Índice de Causas y consecuencias de la guerra de 1847 entre Estados Unidos y México de William JayCAPÍTULO XIXCAPÍTULO XXIBiblioteca Virtual Antorcha

CAUSAS Y CONSECUENCIAS DE LA GUERRA DE 1847
ENTRE ESTADOS UNIDOS Y MÉXICO

William Jay

CAPÍTULO XX

El general Taylor emprende la guerra contra México


Una vez que Mr. Polk se decidió por la guerra para hacerse de California en caso de que no pudiese adquirirla mediante negociaciones, dió principio a sus preparativos bélicos aunque todavía ni consumaba la anexión de Texas.

El 8 de julio de 1845, el Secretario de la Guerra escribió a Taylor:

Ha sido informada esta Secretaría de que México tiene varias guarniciones militares establecidas en el lado oriental del Río Grande, que de tiempo atrás ocupan los puntos en que se hallan. Al cumplir usted las instrucciones que se le han dado hasta aquí, cuidará de no incurrir en actos de agresión a menos que se produzca un estado de guerra. Las fuerzas mexicanas que se hallen en posiciones que han ocupado siempre, no deben ser molestadas mientras existan relaciones pacíficas entre los Estados Unidos y México.

De modo que se envía un ejército invasor a un territorio ocupado militarmente por México, un territorio que no ha dejado de ser suyo jamás, desde que fue arrebatado a los indios; pero no deberán atacarse sus cuarteles; que el primer golpe parta de los mexicanos mismos, y entonces, claro está, ¡la guerra que hagamos será de defensa y por lo tanto gozará del favor popular!

El 6 de agosto, Taylor fue informado de que el 7° Regimiento de Infantería y tres compañías de dragones habían recibido órdenes de avanzar sobre Texas con 10,000 mosquetes y 1,000 rifles. Unos cuantos días después se le dice que tendrá una fuerza de 4,000 hombres del ejército regular. Además de estas tropas, los gobernadores de Alabama, Misisipí, la Luisiana, Tennessee y Kentucky recibieron órdenes de proporcionar a Taylor tantos voluntarios como necesitara. El Secretario de la Guerra, al solicitar de cada Goberndor un número indefinido de soldados, hace la siguiente confesión candorosa y extraordinaria:

Conviene observar que las circunstancias que hacen precisa esta ayuda de la milicia de ese Estado, no parecen haber sido previstas por el Congreso, y por lo tanto no hay en el presupuesto una partida para el pago de esas tropas.

En realidad el Congreso jamás previó que Mr. Polk tuviese la intención de invadir a México y no había decretado ningunos preparativos para la guerra proyectada.

Una vez que el Presidente, bajo su responsabilidad personal, fraguó amplios planes para emprenderla, dió instrucciones a Taylor sobre la mejor manera de provocarla en caso de que México permaneciese en actitud pasiva.

El 30 de agosto se le dijo:

Reunir un ejército mexicano numeroso en la frontera de Texas y cruzar con grandes fuerzas el Río Grande, será considerado por el Ejecutivo como una invasión de los Estados Unidos (!) y como el principio de las hostilidades. Cualquier movimiento en ese sentido se considerará así. En caso de guerra, ya sea declarada o que se manifieste por actos hostiles, el objetivo principal de usted será dar amplia protección a Texas; pero a ese fin será preciso no confinar su acción dentro del territorio texano. Una vez que México haya iniciado las hostilidades, ya podrá usted, a discreción suya, cruzar el Río Grande, dispersar o capturar a las fuerzas mexicanas que se hayan reunido para invadir a Texas, derrotar los ejércitos unidos para tal fin, arrebatarles sus posiciones en ambos lados del Río, y si lo considera práctico y conveniente, apoderarse de Matamoros y de otras plazas en el interior del país.

Vemos, pues, que el Presidente, dentro de un estado de paz, sin conocimiento del Congreso, sin que lo esperara el cuerpo legislativo, ordena la invasión de un territorio que se halla en posesión real y exclusiva de México, un territorio en el que hay poblaciones mexicanas sujetas a las autoridades de ese país; un puerto de entrada con funcionarios aduanales y con establecimientos de carácter militar. En caso de que los mexicanos, movidos por los impulsos naturales del patriotismo y la defensa propia, reuniesen un cuerpo de tropas que a juicio del general Taylor pudiera considerarse un ejército numeroso e intentaran cruzar el río para reforzar sus guarniciones militares, proteger sus pueblos, asegurar el cobro de sus derechos aduanales, observar los movimientos del ejército invasor, entonces el general Taylor quedaba autorizado para considerar esa conducta como una invasión de los Estados Unidos, y con ello empezaría una guerra de defensa, aunque ni un solo disparo hubiesen hecho los mexicanos, y el general Taylor capturaría la ciudad de Matamoros y llevaría la guerra hasta el interior de México (1).

