Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Vigésimo octavo. El alto mando Capítulo trigésimo. El nuevo Camandante militarBiblioteca Virtual Antorcha

LA ASONADA MILITAR DE 1913
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano

General Juan Manuel Torrea

CAPÍTULO VIGÉSIMO NONO
EL COMANDANTE MILITAR DE LA PLAZA
1913


Antecedente y apreciaciones.

Me he formado el propósito, al referirme a los mandos. de procurar apartarme de todo camino que no se acerque, dentro de lo humano, a la más rígida imparcialidad. Creo que al tratarse de las fuerzas leales al Gobierno, el mando superior contaba con un Secretario de Guerra y Marina que había demostrado alguna aptitud militar mandando un batallón por poco tiempo, que sólo sirvió en filas en el empleo de Coronel y por lo tanto, aún suponiéndole inteligencia especial, debe haberse caracterizado su mando por toda esa serie de desaciertos, de vacilaciones y de irregularidades que desarrolla necesariamente aquel que no ha pasado por todas las escuelas de oficial subalterno y de oficial superior, precisamente en el servicio de filas, mandando soldados.

El Comandante Militar, General Villar, reunía especiales condiciones de aptitud, de idoneidad, etc., etc., pero le faltó capacidad para desarrollar su actividad de previsión como General en Jefe y para el desarrollo del mando sobre grandes unidades, concretando su acción, a la valerosa, imponente y determinante de Jefe de Columna, con lo que comprometió el mando, eso desde luego, al ser herido y expuso la vida del Gobierno anticipadamente.

El mando de los Ejércitos, de las grandes Unidades, de las plazas de importancia, no debe conferirse, tomando en cuenta sólo la aptitud y la idoneidad, sino considerándo la inteligencia para operar con las tropas al frente del enemigo, que es el fin de la milicia. Si el General en Jefe se inutiliza en el primer momento, ese fin puede quedar seriamente comprometido. Un recluta puede tener aptitud, un oficial puede ser un capacitado para mandar una Compañía, pero no en todos los Jefes de Cuerpo hay la idoneidad que se requiere para mandar una división. Esta a mi juicio es la clasificación que corresponde a los Generales a quienes el Gobierno había confiado el mando de la Plaza: les faltaba la idoneidad.

Así como el General Villar hubiera sido un portentoso Comandante de Columna para mandar la que asaltara la Ciudadela, así como lo fue un valeroso Comandante de tropas (convertido en Jefe de Batallón) en una acción de armas de indiscutible intrepidez, también es verdad que esa acción de falta de prudencia del General en Jefe dentro de la crítica debida, debe clasificarse como un acto de osadía y falta de reparo y de reflexión que no conviene al militar.

Uno de los más notables Generales ha dicho: Después del valor, la prudencia es la primera cualidad del General. Esa palabra significa para el militar la previsión, la discreción, la vigilancia, prevenciones axiomáticas todas, que se descuidaron totalmente en los días precursores a la rebelión armada de Febrero. No se previó todo, como es de la obligación del alto mando, ni se buscó el éxito decisivo sobre el adversario, ni la forma como derrotarlo completamente. No se pensó en el día, en lo que podría pasar en ía noche, y se descuidó absolutamente el presente por todos los componentes de mando del Gpbierno, (militares y civiles).

La previsión sólo la saben desarrollar con éxito los entendimientos muy ejercitados.

El General Villar olvidó, cometiendo una gran faíta militar, quién debería remplazarlo en el mando, en el caso de ser muerto, ya que iba a ejercitar funciones de Comandante de Columna y no de General en Jefe. Si los acontecimientos se hubieran complicado, habría sido de completa inutilidad la conducta valerosa y enérgica del Comandante Militar. A su lado estaba el coronel José Lelgado, el primero de los poccs Generales que se presentaron, y a mi juicio debería haberse dado a reconocer por el Comandante militar como su segundo en las operaciones militares que se avecinaban. Estuvo expuesto el mando a morir y a dejar a las tropas sin una terminante disposición para una posterior actuación definida y uniforme, y sin persona que lo substituyera para continuar el proceso de las operaciones. Al General Méndez que llevaba en su abono antecedentes de patriotismo y de una actitud resuelta puesta a prueba allá en el año de 1867, cuando cayó prisionero de los imperialistas y fue internado a la Plaza de Querétaro.

En el orden de ideas, que caracterizan al Jefe de Columna y al Militar arrojado para un incidente de la rebelión, de 1913, el Comando no pudo estar en mejores manos. El General Villar era uno de los militares, tipo de lo más saliente que había creado el antiguo Ejército en sus últimos años, como bien significado oficial para las filas. Era todo un soldado, todo un carácter, de una decisión y de una actividad siempre manifiesta tanto en guarnición como en marcha o en campaña. Oficial de Infantería apegado a la Ley y a los reglamentos, para el caso de marchar al frente de una Columna, para ser el primero en presentarse en los lugares de peligro, para infundir ánimo y aliento a los soldados con férrea actitud de guerrero, era el Capitán Remington uno de los que traían fama bien conquistada desde los Últimos días del Imperio de Maximiliano y por largo tiempo en la campaña de Sonora y en la Zona Militar de Chihuahua hasta que lo sorprendieron los acontecimientos de Febrero.

Mandando un Batallón, había hecho del marcado con el número 24° uno de los que se cargaban más fama en los últimos años del Gobierno del General Díaz; por sus virtudes guerreras era admirado por sus subalternos; sabía amar, infundir adhesión y no se desdeñaba de tratar bien a sus soldados, cuidaba mucho de ellos y siempre la firmeza y la decisión fueron sus características distintivas.

