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La Constitución de Apatzingan
Carlos María de Bustamante
CARTA TERCERA
APARTADO SEXTO



ARTIMAÑA DE ITURBIDE

Antes de comenzar la acción llegó un mozo a toda diligencia, y como que procedía de la fortaleza a verse con Iturbide, y le entregó una carta a presencia de sus soldados; tomóla en las manos y la comenzó a leer para sí solo: después dijo:

Señores, ya no es tiempo de ocultar a ustedes lo que se me avisa por esta carta; estos pícaros (dijo, señalando a la plaza) no dan paso sin linterna; el gobierno ha gastado mucho dinero, pero ha conseguido su intento; Rayón dice que lo ataquemos por Cóporo, donde manifestará resistencia, pero que elevará los tiros hacia lo alto para que no nos ofendan; que se ha valido de este arbitrio porque sus compañeros no entienden su plan, y así el campo es nuestro, vamos a la victoria.

De tal artimaña se valió Iturbide para alentar a aquellos miserables, que no conociendo la tela que les había urdido, se alamparon a recibir la muerte, engaño sobre que después le reconvinieron con amargura los oficiales del batallón de Zamora. No le acompañaba seguramente la tropa que había pedido a Llano en el oficio que hemos copiado, sino tal vez doble número para asegurar el éxito, y sobre que no dudaron. pues el comandante D. Matías Martín de Aguirre se situó por el costado de Pucuaro, llamado los Camalotes, que es la retaguardia del campo para quitar a los americanos hasta la esperanza de retirarse, en lo que les hizo un gran favor, pues los empeñó a pelear desesperadamente. Dada la señal de ataque, correspondió a ella el campo de Llano, que estaba al frente de la plaza. Avisó al centinela de ésta, que se aproximaba el enemigo, un perro que jamás ladraba; dio voces y fuego, y en el pronto ocurrieron a sostenerlo cinco hombres, y muy luego cincuenta que resguardaban el punto de Cóporo. Acudió también la compañía del capitán Carmonal, y la de Sultepec marchó al punto de las Pilas, porque allí había unas veredas, entrambos cuerpos sostuvieron la defensa conteniendo el avance brusco de los enemigos que llegaron a tocar una cerca de piedra que formaba la trinchera en aquel punto; pero de él rodaban más que de trote. Después de tres cuartos de hora, y ya con alguna luz, trataron de retirarse, aprovechándose de este momento el capitán González, que oficiosamente se salió de la trinchera, pero le costó caro, pues muy luego murió; el campo sostuvo el fuego hasta poner a Iturbide fuera de tiro de cañón, que hizo alto, tocó llamada, y volvió a avanzar; pero no hasta donde llegó la primera vez; su objeto fue recoger los heridos. Los americanos, con la mayor luz, dirigieron entonces sus fuegos con certeza, y este nuevo ataque duraría tres cuartos de hora.

Retiráronse, por fin, dejando muchos muertos y heridos ocultos en las peñas y breñales, a quienes se les pasó por las armas. En el Plan del Río se tocó segunda vez llamada; allí se presentó Iturbide, que andaba desbandado en un caballo bayo blanco, y cuyas cinchas se puso a apretar. En vano le habían seguido algunas partidas de tiradores, que ni pudieron herirlo ni pillarlo, gloria que reservaba el cielo a D. Felipe de la Garza para después de nueve años de guerra, que aún le faltaba que hacernos. La música de la plaza, las dianas y los repiques de las campanitas de los baluartes, y una gran bandera que flotaba en uno de ellos, acabaron de acobardar a los españoles. La guarnición comenzó a hacer parcialmente sus salidas para recoger armas y botín, y la dispersión del enemigo fue tal, que al día siguiente aún no acababa de reunirse. Finalmente, se recabó la victoria por haberse sacado en oportuno tiempo un cañón del cuarto baluarte, cuyos tiros se emplearon. No es posible fijar la pérdida de Iturbide, pero sí puede asegurarse que pasó de cuatrocientos hombres, según lo indicaba el número de osamentas que después se recogieron, a las que hicieron funerales; la gente enemiga peleó con despecho, lo mismo que sus oficiales, entre los que se distinguieron Filisola y Obregón (D. Pablo), que salieron heridos. Si hubieran pillado a éste, seguramente habría muerto fusilado; era un oficial perdonado en la batalla de Zitácuaro por Rayón y juramentado de no volver a tomar las armas contra la causa de su patria.

