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La Constitución de Apatzingan
Carlos María de Bustamante
CARTA PRIMERA
APARTADO SEXTO



EXPEDICIÓN DE LOS ESPAROLES SOBRE OAXACA y
MOJIGANGA DE LAS VIEJAS PARA CELEBRARLA

El 10 de marzo de 1814 marchó de Puebla la expedición que se destinó a Oaxaca, compuesta de más de mil hombres, al mando de D. Melchor Alvarez, coronel de Saboya; salió igualmente para auxiliarla el batallón de Castilla al mando de su coronel D. Francisco Hevia, el cual no llegó a penetrar a Oaxaca, sino que se quedó en Huajuapam por si fuese necesario su auxilio.

El brigadier D. Ramón Ortega debió haberse encargado de esta empresa; ignoro por qué no lo hizo, y sólo me consta que se limitó a publicar una proclama en que reencarga el mayor arreglo y disciplina militar a la tropa. Nada de esto era necesario; se iba a tiro hecho; la trama estaba urdida de antemano, y convenidos los mandarines de Oaxaca: sus ricos comerciantes todo lo habían proporcionado; sin embargo, era necesario darle a este asunto todo el aire de una empresa tan ardua y difícil como lo fue el paso del Granico, o la jornada de Arvela para Alejandro.

D. Ignacio Rayón, luego que entendió que se aproximaba Alvarez, se retiró de Huajuapam para Tehuacán y le dejó el paso libre.

Las trincheras formadas en el río de San Antonio por D. Benito Rocha, y dirigidas por D. Jacinto Varela, con fuegos cruzados, camino cubierto de orden militar, fueron inútiles; doscientos hombres decididos en aquel pUnto bastaban para contener triplicada fuerza de la que Alvarez traía, tanto más, cuanto que había en Oaxaca excelentes cañones, abundante parque y no faltaban trescientos fusiles que presentar en aquel punto. Es verdad que combinada la expedición por el Gobierno de México, amenazaba Dambrini por Tehuantepec, alguna fuerza amagaba por Tesechoacán; Reguera hacía sus escarceos por la costa del Sur; pero todo era tortas y pan pintado si se logra derrotar a Alvarez en dicho punto, pues para el caso de una desgracia había retirada, por Cuicatlán, a salir a Tehuacán de las Granadas, y otros puntos donde no faltaban regulares partidas americanas.

Luego que los pocos insurgentes que había en Oaxaca supieron de la aproximación del enemigo trataron de retirarse, y pudiendo hacerlo por San Juan del Rey, tomaron el camino del Oriente a penetrar por la Sierra y salir a la de Zongolica; su marcha fue peligrosísima y expuesta a ser cortados por los enemigos del rumbo de Veracruz que los asaltaron en el pueblo de Chiquihuitlán al mando de Murillo, e hicieron prisionero al coronel Mellado, librándose por entonces casi milagrosamente el Sr. Crespo, que después fue prisionero en Zacatlán y fusilado en Apam, como queda dicho ya en otra Carta.

Al salir los americanos de Oaxaca, fueron insultados por aquel populacho, que los apedreó y burló para congraciarse con los gachupines. El Dr. San Martín, lectoral de aquella iglesia, debió salir con ellos, y aun anduvo en su compañía toda una noche a caballo, pero se quedó oculto en el curato de Tlalixtaca, de donde después salió para incorporarse con los demás canónigos que salieron a recibir a Alvarez hasta el puente de la Soledad, ornados de capas pluviales, no sé si cantándole ... Ecce Rex tuus venit tibi mansuelus; recibimiento poco decoroso fue éste a fe mía: hubo varias penitencias y votos que algunos menguados hicieron por tal advenimiento, como quien hace morcillas al diablo por la llegada del libertador; por ejemplo el Dr. D. Antonio Ibáñez de Corvera, que fue provisor durante el Gobierno de los insurgentes y muy bien tratado de ellos, en testimonio de su lealtad gachupinesca anduvo pro voto de rodillas desde la puerta del cementerio de la Soledad, hasta el altar mayor de la Virgen. ¡Cuidado, que es muy largo trecho, pues se pueden correr cañas!, aunque mi hombre para suavizar la penitencia pudo haberse puesto unos cojincitos en las rodillas, así como Sancho se consideró mucho en el vápulo por el desencanto de Dulcinea repartiendo de mano airada recios azotes sobre el tronco de una encina que conmovieron el alcornoqueño corazón de D. Quijote; magüer todo esto digo, que es imposible dejara de hacerse dos grandes mataduras en expiación de sus sandez y bobería; sacrificio que no le valió, pues los españoles se resistieron después a darle posesión del decanato de aquella iglesia, porque aún no tenía compurgada la nota antigua de insurgente.

