Índice de Causas y consecuencias de la guerra de 1847 entre Estados Unidos y México de William JayCAPÍTULO XIICAPÍTULO XIVBiblioteca Virtual Antorcha

CAUSAS Y CONSECUENCIAS DE LA GUERRA DE 1847
ENTRE ESTADOS UNIDOS Y MÉXICO

William Jay

CAPÍTULO XIII

Negociación y rechazo de un Tratado de Anexión con Texas


El tratado concluido con la Gran Bretaña en 1842, al eliminar todo temor de un choque con esa potencia respecto a la frontera noreste de los Estados Unidos, dió un nuevo impulso a los partidarios de la anexión de Texas. Se había previsto que una guerra con Inglaterra, al desviar hacia ese fin las fuerzas de los Estados Unidos y proporcionar a México un aliado poderoso, podría capacitar a este último país para apQderarse nuevamente de Texas; pero una vez pasado este peligro, los señores Tyler y Upshur determinaron que no se demorara más el movimiento anexionista. Más aún, Texas había sido ya reconocido como país independiente por Francia y por Inglaterra. Con este último país había hecho Texas un tratado para la supresión del comercio de esclavos, con lo cual, nominalmente, había Texas concedido lo que los Estados Unidos se habían opuesto a conceder con toda firmeza. Este tratado en sí era ya demasiado alarmante para los esclavistas, quienes se pusieron temerosos de que si Texas quedaba abandonada a su suerte pudiera llegar un momento en que se aboliese realmente la esclavitud dentro de sus fronteras por obra de la emigración que recibiría del exterior y parece que de este temor participaban también algunos de los directores mismos de la vida pública texana.

El general Lamar, que desde hacía poco actuaba como Presidente de la República, dirigió a la sazón una carta a sus amigos de Georgia advirtiéndoles que, a menos que se efectuara la anexión, el partido antiesclavista de Texas adquiriría tal predominio, que no sólo se aboliría quizás la esclavitud por disposición constitucional, sino que hasta se cambiaría totalmente el carácter de la Constitución misma.

Por ahora el partido antiesclavista -agregaba- constituye sólo una minoría; pero sería en extremo peligroso en estos momentos agitar con demasiada violencia esta cuestion, porque la mayoría de los ciudadanos de Texas no son propietarios de esclavos. Si se permite que Texas permanezca aislada, hay muchas probabilidades de que se abandone la esclavitud en este país. Los negros son todavía unos cuantos nada más y podrían emanciparse en Texas sin causar el menor inconveniente, y hasta podrían seguir siendo utilizados provechosamente como jornaleros.

Después la carta del general Lamar expresa que, por cuanto a los Estados surianos, la anexión daría estabilidad y seguridad a sus instituciones domésticas, y por lo tanto salvaría a la región Sur para siempre de las calamidades sin paralelo de la abolición.

La idea misma de la libertad de Texas despertaba en los esclavistas el afán de desarrollar nuevos y más decididos esfuerzos por la anexión inmediata. Eran ya de tal manera inequívocas las indicaciones de que todo el Sur estaba resuelto a este respecto y que no transigiría con la idea de esperar más, que cuando terminaron las sesiones del Congreso en marzo de 1843, el diputado John Quincy Adams y otros doce de sus miembros, publicaron un manifiesto al pueblo de los Estados Unidos previniéndolo de las maquinaciones de la Administración pública tendientes a conseguir la expansión de los territorios esclavistas, para lo cual pretendían anexar Texas a la Unión americana.

Los firmantes del escrito señalaban las flagrantes violaciones que se estaban perpetrando de nuestra neutralidad hacia México, y a la vez apelaban a los Estados libres para que renovaran e intensificaran su actividad tendiente a impedir la calamidad que amenazaba al país.

Algunos acontecimientos posteriores confirmaron sin tardanza los augurios contenidos en aquel manifiesto, con una sola excepción. El manifiesto declaraba que la anexión de Texas sería una medida violatoria en tal manera de la Constitución y con fines tan odiosos y faltos de escrúpulos, que no sólo daría como resultado inevitable que se disolviese la Unión, sino que justificaría plenamente este hecho. Hasta qué punto esta predicción fue hecha con un espíritu de profecía, es algo que todavía queda por determinar.

Mr. Upshur, cuyas simpatías por Texas estaban, como lo hemos visto ya, relacionadas estrechamente con el precio a que se cotizaban los negros de Virginia, fue nombrado por Mr. Tyler para ocupar la Secretaría de Estado y, aprovechándose de las facilidades que le proporcionaba su nuevo puesto, emprendió con vigor la tarea de abrir otro mercado de esclavos más amplio todavía.

