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La Constitución de Apatzingan
Carlos María de Bustamante
CARTA TERCERA
APARTADO SEGUNDO



OPERACIONES MILITARES DE D. RAMON RAYON
DESPUES DE LA ACCION DE PURUARAN

Aunque D. Ramón Rayón logró salir en rigurosa formación militar de la hacienda de Puruarán, y en un punto inmediato, elevado, se mantuvo formado toda la noche del día de la batalla, padeció, sin embargo, una dispersión casi general. Sus soldados, sobrecogidos de miedo con las escenas que habían presenciado, no se creían seguros sino a mucha distancia del lugar donde se habían representado. Marchó, pues, muy de mañana con dirección a San Antonio Casimangapio, donde supo que sus dispersos habían pasado para Nucupétaro; situóse allí para reunirlos, mas su infantería se presentó la mayor parte desarmada por orden de D. Manuel Muñiz; consiguió recobrar parte de su armamento, exigiéndolo de los comisionados que se lo habían tomado, y con más de cien hombres emprendió su marcha para la hacienda de Laureles. En la Barranca le atacó una espantosa fiebre, y en este estado supo que el comandante de Toluca, Guardamino, cierto de su peregrinación por aquellos andurriales, le buscaba con doscientos hombres. Salió, pues, para Pucuaro, y se quedó en el estrecho que forma una barranca, para no ser sorprendido. Creía verse libre dirigiéndose a Jungapeo, pero se engañó, pues allí se le avisó que el comandante Aguirre también le buscaba por aquel rumbo con trescientos caballos. Subióse por tanto al rancho de Patamboz dos leguas de Jungapeo, y allí tuvo noticia de que sus enemigos se habían retirado. Entróse en el pueblo de Pucuaro, y como carecía de salitre para elaborar pólvora, recurrió a las sepulturas de aquella iglesia. ¡Que hasta la paz de los sepulcros nos hayan obligado a turbar nUestros enemigos para defendernos de su opresión!

Pasados dos días, casualmente encontró con la puerta de una gran cueva que cubría un árbol; empeñóse en penetrar por ella, pero se aproximaba la noche, y un gran ruido le contuVo: temió saliese de allí algún nauyaque (culebrón feroz de tierra caliente) o tigre y se reservó para verificarlo al día siguiente con hachas de viento.

Efectivamente, apenas había puesto el pie en el umbral Rayón, cuando he aquí que lo detiene un tanto, no Durandarte, no Montesinos, no Belerma con su pálido y amarillo aspecto, indicio cierto del estado mensil que no convenía a su ancianidad, ni tampoco la procesión de sus doncellas acompañantes, sino más de veinte mil murciélagos que, turbados en su antiguo reposo, se alborotaron, y huían medrosos de las luces artificiales que los sorprendían. Comenzó muy luego a notar lo elevado de la bóveda y espacioso de aquella cueva donde pudieran cómodamente acuartelarse largos dos mil hombres; notó con asombro que la continua retardada destilación de algunas gotas de agua que de la techumbre de la caverna se desprendían, habían formado unas gruesas y blanquísimas columnas de nitro purísimo, y así mismo entendió las ventajas que pudiera sacar qe más de media vara de estiércol de murciélagos para extraer salitre, sin tocar a aquellas columnas, que si no merecían respeto por su antigüedad y belleza, a lo menos lo merecían porque su destrucción pudiera perjudicar al que las socavase. Por tanto procuró cerrar las ventilas de aquella caverna, y con hachas de brea mezcladas con azufre prendió fuego a aquel estiércol inmundo. Quince días ardió aquella cueva, en la que perecieron todas las alimañas, al cabo de los cuales comenzó a realizar su establecimiento en dicha mansión secreta. Principió por destilar el salitre arrobas por carga; planteó cuatro fraguas; hizo dos moldes, uno de un cañón de a cuatro y otro de un obús de a cuatro pulgadas. Eran pasados más de veinte días de estar en esta atrevida ocupación, cuando he aquí al comandante español Aguirre que se presenta con quinientos hombres para sorprenderlo; llegando al pueblo de Jungapeo avanzó su guerrilla, y fue batida; Rayón perdió tres hombres, y un buen oficial llamado Camacho. Retiróse hacia el cerro de Cóporo; ignoraba el local, y así pasó la noche metido entre espesísimos breñales de otates, que a fuerza de golpes de sable y machete logró penetrar en todo el día siguiente, hasta que a las siete de la noche llegó a las márgenes del río de Tiripitío; su tropa, devorada por una sed rabiosa, se echó de bruces a saciarse de agua sin haber probado un bocado de alimento. Esta dolorosa peregrinación no le fue inútil a Rayón, pues conoció que allí podía situarse estableciendo un fuerte, y aun entendió el punto donde podría hacer fructuosamente una excavación para sacar agua para su guarnición. Un ojo reflexivo saca utilidades de los mismos males, y en el momento de padecerlos traza el plan que debe guiarle para su aprovechamiento. En tan lastimoso estado marchó D. Ramón Rayón para Sultepec a fin de llamar la atención del enemigo que estaba en Toluca; pero en aquel asiento de minas se encontró sin un adarme de plomo. Notó que una sala del convento de dieguinos de aquel lugar estaba forrada de aquel metal y la hizo destechar, supliéndolo con tejamanil, así es que en breve fundió gran cantidad de balas; mantúvose allí siete días y supo, al cabo de ellos, que venían a atacarlo setecientos hombres. Marchó al cerro de la Goleta, que aún no estaba fortificado. pero era fácil cosa verificarlo (como después acreditó la experiencia). De aquel punto marchó a Texupilco para hacer parque; mas ¿cómo, preguntará usted, podría elaborarlo una tropa volante? Nada era más fácil; ocupábanse todos los metates de las indias luego que se llegaba a un pueblo; y las mujeres en una sola noche hacían una cantidad regular moliendo salitre. y azufre. Este arbitrio parecerá extraño en la Europa, donde apenas se conoce el uso de este instrumento. Supo Rayón en este punto que un comandante gachupín que estaba destacado en la hacienda de la Barranca, cerca de Querétaro, le había pasado por las armas a un N. Bringas que había sido su escribiente, faltándole a la palabra que meses antes le había dado de respetar su tropa, como Rayón había hecho con la suya; ofendido justamente de esta pérdida se propuso vengarla, y se aprestó para hacer una correría guardando, por supuesto, el mayor secreto en esta parte. Al efecto acopió víveres, y emprendió su marcha con dirección al pueblo de Temascalcingo al ser de noche.
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