Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Trigésimo primero. Sobre el mando Capítulo trigésimo tercero. El General AngelesBiblioteca Virtual Antorcha

LA ASONADA MILITAR DE 1913
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano

General Juan Manuel Torrea

CAPÍTULO TRIGÉSIMO SEGUNDO
EL GENERAL ANGELES


Se dijo por aquellos días que el General Angeles había sido designado Jefe del Estado Mayor de la Secretaría de Guerra o del General Huerta y nada al respecto pude ratificar a posteriori durante los años de 1915-17 en que me dediqué a completar estos apuntes.

A mi juicio, nada se hubiera modificado la situación militar acoplando al Comandante un elemento que él no hubiera solicitado. El Jefe del Estado Mayor lo debería imponer el General Huerta y no debemos dejar de repetirlo; no hay que olvidar que el Comandante de la Plaza se sentía superior y, efectivamente, llevaba notoria superioridad sobre el Ministro. El error del Presidente fue acordar el nombramiento del Comandante Militar Interino y la equivocación indiscutible fue que el General Secretario iniciara o sostuviera ese acuerdo.

Tuve la fortuna, en mis búsquedas, de hablar sobre el asunto con el señor D. Alfredo Alvarez que en 1913 era Diputado al Congreso de la Unión y acompañó al Presidente de la República en su rápida salida a Cuernavaca con objeto de traer las tropas a las órdenes del General Angeles. El señor Alvarez en carta que conservo me dice:

Me complace confirmar por medio de las presentes líneas las diversas conversaciones que he tenido con usted, para indicarle: que efectivamente el 9 de febrero de 1913, cuando tuve el honor de acompañar al Señor Presidente Madero en su viaje a Cuernavaca, se convino que para no herir susceptibilidades de viejos Jefes del Ejército, no se cambiara al Ministro de la Guerra, pero para controlar esa importante Secretaría, se comisionara al General Felipe Angeles, en la Jefatura del Estado Mayor, y poder así vigilar el desarrollo completo de las actividades de los Jefes que no inspiraba completa confianza. La disposición para que el General Angeles se encargara de su comisión, fue comunicada de palabra por el Señor Presidente al General Angel García Peña, Secretario de Guerra, y éste, en lugar de cumplimentar lo acordado, llamó al General Angeles, subió con él en un automóvil y lo condujo al punto militar que estaba establecido en la esquina de la calle de Colón, e imperativamente le ordenó permanecer allí y no separarse del lugar sin su previo consentimiento. Así fue desobedecida la orden del Señor Presidente Madero.

Podría muy bien haberse cambiado al Secretario de Guerra, colocando al frente de la Secretaría a un Divisionario, ascendido recientemente por el Presidente Madero y quien gozaba de un grande prestigio en el Ejército. Quiero referirme al ameritado General Emiliano Lojero, quien con una brillante hoja de servicios, aún era poseedor de amplias facultades, de energía y de aptitud militar; el General Lojero desde los primeros momentos de la rebelión, se presentó a la Secretaría de Guerra y permaneció en las Oficinas hasta que se resolvieron los acontecimientos, habiéndome relatado el mal efecto que le produjo la presentación del Ministro ante el General Huerta, después de la prisión del Presidente; el General Lojero acompañó al Ministro cuando se dirigió a la Comandancia Militar, hasta que fue arrestado.

Con el General Lojero al frente de la Secretaría, la situación para el Comandante en Jefe hubiera cambiado y entonces sí hubiera sido eficaz la colaboración del General Angeles.

Me he referido al nombramiento del General Angeles como Jefe de Estado Mayor del Comandante de la Plaza, porque sólo en ese puesto podría haber desarrollado una labor que valiera la pena para las operaciones Militares, pero a mi juicio era erróneo suponer que el General Huerta lo hubiera admitido, ya que ese puesto debe ser de absoluta confianza y las ligas de amistad militar entre ambos Generales siempre supe que no eran cordiales.

Si se hubiera designado al General Lojero Secretario de Guerra, no se habría herido ninguna susceptibilidad, porque todos los Generales eran inferiores en méritos a los que legítimamente podía exhibir el antiguo Subteniente del 5 de Mayo y el Capitán que en Querétaro supo firmar la sentencia de muerte de un príncipe extranjero usurpador del Gobierno de México.