El 13 de septiembre de 1843, informó a Mr. Thompson de las intenciones del Gobierno de protestar muy formalmente ante México, a menos que este país hiciera la paz con Texas o demostrara estar dispuesto y capacitado para proseguir la guerra con fuerzas respetables.

Es indudable que esta medida no tenía otro objeto que contribuir a provocar un encuentro. La idea de presentarnos como ofendidos por México porque tardaba demasiado en matar a nuestros amigos y hermanos de Texas, es algo tan ridículo, que no podía ciertamente invocarse muy en serio, ni siquiera por la administración de Mr. Tyler.

En carta escrita por Upshur unos días antes a Mr. Murphy, nuestro agente en Texas, se pone de manifiesto la verdadera razón por la cual el Gabinete había concebido el propósito de forzar a México, amedrentándolo, a que hiciera la paz con Texas.

El 8 de septiembre decía Upshur a Murphy que había el rumor de que se estaba fraguando un plan en Inglaterra por el cual se proporcionaría al Gobierno de Texas el suficiente dinero para abolir la esclavitud, mediante el pago de una indemnización a los dueños de esclavos, en forma tal, que los capitalistas ingleses recibirían en cambio tierras situadas en el territorio texano.

Semejante propósito -afirmaba el Secretario, preocupado siempre por la cuestión del mercado de esclavos de Virginia que él había concebido- tratándose de una nación vecina cualquiera, forzosamente tendría que ser visto por este Gobierno con muy honda preocupación; pero cuando se trata de un país cuyo territorio linda con los Estados esclavistas de nuestra Union, natural es que despierte todavía un interés mayor. No puede permitirse que prevalezca tal designio sin que hagamos los más heroicos esfuerzos por impedir semejante calamidad, muy seria sin duda para todo el territorio de nuestro país. Pocas calamidades podrían ocurrir a nuestra patria más deplorables, que el establecimiento de una influencia predominante británica y la abolición de la esclavitud doméstica en Texas (1).

La correspondencia entre Upshur y Murphy es una de las más humillantes para todo americano que respete la verdad, por encima de cualquier otro hecho que pueda manchar los anales de su país.

Hasta donde el asunto interesa a este Gobierno -escribe Upshur el 22 de septiembre de 1843-, tenemos el deseo de correr en ayuda de Texas en la forma más pronta y efectiva. Que contemos con el apoyo del pueblo -lamento decirlo-, me parece dudoso. No hay razón para temer que surjan diferencias de opinion entre los habitantes de los Estados esclavistas.

En su respuesta del 24 de septiembre de 1843, Murphy se toma la libertad de ofrecer al Secretario de Estado un consejo muy atrevido:

No diga usted nada acerca de la abolición de la esclavitud; y después, en otra carta insiste: No ofenda usted a nuestros fanáticos compatriotas del Norte. Hable mejor de la libertad civil y política y religiosa. Este será sin duda el lema menos peligroso que pueda ofrecerse al mundo en este caso. En otras palabras: preséntese usted ante la humanidad con una mentira en la boca sobre los derechos y la libertad de Texas, aunque este país sea ya tan libre como lo somos nosotros, y oculte a los habitantes de la parte Norte de los Estados Unidos el hecho de que nuestro propósito único es extender y perpetuar la esclavitud de los negros.

Este consejo fue seguido en parte y la exhortación de extendamos los dominios de la libertad, fue el grito de guerra de los esclavistas y de sus aliados del Norte. Pero la boca habla de la abundancia del corazón y poco tiempo bastó para que todo disfraz se hiciese a un lado y surgiera audaz y desvergonzado el verdadero fin que se perseguía, tanto por el Gobierno como por las legislaturas de los Estados del Sur y por la gente reunida en asambleas populares. El cuento de la contribución pecuniaria que se decía pensaba dar Inglaterra en apoyo de la causa de la libertad humana en Texas, por desdicha carecía de fundamento; esta falsedad, como otras muchas relacionadas con la intervención de Inglaterra en el movimiento antiesclavista, no tenía otro propósito que apresurar la anexión.

