Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Vigésimo nono. El comandante militar de la plaza. 1913 Capítulo trigésimo primero. Sobre el mandoBiblioteca Virtual Antorcha

LA ASONADA MILITAR DE 1913
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano

General Juan Manuel Torrea

CAPÍTULO TRIGÉSIMO
EL NUEVO COMANDANTE MILITAR


Estos apuntes para nada quieren anotar algo que se refiere a la cuestión que no deba relacionarse con la actitud militar; eso ya lo han hecho con diferente criterio personas y profesionistas que más conocen y saben manejar la ciencia política; ni ocuparse de procedimientos que no deben aceptarse dentro del cartabón del más correcto proceder militar. Muchas de las citas no me constaron; es lo que he oído y así lo trasmito, porque sirve para robustecer mi creencia, de que el desastre se debió principalmente a la falta de aptitud militar, a la falta de previsión, de vigilancia y de discreción.

El General Huerta, según aseveraciones que recogí posteriormente a los acontecimientos no contaba, allá después de llegar triunfante a Chihuahua, con la sincera confianza de la Secretaría de Guerra. A instancia del Secretario de Guerra, de acuerdo con el sentir de otros de los Directivos superiores, se logró el acuerdo de la Presidencia de la República para que cesara en el mando de aquel fuerte núcleo y quedara en disponibilidad en México y es por demás decir que la voz de la calle, tan propensa a propalar noticias alarmantes, bordaba historias de otra naturaleza y sentía toda su incredulidad respecto a la supuesta o real, no lo supe, enfermedad de los ojos del Divisionario.

El Gobierno no supo completar su acuerdo; dejaba en la propia Capital a aquel General que había ascendido a la categoría de caudillo con la desaparición de todos los otros de mayores méritos; no era fácil que se apartara sinceramente para vivir dentro de la exclusiva actuación militar, sino que por idiosincracia o convencido por la turbamulta de aduladores y políticos perversos que gravitaban alrededor del mando, al fin había de caer en la gravísima falta que muchos han criticado, que no han podido aceptar aparentemente, cuando sólo han desempeñado empleos inferiores en el Ejército.

El General Huerta, como resultado de las diversas actuaciones que se le encomendaron; ya como Jefe de Batallón, de Columna o de toda una poderosa División, con lujo de elementos como en ese tiempo ninguna otra unidad había llevado, se le reputaba como un General de primera línea, se sabía que había sido inteligente, más que sus compañeros, al crearse el Estado Mayor, y los mismos de sus colegas decían que era decidido, tenía carácter y los aventajaba en milicia.

Efectivamente el General Huerta supo envolverlos y madrugarles, para usar una frase típica y muy conocida entre los militares, a todos, uno por uno desde al General García Peña. Secretario de Guerra, hasta todos los Comandantes de Columna, inclusive el General Angeles, quien todavía al saber los episodios que se habían desarrollado en el Palacio Nacional, al ser aprehendidos el Presidente y el Vice-Presidente, cuando álguien expuso la idea de que marchara con su columna a rescatarlos, respondió, que él, sólo recibía órdenes del Comandante Militar. Tal como se propalaron estas noticias, así las trasmito, sin hacerme, por supuesto, solidario de la veracidad, porque éstos son de los hechos que no me constaron.

Sí nadie podrá discutir, que en estos países de Hispano-América no es conveniente, ni racionalmente debe permitirse, que se sienta más caudillo el inferior inmediato, porque asaltado por el número y la perversidad de los políticos asechadores de los puestos, es muy difícil que deje de oir el canto de la sirena y que persevere en la idea básica de que los militares no deben ser políticos. No otra cosa ha sucedido en estos países de vida de vorágine de rebeliones armadas, todas ellas engañosamente invocadoras de principios salvadores para la Patria; Patria que estaría mucho más agradecida, tranquila, armonizada y con más tolerancia entre sus ciudadanos, si sus salvadores se hubieran reducido a la expresión mínima.

El ejemplo del estado de revueltas aún se recordaba, era reciente y con su elocuencia nos enseñaba que de poco había servido para la experiencia nacional; habríamos de ver nuevos episodios que hablarían poco de la civilización y de nuestro apego para conservar inmaculadas nuestras instituciones.

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