Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Vigésimo quinto. Otra brigada de tropas leales Capítulo Vigésimo séptimo. La artillería en la Decena TrágicaBiblioteca Virtual Antorcha

LA ASONADA MILITAR DE 1913
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano

General Juan Manuel Torrea

CAPÍTULO VIGÉSIMO SEXTO
LA CIUDADELA


El estudio del México de revoluciones y asonadas militares -el estado normal de la República- un estudio imparcial, sereno e impersonal, sin prejuicios y sin pasiones, puede ser seguramente el que nos señale todas las necesidades públicas y el oriente que debe darse, según los propósitos nacionales, a cada una de las instituciones y servicios.

La Ciudadela siempre se significó por el papel importante que a su sombra pudieron adquirir todos aquellos planes, con apariencia engañosa, con reales propósitos personalistas que siempre escondían detrás ofrecimientos casi siempre incumplidos de principios progresistas, de propósitos sanos o de promesas alhagadoras para el pueblo de la Nación.

La historia de la Ciudadela se llena en general con la historia de los pronunciamientos. Para el que hace filosofía de la historia y estudie cuidadosamente a ésta, la historia militar de la guerra civil por rebeliones armadas, la Ciudadela le ofrece un campo grande para hacer estudios, sacar conclusiones y formar problemas de la más alta precisión.

Si se exceptúan los pronunciamientos en favor de la Independencia nacional por el Generalísimo Iturbide y contra el primer Emperador de México y los pocos planes que se han proclamado en los Estados, en todo lo demás planes, rebeliones armadas, reforma a las leyes, etc., la Ciudadela ha prestado su morada a los iniciadores de las turbonadas y rara vez a los que cumpliendo con su deber militar, han sabido salvar o sostener al Gobierno constituído.

La Ciudadela fue el Cuartel general en 1840, donde se reunieron mandos, el Colegio Militar y tropas para salvar al Presidente de la República, preso en el Palacio; en 1841 en ese célebre edificio, el General Valencia proclamaba un plan sobre modificaciones hacendarias para un medio de bancarrota y, sublevados en su recinto, fueron los que lanzaron ideas reformistas respaldadas por tropas que acaudillaba el General Paredes.

Volvió a albergar a tropas sublevadas que reconocieron como Jefe al General Valencia, no para permanecer en su puesto con las armas confiadas a su honor de soldado, sino para combatir al Gobierno constituído a que servían, al mismo tiempo que con tanto entusiasmo como lealtad lo habían respaldado un año antes. Las tropas en su mayor parte se unieron con actas políticas, como se estilaba, al Plan de Jalisco proclamado por el General Paredes y aceptaron la mediación del General Santa Anna que rebeló tropas en Veracruz para salvar la nave del Estado.

En tanto el Presidente Bustamante hacía un papel bien desairado ante las turbonadas de las bayonetas y en un período de un mes, los tres Generales rebeldes: Paredes, Valencia y Santa Anna proclamaron planes que llamaban regeneradores, y el propio Gobierno dictaba el suyo no menos pintoresco y salvador que los otros. Para dar término a la situación, se firmó el Convenio de la presa de la Estanzuela en que dos que se apellidaban Beneméritos de la Patria, Bustamante y Santa Anna, hacían la trasmisión del poder con el respaldo de la asona militar de la Ciudadela y de núcleos de tropas sublevadas en Veracruz y en Jalisco.

En 1844, al estallar la revolución contra la dictadura del General Santa Anna. el mismo Gobierno la utilizó para adherirse al plan que formularon los de aquella asonada; en 1845 dentro de su recinto, el valiente General Pedro García Conde organizó la columna que habría de proteger al meritísimo General Herrera, el Presidente prototipo de la honradez, que había sido preso por uno de sus flamantes Generales y ahí se señala en 1846 el pronunciamiento del General Salas con una parte de la Guarnición y de la última Brigada que debería de haber marchado a la guerra de Texas ...

En la Ciudadela se reunieron los oficiales que aprobaron el Plan de Jalisco y detrás de sus misérrimas paredes, a espaldas de sus baluartes de tierra, el General Santa Ana se volvió a imponer a la República; la Ciudadela sonó una vez más históricamente en la revolución llamada de manos muertas.

En aquella época, 1846-1848, los baluartes de la Ciudadela no anotan en sus fastos algo que signifique la defensa de la Patria; fuerte de muy inferior categoría, sin otros apoyos fortificados, servía sólo para almacenar municiones e implementos de guerra destinados a consumirse por las asonadas y revoluciones que antipatrióticamente habría de encargarse de preparar la marcha triunfal de los norteamericanos.

Fue testigo de aquella bochornosa junta de Generales sin pundonor, después de la defensa del Valle de México en 1847, y el pobre abaluartado tomó parte en el golpe de Estado, en la proclama de la caída de la Constitución y ahí fue secundado el Plan de Navidad.