El nombre de guerra de Capitán Remington, tan apropiadamente puesto a aquel oficial, no lo desmintió nunca; era un tenaz, violentísimo para hacer que se cumplieran las órdenes que daba, pero ... traía en su escuela mucho de la inconsciencia del mando anticuado de nocivas equivocaciones; era un creyente de aquel adagio, para justificar siempre al superior que mandaba, que decía: cartucheras al cañón quepan o no quepan ... y cuando no cabían, la resultante no era otra que uno de tantos fracasos que tenemos que lamentar, desgraciadamente muchos frente a tropas invasoras; también olvidaba lo que olvidaron las prevenciones del Reglamento de Campaña al referirse a las órdenes: que deben ser ante todo lógicas y ésas sólo las sabe dar el militar prudente y de valor notoriamente sereno. La falta de prudencia y de otras cualidades del General en Jefe, motivaron que en 1913 no hubieran sabido tanto él como el Ministro de la Guerra evitar oportunamente una rebelión que tampoco se supo hacer abortar.

Montado a la antigua, a la antigua también observaba las virtudes militares esplendentes en aquellos hombres que supieron marcar un punto blanco en las efemérides militares y con Donato Guerra, Bonifacio Topete, Carlos Fuero, Pedro Troncoso, Jesús Alonso Flores e Ignacio R. Alatorre supo formar un septenario máximo que se reveló caballeresco defensor del Gobierno constituído.

El nombre de guerra Remington, se lo dió el siguiente sucedido:

Corría el año de 1876 y estaba confiada la plaza de Tlaxiaco al cuidado de una compañía a las órdenes del entonces Capitán Villar. Las tropas tuxtepecanas habían adquirido prestigio por su organización y mando, y algunas habían sido ya dotadas con fusiles Remington antes que los federales usaran ese armamento y a aquella nueva arma se le concedían entonces, bondades de superioridad sobre todo el armamento con que estaba dotado el ejército, el que ya resultaba demasiado antiguo.

El Capitán Villar tuvo noticias de que sus soldados dedicaban mucho de su tiempo, a hablar sobre el Remington y la posible superioridad de sus adversarios que usaban aquella arma. El Capitán aprovechó una de las listas del día para arengar a sus soldados con objeto de quitarles la impresión que se basaba en la inferioridad de su armamento y, entre otras frases, porque el Capitán no era elocuente, les dijo: Qué Remington ni que Remington, yo soy más que el Remington.

Desde ese día, para sus soldados, causó baja el Capitán Villar y alta el Capitán Remington, adquiriendo ese nombre de guerra por el que fue generalmente conocido.

Pocos días después fue derrotado en Tlaxiaco, le tomaron la plaza, le hicieron prisionero y le enviaron a Oaxaca. Una mañana lo mandó llamar el General revolucionario Fidencio Hernández y le dijo que se había acordado ascenderlo a Comandante (Mayor) y debiendo quedar comisionado en su Estado Mayor. El Capitán Villar no aceptó y con la nerviosidad propia de su carácter y con la energía que le reconocíamos todos, le dijo: Mejor fusíleme, yo no soy revolucionario.

Entonces el General Hernández ordenó que se le pusiera en libertad y marchara a donde quisiera. Se presentó a la Comandancia General de México y fue ascendido a Comandante por el Gobierno bamboleante del Licenciado Lerdo de Tejada, empleo que naturalmente por respeto a la virtud, a su actitud exclusivamente militar y como debida recompensa a la lealtad, le fue reconocido por el Gobierno del General Díaz.

Ya General, el famoso Remington, ante el Presidente de la República en una célebre conferencia, le dijo que había dispuesto que pasara a tomar el mando de la 3a. zona militar cuyo cuartel general radicaba en Monterrey, a fin de que fuera más conocido de sus conterráneos, los Tamaulipecos.

Quiero, le dijo el Presidente, que lo vayan conociendo a usted a fin de que después sea usted el Gobernador de su Estado.

El General Villar como botado por un resorte, saltó del asiento y con rudeza y cón decisión, cuadrándose, le dijo:

Mi General, yo no soy político, yo sólo soy soldado, soldado de filas, yo sólo estoy contento en el cuartel y no sirvo para otra cosa.

El General Villar comprendió que había estado incorrecto en la forma, ante aquel, que entonces, muy pocos se atrevían a hacerle observaciones ... pero repitiendo le decía:

Mi General yo soy soldado, mándeme usted donde quiera, pero no para ser Gobernador.

Entonces el Presidente con toda calma le dijo:

Siéntese General; usted irá de Jefe de la Zona y para hacer una distinción a su Estado y a Usted, el cuartel General se pasará a Matamoros, el lugar donde usted nació.

El General Villar volvió a decirle:

Gracias mi General, soy soldado y mándeme donde quiera.

El General Villar se despidió del Presidente y fue a mandar lo que sabía mandar, soldados. De ahí fue removido para pasarlo como Comandante de la 2a. Zona Militar, Chihuahua, ya al final de la revolución, encabezada por el Señor Madero.

Allá en Chihuahua, cuando algún periodista le achacaba ser porfirista, según el decir de la voz de la calle, motivo por el cual retardaba el permiso para que entraran las tropas mandadas por el General Revolucionario Pascual Orozco, contestó con la sinceridad propia y con vibrante palabra:

Ahora soy Barrista, en tanto el señor de la Barra sea el Primer Magistrado de la Nación, como fuí Juarista, Lerdista y Porfirista cuando dichos señores fueron Jefes del Estado y seré Maderista, óiganlo bien, cuando el Señor Madero sea el Presidente de la República.

El 9 de febrero de 1913 cumplía exactamente lo que había expresado en aquella Capital fronteriza y hacía el debido honor al mando que se le había confiado de autoridad eminente de las tropas de la Guarnición de México.