Se desprende de la importante carta que inserto del señor Alvarez, que había algunos Jefes en quienes no se tenía completa confianza. Se cometió un error en no intervenir en la distribución de las tropas, si a sabiendas, y con fundamento, se temía que hubiera algunos que no cumplirían con su deber y ante tal conjetura, si había alguna sospecha fundamental, sobre todo y por todo debieron haberse efectuado los cambios desde luego, con la precaución, política y habilidad necesarias.

La carta del señor Alvarez, puede traer la suposición de que el Gobierno no tenía confianza en el General Blanquet; se me ha dicho posteriormente que eso se decía hasta por la voz de la calle y en este caso se corrobora mi tema tan repetido, asegurando la incompetencia en el mando y la tolerancia en el Gobierno, como si buscara acuciosamente su derrumbamiento. No otra explicación acusa haber permitido que la Columna Blanquet pasara a guarnecer el Palacio y autorizado que se ordenara por la autoridad militar de la Plaza el relevo de todos los puestos del recinto, que con tanta eficacia como desvelo habían guarnecido las tropas leales desde el día 9 de febrero.

Según la carta del señor Alvarez, el Ministro desobedeció una orden del Presidente de la República; ese era el momento para haberlo relevado del puesto y el haber tolerado la contravención a una orden, significó perjuiciosa debilidad en el Jefe del Ejército. Los errores cometidos, debidos a la falta de un consejero hábil, soldado en la extensión de la palabra y de sinceridad reconocida, expusieron al Presidente a esa serie de desaciertos respaldados por el Ministro de la Guerra que, ya hemos visto en algunas ocasiones, estuvieron en un plano de equivocación muy superior al en el que indiscutiblemente se movía la Jefatura del Ejército.

El cambio de Ministro, cuya ocasión se le ofreció tantas veces al Primer Magistrado, podía haber traído el cambio de organización en el mando de la Plaza, pues el General Lojero acostumbrado a mandar y a mandar con energía en los momentos solemnes, se hubiera impuesto y exigido que las operaciones se desarrollaran pronto dentro del cartabón racional.

El General Huerta y el General Angeles no hubieran podido marchar acoplados y un Jefe de Estado Mayor, así impuesto, seguramente que o hubiera hecho un mal papel, porque el General Huerta no le hubiera permitido hacer otro, o al alto mando se hubiera expuesto, a que se le hubiera hecho notar su error y a rectificarlo con serio perjuicio de la disciplina y de la posición militar de ambos.

El Jefe del Estado Mayor debe ser electo en general por el Comandante de la Unidad, de su absoluta confianza y se concede el derecho de escogerlo, para que pueda en todo momento estar seguro de la verificación de sus órdenes y de la competencia con que son trasmitidas.

El Presidente Madero olvidó un sucedido al respecto, en que él mismo tuvo que rectificar un acuerdo, cuando impuso en cierta ocasión un Jefe de Estado Mayor al propio General Huerta.

Al ser designado Comandante de las tropas que deberían de marchar a la campaña contra las del general revolucionario Pascual Orozco, el General José Gonzáles Salas, hasta entonces Secretario de Guerra, telefónicamente llamó al entonces Teniente Coronel de Ingenieros Vito Alessio Robles, Inspector General de Policía, a quien le tenía suma confianza y estimación por su aptitud militar, que bien supo acreditar en la Campaña de Chihuahua. En la entrevista, el General González Salas le platicó que iba a hacer entrega del Ministerio y le mostró un apunte con los números de los Cuerpos que irían a sus órdenes y el nombre del Jefe que llevaría al frente del Estado Mayor. A pregunta del General pidiéndole su opinión, el Teniente Coronel Alessio Robles con toda sinceridad le manifestó su acuerdo por la determinación tomada; consideró bien escogidos los Cuerpos, que eran de los mejores en ese entonces, y sólo le objetó como desacertada la designación del Jefe de Estado Mayor que había escogido. Hablaron sobre el particular y convencido por algunas razones que le fueron expuestas, le preguntó al Teniente Coronel si él estaría dispuesto a acompañarlo con aquel cargo. A la inmediata respuesta afirmativa se levantó de su asiento y lo invitó a que lo acompañara a la Presidencia para hacer la petición correspondiente.