Tan seguro estaba Mr. Polk del éxito de su plan, que, como hemos visto ya, los gobernadores de no menos de cinco Estados recibieron órdenes de suministrar a Taylor un número ilimitado de tropas para iniciar con toda magnificencia la campaña proyectada.

La excusa que se ofrecía de esta usurpación injustificable de poder, cuyo objeto era hundir el país en una guerra inesperada, sin provocación alguna y completamente innecesaria, era que Texas se hallaba en peligro. Nadie estaba más seguro que la Administración de la incapacidad total en que se hallaba México de emprender una guerra de agresión contra los Estados Unidos. Desde el principio de la rebelión texana, el Gobierno de aquella República había estado lanzando amenazas ruidosas contra su provincia en rebeldía, pero ninguna fuerza suya había penetrado en el territorio desde el combate desastroso de San Jacinto.

Un vasto desierto se extendía entre el Río Nueces y el Río Grande; y en el territorio situado al Este del último no había una sola casa texana. La población del país invadido por Taylor era exclusivamente mexicana. No cabía pensar en lo absoluto que México, débil, desorganizado, hundido en la más completa confusIón como estaba entonces, se atreviese a invadir a Texas, protegida ahora por toda la fuerza de la Confederación americana, cuando unos nueve años antes un grupo insignificante de aventureros había bastado para destruir su ejército y hasta para capturar a su Presidente. Pero el pretexto que se aducía no era menos absurdo que falso, y, aunque hubiese podido caber el temor de algún peligro, en ningún caso habría habido necesidad de enviar un ejército 200 millas más allá de las colonias texanas, cuando ningún movimiento hostil de los mexicanos indicaba su intención de cruzar el vasto desierto que estaba de por medio, para entrar en ese territorio. La falsedad de esa excusa se hace manifiesta en la notable confesión hecha por el Gobierno tardíamente el 16 de octubre de 1845.

En un oficio dirigido a Taylor, dijo el Secretario de la Guerra:

La información de que disponemos nos hace comprender que es probable que por lo pronto no haga México intentos serios de invadir a Texas, aunque siga amenazando con enviar expediciones militares (2).

El general Taylor en vez de lanzarse inmediatamente hacia el Río Grande en acatamiento a las instrucciones que se le dieron, se detuvo en Corpus Christi, en la desembocadura del Río Nueces, punto extremo propiamente dicho de Texas, y el 4 de octubre de 1845 dirigió el siguiente mensaje al Secretario de la Guerra:

En vista de que México no ha hecho todavía ninguna declaración positiva de guerra ni ha cometido acto alguno de hostilidad, no me siento autorizado por las instrucciones que he recibido hasta aquí, particularmente las del 8 de julio, para emprender un movimiento hacia el Río Grande sin recibir orden explícita de esa Secretaría.

Se refiere a las instrucciones que recibió en el sentido de que se apoderara de un punto del Río Grande adecuado para repeler cualquier invasión, pero sin realizar actos que constituyeran una agresión armada, a menos que llegara a crearse un estado efectivo de guerra. Como no había invasión que repeler y como su marcha dentro del territorio mexicano mientras reinase un estado de paz constituiría un acto de agresión, esperaba prudentemente que se le dieran nuevas órdenes.

En tales circunstancias, y considerando que todo estaba ya listo para romper las hostilidades, la Administración juzgó lo más prudente aguardar a ver el resultado de las negociaciones que se harían en México y para las cuales ya se habían tomado las medidas del caso. Si nuestras reclamaciones pudieran liquidarse a cambio de California, ya no sería preciso lanzar a Taylor más allá del Río Grande.

