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La Constitución de Apatzingan
Carlos María de Bustamante
CARTA TERCERA
APARTADO QUINTO



SITIO FAMOSO DE COPORO LEVANTADO POR LOS ESPAÑOLES

La acción de los Mogotes que acabo de referir debe mirarse, militarmente hablando, como un reconocimiento hecho a la fortaleza de San Pedro de Cóporo, pero un reconocimiento harto costoso. El Gobierno de México se lisonjeaba de haber puesto término a la revolución con la batalla de Puruarán, reconquista de Acapulco, muerte de Galeana, y total destrucción de las fuerzas de Morelos en el Sur; creía haber fijado un modo irrevocable de la esclavitud de esta América a la opresora España; por lo mismo, fue muy sensible al virrey Calleja ver que de las mismas cenizas se levantasen nuevas fortalezas que ordinariasen un pleito que creía ejecutoriado.

Mandó, pues, al comandante general de Guanajuato que marchase con toda la fuerza de aquella provincia y otros varios cuerpos que le agregó a sitiar a Cóporo hasta completar el número de cuatro mil y quinientos hombres. Reuniéronse para esto los jefes que entonces pasaban por de más nombradía, y que en realidad no eran sino unos matones guerrilleros destituidos de conocimientos científicos en el arte de la guerra, y nombró por segundo del general Llano a D. Agustín de Iturbide; contraste raro entre un hombre estúpido y calmado, y un joven brioso, lleno de fuego, y devorado de una ambición sin límites; enorgullecido con los triunfos de Valladolid y Puruarán se creía muy suficiente para ponerse al nivel de los Turenas y Napoleones.

La fortaleza de Cóporo se hallaba con las fortificaciones indispensables para resistir un golpe de mano; ni merecían el nombre de tales unas trincheras levantadas con suma precipitación, e insuficientes para resistir un ataque de artillería gruesa, y que debían defender un terreno de vasta extensión que no podía cubrir una escasa guarnición de menos de quinientos hombres. Estos infelices trabajaban no obstante sin cesar día y noche, y además se sentían plagados de la peste de viruelas, que no dejó de hacer destrozos en ellos por la desnudez, falta de auxilios y socorros. El comandante D. Ramón Rayón era el primero en el trabajo, con la pala y azadón: en el taller, en la fundición de cañones, en todos los mecanismos intervenía sin darse punto de reposo; ni cesaba de arbitrar medios para imponer al enemigo, y su astucia caminaba a una par con su valor. Por aquellos días había llegado su hermano don Ignacio de Zacatlán, abandonado de la fortuna y asaz perseguido y desconceptuado por las escandalosas imputaciones del general Rosains, no menos que por los insubordinados norteños. En tres y medio días se trasladó de San Juan de los Llanos a Cóporo, caminando a toda diligencia unas ciento sesenta leguas, y atravesando con grave peligro de la vida por los destacamentos de línea de los españoles, situados en puntos de indispensable tránsito, como Tepeji, Presas del Rey y otros. Apenas le vio su hermano D. Ramón, cuando respetando en él su mérito y graduación, puso a sus órdenes la fuerza y se sometió a ellas como un simple soldado.

En fines de enero de 1815 bajó Llano a Jungapeo, y el 20 del mismo mes emprendió la compostura del camino de este punto a la mesa de Cóporo para conducir su artillería, operación que consiguió el 30 de dicho mes. El 2 de febrero amaneció puesta una batería a la izquierda de la fortificación, de ocho cañones, con la que creyó flanquear a Rayón por el costado derecho de los españoles. Mantúvose allí el espacio de diez días haciendo fuego sin intermisión con dichas piezas y dos abuses, al que correspondió el cañón llamado el Padre Barrendero, y les mató catorce hombres; este nombre se lo pusieron los gachupines por sus efectos; pero viendo que era inútil esta empresa, emprendió construir un camino cubierto dirigiéndose al centro de la fortaleza, a distancia de ochocientas varas de él.

A costa de gran trabajo lograron los enemigos ponerse el 27 de febrero a distancia de ciento treinta varas de las baterías del fuerte; mas he aquí el modo de echarlos de aquel punto.