El Presidente recibió a los dos militares y desde luego desaprobó la petición del General González Salas, manifestándole que él necesitaba en el puesto que desempeñaba al Teniente Coronel Alessio Robles y que ya estaba nombrado de común acuerdo el Jefe de Estado Mayor que ambos, Presidente y Secretario, habían creído muy competente para el caso. A pregunta especial que le dirigió al Teniente Coronel Alessio, obtuvo como respuesta la afirmativa terminante de que deseaba ir a la campaña, porque estaba desempeñando un cargo que no era de su agrado. Por razones que el señor Madero creyó necesarias, el Presidente sostuvo su acuerdo y el Teniente Coronel Alessio no fue el Jefe de Estado Mayor de la Columna Expedicionaria.

Acontece el desastre que es bien conocido y entonces el Gobierno designa para ocupar el puesto vacante al General Victoriano Huerta, y por acuerdo expreso presidencial se designó Jefe del Estado Mayor al Teniente Coronel Vito Alessio Robles. La orden se cumplió y por varios días este Jefe estuvo concurriendo a sus obligaciones totalmente desconcertado hasta que decidió ver al Presidente para decide que el Comandante en Jefe de la Columna debería de escoger el Jefe de Estado Mayor, que ese era un cargo de confianza, confianza que no le manifestaba el General Huerta desde el momento que había sido impuesto, y el propio General Huerta expresó la idea de que no se le tenía confianza desde el momento en que se le mandaba de Jefe de Estado Mayor al propio Inspector de Policía ... El Presidente hubo de rectificar su acuerdo y el General Huerta escogió su Jefe de Estado Mayor.

Y si esto se verificó en tratándose del Teniente Coronel Alessio Robles, con quien no tenía un distanciamiento como entre aquel General y el General Angeles, qué no hubiera acontecido si se trata de formar una dualidad con elementos tan antagónicos ... El Presidente olvidó aquel detalle para desechar una idea que por todos los costados era ilógica e irrealizable. Las ideas, a mi juicio, todas eran erróneas; ya pensando en el General Angeles para que fuera Secretario de Guerra y Marina, ya jefe de Estado Mayor del Secretario, puesto de indiscutible inferioridad y de falta de eficacia para controlar, o ya Jefe de Estado Mayor del Comandante Militar, único lugar en que mucho hubiera podido influir, si hubiera contado con la estimación y confianza del General en Jefe.

Se olvidaba al pretender una designación así, que el Comandante en Jefe significa el principio del Yo y el Jefe de Estado Mayor es el primer intermediario para hacer llegar su voluntad única a las tropas a sus órdenes. El Jefe de Estado Mayor tiene que estar identificado con el General en Jefe, porque muchas veces, y he ahí el caso frecuente, comunica órdenes a sus superiores, aunque siempre bajo el nombre y la responsabilidad del General en Jefe. Esta facultad requiere como debida correspondencia, la absoluta confianza que debe inspirarle al que se le confía ese cargo.

Además, el Jefe de Estado Mayor desempeñaba en la Comandancia Militar servicio de oficina y se le había dado el pie al Comandante en Jefe para relegarlo entre los papeles. Lo racional hubiera sido haberlo nombrado Segundo Comandante de la Columna de ataque con nueva organización, ya que entre las columnas había Generales de Brigada. Pero en el caso que se discute, o hubiera aceptado el General Angeles una pasividad impropia o al momento se rompe aquella dualidad imposible.

El Secretario de Guerra toleró, entre muchas, la enorme reclutada de que se nombrara Comandante General de Artillería a un Coronel, al Coronel Rubio Navarrete, cuando un grupo de baterías dependía directamente de una eminencia en el arma, lo que ocasionó que el Brigadier Angeles, en muchas ocasiones, ordenara que se modificaran las disposiciones que había dado el Comandante de Artillería, uno y otro caso con seria lesión de la disciplina y quizás de los propósitos del arreglo de un tiro de conjunto eficaz y sostenido.

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