Y así lo había demostrado en Chihuahua allá en 1911, cuando pretendieron algunos políticos concertar una maniobra de fuerza contando, como ya contaban, con el General Revolucionario Pascual Orozco, a fin de marchar a la Capital de la República para impedir que el Señor Madero llegara a la Presidencia de la Repúblíca.

Planeaban conquistarse al General Villar, ofrecerle el mando supremo de tropas Federales y Revolucionarias, subordinándosele Orozco, y marchar con ese núcleo, el más fuerte, sobre la Capital de la República, pero ... no había, no hubo, quien se atreviera a hablar sobre tan descabellado proyecto al viejo Remington. Algunos de los inodados en el complot, llegaron a platicarlo a alguno de los Coroneles de la Guarnición de aquella plaza y por contestación les respondió que el General Villar los mandaría al diablo y que deberían meditar mucho antes de hacerle aquella proposición al leal servidor del Gobierno.

Efectivamente, los que conocíamos el violento proceder del General en Jefe, nos podemos dar cuenta de que quién se hubiera atrevido a exponerle el plan, mal la hubiera pasado y cuando menos, si sale bien librado de la comisión, hubiera sido recibiendo una muy agria y durísima reprimenda.

Cuando en lo íntimo, previa una petición de que reservara la plática, y no hiciera mención de ella, el Coronel Antonio Ramos Cadena le refería lo que le habían propuesto y la exposición de los elementos y dinero que deseaban ofrecerle, repentinamente se puso furioso, y anatematizó duramente el proceder de aquellos que tan pronto querían utilizar las tropas federales en el indebido empleo de desconocer al Gobierno Interino, e impedir por la fuerza de las armas la voluntad nacional que se manifestaría en elecciones que habrían de verificarse, como una novedad para todos, como no estábamos acostumbrados a presenciarlas.

ACTITUD MILITAR

La actitud militar del General Villar, no obstante que sujetó a las tropas revolucionarias a permanecer en una situación desesperante, fuera de la ciudad por más de quince días, no permitiéndoles que entraran hasta que pudo ratificar la orden del Secretario de Guerra y el cambio de Gobierno efectuado ya hacía varios días, no sólo mereció la aprobación del Presidente de la República y dd Jefe de la Revolución, cuando supieron el por qué de aquella obstinada determinación, sino que le enviaron una expresiva felicitación y cuyo contenido de los telegramas que originales tuve en mis manos, a la letra dicen:

Telégrafos Federales.
Oficina en Chihuahua.
Impreso en el encabezado.
Telegrama.
Palacio Nacional.
11 de junio de 1911.

Recibido en Chihuahua. 25
Of. H. D. 11. H. R. 11.40 A. M. Gr. Z. Gral. L. Villar.

Acabo leer patrióticas declaraciones hechas por usted. Lo felicito por sus sentimientos de lealtad al Gobierno constituído, sentimientos que corresponden a honrosos antecedentes de usted.

F. L. de la Barra.

Telegrama 57.
México.
Sría del Sr. Madero.
21 de junio de 1911.

Recibido en Chi.
63 oL H. D. 6135. H. R. 6.56. V. D. Z. General Lauro Villar.

Congratúlome de que haya tenido lugar la entrada de las fuerzas insurgentes a Chihuahua en completa concordia con las fuerzas de su digno mando y tengo la seguridad de que en lo sucesivo, todas las fuerzas federales e insurgentes no tendrán más mira que mantener el orden y ser el resguardo de la Soberanía Nacional. Felicito a usted por su patriótica actitud.

Francisco I. Madero.

El hachazo que se preparaba al Gobierno interino, aun antes de hacerse las elecciones, falló por la actitud de lealtad incorruptible del General Villar; los trabajos de los oposicionistas continuaron y aprovechando la indecisión y el mando gubernamental equivocado, se concertó el retiro de las tropas federales del Estado de Chihuahua, quedando las antiguas revolucionarias que a sus anchas, y francamente, prepararían una próxima rebelión contra el Gobierno, la que estalló cuando recientemente había ascendido a la Primera Magistratura el jefe de la Revolución.

Cuando el señor Madero, ya electo Presidente, trataba de formar su gabinete, hubo quien pensara en que el General Villar haría un buen Secretario de Guerra y Marina, a mi juicio apreciación equivocada, y cuando se pulsó su opinión, manifestó convicto y firmemente que él no servía para eso y que como el cargo era renunciable, lo renuncairía indefectiblemente ...

Cuando se separó el General González Salas para marchar contra la rebelión de Orozco, que el Gobierno permitió que realizara entregándole el Estado de Chihuahua. a indicación de aquel pundunoroso y honrado General, se volvió a pensar en confiarle la cartera de Guerra. Volvió a manifestar su desagrado y su repugnancia para ocupar puestos de carácter político y su decisión incambiable de renunciarla inmediatamente.

Qué extraña y rara conducta, hasta entonces una novedad ésta de que un General de División no se decidiera a abordar un cargo, para desempeñarlo bien o generalmente mal como tantos, en un país en que se ha mantenido la creencia errónea de que del divisionarismo, el ascenso inmediato es Secretario de Guerra.

Muchas de estas notas, las ratifiqué en conversaciones que sostuve con el General Villar allá en la plaza de Veracruz, cuando visitaba por dos o tres veces al año aquel puerto por los años de 1917-19, y cuya versión en muchos de sus puntos me fue referida y ratificada por el que había sido Subsecretario de Guerra, General de División Manuel M. Plata, y quien por dos veces había sugerido también que ocupara el General Villar la dirección del Ministerio de la Guerra.

