Índice de Causas y consecuencias de la guerra de 1847 entre Estados Unidos y México de William JayCAPÍTULO XICAPÍTULO XIIIBiblioteca Virtual Antorcha

CAUSAS Y CONSECUENCIAS DE LA GUERRA DE 1847
ENTRE ESTADOS UNIDOS Y MÉXICO

William Jay

CAPÍTULO XII

Captura y rendición de Monterrey, en California, por el Comodoro Jones


Al ser nombrado Mr. Thompson Ministro en México, se intentó en la Cámara de diputados o representantes frustrar su misión por medio de una iniciativa de ley que tendía a suprimir del presupuesto de gastos del Gobierno la partida referente a sus emolumentos. Al oponerse a esta iniciativa, Mr. Wise, de Virginia, sostén de la Administración en el Congreso, produjo el 14 de abril de 1842 un discurso típico, del que presentamos el siguiente extracto:

Texas tiene una población muy escasa y carece de hombres y de dinero propios para organizar y armar debidamente un ejército para su defensa; pero que enarbole el estandarte de la conquista extranjera; que proclame un estado de lucha contra los ricos territorios que se extienden hacia el Sur, y en un momento se verá que una multitud de voluntarios acuden a enlistarse bajo sus banderas, procedentes de todos los Estados en el gran valle del Misisipi, hombres de empresa, recios en el trabajo, a los que las tropas mexicanas no podrán resistir ni una hora siquiera. Todos esos hombres abandonarían sus poblaciones, se armarían por cuenta propia y emprenderían la marcha por millares, para plantar el pabellón de la estrella solitaria de Texas en la misma capital de México. Esos hombres arrojarían a Santa Anna hacia el Sur, y la riqueza enorme de las poblaciones que capturaran y el botín tomado de las iglesias y del clero perezoso, vicioso y sibarítico, pronto capacitarían a Texas para pagar sus tropas, cancelar su deuda y llevar sus ejércitos victoriosos hasta las orillas mismas del Pacífico.

¿Y acaso no significaría esto la expansión de la esclavitud? Sí, el resultado sería que, antes de otro cuarto de siglo, la esclavitud no se detendría por nada hasta llegar al Océano Pacífico.

Hablar de impedir a la gente del gran valle que emigre para unirse a los ejércitos de Texas, fuera cosa vana. Ya otra vez se habían lanzado a esa aventura. Fueron ellos quienes derrotaron a Santa Anna en San Jacinto, y las tres cuartas partes de ellos, después de lograr la victoria en el campo de batalla gloriosamente, retornaron pacíficamente a sus hogares. Pero una vez que se les propusiese la conquista de las ricas provincias mexicanas, contenerlos sería más difícil que tratar de detener el viento. Una vez emprendida la hazaña, él (Mr. Wise) no creía que el Congreso pudiera contenerlo a él por mucho tiempo.

