Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Trigésimo. El nuevo comandante militar Capítulo trigésimo segundo. El General AngelesBiblioteca Virtual Antorcha

LA ASONADA MILITAR DE 1913
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano

General Juan Manuel Torrea

CAPÍTULO TRIGÉSIMO PRIMERO
SOBRE EL MANDO


A mi juicio, el error craso que se cometió durante los acontecimientos de febrero de 1913 conocidos por los antecedentes expuestos, fue conferir el mando, y el mando único, al General Huerta. El mando único, de acuerdo con los antecedentes conocidos por el General García Peña, si no sabía evitar susceptibilidades, lo debería haber conservado el Secretario de Guerra.

No hubo una división racional de las tropas, todas se sumaban al núcleo que primero combatió la rebelión, sin la previa selección, como se incorporaban a la plaza y sin tomarse la menor precaución de parte de la Secretaría de Guerra.

Por analogía se debería haber pensado para el caso y aquí en México ... Haber nombrado Secretario de Guerra y Marina al General de División Emiliano Lojero, Subsecretario General de División Manuel M. Plata ... Dividir las tropas en tres columnas: una de ataque sobre la Ciudadela, para horadar y atacar inmediatamente, que hubiéramos puesto a las órdenes del General de Brigada Pedro Troncoso, quien llevaría como segundo al Brigadier Felipe Angeles, una de reserva a las órdenes del Brigadier Agustín Sanginés, quien llevaría como segundo a un Coronel de la Brigada Angeles, Bernard o Herrera y Cairo; una de custodia para el Palacio Nacional a las órdenes del General de Brigada (Contralmirante) Angel Ortiz Monasterio, quien llevaría como segundo al Brigadier Francisco de P. Méndez. Todos esos Generales,'con excepción de Angeles que estaba ausente, se presentaron desde los primeros momentos a Palacio y estaban ansiosos, a mí me consta, de que se les diera alguna comisión por el Gobierno; todos tenían anotados en sus hojas de méritos, una lealtad a toda prueba y jamás fallida y un pundonor dignísimo y ejemplar.

Para Comandante General de Ingenieros, debió haberse nombrado al Brigadier Manuel Rivera o al que fungía como Jefe del Departamento de Ingenieros, con la orden terminante de comenzar a horadar inmediatamente en los puntos indicados para comenzar las operaciones, sin detenerse en las reclamaciones que después pudieran haberse presentado al Gobierno por ese necesario e indispensable preliminar para acercar prontamente las columnas de ataque.

Se me dijo posteriormente que el Coronel Rubio y Navarrete había mandado hacer una horadación en una tapia que comunicaba una casa que tenía su frente a la calle de Revillagigedo con otra que lo tenía para la calle de Balderas, y que al tenerse conocimiento por alguno de los superiores se le hizo un extrañamiento y orden para que no siguiera ese procedimiento, el único indicado para el caso especial de guerra de calles y de ataque a una fortaleza, aunque ésta presentara una resistencia muy relativa en la época de los acontecimientos.

Se debió haber concedido a cada uno cierta libertad de acción dentro de las prescripciones reglamentarias para las diferentes armas y mandos, para la aplicación inmediata de recursos de su especialidad, una vez que se hubiera llegado a un acuerdo, pero a un acuerdo inmediato, para el desarrollo de conjunto, cuyo control en ese caso especial no debió haber abandonado el propio Secretario de Guerra, permaneciendo todo el tiempo cerca de sus soldados, con abandono absoluto de toda atención al papeleo inútil, que tanto ha perjudicado a nuestra oficialidad, que encuentra en esa tarea inerte una disculpa del tiempo que lamentablemente pierde entregado a ocupaciones que lo alejan de la actividad para vivir los momentos de guerra, que son, no hay que olvidarlo, el principal fin de la milicia, en tanto que la guerra no se pueda evitar o suprimir.

La Secretaría seguía, y hacía seguir viviendo a las tropas, entre el papeleo y el obstruccionismo que en tiempo de paz, incesante e inconscientemente se va intensificando, y que trae como resultado el enervamiento de las verdaderas facultades, las que deben desarrollarse con los soldados y en el servicio de filas. Estableció todo el trámite rutinario y detenido para todo y como si no se estuviera en campaña, seguían exigiéndose comunicaciones para todo y tramitación de recibos hasta para los cartuchos que habrían de dispararse a los pocos momentos y que estaban haciendo buena falta a los soldados. En aquellos instantes su presencia y su mando debieron haber exigido un desarrollo exclusivamente normal para los acontecimientos de guerra.