El 17 de octubre, Upshur propuso al agente texano que se negociara un tratado de anexión. El Ministro mexicano en Wáshington, al darse cuenta de las intrigas del Gabinete, hizo saber que si Texas era aceptado como miembro de la Unión, pediría sus pasaportes. Entonces Mr. Upshur contestó en un tono insultante, negándose a dar cualquier explicación y mofándose de la amenaza de hostilidad por parte de México. Al mismo tiempo, habiendo demostrado los texanos menos interés en negociar el propuesto tratado de lo que Upshur se imaginaba, este funcionario se alarmó un tanto y pensó que convenía entonces lanzar también amenazas a la libre e independiente República de Texas. Así que escribió a Murphy el 16 de enero de 1844, claro está que con el fin de que la noticia llegara a los directores de la vida pública texana, que en caso de que se declinara la anexión, en vez de que seamos, como debiéramos serlo, los mejores amigos, es inevitable que pasemos a ser los enemigos más enconados; y le advertía que sin la anexión, Texas no podrá mantener esa institución (la esclavitud) ni por diez años más, quizás ni por la mitad siquiera de este tiempo.

Para eliminar toda duda respecto a que si Texas consentía en firmar un tratado de anexión podría verse en el caso embarazoso de que se rechazara el tratado, porque no hubiese en el Senado de los Estados Unidos la mayoría constitucional necesaria (de las dos tercias partes de ese cuerpo legislativo) en favor del convenio, Upshur se aventuró a hacer, en su desesperación, las extraordinarias afirmaciones siguientes:

Se han efectuado todas las averiguaciones posibles para saber a ciencia cierta los juicios y opiniones de los senadores sobre este asunto, y se ha puesto en claro que una gran mayoría formada por dos tercias partes del Senado, está en favor de tal medida.

El hecho de que ese mismo Senado cuyos votos proclamaba Mr. Upshur que habían sido obieto de una encuesta, rechazara el tratado por una mayoría de más de las dos terceras partes de sus miembros, justifica una sospecha penosa respecto a la veracidad personal del Secretario de Estado americano; tanto más cuanto que ninguna explicación se dió al público respecto a la maravillosa discrepancia registrada entre el recuento privado que afirmaba haber hecho el jefe del Gabinete y el voto efectivamente emitido por los senadores.

La Gran Bretaña consideró conveniente reprobar las maquinaciones que los partidarios de la anexión de Texas habían considerado oportuno atribuirle.

El 8 de abril nuestro Gobierno fue informado oficialmente de que era del dominio público en todo el mundo que la Gran Bretaña deseaba la abolición de la esclavitud dondequiera que existiese, pero que no intervendría de modo indebido para realizar ese ideal; que no tenía el propósito de ejercer dominio sobre Texas, y que al luchar en favor de la libertad humana, el Gobierno inglés no recurriría ni abiertamente ni en secreto a medidas que pudieran alterar la paz o afectar en modo alguno la prosperidad de la Unión americana.

Esta afirmación tan franca y honorable, tan propia de un pueblo libre y cristiano, quizás apresuró la conclusión del tratado, ya que eliminó una de las ficticias razones que se alegaban para demostrar que fuese necesario. Cuatro días después de recibido el documento británico, Mr. Calhoun, como Secretario de Estado, puesto para el cual había sido nombrado al morir Mr. Upshur, tuvo la satisfacción de firmar un tratado con Texas, por el cual ese Estado se anexaba a la Unión norteamericana.

En su júbilo orgulloso por tan señalado triunfo para la causa de la servidumbre humana, Mr. Calhoun contestó el 8 de abril de 1844 la comunicación del Ministro inglés. Declaró que el Presidente veía con grave preocupación el deseo declarado por la Gran Bretaña de abolir la esclavitud; que en opinión suya, Texas misma no podría tolerar el que se realizara ese deseo, y por lo tanto es un deber imperioso del Gobierno federal, como representante y protector común de los Estados de la Unión, adoptar, en defensa propia, los medios más eficaces de resistencia; y que, en cumplimiento de este deber, se había hecho el tratado de anexión.

Y este paso -afirmaba el Secretario de Estado- se dio como la manera más eficaz, si no la única, de protegerse contra un peligro inminente.

Al día siguiente el propio funcionario dirigía una carta al agente americano en México anunciándole la firma del tratado, un paso que -según él- fue impuesto al Gobierno de los Estados Unidos en defensa propia, como resultado de la política adoptada por la Gran Bretaña en cuanto a la abolición de la esclavitud en Texas.

La mendacidad atrevida de esta declaración, es tanto más notable cuanto que el lenguaje de Mr. Calhoun proporciona en sí mismo el testimonio mejor de su propia falsedad. Quienes leen estas páginas poseen ya pruebas abundantes de que la anexión de Texas reconoció otros móviles muy diferentes de la defensa propia contra la política antiesclavista de la Gran Bretaña, según se había manifestado en aquella República (la de Texas).