Dadme cinco millones de dólares y yo me encargaré de lo demás. Aunque yo no sé cómo colocar un solo escuadrón en el campo de batalla. ya encontraría hombres que lo hicieran, y con cinco millones de dólares para comenzar, ya me haré yo cargo de pagar a cada reclamante americano todo el monto de su reclamación, y aun con intereses, sí, ¡cuatro tantos más! Yo colocaría a California donde la Gran Bretaña, con todo su poder, no sería capaz nunca de poner la mano en ella. La esclavitud debe extenderse más allá de las fronteras, sin límite ninguno, sin detenerse hasta llegar al mar del sur. No debieran los comanches tener en su poder por más tiempo las minas más ricas de México. y toda imagen religiosa de oro que haya sido profanada con el culto falso en los templos de México debería ser fundida inmediatamente, no para convertirse en pesos españoles, sino en buenas águilas norteamericanas. Sí, habría entonces una corriente monetaria muy caudalosa hacia los Estados Unidos, como ningún tesorero de la nación podría jamás poner en circulación en el país. Yo haría que cruzaran el río del Norte corrientes de oro tan abundantes como las mulas de México pudieran transportar; y más aún, haría mejor uso de ese dinero que todos los sacerdotes perezosos y fanáticos que haya bajo el cielo. Yo no combato la religión particular de esos curas; pero digo que cualquier clero Que ha acumulado y atesorado tamañas riquezas, debería ser obligado a devolverlas, y de mucho servirá a la especie humana el que todos esos bienes Se esparzan por doquier y vayan a dar a quienes puedan favorecerse con ellos. Texas había declarado el bloqueo de toda la costa de México, y aunque no contaba con una flota suficiente para sostenerlo, habría podido realizarlo con sólo abrirse paso hacia la capital de México. Nada podría hacer toda la fuerza ostentosa de Inglaterra para contener a la caballería del Oeste, antes de que plantara la bandera de Texas sobre los muros de la ciudad de Moctezuma. Nada podría impedir que estos vagabundos de botas fuertes se lanzaran como un alud a arrojar a puntapiés a los sacerdotes españoles de los templos que han profanado. La guerra es una maldición, pero tiene también sus bendiciones. El que habla votaría en favor de la misión propuesta, como medio de conservar la paz; pero si tal misión ha de conducir a la guerra, entonces el que habla votará en su favor todavía con mayor gusto.

El autor de este discurso estaba por supuesto admirablemente capacitado para desempeñar la misión diplomática en México; pero como ya ese puesto estaba cubierto, el Presidente (Tyler) le manifestó su reconocimiento nombrándolo Ministro en Francia. El Senado, que era republicano, vaciló ante la idea de mandar a Mr. Wise a representar en Europa la moralidad y el refinamiento estadounidenses, pero consintió en que desempeñara ese cargo en el Brasil. Entre la vulgaridad y la falta de escrúpulos de su discurso, mucho hay que merece atención porque indica las opiniones y los planes de lQs esclavistas. Hemos visto ya qué dorados sueños de saqueo provocaba en la imaginación de ellos la idea de una guerra con México. Hemos visto también cómo soñaban con someter ilimitadas regiones a la servidumbre, a la esclavitud, y cómo, con muy poco gasto y peligro, esos caballeros confiaban en obtener, una cosecha de oro, tanto de las minas, como de los templos de México.

Mr. Wise era el Presidente de la Comisión Naval del Congreso y contaba con toda la confianza de la Administración, y por ello su referencia a California tuvo una significación muy peculiar y bosquejaba sucesos próximos. La anexión de Texas era el objeto inmediato de los esclavistas; pero California se alzaba ante su codicia en el horizonte, y muchos ojos llenos de avidez se fijaban en aquel territorio con la idea de llevar la esclavitud hasta el Océano Pacífico.

Mr. Upshur, el ciudadano de Virginia que en 1829 quería que la adquisición de Texas sirviera para subir el precio de los esclavos y que ahora era Secretario de la Marina, en su informe del 4 de diciembre de 1841 anunció al Congreso que en la Alta California hay un gran número de colonias de americanos; y, muchos otros estadounidenses se están trasladando cada día a esos territorios fértiles y deliciosos. Pero es tal la situación caótica de todo ese país, que los colonos de que se habla no pueden sentirse tranquilos y seguros en sus personas y en sus bienes si no cuentan cón la protección de nuestra fuerza naval.

También declaró Upshur que:

Es altamente deseable que el Golfo de California sea explorado minuciosamente, y este deber bastará para dar empleo por mucho tiempo a uno o dos barcos del tipo pequeño.

Así se presentaba una excelente ocasión para obligar a México a entrar en guerra y para arrebatarle el territorio de California. Nuestros barcos de guerra estarían recorriendo continuamente la costa y sus oficiales levantarían planos de los puertos e intervendrían en toda disputa que surgiese entre las autoridades mexicanas y los americanos aventureros e intrusos.

