Índice de Causas y consecuencias de la guerra de 1847 entre Estados Unidos y México de William JayCAPÍTULO XXCAPÍTULO XXIIBiblioteca Virtual Antorcha

CAUSAS Y CONSECUENCIAS DE LA GUERRA DE 1847
ENTRE ESTADOS UNIDOS Y MÉXICO

William Jay

CAPÍTULO XXI

La toma de California


Antes de ponerme a pormenorizar la parte que tomó Mr. Polk, así como su Congreso, en estos asuntos, cuando recibió del general Taylor aviso de que se habían roto las hostilidades, quiero llamar la atención del lector hacia las medidas anticipadas y previsoras que se tomaron para asegurar, con la mayor rapidez posible, el objeto de la acción bélica emprendida, que no era sino la conquista de California. El 24 de julio de 1845, por órdenes de Mr. Polk, se dieron instrucciones secretas y confidenciales al Comodoro Sloat, comandante de las fuerzas navales de los Estados Unidos en el Pacífico.

Si llegan a usted noticias ciertas de que México ha declarado la guerra a los Estados Unidos, se apoderará inmediatamente del puerto de San Francisco y bloqueará y ocupará otros puertos según lo permitan sus fuerzas (1).

La fuerza naval de Sloat consistía en cinco barcos, y durante meses se le tuvo en la costa de California lista para hacer la ansiada captura en el instante indicado y sin esperar nuevas órdenes de Wáshington. El Comodoro, con su barco insignia y otros buques, se hallaba esperando en Mazatlán, a la entrada del Golfo de California o de Cortés, y dos embarcaciones más habían anclado frente a Monterrey, en tanto que el quinto buque de guerra se hallaba en San Francisco. Así se habían arreglado admirablemente los planes para una conquista inmediata.

El 7 de junio, y, claro está, menos de cuatro semanas después de la declaración de guerra hecha por el Congreso de los Estados Unidos, el Comodoro logró enterarse de que el general Taylor había sostenido ya algunos combates en el Río Grande. Había llegado, pues, el momento esperado, y al día siguiente Sloat levó anclas y zarpó rumbo a Monterrey (California). El 7 de julio esa plaza fue una vez más tomada sin resistencia alguna por nuestras fuerzas, y el Comodoro Sloat, imitando a su predecesor Jones, distribuyó al punto unas proclamas que llevaba listas en inglés y en español. No se sabe ni dónde ni cuando se preparó ese manifiesto ni siquiera sabemos si estaba manuscrito o impreso.

Dos días después, San Francisco cayó asimismo en nuestro poder. La proclama de Sloat reflejaba la determinación de sus jefes: De aquí en adelante California será parte de los Estados Unidos.

Al desembarcar en Monterrey, el Comodoro dirigió una orden general a sus hombres en que les decía: No sólo es nuestro deber tomar California, sino conservarla después como parte de los Estados Unidos, a todo trance (2).

Es deber de los jefes de fuerzas armadas obtener triunfos, pero no anticiparse a los términos de un tratado de paz. A pesar de ello, aquí tenemos a un jefe naval que proclama solemnemente que las plazas que está tomando no se devolverán ya nunca. Prevé y proclama la anexión de California, sin saber aparentemente cuáles sean los deseos y las intenciones de su propio Gobierno ni detenerse a especular sobre las contingencias de la guerra.

El 13 de agosto Se capturó el pueblo de Los Angeles, capital de la provincia, y el 17 del mismo mes, el Comodoro Stockton, que había tomado el puesto de Sloat y se hacía llamar Comandante en jefe y Gobernador del territorio de California, anunció en una proclama lo que sigue:

La bandera de los Estados Unidos flota ya sobre todos los edificios importantes de este territorio y California está libre completamente del dominio de México. California pertenece ahora a los Estados Unidos.