Conocer a los hombres debe ser una constante preocupación del que manda, y principalmente del Secretario de Guerra, y en el caso inminente a que se había llegado, se descuidó la atención a las pláticas, a las acciones del General en Jefe y en nada se reflexionó sobre tanto que se veía y se oía. Olvidó el Secretario de Guerra que los hombres no pueden mantener el disfraz constantemente y que se ha dicho con razón: un estudio pertinaz y perenne, es el más instructivo y más seguro medio para desenmascararlos.

Los Gobiernos y los Ministros no tienen necesidad de menos conocimiento de los hombres que los Comandantes en Jefe, y en el caso en 1913 todas esas autoridades conocían menos a los hombres que muchos de los Jefes que estaban en las filas.

El General Pedro Troncoso hubiera sido un buen Jefe de columna. Era un General sumamente inteligente, tenía una facilidad especial para organizar y mover las tropas; sin ser un altanero ni un insolente, sabía desplegar grande energía y atraerse la voluntad y la simpatía de los subalternos. En 1876 se anotó el episodio de alto, pero debido quijotismo en el deber, de no haber recibido la bandera de su Batallón por el solo hecho de que había estado durante la rebelión tuxtepecana con las compañías que se sublevaron contra el Gobierno Constitucional. El nuevo Gobierno respetó la actitud de orgullo caballeresco del entonces Teniente Coronel y dispuso que al 26° Batallón se le diera otra bandera. Era valiente; lo había demostrado, tanto como bien distinguido en el ardor colectivo, como me constó en el valor personal. Y era viejo, pero para dirigir una maniobra dentro de la Ciudad y en corto trayecto, ofrecía todas las características del General activo, leal a carta cabal y de un pundonor y de una energía, dentro de una modestia tan grande, como muchas las cualidades de militar, que habiendo sido un buen oficial superior cuando fue joven, ahora, Oficial General, seguía siendo joven para el desarrollo de la acción y con especial don para mandar y conducir las tropas, cualidad no común y que bien lo hizo sobresalir entre los demás Generales.

El mismo General Villar, cuando los dos eran Brigadieres: uno Jefe del 24° Batallón y el General Troncoso Mayor de Ordenes de la Plaza de México, como todos le guardaba una alta consideración y respeto, el Mayor de la Plaza justamente exigente para la disciplinaria presentación de las guardias, alguna vez retiró las del 24° porque usaban dril viejo y el servicio bajo su mando se hacía con absoluta rigidez sin que se hiciera sentir la odiosa subordinación inapropiada e insoportable que imprimen los que no saben mandar.

El General Troncoso al frente de la Columna de ataque, hubiera exigido desde luego la apertura de las horadaciones y de acuerdo con el comandante de Artillería se hubiera lanzado sin pensarlo mucho, al estilo del Remington, al frente de la columna de ataque. Durante aquellos días, al hablar con algunos de los Generales, me pude dar cuenta, de que se habían dejado de utilizar elementos seguramente más capacitados que algunos de los que se habían empleado.

Para Comandante de la columna de Reserva hubiera estado muy bien el General Sanginés, inferior al General Troncoso y a quien como todos, inclusive el General Huerta, le guardaban profundo respeto, lo hubiera utilizado con éxito en el caso de que se hubiera necesitado reforzar las tropas de asalto. El General Sanginés era un militar inteligente, muy sereno, prudente en el sentido militar de previsión, discreción, vigilancia, imperio de sí mismo y ausencia de presunción. De una lealtad asegurada, fue también uno de los Generales que primero se presentaron; estuvo con el que esto escribe como General del punto en Zapadores y mandado a una de las columnas pronto fue herido, demostrando con su actitud que estaba resuelto a combatir y que precisamente a eso iba.

Del General Contralmirante Angel Ortiz Monasterio, se tenía un concepto por los antiguos oficiales, de un esclavizado cuando se trataba del cumplimiento del deber. Jefe del Estado Mayor del Presidente, dejó de serlo y aún se separó de la Armada cuando se le quisieron demarcar funciones que él creyó comprometedoras para su honor de soldado, consistentes en que no se admitió que cuidara, con celo de la persona del Primer Magistrado cuando aquel funcionario, sin temor a anónimos, previno que no lo acompañaran de su casa ni el Jefe del Estado Mayor, ni alguno de los ayudantes.

Por sólo razones del carácter elevado de algunos Generales, aunque pletóricos de virtudes militares, desde la época del Gobierno del General Díaz habían sido retirados de los mandos y se habían substituído por otros que no los mejoraban por cierto.