Hemos visto que la orden dada a este general para que invadiese el territorio del Río Grande, los reclutamientos hechos en cinco Estados para levantar tropas y las instrucciones dadas a Taylor sobre la manera de emprender la lucha y capturar a Matamoros, etc., fueron incidentes previos a la designación que se hizo de Mr. Slidell; y por lo tanto, la marcha efectiva sobre el Río Grande y la guerra, su natural consecuencia, no serían sino la reanudación de una política que se había suspendido simplemente para dar tiempo a determinar si era posible adquirir a California por medio de negociaciones. Pero la suspensión de la política agresiva fue breve. Ya hemos visto cómo Mr. Buchanan, Secretario de Estado, había declarado que en caso de que México se rehusara a recibir a Mr. Slidell, nada quedaría por hacer sino reparar las ofensas hechas a nuestros ciudadanos y los insultos infligidos a nuestro Gobierno, por nuestras propias manos; o en otras palabras, lanzarnos a la guerra.

El 12 de enero de 1846, se recibió el primer despacho de Slidell, según el cual pareció probable que, si bien el Gobierno no se había rehusado todavía a recibirlo, tampoco estaría dispuesto a negociar con él como no se tratase exclusivamente de lo de Texas. Por supuesto que no había esperanza ninguna de una cesión de California, y al día siguiente se enviaron órdenes perentorias a Taylor de avanzar hacia el Río Grande, lo cual prueba incuestionablemente la determinación adoptada que hemos mencionado.

Así que, según parece, el Gobierno estaba resuelto a hacer la guerra invocando dos pretextos: primero, las ofensas recibidas por nuestros ciudadanos y que estaban calculadas en dólares y centavos. Para cobrar unos cuantos millones de reclamaciones discutibles, nuestro Gobierno reconocía estar dispuesto a emprender una matanza de seres humanos, y esto precisamente en los momentos en que no menos de seis Estados de la Unión tenían deudas insolutas que montaban a la enorme suma de 52.000,000 de dólares, y de las cuales no habían podido pagar ni intereses siquiera. La idea misma de cobrar dos o tres millones de dólares gastando para ello cien millones o más en asesinar a los deudores, es algo tan absurdo y tan diabólico que nos resistimos a creer a Mr. Buchanan cuando nos asegura que tales eran las intenciones de su gabinete. La segunda causa invocada era todavía menos creíble. Las ofensas a nuestro Gobierno, que habían de vengarse asesinando mexicanos, son las imputaciones de mala fe lanzadas por el Gobierno Mexicano al de Wáshington por su conducta hacia Texas; imputaciones que, por desagradables que fuesen, desgraciadamente estaban basadas en hechos y además, habían sido ya abundantemente retribuidas con insultos y ofensas. La adquisición de California y la expansión de la esclavitud proporcionaban motivos de guerra que las causas ficticias invocadas por Mr. Buchanan no suministraban.

No bastaba que Taylor marchase hacia el Río Grande: el Secretario le decía: Se sugieren a la consideración de usted los puntos fronteros a Matamoros y a Mier y la vecindad de Laredo. El fin que se perseguía era dar lugar a un choque y, si era posible, inducir a los mexicanos a que atacaran a nuestras fuerzas; y para esto la enseña americana había de desplegarse en forma provocativa en aquellos contornos y a plena vista de esas poblaciones de México.

Muy difícil resultaría ciertamente que nuestras tropas estacionadas en los suburbios de esos tres lugares no dieran origen a una contienda, con la cual se capacitaría a Mr. Polk para anunciar al Congreso que hay un estado de guerra producido por actos de México.

El general Taylor, siguiendo las órdenes recibidas, emprendió la marcha sobre el territorio mexicano. Ni un americano ni un texano podían hallarse al sur de Corpus Christi. Después de haberse internado en el desierto unas 100 millas, Taylor encontró pequeños grupos armados de mexicanos que parecían resueltos a esquivarnos. Al aproximarse a Punta Isabel, pequeña población mexicana, donde había una aduana, halló que los edificios estaban ardiendo. Al mismo tiempo recibió una protesta del Prefecto del Distrito Norte de Tamaulipas contra la invasión de un territorio que jamás ha pertenecido a la colonia (Texas) de que se han apoderado sus fuerzas; invasión de la que no se había dado aviso alguno al Gobierno de México y para la cual no podía aducirse razón ninguna. La protesta terminaba asegurando a Taylor que mientras su ejército permaneciera en el territorio de Tamaulipas, sus habitantes tendrían que considerarIo como autor de actos hostiles, así hiciera declaraciones de paz, y quienes han sido los invasores tendrán que responder ante todo el mundo de las tristes consecuencias de esta lucha.