El 28 del mismo mes, Stockton escribió a Wáshington: Este rico y bello país pertenece ya a los Estados Unidos y está libre para siempre del dominio mexicano. Debe reconocerse que estas acciones fueron rapidísimas. El 7 de julio se capturó a Monterrey (California) y en sólo seis semanas Se había realizado plenamente el objeto de la guera: Este rico y bello país pertenece ya a los Estados Unidos. Al parecer, ni una sola vida se perdió en esa conquista. El Gobierno mexicano no había hecho ninguna declaración de guerra y tenía toda su atención fija en la defensa de sus territorios del Río Grande. Los habitantes de California estaban completamente impreparados para la guerra y desconocían tanto como el Comodoro Sloat mismo los actos del Congreso.

La rapidez con que se había efectuado la conquista de California, no era, sin embargo de ello, debida enteramente a la intencionada medida de estacionar buques armados en diferents puntos de la costa, listos para hacer desembarcos en el momento en que Taylor hubiera logrado por fin provocar hostilidades en el Río Grande. Se recordará que el Gobierno de México había mostrado alarma algunos años antes, por la llegada de americanos a su provincia de California y había dado órdenes terminantes de que salieran de ella. Tampoco se habrá olvidado el lector de que, intimidado el Gobierno mexicano por la conducta fanfarrona de Mr. Thompson y su amenaza de pedir sus pasaportes, había revocado aquellas órdenes. El lector hará memoria también de que ese caballero (el Ministro en México), confesó sus augurios temerosos sobre el particular, sabiendo que esos extranjeros tenían el deliberado propósito de repetir sus ardides desarrollados en Texas. La alarma de los mexicanos estaba bien fundada. La conquista de la provincia de California se estaba fraguando y se facilitaba con la actitud pérfida asumida por los colonos americanos desde antes de que supieran la existencia de un estado de guerra entre los dos países.

Se conoce nada más de modo muy imperfecto la historia de la rebelión en California. La información única que se tiene sobre ese asunto, dada a conocer por el gabinete de Wáshington, se halla en el reporte de la Secretaría de Guerra rendido el 5 de diciembre de 1846, y de ese documento tomamos el siguiente relato:

En mayo de 1845, poco antes de que se dieran instrucciones secretas y confidenciales al Comodoro Sloat, el capitán Fremont, del ejército de los Estados Unidos, recibió órdenes del Gobierno de emprender una exploración científica más allá de las Montañas Rocallosas. Llevaba consigo sesenta y dos hombres. Pero el Secretario declaró que la expedición no tenía carácter militar y que los acompañantes del capitán Fremont no pertenecían al ejército. Al llegar a la frontera de California, el capitán hizo el viaje solo hasta Monterrey, a fin de pedir permiso del Comandante general Castro para que su grupo expedicionario pudiera atravesar esa parte de la provincia de California. Obtuvo el permiso solicitado, pero una vez que él y sus hombres entraron en la provincia, Fremont recibió noticias que le dieron unos americanos, de que Castro estaba preparándose para atacarlo con una fuerza relativamente grande de artillería, caballería e infantería, con pretexto de que la misión científica por él encabezada no era otra cosa más que un movimiento para organizar a los colonos americanos e inducirlos a rebelarse.

He aquí algo que era verdaderamente maravilloso en punto a inteligencia, y todavía más maravillosos los medios empleados por aquel científico capitán para eliminar la infundada sospecha del general Castro. En vez de salirse de la provincia de California a paso veloz y lanzarse a la realización del encargo que le hizo su Gobierno, tomó posiciones en una montaña desde la cual se dominaba a Monterrey, distante unas treinta millas de esa población, se atrincheró allí, enarboló la bandera de los Estados Unidos y con sus hombres, que eran sesenta y dos, esperó a que llegara el Comandante general mexicano de la provincia.

Pero aquel capitán, aunque era valiente, no estaba atenido nada más a sus sesenta y dos acompañantes para oponer resistencia a la artillería, la caballería y la infantería de Castro; porque el Secretario nos dice lo siguiente: Los colonos americanos estaban ya listos para unírsele a todo trance en caso de que fuese atacado; así que ya descubrimos el motivo que tenía para tomar una posición militar a distancia conveniente de Monterrey. Esto ocurría en marzo de 1846. Después de esperar algún tiempo a que se efectuara el ataque de las fuerzas mexicanas, como nada ocurría para darle pretexto de romper las hostilidades, prosiguió el capitán Fremont su marcha hacia Oregon sin que lo molestaran en lo absoluta las autoridades de México.