Pocos días después de haberse rendido este informe, el comodoro Jones, también de Virginia, recibió órdenes de trasladarse con un escuadrón al Pacífico. Se le dieron instrucciones especialmente de dedicar uno o dos barcos a recorrer de vez en cuando o constantemente la costa e internarse en el Golfo de California. Sus oficiales dedicarían especial atención a examinar las bahías y puertos que visitaran y asentar correctamente sus posiciones geográficas. La conquista subsiguiente de California testifica la previsión de los señores Tyler y Upshur. No hay por qué suponer que se hubiera permitido al comodoro Jones que partiera sin enterarse bien antes de los deseos y las esperanzas de sus jefes.

Muy bien ha de haber entendido él sin duda, aunque no recibiera instrucciones formales sobre el particular, que su deber era aprovechar toda ocasión que se le presentase para meter mano en California.

En mayo de 1842, el Secretario de Relaciones de México envió una circular al Cuerpo Diplomático declarando que el Gobierno mexicano protestaba contra la ayuda proporcionada a los texanos por ciudadanos de los Estados Unidos con la tolerancia de su propio Gobierno. Al mismo tiempo el funcionario de México dirigió una carta a Mr. Webster, Secretario americano de Estado, protestando formalmente contra el hecho de que el Gobierno federal americano permitiese la violación perpetrada por sus ciudadanos de los deberes que la nutralidad impone, al ayudar abiertamente a los insurgentes de Texas. Estos dos documentos aparecieron en un periódico mexicano que cayó en manos del comodoro Jones en Callao junto con un periódico de Boston en que aparecía, como procedente de un periódico de Nueva Orleans, una de esas mentiras tan comunes respecto a una intervención inglesa, fábula que habían urdido durante muchos años los partidarios de la anexión en apoyo de su movimiento.

La mentira que ahora llamaba la atención del comodoro, era que México había cedido la California a la Gran Bretaña a cambio de siete millones de dólares.

Sucedió que tres buques de guerra británicos se encontraban en ese momento en el Pacífico y el comodoro vIgilante no sabía en qué negocios andaban ni adónde se dirigían. Los documentos mexicanos lo indujeron a suponer que la guerra había sido declarada entre los Estados Unidos y México, y el rumor originado por el periódico de Nueva Orleans le hizo pensar también que la Gran Bretaña había comprado la Alta California; y como no se había informado del lugar adonde Se dirigían los tres barcos británicos que estaban en el puerto del Callao, supuso que irían a tomar posesión del territorio que creía recientemente comprado por Inglaterra.

Por lo tanto, salió del Callao el 7 de septiembre de 1842 y a toda vela se dirigió hacia la costa de México (California). Al día siguiente llamó a consejo a todos sus oficiales, les mostró los documentos a que hemos hecho referencia y les dijo que a juicio suyo el escuadrón británico se dirigía hacia Panamá. donde será reforzado con tropas, etc., de las Indias occidentales (!) destinadas a la ocupación de California.

En tales circunstancias, el comodoro Jones pedía el consejo de sus tres capitanes respecto al empleo de la pequeña fuerza naval (tres barcos) que está a mi disposición, con el fin de favorecer de la mejor manera posible los intereses y el honor de nuestro país, que se ven de pronto en peligro. Los tres marinos habilitados de estadistas se reunieron en el camarote de la fragata estadounidense, con la misión que el comodoro les confiaba de resolver sobre una muy ardua cuestión de paz y de guerra, y esos marinos decidieron que el escuadrón, que ya navegaba a toda vela hacia California, siguiera su ruta, y anunciaron además, como resultado de sus deliberaciones, que en caso de guerra entre los Estados Unidos y México, sería el deber ineludible de esos oficiales apoderarse de California, y que ellos considerarían la ocupación militar de las Californias por cualquier potencia europea, pero particularmente por nuestra gran rival en asuntos de comercio, Inglaterra, sobre todo en los actuales momentos, como una medida tan hostil a los intereses verdaderos de Estados Unidos, que justificaría y aún haría obligatorio para ellos el hacer a un lado los designios del Almirante Thomas, si era posible, y colocar la bandera de los Estados Unidos en lugar de la bandera mexicana en Monterrey, San Francisco y en otros puntos defensibles dentro del territorio que se decía haber sido recientemente enajenado, a virtud de un tratado secreto, a la Gran Bretaña.