No obstante de que, como he dicho, todo estaba dispuesto para recibir al general español, éste, para cumplir con los deberes de tal, hizo al que mandaba las armas de Oaxaca (que era ningno, porque estaba vacía, y podía entrar pro derelicto y evacuación) la intimación siguiente, que inserto a la letra, tal cual se lee en la Gaceta núm. 567 de 3 de mayo de 1814. Pido atención, pues es trozo digno de ponerse al lado de los del librito intitulado Historia de los Doce Pares de Francia.

Las armas invencibles del soberano más amado de todos los habitantes en Europa, Fernando VII, rey de ambas Españas, marchan a mis órdenes para la reconquista de esta provincia. No he tenido la menor oposición a mi entrada: vuestros facciosos compañeros, como Rayón y otros, han huido aún antes de presentarse a nuestra vista; marchan fugitivos y errantes por los montes; entierran la artillería, que ha caído en manos de una sección que envié a perseguirlos; vuestro nominado generalísimo ha sido batido y derrotado, como vos no ignoráis, en todas cuantas acciones ha tenido, huyendo, Sln amparo, de las tropas de S. M ...

Ningún recurso os queda más que el entregaros a discreción; mas si tenaces en vuestro ridículo capricho tratáis de defenderos, vivid persuadidos que mis tropas son aguerridas, que seréis sumergidos, quizá cuando imploréis el perdón será tarde; por la menor gota de sangre que se derrame en esa ciudad de mis tropas, correrán por ella arroyos vuestros; el menor insulto a cualquiera habitante lo castigaré con el último suplicio.

Estáis amenazados por todos los puntos, no lo ignoráis; pensad con reflexión lo que hacéis. Aguarda vuestra contestación, teniendo el honor de saludaros, el general en jefe, gobernador intendente de la provincia de Oaxaca.

Melchor Alvarez.
Sr. Comandante de armas y gobernador de Oaxaca.

A esta intimación, digna de un Sesostris, que osó llamarse en Egipto Rey de Reyes, e hizo atar a su carro a los soberanos cautivos, respondió D. Luis Ortiz de Zárate, oficial viejo y chaqueta neto -que abrigamos como víbora en nuestras entrañas- que aquello estaba por el amado, llorado, suspirado, adorado, plañido y moqueado Fernando VII. Este es el mismo contraste que Miguel de Cervantes presenta entre los retos y amenazas de D. Quijote, y la respuesta que el pacífico ventero le dio cuando le dijo que no tenía agravios que vengar, etc., etc., y que él era muy hombre para no dejarse jugar de nadie los bigotes de la cara.

Intimaciones y baladros de la misma calaña hizo a los cabildos eclesiástico y secular; ambos salieron a recibirlo; pero no son estas dos corporaciones las que hicieron el principal papel en esta comparsa, aunque lo hicieron bien ridículo; fue una colluvie de viejas y algunas de la vida airada, que se preSentaron vestidas de túnicas blancas, descalzas y coronadas de flores, mostrando unos horribles juanetes en los pies, y uñas de águila corvas y encanutadas, llevando coronas de flores para ornar la cabeza de Alvarez y de sus oficiales, y así pasaron el río de Atoyac para merecer gracia delante de este nuevo Alejandro. Si hubiera venido entre los de aquel convoy alguno de los que han leído los Viajes de Anacarsis por la Grecia, y hubiese traído moblada la cabeza de lo que cuenta de las fiestas religiosas de aquellas bellas teorías de jóvenes que se veían en ciertos tiempos poblando el aire de cánticos y perfumes, y engalanando a la misma naturaleza con su gentileza y denuedo, creería hallarse allí ... Mas, ¡ay de mí!, aquella colluvie de hembras feas y esclavas que venían a besar los pies de sus antiguos dominadores sólo era un acervo de viejas gangosas, muchas de ellas comparables con la que se presentó a San Antonio en el Desierto con un racimo de dátiles para tentarlo ...

