Indice de La Constitución de Apatzingan de Carlos María de Bustamante Carta primera. Apartado cuartoCarta primera. Apartado sextoBiblioteca Virtual Antorcha

La Constitución de Apatzingan
Carlos María de Bustamante
CARTA PRIMERA
APARTADO QUINTO



OCURRENCIAS DESGRACIADAS EN EL SUR
Y OTROS PUNTOS

Cuando el general Morelos se decidió a formalizar la expedición de Valladolid, no se olvidó de conservar la provincia de Oaxaca. Sabía muy bien que el enemigo, cuyo cuartel general estaba en Puebla, no la perdía de vista, y que apenas tendría una coyuntura favorable, cuando se echaría sobre ella. Tampoco ignoraba que algunos vecinos principales de Oaxaca llevaban una correspondencia directa con Castro Terreño, y procuraban atraer sus fuerzas para librarse (según decían) del cautiverio que no tenían; de todo esto daban testimonio las correspondencias interceptadas, y las causas formadas por la junta de seguridad y confianza pública, en la que no se pronunció ni un solo fallo de muerte contra persona alguna: tal fue su moderación. Presidíala mi hermano el Lic. D. Manuel Bustamante, hombre virtuoso y sabio de su siglo, sin que me engañe la pasión. Este era el tirano que los oprimía, y ésta la prueba más concluyente de su opresión. ¿Que para conciliarse el aprecio de algunos pueblos sea preciso vibrando sobre sus cuellos la cuchilla del rigor, y sobre sus espaldas el látigo de la servidumbre? ¿Que sea para éstos lo mismo la clemencia que la ineptitud, la lenidad que la indolencia?

El gobierno de Oaxaca se había confiado al coronel D. Benito Rocha, hombre honrado, módesto y con todas las recomendables prendas de una persona particular, pero que carecía de las de un comandante, que debía mantener su provincia en estado de defensa y proporcionar a su guarnición una fortaleza y lugar de retirada y asilo para el caso desgraciado de una irrupción.

Descuidóse de esto en lo absoluto, y apenas ordenó, a instancia del teniente coronel D. Jacinto Varela, que se construyesen dos pequeños reductos en el río de San Antonio por si la marcha enemiga se ejecutase por la Mixteca; pero desatendió el punto militar de Yanhuitlán, de Río Blanco por el camino de Tehuacán, de Cuicatlán y otros muchos, facilísimos de defender, y a muy poca costa. Auri en el mismo valle de Zimatlán pudo situar una fuerza en el certo llamado la Teta de María Sánchez, ubicado en medio de una gran llanura, y donde los antiguos zapotecas colocaron un presidio en tiempo de la antigüedad. Es bien sabido que las excelentes fortificaciones que hemos puesto, como en Cerro Colorado y otras, lo fueron de los indios, que eran maestros en el arte de la guerra. En fin, la margarita preciosa de Oaxaca estaba puesta en manos de un jefe, tal como pudiera ponerse un reloj de particular construcción en las de un niño.

Para contener las irrupciones de la costa no faltaban los puntos de Juquila, y las de Guatemala, los que proporciona la fragosidad de su suelo por Tehuantepec: a todas estas partes debió ocurrir la vigilancia y exactitud de un gobernador sabio y vigilante. Ni faltaba dinero, ni granas, ni otros recursos para proporcionar equipos de toda especie. Hacíase un comercio directo con Puebla, y los mandarines de aquella ciudad, al mismo tiempo que publicaban bandos imponiendo pena de muerte a los que comerciasen con Oaxaca, tenían en dicha ciudad sus agentes y compradores de grana muy activos, que les hacían grandes remesas de este fruto precioso por precios muy bajos.

!odo esto lo notaba yo y lo lloraba, pero no podía evitarlo. Mi hermano y yo dirigimos al general Morelos vanas representaciones cuando estaba empeñado en el sitio de Acapulco para que viniese en persona a reparar en tiempo los males que preveíamos sobre nuestra cara patria, y principalmente sobre aquel lugar donde habíamos visto la primera luz, y cuya suerte no nos podía ser indiferente. A la inspección de la caballería del Sur tenía yo especialmente agregado el regimiento de dragones de San Juan Nepomuceno, que hice subir a la fuerza de trece compañías; procuré darle la posible instrucción, le puse rancho, le di regulares oficiales del célebre batallón de Castilla de Campeche, y cuando me lisonjeaba de que prosperaría, fui llamado al Congreso de Chilpancingo, y el padre cura Moctheuzoma, que por una desgracia tuvo unos cuantos meses el mando de gobernador interino, por ausencia de Rocha a Tehuacán, me lo destruyó y redujo a cien hombres. Cuando lo supe, creí que me devorase un tabardillo. ¡Pobre Oaxaca en manos del cura de Zongolica!