Pasaron de noventa las camillas de heridos que se condujeron al campo de Llano. Este lo alzó en la noche de aquel día, o sea en la madrugada del siguiente con el mayor silencio, partiendo del pueblo de Jungapeo. Este general representó en esta vez el mismo papel que D. Quijote de la Mancha cuando lo apalearon los criados de los mercaderes toledanos, pues tirado en el suelo braveaba, como lo hizo el caballero. de los Espejos en las playas de Barcelona; bien lo manifiesta la proclama que dejó en dicho pueblo de Jungapeo, que tengo original a la vista, y corre en el núm. 17 del expediente sitio de Cóporo. Dice así:

¡Soldados invencibles del ejército del Norte! En la madrugada de este día habéis conseguido sobre vuestras glorias satisfacer a Dios, al rey y a la patria de la constante decisión con que defendéis vuestros sagrados deberes, arrastrándoos por el más activo fuego hasta tocar con las manos y desengañaros por vuestros ojos de la imposibilidad en que un enemigo cobarde (1 unió el arte a la naturaleza para que vosotros no les impusieseis el castigo a que son tan acreedores por su contumaz rebeldía, como lo habéis hecho en todas ocasiones y haréis en lo sucesivo, con tanto más denuedo cuanto al que incita el justo recobro de la sangre preciosa que habéis visto verter en unos cuantos compañeros amados (2) y mejor consideración y recompensa, para después estrecha obediencia.

Para colmaros de esta satisfacción, tomaré todas las disposiciones más conducentes, adoptando por ahora la de dejar a estos infames en un punto que ellos mismos abandonarán, en el entretanto os recuperáis de las meritorias tareas con que os habéis hecho dignos de la mejor consideración y recompensa, para después estrecharlos con el desprecio de sus fortificaciones a batirlos, donde cuerpo a cuerpo multipliquen el convencimiento de vuestro valor y disciplina militar.

Campo al frente de Cóporo 4 de marzo de 1815.
Ciríaco del Llano.

Tal fue la última prenda de su estupidez que dejó Llano a sus enemigos, que en su concepto equivalió a arrojar el guante caballeresco de desafío para una campaña rasa.

El sitio de Cóporo había llamado la atención de toda la América, y en México se esperaba con impaciencia su resultado: el de un partido para dar por terminada la revolución, y el del otro para fundar las mayores esperanzas en la victoria de que debía ser consecuencia nuestra independencia suspirada. Habiánse hecho grandes aprestos, y consumídose muchas sumas de dinero. El campo español figuraba una ciudad repentina y mágicamente levantada en aquellos bosques, guarida de lobos y alimañas en otro tiempo; nada faltaba allí ni de lujo ni de necesidad; fondas, botillerías, cafés, de todo había, y todo contribuía a imponer a unos hombres que apenas tenían lo preciso para vivir y vegetaban en la estrechez. Un amigo mío, testigo presencial de estas escenas, me ha dicho francamente:

Mi espíritu recibió profundas impresiones cuando vio por primera vez aquel aparato bélico. Yo cotejé rápida e involuntariamente su número, su abundancia y su prestigio con nuestra escasez, nuestras desdichas pasadas, y la abyección en que vivíamos, no de otro modo que un niño contempla su pequeñez al lado de un granadero de primera talla. Mi corazón fluctuaba entre temores y esperanzas: este ¿qué será de mí? que en tales circunstancias se hace oír sin intermisión en el fondo del alma me atormenta, sin permitirme un punto de reposo.