Estos intérpretes navales del Derecho internacional consideraban de seguro que si una potencia europea ponía en duda el derecho de Estados Unidos a comprar territorio en cualquiera de las cuatro partes del mundo, infería una ofensa a la soberanía de su país; pero ellos en cambio, con toda tranquilidad, resolvían, sin consultar a su propio Gobierno, despojar a Inglaterra de un territorio que imaginaban que había adquirido por medio de un tratado, aunque bien sabían que con ese despojo harían que su país entrase en guerra con su rival grande y poderoso en asuntos cómerciales.

Los tres oficiales de la marina gue constituyeron el consejo, así como el comodoro y el Secretario de la Marina bajo el cual actuaban, eran oriundos de Estados esclavistas.

El 19 de octubre, el comodoro entró en el puerto de Monterrey. Ante sus ojos apareció la bandera mexicana, no la inglesa, y claro está que obtuvo una fácil conquista. Desembarcó a sus hombres y, sin oposición ninguna, se apoderó del fuerte y enarboló allí el pabellón de las barras y las estrellas. El precavido comodoro llevaba consigo, para edificación de los californios a quienes trataba de transformar súbitamente en ciudadanos americanos, proclamas impresas en el idioma español, que sin pérdida de tiempo se distribuyeron entre todos los habitantes.

Estas barras y estrellas -decía la proclama-, emblema infalible de la libertad civil, de la libertad de conciencia, del derecho constitucional y de la seguridad legal de adorar a la Divinidad en la forma más acorde con la idea que cada uno tenga de sus deberes para con el Creador, flota ya triunfante ante vosotros, y de aquí para siempre os dará protección y seguridad, a vosotros y a vuestros hijos y a miles y miles de nuevas generaciones.

De todo este fárrago traducimos claramente que el objeto de la expedición no había sido otro que la anexión inmediata y permanente de California. No aparece en esta magnífica proclama dónde se le preparó y se le imprimió. Es de presumirse que no figuran en el equipo ordinario de los barcos de guerra talleres de imprenta, y de esto debe deducirse que el tal manifiesto se imprimió en Wáshington o en el Callao, puerto desde el cual el comodoro se dirigió a Monterrey. En todo caso, no parece sino que la conquista de California se resolvió deliberadamente antes de que el comodoro reuniera a sus oficiales para contar con su consejo en la empresa que había ya iniciado.

El 13 de septiembre, seis días después de su salida del Callao y mientras se hallaba en ruta hacia Monterrey, escribió a Mr. Upshur:

En todo lo que yo pueda hacer (respecto a California), me limitaré estrictamente a realizar lo que supongo que serían sus opiniones y sus órdenes si tuviese usted medios de comunicármelas.

Los bien conocidos sentimientos de Mr. Upshur y el carácter del partido esclavista exaltado a que él pertenecía, no dejan duda respecto a que el comodoro conocía muy bien sus deseos.

El día posterior al reparto hecho por Jones de sus proclamas llenas de excelentes promesas, descubrió que en vez de estar robando a la Gran Bretaña un territorio que ya hubiese comprado, se había adueñado de un territorio perteneciente a la vecina República, con la que todavía estaba en paz su propio país. El emblema infalible de la libertad civil etc., etc., fue arriado y se dió una excusa al comandante mexicano. Al día siguiente, el comodoro, abandonando sus planes de convertir a los californios en ciudadanos de Estados Unidos, volvió a su ocupación menos gloriosa pero más inocente de explorar la costa y las bahías de California en preparación de otra conquista menos transitoria.

El Gobierno de Wáshington estaba, por supuesto, obligado a desaprobar el acto de Jones, pero en vano exigió México que se le castigara. Se dijo a México que Jones no había tratado de cometer ninguna ofensa a la dignidad del Gobierno de México ni un atropello contra sus ciudadanos.

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