino de la raza anglosajona; y si no lo realiza, si no logra alcanzarlo, no llegará entonces a colocarse en la alta posición que la Providencia, con su gran poder, le ha asignado (4).

En enero de 1847 se propuso a la Cámara de Representantes un proyecto de ley por el cual se declaraba que la guerra no tiene fines de conquista; pero la Cámara fue demasiado candorosa y prefirió apoyar las palabras del Presidente y rechazar aquel proyecto legislativo. En el mismo período de sesiones, el propio Congreso rechazó por 126 votos contra 76, la siguiente enmienda que se propuso a la Ley de Aprovisionamientos:

Se decreta además que las partidas aprobadas del presupuesto de gastos no se aplicarán a proseguir la guerra actual contra México para adquirir territorios con que formar nuevos Estados que se agregarían a la Unión, ni para desmembrar a México.

Quienes así condenaban toda intención de realizar conquistas, pertenecían al partido de los whigs y por ello no ponían límite alguno a sus ataques contra la política manifiesta de Mr. Polk.

En su siguiente mensaje al Congreso en diciembre de 1847, el Presidente se vengó con mucha sagacidad de sus opositores. Recordó al Congreso que solamente dieciséis de sus miembros habían votado contra la guerra y afirmó que si todo el Cuerpo Legislativo, incluyendo por supuesto a los whigs, con excepción de aquellos dieciséis, autorizó en marzo de 1846 el gasto de diez millones de dólares y dió al Presidente la facultad de emplear las fuerzas militares y navales y aceptar los servicios de cincuenta mil voluntarios, capacitándolo así para proseguir la guerra, y algún tiempo después, en la última sesión del Congreso mismo, una vez que nuestro ejército había invadido ya a México, aprobó nuevas partidas de gastos y autorizó el reclutamiento de otras fuerzas armadas para los mismos fines, debió pensar que tendría que obtenerse alguna indemnización de México al terminar la guerra.

Era imposible que los whigs escaparan al golpe de este sarcasmo. En efecto, si la guerra no había tenido por objeto realizar una conquista, ¿para qué otra cosa votaron los republicanos en favor de que se organizara un ejército de cincuenta mil hombres?

Pueril como es la distinción establecida por Mr. Polk entre conquista e indemnización territorial, resulta de su propia exposición que es una distinción sin diferencia efectiva, un simple juego de palabras. Al informar al Congreso cuáles eran los territorios que exigía de México como condición precisa para la paz, afirmó el Presidente:

Como el territorio que se adquirirá para fijar la frontera propuesta, podría estimarse como de un valor más grande que el equivalente justo de nuestras legítimas reclamaciones, se ha autorizado a nuestro representante para que estipule el pago de una cierta cantidad de dinero que se considere razonable y que daremos aparte de cancelar la indemnización a que somos acreedores.

Vemos aquí que Mr. Polk tuvo el propósito de adueñarse de una región mucho mayor que el territorio que el propio Presidente pretendía que era justo se nos diese como indemnización. ¿Y en qué forma pretendía adquirirla? ¿Por conquista? ¡Oh, no, sino por medio de una venta obligatoria que sería negociada por nuestro representante a la cabeza de un ejército victorioso, listo para entrar en la ciudad de México; y por el teritorio excedente, Mr. Polk estaba dispuesto a pagar un precio que él considerara razonable, y si los mexicanos se rehusaban a hacer el trato de acuerdo con sus condiciones, lo harían así con peligro de sus vidas, a riesgo de perder su ciudad capital; su sangre correría hasta que aceptaran el precio que nos pluguiese pagar por un territorio al que no teníamos nosotros ningún derecho.



Notas

(1) Cong. Globe del 10 de diciembre de 1846, p. 23.

(2) Cong. Globe del 6 de enero de 1847. p. 126.

(3) Cong. Globe del 2 de febrero de 1847, p. 306.

(4) Cong. Globe del 11 de febrero de 1847. p. 387.

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