Los habitantes de Punta Isabel huyeron ante los invasores y buscaron refugio en Matamoros. Taylor anunció a su Gobierno que consideraba la conflagración de Punta Isabel como una prueba decisiva de hostilidad. Para comprender el propósito de esta declaración debe recordarse que en las órdenes que se le dieron el 13 de enero de 1846, se le instruía en el sentido de que si México asumía actitud de enemigo por medio de una declaración de guerra o cualquier acto de franca hostilidad hacia nosotros, entonces ya no obrará usted meramente a la defensiva.

El 28 de marzo, Taylor, sin haber encontrado la más leve oposición, plantó su bandera en la orilla del Río Grande. El 6 de abril escribió a sus jefes que los cañones de sus baterías apuntan directamente a la plaza pública de Matamoros y están a buena distancia para demoler la población; no podrá el enemigo interpretar equivocadamente nuestra actitud; y agrega Taylor en su mensaje al Secretario de Guerra: Los mexicanos todavía persisten en su actitud hostil y han levantado trincheras para impedir que crucemos el río (3).

Ni un país ni el otro habían expedido una declaración de guerra formal, y los mexicanos, aunque veían que su país era invadido y que se plantaba una batería a buena distancia para demoler su ciudad principal en ese punto de su República, no dispararon un solo cartucho, a pesar de lo cual, el general Taylor se empeña en llamarles el enemigo y afirma que permanecen en actitud hostil.

Cinco días después de que nuestros hombres habían amenazado e insultado así a Matamoros, el general Ampudia llegó a la ciudad con refuerzos e inmediatamente dirigió una carta el general americano, quejándose de que su avance hacia el Río Grande, no sólo había insultado sino también exasperado, a la nación mexicana, y le daba un plazo de veinticuatro horas para levantar su campo y retirarse más allá del Río Nueces.

Agregaba Ampudia: Si insiste usted en permanecer en tierra del Estado de Tamaulipas, se hará evidente que las armas y nada más la fuerza de las armas deberá decidir esta cuestión.

Como Taylor había sido enviado a Tamaulipas expresamente para producir este resultado, se aprovechó de la ocasión para apresurar la crisis apetecida. Los mexicanos habían mostrado una tolerancia que casi equivalía a pusilanimidad. De seguir en semejante estado de tolerancia, si el enemigo permanecía quieto al otro lado del río, ¿cómo podría principiar la guerra?

Taylor tendría que esperar a que se presentase algún pretexto para cruzar el río y atacar a las fuerzas mexicanas. El hecho de que los habitantes de Punta Isabel hubieran prendido fuego a sus casas difícilmente justificaría el que Taylor bombardeara a Matamoros. Por lo tanto, prefirió considerar el mensaje de Ampudia en que le exigía abandonar el territorio, como un acto de hostilidad, si bien no podía tomarse como pretexto para apelar desde luego a cañones y mosquetes. Así que recurrió a una medida tendiente a obligar a Ampudia a disparar el primer tiro, y así, de acuerdo con los deseos dél Gabinete, se limitaría a hacer la guerra deseada con carácter defensivo, una guerra provocada por actos de México.

Había dos barcos de guerra americanos en Brazos Santigo, y Taylor ordenó que esas embarcaciones bloquearan la desembocadura del Río Grande, cortando así toda comunicación por mar con Matamoros. Poco después un barco cargado de granos para la ciudad, fue detenido por los buques a que se hace referencia y le impidieron entrar en el río, y como resultado de la alarma producida por ese bloqueo, la harina subió de precio, como lo dijeron los periódicos, hasta 40 dólares por barril. Taylor, con una franqueza que lindaba con la indiscreción, declaró así sus motivos para ordenar el bloqueo:

De cualquier manera, esto obligará a los mexicanos a retirar su ejército de Matamoros, donde no podrán sostenerlo, o a emprender la ofensiva en este lado del rio (4).