En Oregon lo atacaron indios hostiles, los cuales, según nos informa el Secretario de la Guerra de los Estados Unidos, sin tomarse la molestia de proporcionarnos la menor partÍcula de prueba en apoyo de su aserto, habían sido instigados en su contra por el general Castro. Una vez más el capitán recibió información alarmante, sin que sepamos de qué origen, en el sentido de que el general Castro, seguido de sus aliados indios, avanzaba contra él con artillerla y caballerla a la cabeza de unos 400 o 500 hombres. También llegó a conocimiento del capitán Fremont que los colonos americanos del Valle de Sacramento estaban igualmente amenazados por el plan de aniquilamiento concebido por las autoridades mexicanas contra su propio grupo.

En tales circunstancias (dice el Secretario de la Guerra), el capitán determinó volverse contra sus perseguidores y tratar de salvarse y salvar no sólo a su propia partida, sino también a los colonos americanos, no nada más mediante la derrota de Castro, sino también con el derrocamiento total de las autoridades mexicanas de California y el establecimiento de un Gobierno independiente en ese dilatado territorio.

Detengámonos aquí por un momento para reflexionar sobre la atrocidad espantosa y la truhanería de los propósitos que el Secretario de la Guerra de Wáshington exhibe descaradamente ante el mundo. Aun admitiendo que fuesen verdad los ridiculos rumores que se dice que llegaron a Fremont, es evidente que ese capitán tenía confianza plena en las fuerzas combinadas de su partida y de los colonos americanos, que él consideraba muy suficientes para su propia protección, puesto que confió en que podría derrocar a las autoridades mexicanas y establecer un Gobierno independiente. El capitán Fremont, oficial comisionado del ejército de los Estados Unidos, sin autorización conocida de su propio Gobierno, abandona la misión que se le confió y regresa de Oregon a California, con el fin expreso de organizar una rebelión y arrebatar a México, país con el que estábamos en paz, una enorme provincia. Es en verdad una coincidencia notable que cuando un escuadrón naval nuestro se hallaba en puertos de California con órdenes de tomarlos al primer aviso que se les diese, el capitán Fremont se hallara promoviendo una rebelión con visible oportunidad y una guerra civil en el interior de los territorios mexicanos.

Nuestro Secretario de Guerra se encarga de poner por sí mismo el sello de la iniquidad en esta aventura, cuando declara lo siguiente:

Fue el 6 de junio, antes de que comenzara la guerra entre los Estados Unidos y México y pudiera por tanto saberse su principio, cuando se tomó esa resolución, y el 5 de julio se le llevó a efecto por medio de una serie de ataques rápidos que realizó una pequeña banda de aventureros bajo la dirección de un capitán intrépido.

Se nos dice asimismo que el 11 de junio, un convoy en que iban doscientos caballos rumbo al campamento del general Castro con un oficial y catorce hombres, fue sorprendido y capturado por doce hombres de la partida de Fremont. El día 15 el cuartel militar de Sanoma fue también tomado por sorpresa, y la partida se apoderó de nueve cañones de bronce, doscientos cincuenta proyectiles de mosquete y varios oficiales y algunos hombres con otras municiones de guerra.

El coronel Fremont (ya no era capitán) dejó una pequeña guarnición de Sanoma y marchó hacia Sacramento para levantar en armas a los colonos americanos; pero apenas había llegado, cuando le dió alcance un mensajero y le avisó que toda la fuerza de Castro se disponía a cruzar la bahía para atacar ese lugar. En la mañana del día 25, llegó Fremont con noventa rifleros de la colonia americana al valle aquel. Todavía no aparecía el enemigo. Se enviaron exploradores para hacer un reconocimiento y un grupo de veinte tuvo un choque con un escuadrón de setenta dragones, lo atacó y lo derrotó. Todo el territorio situado al Norte de la Bahía de San Francisco quedó limpio de enemigos, y entonces el coronel Fremont regresó a Sanoma la noche del 4 de junio, y a la mañana siguiente convocó al pueblo y le explicó la situación en que se hallaba la provincia, y recomendó que se lanzara inmediatamente una declaracion de independencia. Se hizo esta declaración y se le escogió a él para dirigir los asuntos públicos.

