Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Trigésimo segundo. El General Angeles Capítulo trigésimo cuarto. Los aspirantesBiblioteca Virtual Antorcha

LA ASONADA MILITAR DE 1913
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano

General Juan Manuel Torrea

CAPÍTULO TRIGÉSIMO TERCERO
EL SUICIDIO DEL CAPITÁN ENRIQUEZ


Uno de los días de la Decena Trágica en que desempeñaba el servicio de Jefe de día, ocurrí en la tarde a dar parte de una comisión que se me había encomendado, vigilancia de los puestos avanzados de caballería, al Jefe del Estado Mayor y en la misma pieza. en un pequeño balcón de la entonces Comandancia Militar, que estaba ubicada en el primer piso, entre las puertas de Honor y Principal, estaba recargado el Capitán Vidal Enríquez y me detuve a saludarlo. Era persona a quien estimaba por su caballerosidad, su atención para tratar a los superiores y por el mérito que se le reconocía como competente oficial de Estado Mayor. Además, dentro de su seriedad tenía un carácter muy a propósito para hacerse simpático.

Por las palabras que cambiamos, pude observar que las de él traían un dejo de disgusto relacionado con la comisión que desempeñaba y aún llegó a proponerme que lo pidiera para el Regimiento, ya que él prefería el servicio de las filas a la penosa comisión que estaba desempeñando. Le dije que él podía trabajar en el sentido que deseaba y que en la primera oportunidad hablaría con el General Torroella, Jefe del Departamento de Estado Mayor, para preguntarle si no había inconveniente en que Enríquez pasara comisionado al 1° de Caballería, Regimiento de que yo era el segundo Jefe y en esos momentos el primero por haberse sublevado el propio Coronel.

Me despedí y bajé a la planta baja, oficinas de la Mayoría de Plaza, frontera hacia el Sur, con el cuerpo de guardia de la Principal del Palacio. Seguía mi camino para irme a poner al frente de la tropa que comandaba, pero estando en la puerta el Teniente Coronel Luis F. Eguiluz, Mayor de Ordenes Accidental. por haber sido muerto al defender la Ciudadela contra los sublevados el General Mayor de Plaza Manuel P. Villarreal, me detuve un momento a saludarlo y darle parte, dando la espalda al corredor. Me volví cuando hube sentido que se tocaba el hombro el Capitán Enríquez, quien entraba a paso largo a las Oficinas de la Mayoría de Plaza.

Pocos instantes después, se oyó un disparo apenas perceptible y un oficial se acercó y nos dijo que había sido en el Departamento de lavabos que había en el interior de aquellas oficinas. El Teniente Coronel no percibió el ruido producido por el proyectil, porque era sordo, y cuando se dió cuenta del aviso, de mi brazo se dirigió al interior de la Oficina y rápidamente al lugar a donde decían que se había producido el disparo. Otro oficial venía a nuestro encuentro y daba parte de que en uno de los lavabos estaba muerto el Capitán Enríquez, quien se había disparado un balazo.

El Teniente Coronel ordenó que se hiciera la investigación por el oficial de guardia, que se levantara el acta y supongo, porque no supe más, que en ese caso se llenaría estrictamente el formulismo de ley por alguno de los jueces instructores militares. Seguí mi camino para irme a poner al frente de la tropa a mis órdenes y continuar la vigilancia de todos los puestos establecidos.

Por el mismo Teniente Coronel Eguiluz, ratificado después por el propio Subsecretario de Guerra, llegó a mi conocimiento la siguiente versión:

Se dijo que el Capitán Enríquez se dió cuenta de alguna conversación del propio Comandante Militar, en que por cierto no se hablaba de la leatad hacia el Jefe del Estado, sino antes al contrario de algo que olía a defección. Entonces el Capitán Enríquez se dirigió a la Presidencia y solicitó hablar con el propio Primer Magistrado a quien sinceramente le hizo conocer su punto de vista y los motivos en que fundaba su informe para aseverar la falta de lealtad del mando militar encargado de atacar y tomar La Ciudadela. El Presidente dicen que lo oyó con atención, aunque haciéndole notar que él seguía estando seguro de la lealtad del Comandante Militar.

No se sabe si por conversación del propio Presidente o como resultado de alguna indiscreción, fatal para la vida del Capitán Enríquez, se hizo llegar a conocimiento del propio General Huerta la conferencia que habían tenido el Presidente y el Capitán Enríquez en que éste, con sinceridad, le había comunicado la conversación que había podido observar y en la que se faltaba a la debida actitud militar. El General supo o inquirió quién había sido el oficial de su Estado Mayor que había hecho llegar a conocimiento del Presidente Madero aquella conversación o propósito, y se dijo que en la propia Comandancia y delante de jefes y oficiales lo reprendió duramente con palabras agrias y altisonantes, terminando por disponer que aquel pundonoroso oficial pasara arrestado a una de las columnas de la línea de combate.

El Capitán Enríquez, con una dignidad grande y respetuosamente altiva, objetó que no había necesidad de arrestársele para mandarlo a combatir, que él tenía la suficiente dignidad y cumpliría con su deber sin esa bochornosa condición. Quedó pensativo en el pequeño balcón, cuando pasó aquel penoso incidente, a pocos momentos bajó diciendo que iba a los excusados y ahí dió fin a sus días aquel oficial tipo de cultura y de delicadeza. Antes de morir, le dejó al Capitán Adolfo Martínez Landolf un papel escrito en el que le decía: Hermano: Avisa a mi familia que muero siendo digno.

El Capitán Enríquez sintió la obligación profunda de no faltar a su deber, ni ante la necesidad de comunicar los malos manejos de su superior, cuando presenció maniobras de deslealtad, y la indiscreción de alguien, se dijo que del jefe del Estado, ocasionó el fin dramático de aquel oficial y más tarde el del mismo Gobierno Constitucional.

Otra versión que circuló, entre personas de menor significación militar, fue la de que el Capitán Enríquez había usado de un papel con el sello de la Comandancia Militar, que no estuvo conforme, y así lo manifestó con todo valor civil, con algo que proyectaba y que por ésto había recibido la durísima reprimenda de su superior, que hubo de motivar la determinación que tan pronto tomó el caballeroso oficial.

Se me dijo que el Capitán Enríquez había escrito a su señora esposa un papel donde aseguraba que hasta el fin había sido leal al Gobierno Constitucional, y quizás algo más tarde o temprano pueda esclarecerse el por qué de aquel suicidio tan intempestivamente llevado a cabo por el dignísimo Capitán Enríquez, para quien, por cierto, no se ha tenido la menor remembranza, ya que definió un caso de alta moral militar muy digna de estudio.

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