Pero en esa misma carta Taylor da cuenta de que no han cambiado las relaciones entre los mexicanos y él, desde su despacho último del día 15, o sea, que no han roto las hostilidades. A pesar del bloqueo, no lo atacan, y en vista de esa actitud el general decide no permanecer ocioso ya más. El mismo día en que hizo saber al Secretario que sus relaciones con los mexicanos permanecían en igual estado, aunque no habían disparado un solo tiro, rindió informe en el sentido de que con el propósito de prevenir depredaciones que pudieran emprender pequeñas bandas del enemigo en este lado del río, los subtenientes Dobbins, del 3° de Infantería, y Porter, del 4° de Infantería, fueron autorizados por mí, hace unos cuantos días, para explorar el campo con un grupo selecto de hombres, internándose algunas millas con órdenes de capturar y aniquilar a cualesquiera fuerzas que encontraran en su reconocimiento. Según parece, se separaron los dos grupos, y el subteniente Porter a la cabeza de su destacamento sorprendió a unos soldados mexicanos, los rechazó y se apoderó de sus caballos.

En este asunto, Porter y un hombre resultaron muertos, sin que aparezca en informe alguno si algunas vidas mexicanas fueron sacrificadas.

De modo que, según parece, a pesar de las maniobras urdidas por la Administración para obligar a los mexicanos a dar el primer golpe, de hecho el golpe lo dieron los nuestros. La idea de que pequeños grupos del enemigo cometieran depredaciones, fue sólo una diculpa miserable, mezquina, para iniciar la guerra. No había americanos ni texanos, excepto los miembros del ejército americano, en aquel territorio, de modo que resultaba absurdo pensar que pequeños grupos enemigos pudieran cometer depredaciones que el ejército de Estados Unidos estuviese llamado a impedir o castigar.

No pareció importante al general Taylor especificar qué clase de depredaciones denunciaba ni quiénes eran sus victimas. Pero más aún, los destacamentos no habían sido autorizados por Taylor para aprehender o capturar a los autores de las pretendidas depredaciones, sino a capturar y aniquilar a cualesquiera pequeñas bandas con que se encontraran, así fuesen culpables o inocentes. El general recibió órdenes de no molestar los campamentos militares que hubiera en este lado del río; pero él resuelve que los pequeños grupos de soldados que se encontraran fuera de sus cuarteles, habían de ser hechos prisioneros y aniquilados.

Su despacho siguiente, del 26 de abril, informa que un pelotón de caballería que envié el 24 del presente a explorar el río por la orilla de este lado, entró en acción con una fuerza numerosa del enemigo, y después de un combate breve, en el que fueron muertos y heridos unos dieciséis hombres, parece que fueron copados y obligados a rendirse.

La fraseología tan peculiar usada por el general Taylor en su descripción de ese combate, al decir que entraron en acción, hace pensar en algo que no fue accidental. ¿Acaso el destacamento de hombres de caballería atacó valerosamente a una numerosa fuerza del enemigo y como resultado de su atrevimiento fue capturado después de perder dieciséis hombres entre muertos y heridos? ¿O acaso fueron las numerosas fuerzas del enemigo las que iniciaron las hostilidades atacando a los soldados de caballería de Taylor?

En el despacho del general no se encuentra ninguna contestación a estas preguntas que surgen naturalmente. Los detalles del caso se deducen, sin embargo, de algunas cartas de miembros de su ejército que aparecieron en los periódicos. Resulta que Thornton, Comandante del destacamento, descubrió a un pequeño núcleo de soldados mexicanos en la cima de un lomerío, e inmediatamente se lanzó a la carga contra ellos; pero el núcleo principal de ese ejército mexicano se hallaba al otro lado de la colina, y por lo tanto no podía ser visto. Subió rápidamente la loma en auxilio de sus hombres y logró capturar a los asaltantes (5).

Otra carta, que apareció en el periódico Philadelphia lnquirer, dice:

El capitán Thornton, cuando se hallaba a unas veinticinco millas del cuerpo de su ejército, alcanzó a distinguir a un grupo de mexicanos en lo alto de una colina e inmediatamente se lanzó sobre ellos. Pero al llegar a la cima del lomerío se encontró en una trampa. Del otro lado de la colina estaba un campamento mexicano con fuerzas listas (6).

Después de mencionar este hecho en los términos transcritos, el general Taylor anuncia al gabinete que se han alcanzado por fin los propósitos largo tiempo esperados. Ahora sí ya puede considerarse que las hostilidades dieron principio. Basándose en este despacho, el Presidente de los Estados Unidos anunció al Congreso y al mundo entero:

México ha traspasado la frontera de los Estados Unidos; ha invadido nuestro territorio y ha derramado sangre americana en suelo americano. Ha roto las hostilidades y lo ha proclamado así, y las dos naciones se encuentran ya en estado de guerra.