La flamante República de California no existió sino por el brevísimo período de cuatro días, y luego fue estrangulada por su padre el coronel Fremont, cuando éste recibió, según nos los informa el Secretario de la Guerra de Wáshington, la información halagadora de que había estallado una guerra con México. Fremont y sus hombres, junto con los colonos americanos, se lanzaron inmediatamente a cooperar con las fuerzas navales, y al retirarse el Comodoro Stockton, aquel capitán de una expedición científica exploradora enviada para hacer estudios más allá de las Montañas Rocallosas, se convirtió en Gobernador del territorio americano de California.

Tal es el relato que el Gobierno de los Estados Unidos consideró propio dar de la rebelión californiana, arrojando la responsabilidad íntegra de este sucio negocio sobre Fremont. Por fortuna para la reputación de ese oficial, posteriormente han salido a luz algunos datos sobre ciertas transacciones que el Secretario de Guerra no juzgó conveniente incluir en su informe. Al regresar a los Estados Unidos, el coronel Fremont presentó ciertas demandas de dinero en pago de su conquista del territorio californiano. Una comisión del Senado investigó el asunto y su dictamen disipó en buena parte el misterio que hasta entonces había rodeado la conducta exraordinaria de Fremont (3).

Según parece, el 3 de noviembre de 1845, cuando ya Taylor había recibido órdenes de marchar hacia el Río Grande y esperaba listo con su ejército en Corpus Christi; cuando cinco Estados de la Unión Americana habían ya recibido órdenes federales de suministrar a ese jefe todas las tropas que pudiera necesitar, el gabinete de Wáshington envió a Fremont un mensajero. Este emisario era el subteniente Gillespie, de la marina americana. Se le envió a Veracruz y de allí marchó a través de México hacia Mazatlán, y luego hacia California, disfrazado de comerciante. Después de una entrevista con el Comodoro Sloat en Mazatlán, Gillespie se dirigió a Monterrey (California) con instrucciones de Wáshington de entregar un pliego al Cónsul americano.

Este documento no se ha hecho público, y razones de peso hay para ello, puesto que según la propia confesión de Gillespie, antes de que pusiera el pie en México, destruyó el pliego una vez que se hubo aprendido de memoria su contenido. Tenía órdenes de transmitir también a Fremont ese escrito dirigido al Cónsul. Vemos en él que Gillespie llevaba instrucciones de tal naturaleza, que juzgó importante no conservarlas, y eran órdenes dirigidas tanto al Cónsul en Monterrey como a Fremont. Gillespie recitó al Cónsul las ordenes expedidas por Wáshington y luego penetró en el territorio de Oregon en busca del coronel, a quien encontró un poco más allá de la frontera de California. Le transmitió el mensaje del Secretario de Estado de Wáshington, urdido de perfecto acuerdo con el carácter ficticio asumido por su portador.

Contenía ese mensaje unos cuantos renglones dirigidos a J. C. Fremont, en los que se le decía que Mr. Archibal H. Gillespie, quien se disponía a visitar la costa noroeste de los Estados Unidos en asuntos comerciales, había solicitado una carta de presentación en su favor, a lo que accedía el Secretario porque el portador era un caballero digno y respetable, merecedor de las atenciones de Mr. Fremont. Debe confesarse que éste es un modo novísimo de presentar a un oficial de la marina con un oficial del ejército. Pero como el presentado en esta ocasión era un comerciante viaiero y el otro era un hombre de ciencia, claro está que la presentación era adecuada a los papeles que representaban esos dos actores.