En su lugar fue designado un militar totalmente desconocido en el Ejército, sin el menor ni más elemental prestigio militar y sólo poseedor de ciertas virtudes militares como hombre y como ciudadano y conocimientos como ingeniero, que no bastan para suplir en este medio un prestigio que, para el caso, debe descansar en meritos de soldado o muy especiales para el mando de las tropas.

Si el General Villar no hubiera sido herido, seguramente que habría marchado con los elementos a sus órdenes, que eran escasos, al lugar en que quedaran elementos rebeldes. Seguramente que hubiera marchado hacia La Ciudadela, y en aquellos momentos de confusión y desorden se habría impuesto una segunda vez si se adelanta a aquella fracción rebelde, pues es indiscutible que sabía conducir una columna con decisión y con ímpetu. Entre los adversarios podría haber habido de esas cualidades, por qué no, pero hasta ese momento eran ignorados; sus mismos componentes deben haberse dado cuenta de que los que se pusieron al frente de elementos armados rebeldes no había sido por la resultante de un arresto bélico, sino simplemente aprovechando su influencia sobre tropas y guardias que se ponían a sus órdenes y a su disposición.

Secretario de Guerra y Comandante Militar olvidaron o desconocían la historia militar nuestra; echaron en olvido durante su gestión a aquella historia del México pretérito que mostraba la cadena de acontecimientos que formaban la serie de rebeliones que se aprovecharon de La Ciudadela; no pensaron en la conducta que habrían de seguir al desencadenarse alguna sublevación y en un solo punto, en el centro mismo de la ciudad, se almacenaban numerosos elementos de guerra bajo la custodia de una exigua guardia de veinte hombres a las órdenes de un oficial, que podía ser muy bien, uno de tantos carentes de aptitud militar.

Esa historia nuestra les hubiera hablado de la hombría de un General José Joaquín Herrera, de la destreza de un General García Conde, de la multiplicidad de acción de un General Sóstenes Rocha y de la decisión enérgica de un General Mejía, pero ... olvidaron el poder de la historia, y, uno caia infantilmente prisionero en una guardia y el otro se inutilizaba como jefe de columna frente al Palacio Nacional, con lo que el Gobierno quedó sujeto a imprevisiones de mando.

EL DEBER ...

Los militares están obligados a llenar esta virtud militar de una manera absoluta y con una severidad completa. El deber militar está respaldado por tres obligaciones máximas: por la moral, por la razón, y por la ley; es por ésto que es necesario que el oficial sepa que siempre debe obrar dentro de los principios morales, pero el mando superior es el que debe cuidar de que los oficiales puedan cumplir con tan severa prevención; el oficial debe estar instruido ampliamente en sus leyes y la manera justa de comentarlas y aplicarlas. No debe confundirse la palabra deber con la palabra obligación, en el sentido estrictamente militar; el deber es sinónimo de una ley moral, significa una regla impuesta a la voluntad. La obligación es más personal y depende de circunstancias especiales ...

No es de aceptarse dentro de un criterio racional de soldado, que haya personas poseedoras de cierta educación militar adquirida por el estudio o por asimilación, que formulen anatemas contra los militares que han cumplido con la ley o con las más elementales reglas de disciplina, pretendiendo exigir al militar que esgrima sus armas para la resolución de los problemas anteriores, con la misma libertad que los demás ciudadanos que no han contraído compromisos legales y llegan en su equivocación de criterio hasta el absurdo de formular cargos, o pretender que se inicien procesos de responsabilidad historico-militar dentro de un mismo cartabón tanto para el General en Jefe como para el oficial superior o subalterno que ha obedecido prescripciones legales, dicta los de disciplina y enseñanzas invulnerables de recta subordinación.

Al tratarse del elemento civil, casi siempre dominado por pasiones políticas, en general poco preparado para determinar las posiciones del militar y para apreciar debidamente, imparcialmente, las virtudes del mílite, no es extraño que sustente principios totalmente equivocados y torcidos respecto a la actuación que debe observar el elemento militar al enfrentarse a las revoluciones o contra los grupos armados que se rebelan contra los gobiernos constituídos.

La historia nuestra, comentando esos casos, en general comete lamentablemente equivocación científica, como la repugnante falta a la justicia más elemental, de juzgar actuaciones de fondo sensiblemente igual, de aspectos semejantes, de obediencias similares dentro de un cartabón con total falta de lógica, llegando a conclusiones tan extrañas, ante premisas sensiblemente semejantes, tan insignificantemente diferentes, que un criterio militar puritano, sin mucho esfuerzo imaginativo, debe rechazarlas al llegarse a esa resultante acomodaticia para los preceptos políticos, ya que resalta esplendente el concepto severo de que esas resoluciones son resultantes de pasiones individualistas y mezquinas y de criterios estrechos de los veneradores fanáticos de la humillación y de la injusticia.

ESCLAVO DEL DEBER

En capítulos de otro aspecto he elogiado como se merece a esos pundunorosos y valientes generales Guerra, Topete, Fuero, Troncoso y Alatorre; ahora, al referime a esa virtud militar que los militares están obligados a practicar de una manera absoluta, quiero dedicarlo especialmente al General Villar.

El General Villar, como tantos de nuestros generales de entonces, no podía llenar su cometido en el sentido general de la palabra, porque, o carecian de aptitudes militares, de falta de preparación intelectual por la inercia en que vivían o por la ignorancia impropia e inadecuada para el generalato. El General Villar no pasaba de ser un portentoso y denodado jefe de columna, pero estaba lejos de ser un buen general.

Pero la virtud militar del deber y la excelsa de la lealtad al Gobierno constituído, esas sí forman el mejor galardón de su hoja de servicios.

En 1865 concurrió al ataque de la plaza de Matamoros contra los imperialistas; en 1866 al sitio de la misma plaza y al ataque de la heroica ciudad fronteriza.