D. Ramón Rayón dio un tiro perpendicular en el mismo foso que rodeaba sus baterías, para cortar un cañón subterráneo oblicuo fuera de la tala de la fortificación. Llevó en esto dos objetos: el primero fue minarlos para que, adelantando más y más sus obras pudieran ser voladas fácilmente aquellas baterías. El segundo fue que las ventanillas, o sea ventilas, que hizo construir para proporcionar respiración a sus trabajadores en la construcción del cañón, le sirviesen para observar al enemigo sin serlo de éste, como lo consiguió, matando impunemente dos centinelas avanzados a la medianía de bosque y breñas que cubrían a sus zapadores; desde entonces suspendió Llano sus obras. Rayón temió que tal vez sus minas no pudieran hacer el efecto que se había propuesto, pues es bien sabido lo expuesto de esta operación, y que sólo debe hacerse uso de ella en último y desesperado recurso. Acordaron, pues, los hermanos darles una sorpresa e incendiarles la trinchera. Escogieron al efecto veinticuatro oficiales sueltos, armados de pistolas y sable y un soldado que hasta lloró porque lo dejaran salir, los cuales fueron saliendo uno a uno y tendiéndose en el suelo para no ser observados; dábales proporción para hacerla una lomita intermedia que los ocultaba; advirtióseles que de su campo saldría una granada con una grande espoleta, sobre el campo enemigo; éste al verla se tendería en tierra, como era regular, hasta no oír la explosión; entonces, aprovechándose de esta actitud, los americanos deberían cargar sobre los trabajadores, y para proteger a aquéllos en la sorpresa, la artillería comenzaría un vivísimo fuego sobre el enemigo: tal fue el plan que se comunicó a dichos oficiales.

Realizóse tal cual se meditó. Los veinticuatro americanos mataron dieciocho españoles, se tomaron veintidós fusiles, quitaron sesenta piezas de herramienta de campaña, y con los lanza fuegos que al efecto llevaban, lo prendió el oficial Mora a la trinchera de algodón, que no pudieron apagar los españoles por los cañonazos del fuerte; el fuego siguió toda la noche para impedir que se apagase la trinchera, y al efecto en ciertas distancias de ella colocó Rayón unos fusileros, que por unos caños hechos de quiotes arrojaban fuego sobre los apagadores.

De éstos se tomaron en el momento de la sorpresa dos prisioneros vivos: instruyó uno de ellos, (porque el otro se huyó y se desbarrancó) de lo que sabía en orden a sus disposiciones. Llano procuró incendiar la carcaba del fuerte, haciendo grande ofertas al que lo ejecutase; disparó una camisa embreada, pero inútilmente, aunque causó grande alarma, porque se notó en el acto de arrojarla.

Yo tengo a la vista varios documentos interesantes que existen en la antigua secretaría del virreinato en el legajo que dice correspondencia con el señor comandante general del ejército del norte, año de 1815, y creo debo aquí referir lo que de ellos consta.

En 5 de febrero convocó Llano una junta de guerra en su tienda de campaña, compuesta de él, que la presidía; del coronel D. Agustín de Iturbide, su segundo; teniente coronel D. Pedro Monsalve; ídem de Artillería, D. Hermenegildo Cordoncillo; ídem de infantería, D. Domingo Clavarino; ídem D. Manuel de la Concha; ídem D. Ignacio del Corral; ídem D. José María Calderón; sargento mayor, D. Pío María Ruiz; ídem D. Juan Miñón, y capitán D. Pedro Dupont. Aunque casi todos convinieron en que se atacase, me parece que el voto de Iturbide comprendió las reflexiones que sus compañeros no hicieron, y así dijo:

Los tenientes coroneles Monsalve y D. Matías de Aguirre, que han examinado por comisión del señor comandante general, la parte del cerro que yo no he visto, han informado decididamente que no es accesible en lo absoluto. En lo que he examinado, sólo se descubre una vereda poco usada, con subida muy violenta, que se dirige del arroyo de Cóporo al costado izquierdo de la parte fortificada del cerro; es absolutamente impracticable en mi concepto para el ataque, aun cuando no estuviese guarnecido como lo está aquel punto, según los informes con que nos hallamos, y principalmente no atacándose otra parte al mismo tiempo; pues en tal caso dirigirían toda su atención a aquella los rebeldes, y ciertamente impedirían la entrada a nuestra tropa, haciéndola sufrir inevitablemente mucho daño.