Hasta qué punto las afirmaciones completamente arbitrarias con que principia el pasaje citado del despacho del general Taylor, se apartan de la verdad, punto es que muy fácilmente podrán juzgar y decidir quienes hayan leído las páginas precedentes. Los hechos que a continuación expongo pueden contribuir a establecer la falta de veracidad de los últimos asertos. El general Arista llegó a Matamoros el 24 de abril, y al encontrarse con que se habían cortado los abastecimientos destinados al ejército por obra del bloqueo del río y que la gran plaza de la ciudad de Matamoros estaba a merced de los cañones de Taylor; que había destacamentos de fuerzas americanas repartidos en todo el territorio, interceptando los campamentos mexicanos y apoderándose de sus caballos; anunció que consideraba que las hostilidades habían dado principio y que en vista de ello, él las proseguiría con todas sus fuerzas.

En esa forma el general Arista negaba claramente haber sido él quien dió principio a la guerra. Hasta qué punto la declaración del general mexicano en el sentido de que consideraba que las hostilidades habían sido rotas por los americanos, justificaba la solemne afirmación hecha por el Presidente Polk de que México había proclamado el principio de las hostilidades y que las dos naciones se hallaban ya en estado de guerra, cosa es que el lector decidirá por sí mismo. Si el aviso de 24 de abril no confirma el anuncio de Mr. Polk al Congreso sobre el principio de la guerra, en cambio los amigos de ese funcionario invocan en su defensa una orden expedida por el Presidente de México el 18 de abril, más de un mes después de que Taylor salió de Corpus Christi para iniciar su invasión del territorio mexicano.

Desde esta fecha -dice la orden del Gobierno mexicano- comienza nuestra guerra defensiva, y cada punto de nuestro territorio atacado o invadido será defendido.

Al proseguir la invasión, el Presidente de México expidió una proclama el 24 de abril, en que dice:

La bandera de las barras y las estrellas flota en la orilla izquierda del Río Bravo del Norte, frente a la ciudad de Matamoros, después de que sus barcos de guerra se han apoderado del río. La población de Laredo fue sorprendida por sus fuerzas y un pelotón nuestro fue desarmado. Así que las hostilidades han sido iniciadas por los Estados Unidos de América, para lograr nuevas conquistas en nuestros territorios dentro de los límites de Tamaulipas y Nuevo León. Yo no tengo el derecho de declarar la guerra. Toca al augusto Congreso de la nación tan pronto como se reúna, tomar en cuenta todas las consecuencias del conflicto en que nos vemos envueltos. Pero si durante este intervalo los Estados Unidos atacan sin aviso previo nuestras costas de la frontera texana, entonces será necesario repeler la fuerza con la fuerza, y una vez emprendida la lucha por los invasores, haremos caer sobre ellos la inmensa responsabilidad de haber alterado la paz del mundo.

Se observará que no se cita para nada la anexión de Texas como prueba de la existencia de un estado de guerra, sino nada más la invasión del Río Grande y los actos del general Taylor relacionados con esta invasión.

El general Taylor no perdió tiempo en proseguir la guerra con toda energía sin esperar nuevas órdenes.

El 17 de mayo, nada más cuatro días después de que el Congreso hubo declarado que existía un estado de guerra por obra de actos de México, y antes, claro está, de que recibiera aviso de que el estado de guerra iniciado por él acababa de ser reconocido por un Gobierno o por otro, el general Arista solicitó del general Taylor una tregua de seis semanas, e invocó en su apoyo su deseo de comunicarse con su Gobierno. Sólo que el general Taylor conocía demasiado bien los designios de su propio Gobierno para aceptar una proposición que si estaba muy de acuerdo con los dictados del humanitarismo y aun podría conducir el restablecimiento de la paz, ne se ajustaba a aquellos designios. Por esta razón rechazó la proposición de un armisticio y al día siguiente cruzó el río y se apoderó de la ciudad de Matamoros (7).