En 1868 combatió a sublevados en Milpa Alta, Ajusco y Chalco; en 1869 a sublevados en el Estado de San Luis Potosí, hasta enero de 1871 en que fue hecho prisionero. Puesto en libertad, continuó la campaña combatiendo a sublevados en el Estado de Guerrero y marchó al Estado de Oaxaca para combatir a sublevados hasta que fue herido.

En 1876 hizo la campaña en los Estados de Oriente contra sublevados y más tarde en los Estados de Tabasco, Campeche y Yucatán.

Siempre combatiendo a sublevados, concurrió a las campañas de Yucatán y de Sonora; en el Norte de la República en época pretérita y finalmente en la propia capital de la República supo enfrentarse airosamente contra la rebeiión armada en febrero de 1913. mandando en jefe como comandante militar de la plaza.

En el caso particular de 1913, culminó su actitud, porque era el papel que le correspondía, como comandante militar de la plaza ...

El deber es el más imperioso de los deberes, porque exige grandes cualidades a quien se obliga a cumplirlo: a su voz calla hasta la voz misma de la humanidad; en las aras del deber hay que hacer el sacrificio de todas las comodidades y de todos los tiernos sentimientos.

Así conceptuó el deber, a mi juicio exactamente, uno de nuestros ameritados generales, el General Bernardo Reyes, en su libro de conferencias que escribió para las Academias de la Oficialidad del 6° Regimiento de Caballería.

Las apreciaciones sobre el comportamiento del General Villar por su lealtad y por su valor, coinciden en concederle todo el mérito a su acción y aptitud militar personas de diversas profesiones y de tendencias políticas distintas.

El General Porfirio Díaz, siendo Presidente de la República, le dirigió el siguiente mensaje:

Palacio, 5 de octubre de 1896.
Juchitán.
Coronel Lauro Villar.

Enterado de su mensaje de antier, felicito a usted sinceramente lo mismo que a su batallón por la protesta de nueva bandera y espero que mantendrá ésta a la misma altura que ha mantenido las que le precedieron sin desmentir jamás la lealtad y bravura militar de que es modelo.

Porfirio Díaz.

Algunos que poco saben de asuntos militares y carecen de imparcialidad, han lanzado el cargo al General Villar, de que estaba de acuerdo con los sublevados, la más inicua de las imposturas. En capítulos anteriores se ve la actividad que desplegó durante les días angustiosos que precedieron a la sublevación de las tropas, los medios de que se valió para cumplir con su deber, y cómo empleó las tropas, de acuerdo con su capacidad militar, no apropiada para el Generalato en la franca y general acepción de la palabra, ni para un momento tan difícil para sortearla ventajosamente.

Un partidario del General Reyes, quien acompañó al político rebelde hasta la misma puerta del Palacio, en carta que conservo dice entre otras cosas:

El General Villar fue uno de nuestros más respetables generales en el Ejército de aquella época, como soldado que supo enfrentarse contra los trastornadores del orden público en la época del señor Madero en que cumplió como soldado, dado el carácter de comandante militar, primera autoridad militar de la plaza y con la lealtad que siempre debe conservar el soldado. Por lo que lo tengo en el más alto honor. El General Villar por el respeto que todos le teníamos en aquella época, ninguno se atrevió a invitarlo a la asonada, porque todos le conocíamos gran delicadeza como hombre civil y mucha honorabilidad como soldado, así es que nadie se atrevió a invitarlo; por este motivo, aseguro que el General Villar jamás entró en componendas con ninguno de los trastornadores y que, por lo tanto, no hizo sino cumplir con su deber, como patriota y como soldado.

Se dijo por algunos enemigos del General Villar, que había traicionado al General Reyes, en mi humilde concepto creo que hay traición cuando hay entendimiento o acuerdo con dos o más. En el caso actual no lo hubo ..., etc., etc.

Debo decirle, -me escribe el General Antonio Ramos Cadena-, que la opinión que tengo es que el General Villar siempre fue leal a los gobiernos y que presencié en Chihuahua, en 1911, cuando entró el Gobierno interino del señor de la Barra, que se trataba de hablarle para que 5,000 hombres que tenía a sus órdenes e incorporados a los de Pascual Orozco, marchara a México, para cambiar el Gobierno contándose con $3.000,000.00 que para haberes ponía a su disposición la Junta que laboraba por aquello. Vieron al que esto escribe y les rechazó su idea y cuando el General Villar supo aquello, por conversaciones, siempre se enardecía y decía un buen número de insolencias. El General Villar fue leal al Gobierno hasta su derrumbe, nadie se ha sabido que intentara hablarle y cumplió con su deber como comandante militar, pues para cumplir con un puesto militar no se tienen amigos ...

El fue leal, lo hizo bien y todo lo que se diga en contrario son imposturas. La opinión militar de usted respecto al General Villar está ajustado a lo que debe ser: el cump!imiento del deber, que no debe reconocer compadres ni amigos ...

El historiador don Fernando Iglesias Calderon se expresa así:

Ni ahora ni nunca he creído ni supe que el General Villar hubiera estado de acuerdo con los del cuartelazo de 1913; pues todos los actos de su vida obligan a reconocer que fue siempre un militar leal y pundunoroso. Lo que supe en aquel entonces, como simple rumor, pero acorde con la lealtad reconocida del General Villar, fue que había sido trasladado de Veracruz a la comandancia de la plaza de México para apoyar un complot en que se decía hallábase de acuerdo el Presidente de la Barra, para impedir que tomara posesión de la presidencia el ya electo para dicho cargo, don Francisco I. Madero, y que ese complot no llegó a realizarse precisamente porque no se logró que el General Villar lo apoyara faltando a su deber militar. Por ese mismo carácter pundunoroso que distinguió siempre al General Villar, no es de creerse que traicionara a sus amigos y si era amigo de los militares infidentes, en vez de hallarse obligado a secundarios en una asonada militar, tenía que posponer sus sentimientos amistosos a los que le imponía la lealtad y el pundonor militares.