Mayor fue con mucho la sensación que sentí pasados los sesenta y dos días de sitio y de peligros. Entonces recorría con la memoria aquellos lugares donde como humo había desaparecido una población numerosa y una lucida concurrencia de soldados, vi banderas y paisanos, su bullicio, y el alternado eco del parche, de la música y del cañón; sólo veía allí cadáveres, y en torno y espirales de ellos enjambres de auras, de zopilotes y animales de rapiña cebándose con sus restos inmundos; veía la sangre en grumos, o derramada en regueros por todas direcciones: oía los tristes quejidos de uno u otro herido, substraído del cuidado o clemencia de sus compañeros, que pedía a sus enemigos desvandados una poca de agua, o a la muerte por favor que acabara de cortar el hilo de sus días. El soldado ávido, y enorgullecido con su triunfo, todo lo recorría para engrosar su botín; unas veces se encaraba hacia el que le pedía favor, diciéndole: ¡Eh, tú mereces la suerte que te cupo, pues me querías hacer esclavo! Otras se detenía atónito, observando con la curiosidad de un tigre este o el otro esqueleto en actitud tan espantosa cuanto desusada; tal fue el de un hombre montado sobre el tronco de un árbol; parecióme ser un dragón a caballo; su descarnada calavera presentaba las oquedades de sus ojos; el calor había estirado la piel de la cara y la de la frente, y erizados sus cabellos y levantados en alto figuraban un morrión; acerquéme junto a él, y me retiré sobrecogido. El silencio profundo de aquel campo parecido al de Babilonia, según lo describe un profeta, era alterado por el susurro de las aguas del río; mi asco y pavor lo aumentaba una hedentina insufrible, y aquellos turbillones de moscas cuya pestilencia agudísima penetraba hasta el galillo, no me dejaba llegar el alimento a la boca sin náuseas y congojas. Zumbaba aún en mis oídos el horrísono estruendo de un cañoneo, sostenido a par que el fuego graneado de la fusilería, y me parecía ver por todas partes aquel fogonazo que muchas veces creí fuera el último que divisara en mi vida, y a que le seguía la detonación del rayo.

¡Ay -decía sin cesar-: ¡qué estragos tan funestos han producido en este suelo de paz el azote terrible de una guerra civil! ... ¿Y aún hay quien la turbe con proyectos ambiciosos? ¡Ojalá y que esta fuera la escuela adonde viniesen esos monstruos a meditar sobre el resultado de sus atrevidas hipótesis! ..., esos anarquistas, esos hombres que a fuer de liberales son unos criminales desorganizadores de los principios más sencillos y reconocidos por sacrosantos en toda humana sociedad!

Cuando todo esto registré en el campo, bajé a Jungapeo para cerciorarme por vista de ojos de que habían desaparecido las huestes de asesinos, causa única de tamaños estragos. Allí leí en las paredes de las casas, escritas con carbón y de mala mano, algunas palabras con que los vencidos felicitaban a los americanos vencedores por su triunfo, y en que mostraban los sentimientos puros de su corazón.

¡Ah! -dije- no podéis negar, hermanos míos, aun en este estado deplorable, y en medio de nuestros comunes opresores, que amáis la causa de nuestra libertad y os violentáis cuando peleáis contra ella. ¡Plegue al cielo dárosla algún día para que sin temor repitáis el primer voto, que saliendo del corazón del inmortal Hidalgo en el pueblo de Dolores, resonó por toda la vasta extensión de este continente! ...

Sí, el cielo pío oyó mis ruegos: vino un día feliz en que todos con maravillosa uniformidad proclamasen nuestros principios, reconociesen su justicia, y peleasen a la vez ...

¡Parece que me engaño al decirlo! De aquel mismo Iturbide que entonces hecho adalid de nuestros enemigos los trajo a este mismo lugar, los engañó, los sedujo, y los arrastró a muerte cierta sobre nuestras trincheras en defensa de la tiranía. ¡Cambiamento poco común, y que aunque testigo de él apenas puede concebirse!

El general Llano dirigió al virrey Calleja, después del ataque desgraciado de Cóporo, el oficio siguiente.

Excmo. Sr.