Por supuesto que la carta era sólo para acreditar a Gillespie como agente confidencial del Gobierno e insinuar a Fremont que tendría que obedecer las instrucciones que verbalmente le comunicara aquél. Ante la comisión del Senado, Gillespie hizo notar lo siguiente:

Mr. Buchanan me ordenó que conferenciara con el coronel Fremont y le hiciera saber mis instrucciones, las cuales, como lo he dicho ya, consistían en que vigilara los intereses de los Estados Unidos y contrarrestara la influencia de cualesquiera agentes extranjeros que pudiera haber en el territorio con tendencias perjudiciales para nuestro país. También se me dieron instrucciones de que mostrara al coronel Fremont el duplicado del despacho dirigido a Mr. Larkin, Cónsul en Monterrey, (California), y le dijera que el deseo del Gobierno era conciliar los sentimientos del pueblo de ese territorio y ganar su buena voluntad para los Estados Unidos.

Claró está que el Gobierno sabía tan bien como Mr. Thompson, que los colonos de California estaban ansiosísimos de representar una vez más la comedia de Texas. No es de suponerse que tanto secreto y tantos afanes se tomasen para tener en aquel lugar agentes que velaran por nuestros intereses y fomentaran la amistad hacia nosotros, sin insinuar los medios a que se recurriría para conseguir tal objeto. Una República independiente en California, formada por ciudadanos norteamericanos, conduciría inevitablemente, si continuaba la paz con México, a una anexión; y si estallaba la guerra, facilitaría grandemente la conquista.

El mensajero de Wáshington llegó a comunicarse con Fremont el 9 de mayo. Inmediatamente después abandonó todos sus trabajos científicos, y en unión de sus acompañantes, junto con Gillespie, se lanzó en busca de los colonos americanos establecidos en California. Llegó a ponerse en contacto con ellos en el Río Sacramento trece días después.

En seguida se inició otra fase de aquella maquinación. El caballero que iba a visitar la costa noroeste de América en viaje de negocios, emprendió la marcha por la ribera del Río San Francisco, frente a cuyo puerto estaba anclado un buque de guerra de los Estados Unidos, listo para apoderarse de ese lugar tan pronto como recibiese instrucciones en ese sentido. El comandante americano, según nos dice Gillespie, con gran bondad, prontitud y energía, me abasteció de todos los elementos que pudo encontrar en su barco, así como de una pequeña suma de dinero que entregó al capitán Fremont.

Lo que estos abastecimientos eran en realidad, no se nos dice, pero fácil nos es imaginario, especialmente porque fueron enviados en un bote del buque de guerra, bajo el mando de un alférez o subteniente. Gillespie marchó río arriba con el grupo que llevaba los abastecimientos, y el día 13 se volvió a reunir con Fremont. Encontró que ya había empezado el movimiento de insurrección, pues los colonos se habían levantado, según él nos lo dice, para salvarse ellos y salvar sus cosechas de la destrucción.

El día 16, el capitán Merritt, uno de los colonos, llegó con un pequeño grupo, llevando consigo al general Vallejo, al coronel Salvador Vallejo y al coronel Prudón, como prisioneros; una partida de cuarenta de los colonos, que había sorprendido y capturado Sonoma, la primera guarnición militar en esa parte del territorio.

Vemos, pues, que había un estado de guerra contra los californios, iniciado después del arribo de Fremont, y sin que se hubiese realizado un solo acto de hostilidad contra aquel grupo. Por supuesto que tenemos muchas declaraciones respecto a las intenciones del general Castro, jefe de las fuerzas mexicanas, en tanto que resulta perfectamente probado que no estaba en posibilidad ni siquiera de defenderse a sí mismo. Fremont y su grupo cooperaron ardientemente en la lucha y pronto se hicieron dueños de la situación en aquella comarca. La fuerza que estaba a su disposición era un batallón de 224 hombres, y el 5 de julio enarboló la bandera de la República de California.