El General Francisco L. Urquizo en su importante obra De la Vida Militar Mexicana dice:

Don Lauro Villar, el ameritado General de División, héroe de aquel primer dia de la Decena Trágica, en que su sola enorme presencia de ánimo. con su valor a tOda prueba, impidió la toma del Palacio Nacional por las tropas rebeldes; el antiguo y famoso Capitán Remington, como cariñosamente le llamaban sus compañeros de la época de la intervención francesa, me simpatizaba grandemente ...

Conocíame de aquellos dias memorables de la Decena Trágica en que él fue herido, y gustaba de vez en cuando de conversar conmigo. En una ocasión me hizo un obsequio: era el antiguo y conocido libro La Ciencia de la Guerra, del General Rocha.

Mucho me sirvió a mi esa obra -me dijo- consérvala y léela con frecuencia, que también te servirá a ti.

Guardo el libro aquel en lugar preferente de mi biblioteca y su sola vista me recuerda siempre al digno general, honra y prez de nuestro Ejército ...

El General Urquizo, elevado hasta el cargo de Subsecretario de Guerra en el Gobierno del Presidente Carranza, tuvo perfecto conocimiento de la actitud militar del General Villar, y en la asonada fue uno de los oficiales que permanecieron leales al Gobierno, formando parte de la Guardia Presidencial con el empleo de Subteniente,

El General de División D. Manuel M. Plata, Subsecretário de Guerra hasta la caída dd Gobierno Constitucional y cuyos consejos e indicaciones siempre desoyó el General Secretario, militar severisimo para practicar la disciplina, de honradez quijotesca y de exactitud absoluta al tratarse del cumplimiento del deber. cualidades que lo distanciaron de muchos, no puso jamás objeción al valor y a la lealtad del General Villar y estuvo siempre de acuerdo con el que esto escribe, como tantos deben estarlo, que la práctica adquirida por el viejo Remington en tantos años y el constante hábito de mandar soldados -su vida fue siempre de cuartel- no bastaron para crearle las cualidades exclusivas del mando superior, de hombre superior, que son caracteristicas del talento míiitar aunado a la experiencia de soldado, cualidades para General que no tenia el General Villar, aunque sí poseía facultades portentosas como Comandante de Batallón y como Jefe de columna para disparar y dar ejemplo al frente de sus soldados. a la vez que clásicas y acrisoladas virtudes militares.

De extensas apreciaciones del General Beltrán, que fue Director del Colegio Militar, nombrado Jefe del punto en Chapultepec durante los acontecimientos de febrero, tomo los siguientes párrafos:

Nunca tuve ni he tenido conocimiento ni el menor dato respecto a que el General Villar hubiera estado de acuerdo con los militares ... inodados en el cuartelazo de la Ciudadela ... y si alguien se hubiera permitido tal versión. tratándose del cuartelazo, ese alguien hubiera mentido desvergonzadamente, puesto que los hechos demostraron lo contrario. La situación de los militares, precisamente por la fuerza que representan, es casi imposible de definir por los que desearian convertirlos en su obsequio en comodín para lograr sus ambiciones personales, creyendo escudarlas con la hipocresía del patriotismo. La situación les resultó manifiestamente distinta y no debe pretenderse, en venganza, manchar la memoria de quien dió cátedra militar en el desempeño de sus deberes, con las manifestaciones de despecho de quienes fracasaron. Recibieron en pago la lección que los cadetes de Chapultepec les dieron sin haber sido traga-zuavos, salvando militarmente al Presidente de la República.

De algunos párrafos escritos por el Licenciado Don Ramón Prida, tomo los siguientes:

Fui amigo del General Lauro Villar desde 1883 y llevé con él una estrecha amistad. Confiando en élla, platicamos repetidas veces sobre los acontecimientos del 9 de febrero de 1913 y jamás, jamás tuvo compromisos políticos con el General D. Bernardo Reyes ni con Don Félix Díaz. Hablamos el General Villar y yo del Mayor del Primer Regimiento de Caballería y las palabras del General Villar fueron poco más o menos éstas: El éxito de la jornada se debió a la lealtad y al valor personal del Mayor del Primer Regimiento a quien encomendé una labor peligrosa y de gran confianza: recibir el empuje de frente de la columna que venía a las órdenes del General Reyes y evitar el ataque de flanco que podría darle el Primer Regimiento apostado a caballo a su izquierda. La labor era tanto más peligrosa, cuanto que el ataque de flanco lo darían las fuerzas de su mismo Regimiento, que tenían a la cabeza al Jefe del Cuerpo. Un momento de vacilación por parte del Mayor del Primer Regimiento y estaba yo perdido; pero este Jefe supo cumplir con su deber y pospuso sus personales sentimientos, para cumplir con su deber de soldado ...

De una carta del General Villar, de fecha 20 de mayo de 1917:

Mucho agradezco a usted los recuerdos favorables que hizo usted de mí por la mañana del 9 de febrero de 1913; como nos fue bien, debido al valor y vergüenza de mis cOmpañeros y como usted fue uno de éllos tomando buena parte, también me cabe felicitarlo muy deveras. Ya pasan cuatro años y pertenece ya a la historia ...