En la fiera lucha de las facciones contendientes, la terrible responsabilidad de haber iniciado una guerra ofensiva e inútil se imputará a estos o aquellos; pero el castigo que corresponde a un crimen tan grande, será impuesto por un Tribunal que ve en lo interior de todos los corazones y para el cual no hay secretos.



Notas

(1) He aquí lo que decía The Union del 11 de septiembre de 1845, periódico oficial de la Administración, en que se ve que el editor comprendía muy bien los designios de sus jefes: Si Arista (general mexicano, jefe de la guarnición de Matamoros) se atreve a realizar sus audaces amenazas, si cruza el Río Grande con refuerzos para cualquier pequeña guarnición que los mexicanos tengan en el lado Este del Río, entonces el general Taylor tratará de impedirlo, se derramará sangre, la guerra habrá empezado.

(2) La correspondencia y otros papeleo de Taylor pueden verse en los Documentos del Senado. 29a. Legislatura, 1a. Sesión.

(3) Durante el desarrollo de esta invasión y mientras el ejército se hallaba frente a Matamoros, llegaron a los periódicos de los Estados Unidos algunas cartas escritas por los oficiales del ejército invasor. De mucho nos servirá leer unos cuantos extractos de esas cartas.

Al Oeste del Río Nueces la gente toda es española. El país es inhabitable excepto en el valle del Río Grande, donde la población e3 bastante numerosa, y en ninguna parte del país es el pueblo más leal y adicto al Gobierno mexicano.

Campo frontero a Matamoros, 19 de abril de 1846. Nuestra situación aquí es en realidad extraordinaria. En mitad del país enemigo y ocupando de hecho sus milpas y algodonales, la gente abandona sus campos y sus hogares y nosotros, apenas un puñado de hombres marchamos con banderas desplegadas y batiendo los tambores bajo los cañones mismos de una de sus principales ciudades, desplegando la bandera de las barras y las estrellas como en un reto a esa gente, al alcance de su mano, y ellos, con un ejército dos veces cuando menos más grande que el nuestro, permanecen sentados quietamente sin oponer la menor resistencia, sin el menor impulso por rechazar a los invasores. No se conoce nada parecido.

El capitán Henry, que escribió esta carta, parece no darse cuenta de que se halla en los Estados Unidos, y que la gente de esta comarca es toda ella compatriotas suyos.

Otro oficial escribe el 21 de abril: Nuestra bandera ondea sobre las aguas del Río Grande y tenemos una batería de 18 pulgadas que puede dar en cualquier blanco de Matamoros. Para comprender esta última operación debe recordarse que la ciudad se halla en la orilla de un rio y el fuerte americano en la otra orilla.

El capitán Henry, del ejército de los Estados Unidos, en su obra Bosquejos de los combates en la gerra con México, dice que la víspera del día en que el ejército llegó a un punto del río opuesto a la población de Matamoros, éché a andar hacia la ribera y la encontré llena de ciudadanos (en el lado opuesto) a los que sin duda atrae la llegada. de gentes extranjeras. Caminando por allí y habiéndome dado cuenta de que había algunas muchachas jóvenes y bonitas en la orilla del río, me quité el sombrero y las saludé con estas palabras Buenas, señoritas. El río en ese lugar era tan angosto, que bien hubiera yo podido arrojar una piedra de un lado al otro. (Pág. 68).

(4) Carta al Secretario de Guerra, del 23 de abril de 1846.

(5) Véase el periódico New Orzeans Picayune, del 2 de mayo de 1846.

(6) Cerca de un año después del principio de la guerra, el informe oficial de Thornton sobre este asunto se hizo público. Difiere en algunos detalles del relato que hicieron los periódicos, pero admite el hecho de que el oficial americano se lanzó al asalto, sólo que invoca en su favor la defensa propia. El ataque se inició antes de que los mexicanos dispararan el primer tiro.

(7) El general Taylor, en su informe a la Secretaria de Guerra respecto a su negativa dada al general Arista, informa que contestó a este general mexicano: Estoy recibiendo ahora grandes refuerzos y no podría suspender operaciones que yo ni inicié ni provoqué; que la posesión de Matamoros era una condición sine qua non de cualquier arreglo. Es de suponerse que el general Taylor reconciliaba esta declaración extraordinaria con su conciencia, basándose en el principio de que qui facit per alium, facit per se, y que él no era sino un simple instrumento, por lo cual la guerra no la iniciaba ni la provocaba él, sino el Presidente de su país.

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