En vista del resultado del ataque al enemigo, por la izquierda de su fortificación, como único que persuadía algún acceso, viendo el honroso deseo con que las valientes tropas que tengo el honor de mandar posponían el sacrificio de su vida por restaurar la sangre de sus compañeros, reuní en mi tienda a todos los jefes para que en vista de todo lo operado hasta el día, y calculando el fruto que resultaría a la patria de sujetar la rebeldía con la toma de un cerro, que si unido el arte a la naturaleza lo hace inexpugnable, su locación (3) es del mayor desprecio (4) como que el gobierno no le obstruye en manera alguna para sus sabias disposiciones, me expusiesen su sentir, extendiéndose en él a proponer los medios que juzgasen más conducentes a las miras de castigar al enemigo, evitando el sacrificio de la fidelidad y vasallaje de tan beneméritos soldados.

En efecto, cada uno de por sí manifestó el más vehemente dolor de dejar al enemigo garante en su puesto; pero convencidos ellos mismos de ser indudable el sacrificio de la tropa, muy remoto el asalto a la fortaleza, y de ningún modo el optarlo; unánimes, fueron de sentir que era preferente a todo, dejarlos en su sitio, y que reponiéndose la tropa de la incesante tarea que ha sufrido, se volviese sobre los pueblos y haciendas que lo circundan para reducir a aquéllos a los ocupados por las tropas del rey, talar éstas en sus sementeras, como manantiales de su recurso; repitiéndose esta última operación cada vez que se hallen en planta, para no experimentar dolorosamene que unas fincas que no poseen sus legítimos dueños, y al real erario lo privan de sus debidos derechos, sirvan para que un enemigo rebelde sostenga una lid tan escandalosa como la que se experimenta; lo que sin duda alguna es de conseguir, destinando de quinientos a seiscientos hombres a que en continuos movimientos no dejasen hacer pie a los malvados, y con lo que se estrecharía a que presentasen el curso de sus depravaciones.

Sobre tan sólidas razones, se tuvieron presentes las escaseces de este ejército, que consisten en la falta de socorros desde último de enero, sin otro auxilio que cuatro mil pesos de cinco que pudo remitirme el señor comandante militar de Querétaro, por haber quedado para el mismo efecto los un mil restantes, en el cuartel general de Acámbaro, con sólo las municiones que demuestra el estado que acompaña al oficio de remisión del teniente coronel D. Hermenegildo Gordoncillo, en el que, incluyendo copia del que lo motivó, dirijo original a V.E.; sin tabacos, sin más menestras hasta el día de la fecha, sin manteca alguna, y con sólo galleta y sal hasta el día 8 inmediato; los forrajes tan aniquilados, que en cualquiera corta distancia que siguiese aquí la caballería se pondría en el peor estado; no pudiendo contar para el remedio de uno y otro con los inmediatos pueblos de Tuxpam, Taximaroa, Irimbo, Angangueo, Zitácuaro, Maravatío, ni cuartel general; pues la adhesión de los más de éstos al inicuo partido hace que ellos por sí estén exhaustos, y proporcionen igual indigencia a los demás, la que reina generalmente en el todo de la provincia; de manera que aun cuando se quisiera adoptar un rigoroso sitio para castigar completamente a los encerrados en Cóporo, no se podría contar nunca con el país para los abastecimientos indipensables al número de tropas que lo deberían formar, pues de éstas son de necesidad para el caso de dos mil quinientos a tres mil infantes, y la respectiva caballería, para del todo formar una división que exclusivamente estuviese conduciendo los víveres y forrajes, por la imposibilidad de reunir éstos, ni las mulas necesarias a ello; y que aun cuando éstas se facilitasen, serían nocivas por el consumo de pasturas que debía causar su aumento.

Con presencia de todo lo expuesto, y teniendo muy a la mira las repetidas superiores órdenes de V.E., en que me encarga la mejor conservación y estado de las tropas; para remediar en parte estos males, resolví emprender mi marcha para Maravatío, la que ejecuto al día de mañana, para aguardar en él las sabias resoluciones de V.E. que, como siempre, serán las más acertadas, esperando que todo lo dispuesto merezca su superior aprobación.

Dios., etc.

Campo al frente de Cóporo 5 de marzo de 18IS.
Excmo. Sr. Ciríaco del Llano.

Este oficio, tal y tan desatinado como se ha visto, se respondió con el siguiente:

Reservado.