Del análisis sereno de los hechos que tenemos a la vista, no puede por menos de llegarse a la convicción plena de que Fremont había recibido instrucciones, para él muy inteligibles pero que en ninguna forma comprometerían al Gobierno, de que si abandonaba su exploración en Oregon con el propósito de promover y ayudar una insurrección en California, no se expondría a reprimendas. De otra manera no se concibe que pudiera escapar a que le aplicaran el principio sustentando por el general Jackson en el sentido de que cualquier individuo de cualquier nación que promoviera una guerra contra los ciudadanos de otro país, hallándose ambos en paz, perdería su nacionalidad y se convertiría en un bandolero, en un pirata. Si obró, como poca razón hay para dudar de ello, en calidad de agente del Ejecutivo de los Estados Unidos y de acuerdo con sus deseos, sobre este funcionario recae la responsabilidad de la perfidia y maldad con que instigaba secretamente la rebelión y la guerra civil, al mismo tiempo que proclamaba tener intenciones amistosas hacia México y solicitaba la reanudación de las relaciones diplomáticas con ese país. Si México hubiese pagado todas las reclamaciones que se le hacían hasta el último centavo; si hubiera cedido el valle del Río Grande sin murmurar y si por lo tanto no hubiese habido una guerra, a pesar de todo ello la República de California prohijada por Fremont, como la República de Texas prohijada por Houston, hubiera sido nuestra por resoluciones conjuntas de anexión, y Mr. Polk, o cualquiera otro Presidente de los Estados Unidos, hubiera podido dar verbalmente sus congratulaciones al Congreso afirmando que este acrecentamiento de nuestro territorio -como lo dijo tratándose de Texas-, ha sido una adquisición incruenta. Ninguna fuerza armada se empleó para llegar a ese resultado. La espada no ha tenido parte alguna en esta victoria.

Es curioso observar con qué maravillosa clarividencia los jefes navales que estaban en California entendieron y ejecutaron sus instrucciones aun desde antes de recibirlas ... Oficialmente (4) aparece que el despacho del 13 de mayo de 1846 en que se anunciaba la declaración de guerra, no llegó al escuadrón sino hasta el 28 dé agosto; y claro está que hasta eSe momento nuestros oficiales estuvieron actuando según su propia discreción.

Pero veamos ahora qué instrucciones se les dieron después de iniciada la guerra y cómo con toda exactitud se habían ellos anticipado a tales instrucciones.

El 15 de mayo, dos días después de declarada la guerra, el comodoro Sloat recibió órdenes de considerar como su objetivo más importante capturar y conservar en su poder el puerto de San Francisco. El día 19 de julio fue tomada esa plaza y se informó a sus habitantes por medio de una proclama que de hoy en adelante California será parte de los Estados Unidos.

El despacho inmediato posterior, fechado el 8 de junio, que recibió Sloat, le daba instrucciones de tomar medidas tales que promuevan de la mejor manera la adhesión del pueblo de California a los Estados Unidos. Así que Sloat, en su proclama de fecha 7 de julio, aseguró a los californios que los habitantes pacíficos de esta región gozarán de los mismos derechos y privilegios que los ciudadanos de cualquiera otra parte del territorio de los Estados Unidos, y de todos los derechos y privilegios que ahora gocen, así como el de escoger sus propios magistrados y otros funcionarios de la administración de justicia de entre ellos mismos, y disfrutarán de igual protección que cualquiera otro Estado de la Unión. Así que esta proclama ya daba por anexado el territorio de California a los Estados Unidos.

El 12 de julio se dio a Sloat: El objeto que persiguen los Estados Unidos es, en su derecho de país beligerante, apoderarse completamente de la Alta California, y (5) si al terminarse la paz se establece la base de uti possidetis, entonces el Gobierno espera que haya usted tomado ya con sus fuerzas posesión efectiva de la Alta California. Esto traerá consigo la necesidad de una administración civil, y esta forma de gobierno deberá establecerse bajo la protección de usted.

Sloat se había retirado del mando por sentirse enfermo y había ocupado su lugar el comodoro Stockton, quien desde mucho antes de recibir ese despacho, expidió una proclama haciendo saber a quienes la presente vieren, que el territorio conocido como Alta y Baja California, es territorio de los Estados Unidos bajo el nombre de territorio de California. Por la presente -prosigue la proclama- ordeno y mando que el Gobierno de dicho territorio de California, mientras no determinen lo contrario las autoridades propias de los Estados Unidos, quede constituido en la forma que sigue; y a continuación se describe la forma de gobierno ordenada y que consistía en un Gobernador, un secretario, un consejo legislativo, etc.