El Secretario de Guerra, de prestigio desconocido entre la oficialidad nacional, con colaboradores en los Departamentos que pretendían seguir siendo Jefes de inferior unidad por la protección personal a sólo oficiales de sus Cuerpos y entregando el mando a un General que se sentía superior en todos los órdenes al Secrtario, habría de escoger, como fueron escogidos para mandar las columnas, Generales de los pocos que cumplieron con la prevención de presentarse en caso de alarma, los menos conocidos, los incondicionales a él, y alguno bien desprestigiado entre la oficialidad.

El Gobierno ignoraba los méritos y aptitud de todos los Generales en disponibilidad, tuvo resquemor de cambiar el mando y no supo armonizarlo para evitar entibiamientos perjudiciales. Ratificó el mando a un General que audazmente se había proclamado Comandante en Jefe, cuando veía que no había quien dispusiera al lado del Presidente; no se sabía si había Secretario de Guerra, aunque estaba a su lado, y no sé si tampoco le ayudaría el Jefe del Estado Mayor, pero sí puede concluirse actividad para defender al Gobierno constitucional; fue de los que supieron la labor que se hacía por Generales y Jefes para retirarse de la plaza que se ignoraba, por quién debía saberlo, cuáles eran ciertamente las comisiones apropiadas que correspondieran a sus subordinados, ni sabía lo que eran en aquella actualidad, ni podía prever por su falta de aptitud lo que serían en lo futuro, porque no estaban capacitados para distinguir quiénes podían ser útiles por sus virtudes reales y quiénes perjudiciales por sus vicios y defectos.

El mando estaba muy lejos del conocimiento que debería tener de su oficialidad y del Comandante en Jefe, del General Huerta, sólo recordaba lo que había sido allá en el Colegio Militar, hacía más de treinta años, y tuvo a la vista una recientísima lección objetiva de él, que no supo aprovechar: la actitud del General en Jefe cuando fue Comandante de la División del Norte.

Al iniciarse la rebelión armada de 1913, el General Troncoso fue uno de los que se presentaron al Comandante Militar y después a la Secretaría de Guerra ofreciendo sus servicios y solicitando pasar a la situación de con sus tropas en el caso de que se siguiera un camino torcido no apoyado por la Ley, pero el General Huerta hábilmente supo impedir que Generales de alto pundonor como Lojero, Troncoso y Ortiz Monasterio, especialmente el segundo, se acercaran al Presidente, pues debe haber supuesto, como era lo real, que al recibirlos le sugerirían la forma de ataque, le explicarían lo que no se hacía y como consecuencia segura hubieran conseguido la substitución del General Huerta.

El General Troncoso era el más entusiasta y sabía cómo se atacaba, cómo se hacía entrar a las tropas cuando se asaltaba; fue brillante Oficial de Infantería y, aunque viejo y enfermo, manifestaba todo el deseo de que fuera empleado en aquella función de armas. Para el caso, no era obstáculo su edad porque sólo se trataba de acción militar en espacio reducido, saber exhibir una decisión ininterrumpida, como lo supo hacer en varias ocasiones, para llevar a fondo resueltamente la maniobra.

El General Ortiz Monasterio la tarde del 9 de febrero, en conversación con el General Huerta, se dió cuenta de algún propósito torcido y no tuvo empacho en hacerle notar dignamente que no debería manchar al Ejército. El General Monasterio hizo conocer esa conversación al Secretario de Relaciones e ignoro si este funcionario la haría a su vez del conocimiento del Presidente de la República.

Una noche, el 11 de febrero de 1913, el que esto escribe desempeñando las funciones de Jefe de Día, hacía su visita a los puestos avanzados de caballería y al pasar por Palacio salía el General Troncoso y juntos se fueron hasta cerca de su casa por el Jardín del Salto del Agua. En elucubraciones, recordándole hechos históricos similares y en amena plática, estuvo de acuerdo en aceptar lo que le proponía como organización de las tropas de la guarnición de la plaza.

El General Troncoso varias veces, sin éxito, pretendió hablar con el Presidente y abandonó la empresa cuando supo del suicidio del Capitán Enríquez. Ante este hecho que se comentó de diversas maneras, el General Troncoso al despedirme el día que salía de México me dijo: No estuvimos desacertados al criticar el mando, la lentitud de las órdenes y la paciencia del Gobierno, pero debemos alegrarnos de que el Presidente no me hubiera recibido, porque seguramente ni usted ni yo estaríamos sosteniendo esta conversación. ¿No cree que nos hubiera fusilado Huerta?

Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Trigésimo. El nuevo comandante militar Capítulo trigésimo segundo. El General AngelesBiblioteca Virtual Antorcha