Pero el hecho más notable a mi juicio, desde un punto de vista militar, ha sido la rebelión de la Gendarmería en 1871, la ocupación del edificio y la concentración de los presidiarios de Belem; elementos que buscaban el derrumbamiento del gobierno legítimo del Benemérito de América, el de aquel hombre extraordinario que supo salvar la nacionalidad y combatir al invasor tenaz y perseverantemente y que ya envejecido pronto habría de seguir el camino final de los gobiernos personales, y la represión de la asonada militar, lograda en ocho horas por el mando selecto del General Sóstenes Rocha, una de las figuras militares nuestras más destacadas, quien se significó defendiendo airosamente a su Patria contra los invasores franceses y como sostén poderoso del gobierno constituído.

Y en 1913 una parte de las tropas de la Guarnición que secundaron el mando de los Generales con licencia absoluta, Manuel Mondragón y Félix Díaz, se encerraron en la Ciudadela y con la colaboración de la lenidad del Gobierno, de la intromisión criminal del Embajador Norteamericano, de la defección del General en Jefe de la Plaza y del Comandante de una de las columnas, se consiguió el derrumbamiento del régimen de origen más popular que hemos tenido.

La Ciudadela superó en papel célebre al Cuartel de los Gallos y al ex~convento de Betlemitas, en el que se proclamó la expulsión de los españoles. Otumba, Jalapa, Veracruz, la ex~Acordada, Morelia, Cuernavaca, Zacatecas, Toluca, Orizaba, Arispe, Oaxaca, Guadalupe y Agua Prieta no alcanzarán ni con mucho, la celebridad de la Ciudadela.

Ha sido un error de los gobiernos tener dentro de una población de la importancia de México uno y un solo depósito de armas y de millones de cartuchos; la historia para nada había servido al personal directivo del Gobierno en 1913 y la ocupación de ese recinto por sublevados habría de servirles cuando menos, como en otras veces, como importante abastecedor de implementos de guerra utilizables contra el gobierno constituído.

A mi juicio, lo indicado era haber repartido en varios el depósito de armas y de municiones. separando el de armas del de municiones en lugares aislados. cercanos a la Capital y fácilmente atacables en el caso de que se sublevara la guarnición. Separando los depósitos de uno y otro implemento de guerra. la sublevación de un punto o la caída de otro en poder de rebeldes; para nada les serviria a los que pretendieran utilizarlo, además de que uno y otro se custodiarían por un destacamento de importancia, con personal escogido y bajo el mando de un Jefe de reconocida confianza.

Todo esto se descuidó en 1913 y absolutamente ningunas providencias se tomaron para esperar a los rebeldes.

Sin una resolución inmediata, sin una actitud determinativa, recta y leal del mando de la Plaza, habría de realizarse la enseñanza objetiva inaprovechada tantas veces y utilizar, como se hizo, aquel decano abaluartado, primero para apoderarse del Gobierno de la República y después como añoranza para aquellos que en el futuro puedan sólo servir como instrumentos para que otro llegue a la realización de los fines preconcebidos de defección.

Para atacar esos puntos aislados, no se podrían explotar los temores fundados de incendio, explosiones, etc.. motivados por un asalto, ni se aprovecharía la intromisión de nacionales ni de extranjeros ataviados con carácter diplomático y falso hábito de humanitarismo, para estorbar la que debería de haber sido inmediata, decisiva y terminante acción de exclusividad militar, la única que apropiadamente impuesta es factor para reprimir sublevaciones por los medios bien conocidos como infalibles.

La Ciudadela colocada en el centro de una población de primer orden, debería ya haberse clausurado como depósito de implementos de guerra y por su historia y extensión serviría mejor como Museo Militar. De otro modo, seguirá en su puesto para albergar rebeldes, para respaldar asonadas y para exhibirnos como colocados fuera de una civilización que un gran grupo se ufana de respetar.

Y, volviendo al año fatal de 1913, para un momento de intensa acción militar, por Presidente, Vice-Presidente y Ministros, se echaron en el olvido las más elementales previsiones. Todos permanecían en Palacio entregados a la conducta que pudiera seguir un solo mando y aprobando la actitud pasiva de las tropas del Gobierno que se las llevaba al sacrificio inútilmente y en provecho distinto del sinceramente ofrendado al Gobierno Constitucional, por aquellas fracciones de tropas que estuvieron en su puesto desde el 9 de febrero.

El sitio de estos señores estaba plenamente definido: el Presidente en Palacio, el Vice-Presidente con cualquier pretexto oficial debía haber salido de la Capital y el General Ministro de la Guerra, en todo momento listo para hacerse respetar cerca de las columnas leales y al frente de sus soldados que seguramente hubieran obedecido sus órdenes y habrían impedido el fácil desarrollo de acontecimientos favorecidos por la imprevisión e ineptitud ampliamente manifiestas.

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