No he podido ver sin mucho sentimiento el resultado del ataque que dispuso V.S. la mañana del 4 del corriente contra el cerro de Cóporo (5); pues si él no ofrecía probabilidad racional de buen éxito, mediante los reconocimientos practicados, seguridad que se tuviese del acceso de la tropa y ventajoso efecto de nuestras baterías en términos que pudiesen hacer cesar los fuegos del enemigo en algún punto para que penetrasen por él los destinados al asalto, no debió emprenderse ni exponer a las armas del rey al descrédito que han sufrido en esta ocasión, marchitando los laureles que ha sabido coger ese ejército en jornadas más importantes, y dando lugar a la exaltación y consecuencias que en el actual estado de este país producen semejantes sucesos.

De los partes de V.E. deduzco que no se tomaron todas aquellas medidas que enseña el arte de la guerra (6) y que deben usarse en estos casos: que el camino cubierto se practicó mal, y por paraje que quedaba expuesto a todos los fuegos de frente y flancos; que no se allanó por la artillería ningún punto de la fortificación enemiga por donde pudiera después penetrar la tropa; que sin conocimiento del terreno se arrojaron esos valientes soldados al asalto, aun sin llevar escala para verificarlo, y sin que se adviertan los efectos del ataque que por el frente de la posición enemiga pensó figurarse, y que según las circunstancias podía convertirse en verdadero al abrigo de la artillería; de modo que en todo reconozco la precipitación y falta de conocimientos con que se ha procedido, no obstante que hubo sobrado tiempo en esta expedición y la anterior para cerciorarse de la situación del enemigo, y de las dificultades que ofrecía el asalto.

Pero nada ha sido tan perjudicial como la resolución de retirarse dejando a los rebeldes ufanos y gozosos de haber rechazado con no poca pérdida a las tropas del rey, bajo el equivocado concepto de que el punto que ocupan es despreciable por su localidad; como si hubiese alguno, por remoto y por inútil que parezca, donde se sitúen los enemigos que no sea importante y forzoso arrojarlos de él, para que no aumenten su opinión y orgullo, y lo contaminen otras provincias, ensanchando sus esperanzas y proyectos devastadores de que sobran ejemplares en esta revolución siempre que se les ha dejado subsistir por algún tiempo en cualquier punto fortificado.

En ningún caso, pues, debió V.S. disponer su retirada, aunque fuese la opinión unánime de todos los jefes del ejército, que no cubre la responsabilidad de V.S. situado al frente de Cóporo, como debió ejecutarlo después del malogrado intento, y convirtiendo en sitio lo que aún no estaba en sazón de ser asalto, habría V.S. logrado rectificar sus conocimientos del terreno, cerrar todas las comunicaciones de enemigo, impedirle toda clase de abastamientos; no habría V.S. perdido las ventajas que le ofrecía el consumo de víveres y municiones que había tenido, y que por declaraciones de varios prisioneros constaba a V.S. que eran escasas, y los resultados habrían sido consiguientemente felices, aunque más tardíos; sin que la falta de municiones, víveres y dinero que V.S. expresa pueda servir de disculpa; porque siendo dueño del campo con su numerosa y aguerrida caballería, y habiendo sido dispersada en varios reencuentros la poca del enemigo, nada le impedía a V.S. el proveerse de lo que necesitase repitiendo las expediciones a Maravatío, a Acámbaro a Querétaro, y aun hasta Toluca, de donde se habría surtido a V.S.; además de que abundando los pueblos y haciendas inmediatas de carne, maíz y forrajes, nunca estuvo V.S. en la absoluta necesidad de tomar una resolución tan inesperada, que puede producir consecuencias muy fatales, dimanadas de no haber V.S. en tiempo oportuno disipado la reunión que empezó a formarse en Cóporo casi a su vista, y con fuerzas sobradas para destruirla.

