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La Constitución de Apatzingan
Carlos María de Bustamante
CARTA TERCERA
APARTADO CUARTO



BATALLA DE LOS MOGOTES

Antes de comenzar esta relación, debo advertir que el día último de agosto D. Ramón Rayón, en celebridad de su cumpleaños, dio libertad a los prisioneros, vistiéndolos y remunerándolos con un peso.

Prevínoles que estaban libres, que podían marchar donde gustaran, o quedarse con él, en el concepto de que a todos los tenía filiados (y era cierto) para que el día en que cayesen en sus manos en un ataque fuesen fusilados sin remedio. Todos se quedaron muy gustosos, menos veinte que pidieron licencia para pasar a sus casas a ver a sus familias, que les fue concedida. En lo sucesivo fueron fieles estos soldados, y jamás abandonaron a Rayón; así como lo fueron a su hermano D. Ignacio de los del regimiento de Tres Villas, que mandaba D. Juan Bautista Torre cuando fue derrotado en Zitácuaro el año de 1811, y entre los que se hallaba el general Lobato.

A la verdad que se necesita mucha prudencia y modo para sacar tan ventajoso partido de estos hombres sin educación y versátiles. También debo advertir que un mil vestuarios que recibió en esta vez Rayón para su tropa, fue una donación que le hicieron varios patriotas de Yurira y valle de Santiago.

El general Llano, que tenía entonces su cuartel general en el pueblo de Acámbaro, recibió orden de Calleja para pasar con dos mil hombres a atacar a Rayón. Vino, pues, por Maravatio en solicitud de la fuerza del coronel D. Matías Aguirre: el 4 de noviembre de 1814 se presentó sobre Jungapeo. Rayón sólo tenía trescientos infantes y quinientos caballos para resistir; mas a la llegada de Llano le contó desde un punto alto donde pudo observarlo, novecientos caballos selectos. que se propuso envenenar, y lo ejecutó de este modo. Hizo mezclar en unas barcinas de paja cierta cebollita venenosa despedazada en partículas imperceptibles, que se equivoca mucho con la paja; ocultó la que tenía en un desván de la hacienda, y como en aquellos áridos parajes no se encuentra pastura, luego que un soldado descubrió este forraje se tuvo por un grande hallazgo. Hubo pleitos sobre distribuirlo a los mejores caballos del general y de la oficialidad; mas al siguiente día apenas comenzó a calentar el sol, cuando he aquí los estragos funestos del veneno: murieron muchos caballos y los mejores, accidente que puso harto mohino al enemigo.

Rayón situó sus piquetes en diferentes puntos ventajosos para llamar la atención de los españoles. Apenas éstos se presentaban a atacarlos cuando los abandonaban, y por bosques, laderas y puntos impenetrables recibían la muerte impunemente.

D. Francisco Rayón atacó a los forrajeadores en los ranchos que llaman de los Mogotes, junto a Tuxpam; sorprendió a la primera partida de éstos, dando muerte a más de cuarenta; entonces Llano mandó un grueso auxilio de infantería y caballería, por lo que se empeñó la acción desde las nueve hasta las doce del 10 de noviembre, en que se les hizo replegar, dejando más de doscientos muertos en que perecieron veintiocho soldados americanos, y tres beneméritos oficiales, que fueron D. N. Vega, D. Eugenio Quezada y D. Rafael Polo; del segundo haré después una honrosa memoria.

D. Ramón Rayón llamó la atención al enemigo por el puesto de Chiapo. Bajaba el asesino Concha de la mesa de Cuingua con seiscientos hombres arreándose no poco ganado que acababa de robar de los pueblos y ranchos inmediatos; D. Melchor Múzquiz, que mandaba inmediatamente la tropa de Rayón, le cargó con vigor, lo puso en fuga, le cortó la gente y rescató el ganado robado. No lo pasó muy bien el capitán D. Miguel Barragán, pues me dicen que bajó en volandas y aun perdió el sombrero. Desesperado Llano de poder hacer cosa de provecho, se retiró muy a su pesar por donde había venido, sufriendo de pérdida una cuarta parte de la gente que sacó de Acámbaro.

El oficial de artillería D. José María Sevilla cuenta que hallándose en el mayor conflicto le mandó que disparase una granada sobre los americanos; díjole que no alcanzaba una granada, y entonces le replicó Llano ...

Pues eche usted dos.

Sí, lo creo de aquel hombre y de su gran talento; era una bestia. Este descalabro engrosó notablemente la fuerza de Rayón en Cóporo, vio premiados sus afanes, e hizo pensar seriamente a Calleja sobre formalizar una grande expedición en el próximo mes de enero, como ya veremos (1).

Durante la retirada de Llano en la noche de este triste día y marcha para Jungapeo, las partidas de guerrillas americanas que conocían aquellos locales, en número de tres, cargaron reciamente sobre los españoles, y les causaron bastante daño. Como el suelo era fragosísimo y no podían ahondarse sepulturas, Rayón tuvo que dar fuego a los cadáveres de los hombres y caballos para no verse contagiado con una pestilencia.

Siempre se ha dicho entre los militares que vale más perder una acción que un general, proloquio que no carece de fundamento y que pudiera aplicarse aquí con respecto a D. Eugenio Quezada.

Este joven mexicano era el guapo por excelencia de la división de Rayón; era impávido en los peligros, avisado, cauto y honrado a toda prueba. Cuando comenzó la revolución, el gobierno de México le persiguió de muerte: la policía le mandó prender en una casa de la calle de Venero (yo testigo). Rodeáronsela de tropa, y por encima de sus bayonetas se salió muy sereno. En el ataque de Jerécuaro se distinguió de un modo extraordinario, y cuando Rayón le llevaba a su lado, descansaba tranquilo en él como un fiel amigo y un soldado brioso, que ni haría traición a la causa de la América, ni faltaría de su lado por cobardía. Cuando se mienta el nombre de Eugenio Quezada por los lugares donde militó, se da un suspiro y con sólo él se recuerda su historia. Bien lo entendió así Llano, pues en el parte que dirige al gobierno recalcitra sobre la pérdida de este guerrero que la estima como un triunfo.



Nota

(1) Háblase de este ataque y muy desfigurada y falsamente en la Gaceta extraordinaria de 20 de noviembre de 1814, n° 659.
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