Estas fueron las que dijeron Hosanna a Alvarez, las que echaron flores por donde pasaba, y las que serán en todas edades el objeto del desprecio de las generaciones venideras. Yo no pierdo la esperanza de ver representar esta escena en algún retablo o totili mondi al ruido de una desentonada dulzaina, así como el ataque de Costillares el torero en Madrid, y que el titiritero diga ...

Vean ustedes, señores, y esténme atentos: he aquí la entrada del general D. Melchor Alvarez en Oaxaca, y recibimiento que le hicieron las dueñas ... Todas van descalzas haciendo muecas y requiebros, echando flores en derredor de sus tiranos. como los indios de Mocthezuma recibieron a los spañoles ...

¡Oh Oaxaca! ¡Qué lugar tan triste ocuparás en la historia de nuestra revolución! Viéronse además de estas viejas livianas algunas de las tenidas por señoras que sentadas junto a dos barriles de aguardiente con un vaso de este licor en cada mano, gritaban ... ¡Viva España! ¡Mueran los insurgentes! Y brindaban a la canalla soldadesca española. ¡Bah! La pluma se retrae dé escribir bajezas.

Pasaron aquellos momentos de criminal entusiasmo, y comenzó muy luego a desarrollar el bárbaro despotismo sus fuerzas contra los débiles. Alvarez daba el tono de Un virrey, y recordaba a los buenos la memoria de aquella noble sencillez y comportamiento de los modestos jefes republicanos; comenzaron los pedidos, a pesar de haberse encontrado cantidades en la tesorería nacional, y también se acordaban de que en los días del gobierno de Morelos no se impuso ni un real de gravamen, ni se aquejó a nadie. El bárbaro cura Terrón de Pápalo, español, mandó unos infieles indios que ni aun sabían hablar castellano en clase de prisioneros, y se les fusiló despiadadamente; hízose lo mismo con el alférez Aguilera, de quien ya he hecho mención, porque se le encontraron las banderas de su regimiento, y ni aun se le reclamó al mayorazgo Magro por el pendón con que proclamó la obediencia a la junta de Zitácuaro que conservaba en su poder, y era notorio a todo el lugar; cada jefe se tenía como un general, y cada soldado como un oficial, y todos se creían con derecho a insultar a los vecinos pacíficos y mandar despóticamente en sus familias. Veíase el juego y la disolución sin término ni recato, y parece que se hacía gala de presentar aquellas escuelas para que en ellas se corrompiesen las costumbres. El bajo pueblo empeñado en agradar a sus dominadores insultaba a las familias más honradas con el epíteto de reselladas, y las provocaba con cantigas insolentes. Aquellos españoles que en el Correo del Sur núm. 8 insertaron un manifiesto protestando con encarecimiento su obediencia al Gobierno americano, y que pidieron se economizase la sangre hasta por la que Jesucristo derramó en el Calvario, estos mismos se mostraron orgullosos, y braveaban olvidados de la clemencia con que habían sido tratados. ¿Pero qué digo? Aun el nuevo provisor nombrado y venido de Puebla con la expedición -el canónigo D. Jacinto Moreno y Bazo- pesó su autoridad sobre los eclesiásticos que habían mostrado afecto al partido americano, siendo así que él había sido servido en cuanto solicitó por gracia de Morelos. Tal era el estado de opresión en que gemía la desventurada Oaxaca en abril del año de 1814, hasta últimos de julio de 1821 en que recobró su libertad perdida, para recibir los nuevos grillos que le puso Iruela Zamora, ahijado y protegido de Iturbide, y que después procuró remachar D. Antonio León con achaque de libertador de aquel pueblo, mirándolo como no vería un propietario a su heredad, que procuraría refaccionar y mantener.