... El General Villar ese día, el ocho, había dado parte al Ministro de la Guerra de los rumores que corrían y como se encontraba enfermo, solicitó permiso para retirarse a su casa, permiso que le dió el Ministro y por eso no estaba en la Comandancia cuando llegaron los Aspirantes. Si hubiera tenido el más ligero compromiso, se habría quedado en su casa y no habría salido en la madrugada a exponerse a morir; si lo hizo, fue porque quería cumplir con su deber, esto es, porque no tenía compromiso de ninguna especie con los rebeldes ...

El Coronel Rubén García, Jefe de la Comisión de Historia de la Secretaría de Guerra y Marina (1932-33), escribió estos conceptos a propósito del General Villar:

No supe, ni creo, que el General Villar estuviera de acuerdo con los inodados en el cuartelazo de 1913. Estoy muy distante de creer semejante atentado contra el honor militar, en un soldado que tuvo por distintivo en su meritoria vida, la lealtad. No creo que hubiera sido traidor a sus amigos, porque la amistad desde el punto de vista intrínseco es una gran cualidad, que exige una serie de virtudes para ser bien cultivada y mejor comprendida; pero esto no relevaba del deber profesional, muy superior a esa, ya que sobre la amistad para el amigo, o los amigos, está la amistad para con la Patria y para con el honor de quien juró servirla ...

El señor Alfredo Alvarez, Diputado al Congreso de la Unión, que acompañó al Presidente a Cuernavaca y en muchos momentos de aquellos días, se ha expresado así:

Hablar del General Lauro Villar, es hablar de un hombre de mérito que supo conquistar su nombre por medio del esfuerzo de su vida militar, en medio de una situación difícil y excepcional como lo fue la época del Gobierno del General Díaz. El General Villar siempre se distinguió por el fiel cumplimiento del deber. Yo puedo decir enfáticamente que Lauro Villar fue un verdadero exponente de lealtad y de honor, que siempre estuvo a la altura del deber cumplido.

Lauro Villar defendió las instituciones en 1913, contra los infidentes que las atacaron y por eso la palabra traición en los labios o en la pluma o en cualquier parte donde la pronuncien los infidentes, solamente se podrá tomar como un cruel sarcasmo o un ilimitado cinismo. Para bien del merecido concepto que me merece el General Lauro Villar, debo repetir aquí lo ocurrido en mi presencia el día 9 de febrero de 1913, en el salón de acuerdos de la Presidencia de la República: el General Villar había sido herido esa mañana y por ello no podía seguir con el mando de las fuerzas combatientes que defendían al Gobierno y las instituciones, viéndose en la necesidad de abandonar el Palacio Nacional, y al salir, cubierto con amplia bata blanca de dormir, al despedirse y cuando por indicación del Ministro de la Guerra, el señor Presidente asentía para que designara a Victoriano Huerta, en lugar del propio General Villar, éste pronunció tres veces consecutivas estas palabras: Mucho cuidado Victoriano, frase que se quedó profundamente grabada en mi memoria y que da la medida de la lealtad del mismo General Villar.

El General Héctor F. López, meritísimo revolucionario por sus principios avanzados y sinceros, militarmente ha contestado a la pregunta de si había sabido o ahora cree que el General Villar estuvo de acuerdo con el cuartelazo de febrero, y secamente como soldado ha escrito:

Ni lo he sabido, ni lo creo y al tratarse de la amistad con respecto a la lealtad, todas las cosas tienen su límite y en el caso especial de una asonada, creo que el cumplimiento del deber de ser leal a la bandera está sobre el de condescender con el amigo y no creo que se traicione al amigo en ese caso.

El General de Brigada Ignacio L. Pesqueira, que fuera Subsecretario de Guerra al establecerse el Gobierno Constitucionalista, me ha escrito su apreciación respecto al General Villar:

El pundonoroso y leal amigo está fuera de toda discusión, porque todos sus actos fueron ajustados al cumplimiento del deber y sólo sus amigos malquerientes se atreven a poner en duda su lealtad y patriotismo. Yo tuve el gusto de conocerlo en la H. Veracruz el año de 1915 cuando nuestro Primer Jefe de la Revolución Constitucionalista tenía su Gobierno en aquel Puerto y colaboraba en su Gabinete como Sub~Secretario de Guerra Encargado del Despacho. En aquel entonces, estreché la mano del ilustre militar y me dí cuenta de lo que valía, y por ello guardo respetuoso su memoria. Creo que no es necesario hacer historia, y sólo me resta manifestar a usted que en toda ocasión saldré a la defensa de tan ilustre cuanto llorado prócer del Ejército Nacional.

Las apreciaciones militares preinsertas de ensayo crítico, han merecido la aprobación del Coronel Ingeniero Vito Alessio Robles, quien fue su Jefe de Estado Mayor en 1911; opinión de peso por ser de quien las sabe y puede apreciar, de un capacitado en el aspecto de estos apuntes -miiltarmente- y está con ellos, al referirme a las fallas en el Generalato, y a las virtudes militares en que esplendió, como en las descollantes: el valor y la lealtad, que le fueron y le son generalmente reconocidas.

Y hasta la opinión del corneta de órdenes que lo seguía el 9 de febrero. es favorable a la indiscutible actitud militar del General Villar.

Naturalmente que sin la benévola intervención del Presidente de la República y sin la continuada obstrucción del Secretario de Guerra, la labor del General Villar hubiera sido determinativa, eficaz y más armónicamente militar para el momento. Pero sin concedérsele: en esa situación de alarma intensa en que vivía la Capital desde a fines del 1912, que contara con Jefes de confianza y con cuerpos de tropas de Infantería organizadas y disciplinadas, el éxito no era lisonjero y los resultados, como la marcha del Gobierno, estaban expuestos a la aventura y al acaso.