Asentado, pues, que por los costados y espalda no puede emprenderse sorpresa ni ataque, para darlo no queda otro punto que el frente cuya fortificación consta de cuatro baluartes regularmente construidos, tres baterías en sus intermedios, hechas con saquillos, un foso de bastante capacidad, y a distancia como de treinta a cuarenta varas de éste, una estacada o tala de árboles de espino.

De la guarnición del fuerte nada sobemos de cierto: ha habido quien diga que tienen dos mil infantes (cuya noticia me parece despreciable) y otros la hacen bajar hasta ochocientos, y aun setecientos, cálculo más aproximado, en mi concepto, a la verdad. También cuentan con indios para rodar peñas. De artillería han hablado también con mucha variedad, y Merino ha asegurado al señor general, que ahora veintitantos días contó él mismo treinta y cuatro piezas de todos calibres. (Eran catorce de bronce y quince con el Padre Barrendero).

De todo debe deducirse, para vencer los obstáculos y lograr la victoria en ataque a viva fuerza, es preciso resolverse a perder doscientos hombres, o algo más, y la victoria, en mi concepto, sería cierta a costa de este sacrificio, dándose un ataque decidido, no desconfiándose del buen éxito; mas no es esta la opinión general: hablan de minas comúnmente ... y por todo es de temerse que en el tiempo más crítico de la acción hubiese alguna debilidad, por la que la pérdida sería grande, y las consecuencias funestas.

Por otra parte, el cerro de Cóporo, aunque despreciable por su importancia intrínseca y con respecto a su situación geográfica, tiene comprometida la opinión de las armas del rey por haberse emprendido su destrucción, que ya es preciso llevar a toda costa al cabo.

Tengo también en consideración la falta que las tropas dedicadas a esta atención hacen en los puntos respectivos a que están destinadas: veo los proyectos que pueden tener los rebeldes por la capital faltando las tropas de los puntos que deben ocupar, prolongándose demasiado la existencia de la fortificación del referido cerro. No me olvido tampoco de la falta de numerario, de la de víveres, ni de las dificultades con que se provee la tropa escasamente de agua ... Las circunstancias verdaderamente son difíciles; mas para conciliar de algún modo su complicación sólo alcanzo el arbitrio que he manifestado verbalmente en la junta para fundar mi dictamen, y es que dejando en este campo de trescientos a mil hombres, número más que suficiente para sostener los trabajos y rechazar cualquier número de gavillas de las que pueden intentar acercarse, salga el resto de la tropa en dos secciones a obrar por los Laureles, Tiripitío, Tlalpujahua, Maravatío, Zitácuaro, Angangueo, Irimbo, Tajimaroa, Tuxpam, etc., pues con este sistema probablemente se logrará dar algunos golpes a las gavillas en que se apoyan los del cerro; viviremos sobre el país en gran parte; la tropa de este campo estará con más comodidad, y con el alimento necesario para subsistir y trabajar; se mantendrá la comunicación con la provincia de Guanajuato y la capital de ésta de Valladolid, con Querétaro y la superioridad; cualquiera de las dos secciones, o ambas, podrán acercarse a México o a cualquiera otro punto, si las circunstancias lo exigieren; se podrán hacer escalas de asalto, y otros aprestos necesarios de que carecemos, y todo esto al mismo tiempo que las obras de campaña se llevan adelante, y se hostiliza de los modos posibles a los rebeldes.

Estas son las razones y condiciones en que fundé mi voto por la zapa, pues no ejecutándose según lo he propuesto, opinaría siempre (como manifesté en la discusión) que se atacase a viva fuerza por el frente en dos o tres columnas cerradas bastante fuertes, yendo yo a la cabeza de ellas.

Aguslín de Iturbide.