La franqueza con que debe hablar a V.S. un general que se interesa justamente en sus aciertos, y sobre todo en la opinión de las tropas, y en la conservación de un país de que es responsable me obliga a hacerle estas advertencias; bien persuadido, no obstante, de que V.S. ha puesto de su parte todo lo que cabe en su recta intención, honor y celo, de que estoy satisfecho; pero pues que ya el mal no tiene remedio, habiéndose V.S. trasladado a Maravatio, adopto por ahora e! segundo extremo en la proposición de V.S., nombrando al teniente coronel D. Matias Aguirre para que con una sección de quinientos a seiscientos hombres de todas armas expedicione incesantemente por las inmediaciones de Cóporo, con e! objeto de impedir a los rebeldes que se provean de víveres y quitarles todos los recursos, talando, quemando, y destruyendo los parajes de donde puedan sacarlos (7), sorprendiendo sus convoyes y cuerpos exteriores, y manteniéndose a la vista mientras ocupen su posición para aprovechar cualquiera oportunidad que se le presente de apoderarse de ella.

Con el objeto, y resto de fuerzas, que no sean absolutamente necesarias en Maravatío y Acámbaro, convendrá que V.S. o el jefe que destine al intento, expedicione igualmente por temporadas, de concierto con Aguirre, permaneciendo el cuartel general en Maravatío para auxiliar a las divisiones volantes, y mantener la comunicación con Valladolid, el Bajío, Querétaro y Toluca.

El teniente coronel Concha regresará desde luego a Ixtlahuaca para cubrir aquel punto y el de Toluca, obrar por su derecha en combinación con las fuerzas de Tula, y por su izquierda y frente con las de V.S. y del teniente coronel Aguirre, según lo proporcionen los casos; y como estas medidas son puramente interinas, y entre tanto prepara el Gobierno todo lo conducente para llevar al cabo la destrucción de Cóporo, si antes no lo abandonan los enemigos, cuidará V.S. de poner la artillería a cubierto, y de que se mantengan y conserven sus trenes, municiones y demás del servicio de ella en el mejor estado, disponiendo sin pérdida de tiempo que se repare todo lo maltratado, bien sea en el cuartel general, en Valladolid o Querétaro.

Una vez resuelta la retirada del ejército a Maravatío, está bien que el señor coronel D. Agustín de Iturbide se trasladase con sus fuerzas a la provincia de Guanajuato para adelantar lo que fuese dable, mientras se dispone lo necesario al nuevo ataque o expedición, que dejando castigada la obstinación de los facciosos vengue también la sangre de los valientes que han perecido ahora (8) defendiendo con incomparable bizarría los derechos del soberano y de la patria. Remítame V.S. un estado general por cuerpos, de toda la fuerza de ese ejército, y destinos en que se halle.

Dios, etc.

México 12 de marzo de 1815.
Sr. D. Ciríaco del Llano.



Notas

(1) Estos generales españoles tienen su criterio peculiar para calificar los hechos de la guerra de un modo contrario al recibido por todo el mundo militar. Así es que Venegas calificó la sorpresa de Morelos a Paris de infame alevosía. ¡Por gasconadas nada les queda!

(2) A quien le duele le duele; no eran pocos, pero nada significaban en el concepto de los españoles, que decían por proverbio: Todo es ganancia", pues el caso era errazar con nuestra casta. Rayón tuvo un indio perniquebrado y el capitán González y un artillero muertos.

(3) Debía decir localidad: el hombre no sabía su idioma. ¡Vaya un parte disparatado!

(4) No las quiero comer -dijo la zorra-, no están maduras.

(5) Lo creo como de fe católica. No vería así S. E. la derrota de Morelos por Llano en Valladolid y Puruarán, a buen seguro.

(6) ¿Y cuáles fueron las que este censor tomó en Cuautla, pueblo abierto, y que él llamaba fortaleza de carrizos para tomarlo? ¿Qué disposición de las suyas merece que se le llame militar?

(7) En Constantinopla apenas dictaría el Diván una orden semejante. He aquí al bárbaro en su punto de vista ... ¡Y luego se dice que el odio al gobierno español guía nuestra pluma!

(8) Este tirano siempre habla de sangre, de muertes y de venganzas; su negra alma se conoce en su aspecto libido, y en aquel ojo turbio y de tigre que bufa y se eriza.
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