Varias circunstancias notables presenta la entrada de Alvarez en Oaxaca en el mismo día de su ingreso, y que han dado motivo a glosas malignas. La principal dice relación al intendente Murguía. Reconocido éste por el ciudadano más digno de mandar, lo aprobó el Sr. Morelos, y aun sufragó por él. Retirado del Congreso de Chilpacingo tornó a servir su empleo político, y fungía en él cuando recibió al general Alvarez, a quien entregó el bastón materialmente delante de un gran concurso; pero Alvarez se lo devolvió diciéndole que estaba en buenas manos, y a satisfacción del Gobierno de México. ¿Quién con tal aseveración no creería que Murguía había hecho traición a la causa? Mas lo cierto es que a poco se le quitó del destino, se le procesó, se le mandó a México a responder a varios cargos, y Bataller falló que era indigno de obtener ninguno, siendo preciso que la corte de Madrid le absolviese de todo cargo. No puede lanzar los demonios en nombre de Belcebú, ni curar por su virtud a los dolientes el que les ha declarado guerra ... Por este principio creo indemnizado a Murguía de las imputaciones, aunque jamás le concederé aquella virtud singular de afrontarse al partido español para desobedecerlo con energía: esta calidad es poco común en los hombres, y menos en los que son naturalmente pacatos como éste.

Al segundo día de entrado Alvarez fue arrestado el canónigo San Martín y remitido a Puebla; algo más, fue multado en mil trescientos pesos por otra igual cantidad que recibió de la clavería de Oaxaca para marchar a Chilpancingo de orden del general Morelos. Mas sus aberraciones -que no negaré- están sobradamente compurgadas con sus padecimientos, y con una larga y cruelísima prisión que el general Cruz le hizo sufrir en las estrechas cárceles de Guadalajara por cuatro años, habiendo sido aprehendido en el fuerte de Jauxilla. Yo le vi presentarse en Zacatlán cuando se fugó de Puebla vestido con una cotona de jerga de arriero y lleno de miseria. ¡Qué caro cuesta el no tener un carácter decidido en una revolución!

Dentro de pocos días salió el Dr. Velasco para Puebla, y también algunos de los que se reputaban en Oaxaca insurgentes porque recibieron empleos del Sr. Morelos; alguno de éstos cambió presto casaca y se quedó haciendo del perseguido por el Gobierno español, y recibiendo sesenta pesos mensuales como espión de los americanos, por cuyo infame oficio causó la muerte de algún hombre benemérito que hacía grandes servicios a la revolución en Tehuacán; si aÚn se oye los clamores de su conciencia, este recuerdo le atormentará sin intermisión. No sólo los males dichos pesaban sobre la infeliz Oaxaca, había otros de diversa especie tan sensibles como vergonzosos. A la aproximación de Alvarez se dejó ver sobre Tehuantepec D. Manuel Dambrini, aquel viejo tan cruel como ignorante, aquel comandante de calzón de braguetilla, de derrotado oprobiosamente por Matamoros un año antes, volvía ahora con cien negros de Omoa, vestidos de colorado, como changos o demonios, sólo a vengar agravios de gentes infelices que no se los habían hecho, erigido en juez despótico, como lo era Zaragate, que tenía voz de rey y soldados a su disposición, fusiló a varios de los que decía que le habían resistido como insurgentes. Después sus negros fueron a Oaxaca y los tomó Alvarez por soldados de su guardia. ¡Capricho raro, como pudiera tenerlo el brack del Senegal! Yo vi en San Juan de Ulúa uno u otro infeliz indio de los que desterró de aquel suelo para hacerlo perecer en este clima mortífero. Cuando considero que tantos males nos vinieron de Guatemala, lugar de donde sólo teníamos bellas imágenes de escultura, no puedo menos de incomodarme, tanto más, que ni por la distancia, ni por las relaciones de amistad llevadas en menos de dos siglos con aquel reino, pudiéramos prometernos de él la menor queja.
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