Tal es el voto del general Iturbide, en el que se ve que discurrió como un jeIe consumado, y a mi juicio, si se hubiera adoptado su opinión, el triunfo habría sido de los españoles, aunque a vueltas lo menos de seis meses; pero se enfadaron de esperar, corrieron el albur, y lo perdieron.

Las avanzadas de Llano sorprendieron el 2 de febrero un correo que el general D. Ignacio Rayón mandaba a su esposa, del cual tomaron una declaración muy circunstanciada que lo alentó a Llano a continuar la empresa con tanto mayor ardor, cuanto que le hizo creer que sabía varios caminos y sendas ocultas por donde podría conducirlos. Animados los españoles con esta esperanza, y excitados eficazmente por el coronel Iturbide, Llano le puso el oficio siguiente:

Exigiendo el punto de Cóporo el mayor interés en la destrucción y castigo de los malvados que han llegado a emposesionarse en términos de ofrecer varias dificultades para ser atacados; he resuelto que usía se encargue por sí sólo de emprender el ataque esta noche, o el día de mañana a las horas que tenga por conveniente por la subida del rancho de Cóporo, que según noticias más verídicas como V.E. sabe, es en algún modo accesible, eligiendo para ello las tropas, jefes y oficiales que de este ejército le merezcan confianza, dejándole a V.S. libre toda disposición para hacerlo, debiendo sólo comunicarnos en lo particular la seña con que para el caso deben ser conocidas las tropas que vayan a las órdenes de V.S. con las que a mí me queden para el preciso conocimiento en lo que éstas tengan que operar; esperando de su pericia, talentos militares, espíritu guerrero que lo anima y del celo y patriotismo con que ha llenado los huecos de sus servicios, no me deje qué desear en ocasión tan interesante, que tal vez más que en ninguna de las que se han presentado en esta rebelión, es de necesidad dejar con el mayor lustre las armas del rey, para conservar la religión santa, la paz en la patria y derechos del soberarno.

Dios, etc.

Campo sobre Cóporo y marzo 3 de 1815.
Ciriaco del Llano.
Señor coronel D. AgustÍn de Iturbide.

Este ampollado e insano causó la más agradable sensación en el ánimo del sujeto a quien se dirigió, el cual, embriagado del deseo de una gloria vana y poseído de un espíritu de vértigo, semejante al que Pablo abrigaba en su corazón para perseguir a los cristianos, y por el que se ofreció a ejecutar las crueles órdenes del Sanedrín fue respondido en el momento por el oficio siguiente:

Acabo de recibir el oficio de V.S. de esta fecha, y al mismo tiempo que le doy las debidas gracias por el honor que me hace librando su confianza en mí para dar el ataque a la parte fortificada de este cerro, por la vereda que se dirige del rancho de Cóporo, de la que toma el nombre. Para dejar a cubierto el sagrado de mi opinión militar, que como de honor, se mancha y lastima fácilmente, y para cubrir también el de sus jefes y tropas que vayan a mis órdenes, no puedo dejar de manifestar a V.S., que en mi juicio sólo puede esperarse un resultado feliz sorprendiendo a los rebeldes, lo que tampoco me parece fácil por la suma vigilancia en que sabemos viven.

A pesar de todo obedeceré, del modo que debo, la orden de V.S., persuadido, además, de que esta tentativa producirá la ventaja de evitar la crítica que podría hacerse por el público, si nos retiramos sin hacer una de ataque, que convenza en alguna manera con materialidad a los que juzgan sólo por lo que tocan con la mano.

Quinientos infantes y doscientos caballos me parece número competente para ejecutar el golpe; pues yo en él concibo que es el mayor obstáculo el ascenso al cerro, porque poniendo el pie en la cima cualquiera número de nuestros soldados, la victoria será segura, pues todos los cuerpos de este ejército tienen muy acreditado su valor y celo. Este conocimiento me da la mayor confianza en su desempeño e iría por lo mismo gustoso con el número que de cualquiera cuerpo me asignase V.S.; mas cumpliré con lo que me previene de designarlos, y paso a ejecutarlo. La infantería podrá ser la del Bajío con sus respectivos oficiales; las compañías de granaderos, cazadores y cuarta del fijo de México mandadas (si V.S. lo tiene a bien) por su sargento mayor D. Pío María Ruiz, compañía de Zamora, y una o dos de Tlaxcala, al mando del teniente coronel D. Francisco Ranero.