El 17 de agosto, el comodoro Shubrick fue enviado a relevar a Sloat, de quien no se había recibido hasta esa fecha ninguna noticia. Se le ordenó tomar posesión inmediata de la Alta California, especialmente de los tres puertos que son: San Francisco, Monterrey y San Diego, si no habían sido capturados todavía, y también apoderarse por medio de una expedición enviada por tierra, del pueblo de Los Angeles.

Los cuatro lugares fueron capturados mucho antes de que se recibiese una sola línea de Wáshington. El último lo tomó una expedición armada que se envió por tierra cuatro días antes de la fecha de las instrucciones. También se ordenaba a Shubrick que a todos los barcos y mercancías de los Estados Unidos deberá dejárseles entrar y salir por las autoridades locales de los puertos que usted habrá tomado, completamente libres de derechos; pero a los barcos y las mercancías de bandera extranjera deberán cobrárseles derechos razonables. Sólo que el comodoro Stockton se había anticipado ya a esta orden desde dos días antes de que fuese escrita, pues el 15 de agosto ya había exigido el pago de un 15% ad valorem sobre todos los artículos importados de puertos extranjeros, y un derecho de tonelaje sobre los buques de otros países a razón de cincuenta centavos por tonelada, gabelas de que quedaban exentos, claro está, las mercancías y los barcos de los Estados Unidos.

Cuando vemos que todas estas diversas instrucciones habían sido acatadas con exactitud y muy anticipadamente, siendo obedecidas de modo minucioso por los oficiales que ni habían recibido todavía siquiera un solo renglón de su gobierno con posterioridad al principio de la guerra, es lmposible que no adquiramos la convicción de que la toma de California había sido deliberadamente proyectada desde mucho tiempo atrás, y que las intenciones y los deseos del Gobierno se habían dado a conocer íntegramente a los jefes navales, con quienes se había acordado el plan a seguir, y el escuadrón estacionado frente a los puertos de California, sólo esperaba noticias del Río Grande como señal para apoderarse instantáneamente de la presa por cuya conquista se iba a iniciar la guerra en aquella región.



Notas

(1) Véanse documentos que el Presidente, en acatamiento a una interpelación de la Cámara de Diputados (House of Representatives), sometió al Congreso, por cuanto a las instrucciones dadas a los jefes navales en California y en el Pacífico, el 22 de diciembre de 1846. Apéndice a la publicación Cong. Globe, segunda sesión, Legislatura XXIX, página 45.

(2) Los documentos que se citan pueden verse en Ex. Doc. 29 Cong. 2 Sess. House of Rep. No. 4. o sea, colección de documentos de la XXIX Legislatura, segunda sesión. Cámara de Diputados. No. 4.

(3) Véase el informe en los documentos del Senado de Estados Unidos, número 75. XXX Legislatura. primera sesión.

(4) Informe del Secretario de Marina. 19 de diciembre de 1846. Apéndice al Congreso Globe de la XXIX Legis1atura. Segunda Sesión, página 45.

(5) Que esta declaración hipotética no era sino una simple simulación, es evidente, dadas las revelaciones indiscretas de las intenciones de Mr. Polk que se encuentran en las instrucciones dadas a Stockton el 11 de enero de 1847 y que se copian a continuación:

Es innecesario por ahora y hasta podría ser perjudicial para los intereses públicos, agitar la cuestión de California, señalar cuánto tiempo esas personas que han sido electas para determinado lapso, tendrán autoridad oficial. Si llega a ser absoluto nuestro derecho de posesión, definir ésto será innecesario. Y si por tratado o de otra manera perdemos esa posesión, quienes nos sustituyan gobernarán el país. Sin embargo, el Presidente no cree que éste llegue a ser el caso, sino que antes bien no prevé contingencia alguna por la cual los Estados Unidos lleguen a verse obligados a renunciar a la posesión de California y entregar esos territorios. Claro está que Mr. Polk desde fecha tan temprana y sin consultar en lo absoluto al Senado, había determinado ya a todo trance el convertir la cesión de California en una condición sine qua non del tratado de paz.

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