Ya desde el 27 de mayo de 1836, a raíz de haber empezado a circular los rumores sobre la batalla de San Jacinto, y aun antes de que se recibieran detalles oficiales de la victoria en la ciudad de Wáshington, en tanto que la Gran Bretaña desconocía por completo la existencia de Texas como República independiente, Mr. Calhoun, desde su curul en el Senado, había propuesto el reconocimiento de la independencia de Texas y su admisión inmediata como Estado de la Unión. En su discurso sobre el particular Calhoun declaró:

Habría razones muy poderosas para que Texas se convirtiese en parte de nuestra República. Los Estados surianos, debido a su población de esclavos, han estado interesados profundamente en impedir que ese país sea gobernado en forma que los perjudique (2).

Una provincia rebelada se hallaba en estado de guerra con el país al que pertenecía, y cuando no eran enterrados aún los que habían perecido en la última batalla, este campeón de la esclavitud se proponía realizar la incorporación inmediata de esa provincia a los Estados Unidos para provecho de los esclavistas, sin parar mientes en lo malvado de su conducta, pisoteando sus deberes de neutralidad y sin hacer caso de las consecuencias calamitosas de una guerra que tal medida inevitablemente acarrearía a su país.

Pero no basta que las declaraciones de Mr. Calhoun estuviesen falseadas por él mismo. Invocamos un testimonio mucho más competente y casi tan creíble como el suyo. El general Houston puede muy bien ser llamado el padre de la República de Texas, puesto que comandó su ejército en los campos de San Jacinto y después presidió sus consejos como jefe del Ejecutivo. El tratado con Inglaterra fue negociado bajo su dirección y conoció por fuerza íntimamente las relaciones exteriores de Texas. Más aún, fue escogido por ese Estado para representarlo en el Senado de los Estados Unidos. Pues bien, el 19 de febrero de 1847, declaró desde su curul que Inglaterra jamás propuso que se aboliera la esclavitud en Texas; Inglaterra nunca propuso a Texas que hiciera algo que de haberse aceptado desacreditaría a Texas a los ojos de los patriotas más puros que hayan jamás existido. El capitán Elliot (Ministro británico en Texas) no pedía otra cosa más que relaciones comerciales entre su país y la nueva República y un intercambio de los productos de sus fábricas de tejidos por los materiales que produjese el Sur (3).

Quede así desmentida la afirmación monstruosa de que el tratado de anexión de Texas a los Estados Unidos fue impuesto al Gobierno americano en defensa propia, como consecuencia ineludible de la política adoptada por la Gran Bretaña en cuanto a la abolición de la esclavitud en Texas.

El tratado a que se hace referencia fue propuesto al Senado el 22 de abril de 1844 y rechazado por ese cuerpo legislativo por 35 votos contra 16, en tanto que Mr. Upshur había jurado al Gobierno de Texas que las dos terceras partes del Senado lo aprobarían.

Por ningún motivo pudo ese tratado haber recibido el consentimiento de dos terceras partes del Senado, pero la magnitud del voto en contra se debía a causas muy diferentes de la hostilidad que pudiera haber para la idea anexionista.

Ocurrió que Mr. Tyler era el Presidente más impopular que jamás haya ocupado la silla del Ejecutivo. Carecía de influencia personal o política y su período en el Poder estaba a punto de terminar, tan proximo a ello, que no contaba ya con fuerza alguna para conseguir votos en el Senado. Se hizo patente que el convenio no podría ser ratificado así votaran por él todos los amigos de la anexión; y por esto muchos de esos partidarios, tomando en cuenta sólo su filiación política y sus prejuicios, engrosaron la mayoría adversa al tratado y frustraron las aspiraciones de Mr. Calhoun.

Aproximábase ya la elección presidencial y los surianos que se oponían a ese funcionario estaban contentos de disminuir con sus votos negativos la influencia que pudiera darle su empeño en favor de la causa de Texas según sus propios cálculos. Aunque participaban de su entusiasmo por adquirir a Texas, se negaron a votar por un tratado tan abundante en aspectos inadmisibles como el que había hecho Mr. Calhoun, si bien en caso de que la ratificación de ese convenio hubiese dependido de ellos, poca duda cabe de que sus votos hubieran sido muy diferentes de lo que fueron.



Notas

(1) Ex. Doc. 1a. Sesión, XXVIII Legislatura. N° 271.

(2) Cong. Globe. XXIX Legislatura, 2a. Sesión, Pág. 495.

(3) Cong. Globe, XXIX Legislatura, 2a. Sesión, página 459.

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