El mal radicaba principalmente en la equivocada elección para rodear al Jefe del Ejecutivo. El Secretario de Guerra, un desconocido para el Ejecutivo y desconocedor de la casi totalidad de los componentes, un ignorante respecto a la lealtad, antecedentes y aptitudes de los Jefes a sus órdenes y desconocedor de sus salientes cualidades militares, no sabría, como no supo, aprovechar a cada uno de acuerdo con sus tendencias y sus facultades; el Jefe del Estado Mayor Presidencial, Marino distinguido y muy capacitado para haber estado al frente de su arma, era un desconocido también que desconocía al Ejército, con lo que se hallaba totalmente vedado de opinar y de aconsejar acertadamente, y en el caso, la generalidad de los Oficiales que formaban el Estado Mayor que a ciegas podrían discernir sobre probables equivocaciones o tendencias indebidas.

El Inspector de Policía, un distinguido y competente Oficial de Infantería, estaba erróneamente aprovechado en ese puesto que requiere aptitudes, experiencia y argucia desarrollada y profesional, y rodeado de la mayoría de los mismos elementos que habían estado a las órdenes de uno de los rebeldes, por el que sentían adhesión; en las mismas condiciones se hallaba la Guardia Presidencial, guardia personal del Gobierno dimitente, que torpemente se quiso que siguiera siendo la Guardia personal del revolucionario. Claro que los Oficiales sirven a la Nación y no a la persona; pero la Guardia Personal tiene una característica muy especial y los Oficiales pueden y deben seguir sirviendo al Ejército, pero no en la misma Guardia Personal cuando lo fue del dimitente, porque humanamente. aunque no se quiera, la suspicacia vivirá alarmante alrededor de la equivocada determinación y de las tendencias personalistas que es raro se modifiquen por la disciplina en esos institutos y se desorientarán en el primer instante que la oportunidad lo ofrezca.

La Oficialidad de filas, que es la que más se aleja de los personalismos, que es la susceptible de acercarse al ideal de la disciplina, la de los Cuerpos que no se reputan como especiales ni distinguidos, no les concedían el menor prestigio, por conocimiento y aptitudes exhibidas, a la generalidad de los Oficiales Generales, Superiores y Subalternos, que rodeaban al Jefe del Estado y que no sabrían ni aconsejarlo acertadamente, ni obrar con resolución en el caso solemne.

Radicando, como radicaba el mal principalmente en la elección de algunos de los componentes del alto mando militar y de otros de importancia dependientes de Secretarías de Estado de carácter político, que no se atrevieron a relevarlos, aunque siempre se pudo y se debió hacer, los acontecimientos habrían de recibir, como recibieron, una continuada corriente favorable a los propósitos de los futuros rebeldes.

Hubo falta de presencia del mando, antes de la asonada para presentar oportunamente elementos escogidos, ya que es el camino para dominarla; el relevo inmediato con Jefes de confianza que los había, pero que no los conocían, y suprimir a quienes no se les tenía confianza; pero la lenidad para esperar y dejar que se desarrollaran los acontecimientos como les diera en gana orientados a los probables derrumbadores del Gobierno, preparó el terreno para que la bola creciera, aun cuando como hemos sabido vaciló al iniciarse en Tacubaya, titubearon alguno o algunos de los comprometidos en un cuartel de México, donde se dijo que una mujer se impuso sobre el mando que se resfriaba y sin ímpetu frente a la Prisión Militar y en la Penitenciaría, como en la calle de la Moneda ...

Sin los elementos obstruccionistas en el Gobierno, sólo supongo que por ineptitud, sin los inertes para el mando, y suprimidos de golpe aquellos enérgicamente, férreamente, como se debe hacer en lo militar ante situaciones eminentes, se pudo muy bien rendir tributo de honor a la previsión militar, tan seriamente descuidada; el Comandante Militar era muy capacitado para esos momentos de energía y el orden entonces se habría mantenido inalterable en la Plaza.

De esta carencia de cualidades en mando, es de excluirse al General Villar reconociéndosele virtudes grandes como brazo, como hombre de acción, valor extraordinario, lealtad insospechable, aptitudes selectas como Jefe de Batallón y facultades como Comandante de Columna.

Alguien dijo y dijo bien: la bala que hirió al General Villar mató al Gobierno Constitucional ...

La frase no fue nueva, pero es exacta, ya que el alto mando no sabría, como no supo, escoger habiendo varios capacitados, a quién debería confiarse la columna de ataque a la Ciudadela, ni quien hubiera aconsejado sobre la racional división de las tropas para casos como ese, de vida o de muerte para un Gobierno.

LA HERIDA DEL COMANDANTE MILITAR

La herida del General Villar no fue leve, que mal informados han escrito en periódicos y libros; fue una herida en el cuello, con fractura de la clavícula, que produjo abundante hemorragia.

Pasó al Hospital Militar al mediodía del 9 y salió hasta el 5 de abril del mismo año de 1913, según lo comprueba el oficio que copio y que a la letra dice:

Un sello con el Escudo Nacional.
Secretaría de Estado y del Despacho de Guerra y Marina.
México.
Departamento de Estado Mayor.
Número 10162l.
Sección Segunda.

Tengo la honra, por orden del señor Secretario del Ramo, de contestar de enterado el oficio de usted de hoy, en el que se sirve comunicar su baja en el hospital Militar de Instrucción de esta Plaza, por haber quedado sano de la lesión que sufrió el 9 de febrero próximo pasado.

Tengo el honor, mi General, de hacer a usted presentes mi subordinación y respeto.

Libertad y Constitución.
México, abril cinco de mil novecientos trece.
El General Brigadier Jefe del Departamento.
M. Ruelas, Rúbrica.

Al General de División, Lauro Villar.
Presente.

Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Vigésimo octavo. El alto mando Capítulo trigésimo. El nuevo Camandante militarBiblioteca Virtual Antorcha