La caballería podrá ser la que se halla en el destacamento de Cóporo con su jefe el teniente coronel D. Pedro Monsalve, y el piquete del quinto escuadrón de fieles que existe aquí.

Trataré de dar el golpe entre tres y cuatro de la mañana próxima; y aunque conozco los inconvenientes que trae el verificar esta clase de operaciones, cuando está distante el auxilio de la luz, adopto este partido porque de ese modo podrá llamárseles la atención por el frente (1) figurando ataque, lo que no sucedería de día, pues existiendo los obstáculos de la tala, estacada, o mal formados caballos de Frisia que ocupan el espacio de aquélla al foso, y éste con bastante latitud y profundidad, despreciarían el amago, y dedicarían toda su fuerza al estrechísimo y difícil punto del ataque a no ser que el amago indicado se representase con viveza, saliendo al frente y a pecho descubierto nuestras tropas, en cuyo caso recibirían mucho daño sin fruto estimable.

Creo que podrá ser conveniente que nuestras baterías e infantería parapetada haga un fuego vivo cuando se observe que lo hay en el punto del ataque, y no de otra manera, por los males que V.S. conoce bien produciría. La señal de habernos posesionado del fuerte sera la de vitorear al cuerpo y al individuo que primero hayan entrado en él, y dar a voces desde el segundo baluarte de los contrarios la contraseña particular que V.E. tenga a bien dar: a esta señal, que servirá principalmente para el caso de que el golpe se logre en la noche, para que cese el fuego de nuestras baterías, se agregará, si fuese de día, una bandera en el baluarte indicado (2).

Dios, etc.

Campo sobre Cóporo 3 de marzo de 1815, a las diez de la mañana.
Agustín de Iturbide.
Señor brigadier D. Ciriaco del Llano.

Con tales disposiciones se resolvió Iturbide a atacar la plaza de Cópolo. En ella no se había dormido el vigilantísimo D. Ramón Rayón, pues había aumentado su fortificación y construido un cañón de a ocho, que llamaron el Pobre, y un obús de a siete pulgadas con las balas que lanzaba Llano. En esta temporada se pusieron en movimiento todos los ardides que sugiere la necesidad y el momento: la tropa se alegraba con juegos inocentes, se volaban papelotes y se procuraba distraer al soldado para que no pensase sobre su situación; la tristeza en estos lances es un preludio funestísimo y de mal agüero para un general.

La víspera del ataque reconoció Rayón al caer la tarde, con el anteojo, el campo enemigo, y notó que más de sesenta indios conducían cajones de parque para sus baterías. Mandó emisarios que regresaron a las diez y once de la noche, los cuales concluyeron su relación diciendo:

Todo está en movimiento en el campo; y así, o se retiran los enemigos, o en esta noche nos atacan.

Con tal anuncio se aprestaron los cuarteles, y todo se puso en actitud de aguardar; de modo que apenas se oyeron los primeros cohetes, que era la señal de comenzar el ataque, cuando todo hombre estaba en su puesto sin distinción de personas.



Notas

(1) Atacar un fuerte de cuya vigilancia se tiene noticia, sin tener relación con su guarnición; atacarlo de madrugada y sin luz, guías ni escalas, es por cierto la operación más antimilitar y descabellada que pudiera ejecutarse. Hay su diferencia entre dar un albazo a una partida que campa en el raso sin precaución, a una plaza fortificada.

(2) Representóse el apólogo de la lechera; ni hubo huevos, ni leche, ni pollos, ni ternero; cayóse el cántaro, y todo desapareció como humo. Es cosa muy halagüeña pasearse un hombre por los Campos Elíseos cuando está en un muladar. A fe mía que no fue este señor el que destinó el cielo para poner en olvido a los Platires. Tablantes. Olivantes y Tirantes, los Febos y Belianises, con toda la caterva de los famosos caballeros del pasado tiempo, haciendo en el presente tales grandezas y fechos de armas, que oscurecieran las más claras que ellos hicieron.
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