Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Trigésimo tercero. El suicidio del Capitán Enriquez Capítulo trigésimo quinto. Ordenes comunicadas a las tropas lealesBiblioteca Virtual Antorcha

LA ASONADA MILITAR DE 1913
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano

General Juan Manuel Torrea

CAPÍTULO TRIGÉSIMO CUARTO
LOS ASPIRANTES


Como desempeñaba el servicio de jefe de día, última vez que fui nombrado durante la Decena trágica, a las seis de la tarde del día dieciséis, recibí un parte de la guardia principal de Palacio, que a la letra dice:

2° Regimiento de Gendarmes Montados.
Guardia Principal.

Tengo la honra de poner en el superior conocimiento de usted las novedades ocurridas durante mi servicio: Se incorporaron a esta plaza procedentes de la de Veracruz a las órdenes del Teniente Coronel Antonio Gallardo, cuatro oficiales y ciento cuarenta de tropa. Salieron a la Penitenciaría doscientos treinta y dos aspirantes que se encontraban en este Palacio.

Tengo el honor, mi Mayor, de hacer a usted presentes mi subordinación y respeto.

Libertad y Constitución
México, febrero 1° de 1913.
El Oficial Rafael del Arco.
Rúbrica.

Al C. Mayor Jefe de Día.
Presente.

Durante la Decena trágica pude ver agregado al Estado Mayor del Comandante Militar un Aspirante que según las informaciones que se me dieron la mañana del nueve, vino a presentarse a la Comandancia Militar y se dispuso quedara en dicho Estado Mayor. No recuerdo el nombre de ese joven, y tampoco supe por qué circunstancias favorables pudo realizar esa presentación ante las autoridades militares.

En los momentos de servicio regular, el jefe de día debe mandar las tropas que concurren a una ejecución; debe asistir e intervenir en la forma prescrita para la ejecución de la pena de muerte de un reo militar. En el fusilamiento del General Ruiz, el episodio, como es bien sabido, se verificó sin la intervención regular de las autoridades a quienes competia. No asistió ni mandó el jefe de día en la ejecución del General Ruiz, porque hasta esos momentos no se había ratificado el nombramiento del jefe de día nombrado. Mayor Torrea, y el designado por la orden de la plaza del ocho al nueve de febrero, no se presentó por ninguno de los lugares de alarma y posteriormente se supo que estaba dentro del recinto de La Ciudadela. Asistió a la ejecución del General Ruiz un ayudante del C. Presidente de la República, el Capitán 2° Federico Montes, y estuvo presente el Capitán 1° Federico Dávalos, comandante de una compañía del Colegio Militar, quien, de orden del director, hizo entrega del General Ruiz previo el recibo y formalidades de ordenanza, para el servicio de guardias, a la escolta nombrada de orden superior. El Capitán Dávalos tuvo a su mando directo la fuerza que custodió en los últimos momentos de su vida al General prisionero Gregorio Ruiz.

Se ha dicho una gran mentira: que el nueve de febrero o en días de la Decena trágica se fusilaron a algunos de los aspirantes que fueron hechos prisioneros en el Palacio Nacional. Como he repetido, ya con mi nombramiento de jefe de día, después de haber establecido los puestos que desempeñarían la función de seguridad alrededor del Palacio Nacional hasta las cercanías de La Ciudadela, visité personalmente y por intermediación de los capitanes de vigilancia todos los puestos que ocupaban las tropas leales al Gobierno.

A los aspirantes, una vez que fueron hechos prisioneros, se les internó en las cocheras del Palacio, habiendo quedado bajo la vigilancia del General Felipe Mier, a quien se le proporcionaron diez individuos de tropa para el desempeño de tal aservicio.

Jefe de día el nueve y después alternando en ese servicio los días que ya he citado, con el Mayor Mora Quirarte, visitamos varias veces el antiguo local destinado para la batería de artillería en el mismo Palacio Nacional, donde estuvieron recluídos los aspirantes y al visitar ese puesto cruzamos algunas frases de indignación, no sobre fusilamientos, porque nunca tuvimos la menor idea sobre tal hecho, y varias veces con el aspirante, cuyo nombre no recuerdo y que se presentó a la Comandancia Militar. Nunca tuvimos conocimiento, ni el Mayor Mora Quirarte ni el que esto escríbe, que se hubiera fusilado a militar o aspirante alguno y es bien sabido que por la comisión que desempeñábamos, deberíamos de haber tenido conocimiento de cualquiera ejecución que hubiera tenido lugar en el Palacio Nacional.

El fusilamiento del General Ruiz lo presenciamos el General Sanginés y el que hace este relato, desde la azotea del Cuartel de Zapadores y mucho conocí de ese hecho, ya por informaciones del Capitán Aldana, quien mandó los tiradores en la ejecución, ya en pláticas posteriores con el Capitán Dávalos.

Tampoco es verdad, sino al contrario una mentira calumniosa y que subleva por lo insidiosa, que las tropas leales al Gobierno hubieran rematado heridos en la misma Plaza de la Constitución después de que se dominó la rebelión. Rematar a heridos suena al más ominioso de los salvajismos, y no se concibe que lo pueda autorizar ni consentir un jefe militar que tenga consciencia de lo que significan su grado y su carrera. Rematar heridos es monstruoso. Nunca supimos de eso y debo hacer constar y decirlo muy alto, que los oficiales y tropa a mis órdenos ni fusilaron ni atropellaron a nadie.

Dentro de aquellos momentos de rebelión, de desorden y de principios de indisciplina, al concentrarme nuevamente a Zapadores tuve que usar del sable para desmontar a algunos soldados que gritaban vivas a los rebeldes y no tuve que llegar a más, pues la obediencia la conseguí pronto en los que trataron de iniciar el desorden, por error seguramente, porque todavía creían que aquella fracción que hacía su concentración por la calle de La Corregidora, era la que había sido conducida p~r el Coronel rebelde del 1er. Regimiento, máxime cuando, como ya he expuesto, se me incorporaron oficiales que aprovecharon esa primera oportunidad para seguir por donde el deber los obligaba.

No necesité para conseguir la disciplina y obediencia de la tropa que se les diera sobre sueldo. como se me había ordenado; no lo hice y así lo expliqué pidiendo la cancelación de esa disposición, porque dentro del criterio militar no cabe que para hacer cumplir a los soldados con su obligación, en algunos casos haya necesidad de aumentarles el salario y a fuerza de dinero conseguir la debida obediencia y la necesaria diseiplina. En la tropa a mis órdenes no se hizo tal cosa y sí sólo, como de estilo, se tuvo cuidado de que los haberes se les ministraran con la regularidad debida y precisamente al amanecer.

Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Trigésimo tercero. El suicidio del Capitán Enriquez Capítulo trigésimo quinto. Ordenes comunicadas a las tropas lealesBiblioteca Virtual Antorcha