Cuando salió Rayón de Chilpancingo llevó en su compañía al lectoral de Oaxaca D. José de San Martín, para que éste, como práctico conocedor de los recursos de aquella provincia, se los proporcionase; iba entonces con la investidura de vicario general castrense en lugar del Dr. Herrera. Rayón se quedó en Huajuapam, y San Martín pasó a la capital para remitirle desde allí las armas y municiones posibles, con más de sesenta zurrones de grana, pues el objeto era cubrir la frontera en aquel punto, situado allí el cuartel general. Servía de pie para la formación de la división de infantería que se comenzaba a organizar la partida de D. Manuel Terán, que posteriormente se engrosó con los piquetes de D. Bernardo Portas, Montes de Oca, y otros oficiales de acreditado valor: asimismo concurrió una partida del regimiento de la Luz que en la época anterior había mandado el coronel Chepito Herrera. Tales eran las disposiciones que por entonces se tomaban para defender a Oaxaca. Rayón tenía concepto de hombre de bien; pero por amable que lo hiciesen las disposiciones de su corazón, el disgusto a la dominación americana se multiplicaba cada día por varias causas.

Primera, se mantenía una correspondencia directa con el gobierno de Puebla por los rumbos de Teotitlán por medio del cura Mejía que al mismo tiempo lo era de Tamasualapán en la Mixteca, y así es que proporcionaba los medios de una rápida contestación sin obstáculo.
En segundo lugar, la moneda de cobre tenía despechados a los moradores de la provincia; y
En tercero, los escandalosos procedimientos del Dr. Velasco, asociado con el subdiácono Ordoño, que le facilitaba los medios de satisfacer sus pasiones.

Concluida la comisión de arrestar y mandar a Puebla a los canónigos Moreno y Vasconcelos, se quedó en Oaxaca Velasco con el título de mariscal, y con el mismo estaba allí D. Juan Pablo Anaya; ambos tenían sus escoltas, y con esta pequeña fuerza armada podían obrar como quisiesen. Por la ausencia de Rocha he dicho que gobernaba Moctheuzoma, el cual vivía en la disipación del juego, y no hacía caso de nada: sólo se esmeraba en echar arengas a los soldados desatinadamente, que concluía con vivas a Nuestra Señora de Guadalupe. Los excesos y depredaciones del Dr. Velasco llegaron a tal punto, que los cabildos eclesiástico y secular representaron y pidieron con encarecimiento a Rayón que lo apartase de Oaxaca, y aun yo vi llegar a Huajuapam dos regidores comisionados para conseguir esta gracia.

Rayón mandó que cuanto antes se le arrestase, y también a su compañero, y comisionó a San Martín por ser clérigos, y cuña de un propio palo. De hecho, el comisionado pidió auxilio al gobernador, y para que se evitase un lance, dispuso que el asalto se le diese a Velasco en la misma casa de juego a donde concurría todas las noches; Moctheuzoma, por adulado, le cOntó anticipadamente el plan que estaba dispuesto. Con semejante aviso, Velasco marchó a la casa llevando consigo su escolta bien preparada, y además la de Anaya, con quien decía tenía parentesco. Situáronse ambas en las ventanas, y se pusieron en observación. Dentro de poco, he aquí la tropa comandada por el mismo San Martín que venía a caballo, y tan luego como si fuese un campo de batalla, el comandante Montes de Oca avanzó al sable hasta donde estaba Velasco, a quien impuso y rindió. Cuando se le conducía a la prisión a Santo Domingo, un correo llamado España, que acompañaba a San Martín, montaba un caballo muy fogoso, el cual azorado con el fuego, comenzó a salirse, sin poderlo contener. A esta sazón, un hombre desconocido se acerca con un sable sobre San Martín, el cual con la claridad de la luna, pudo verlo y quitarse el golpe de encima; San Martín gritó ...

- ¡España, España!, invocando su auxilio, y a este tiempo el asesino, a quien la escolta de San Martín clareó de un balazo, llegó al cuartel de artillería gritando: Ahí están los gachupines.

En el momento sacaron los cañones, y he aquí una nueva pelotera. Con mil trabajos, y embarrándose en la pared los soldados, pudieron informar a los artilleros de quiénes eran y calmarlos. Tales daños produjo el Dr. Velasco, y éstos sólo eran el preludio de los que causaría en lo sucesivo.

Dentro de poco fue arrestado Ordoño y llevado a San Francisco.

Dada cuenta a Rayón, mandó que marchase Velasco a Huajuapam; temíale éste mucho, pues conocía su carácter inflexible y justo; San Martín cometió la torpeza de mandarlo con una escolta a las órdenes de un tal Vilches, gachupín; pero coludido éste con Velasco, ambos fueron a buscar al brigadier Alvarez, que ya conducía la expedición, y se indultaron; admitio este jefe al canónigo Velasco, pero a reserva de lo que Calleja dispusiese de él. Entonces Velasco, por congraciarse con el Gobierno español, escribió el manifiesto que se lee en la Gaceta el 5 de mayo de 1814, número 563 con este rubro ... Velasco, a los americanos.

Esta producción indigna aun del hombre más vil y envejecido en toda clase de crímenes, será un baldón eterno de ignominia para este eclesiástico, el cual prácticamente desmintió después lo que entonces dijo; pues conducido a Jalapa a las órdenes del coronel Zarzosa, de quien recibió una acogida cual no daban entonces los comandantes españoles a los insurgentes, se le escapó en enero de 1815, llevándose consigo algunos papeles interesantes con otras cosillas, y así se presentó en Tehuacán, donde fue bien recibido del Lic. Rosains. ¡Oh, si esta clase de hombres no hubiesen existido entre nosotros para cubrir de oprobio a nuestra nación y poner bajo el aspecto más despreciable a la más justa de las causas! Yo no me ocuparé en glosar dicho papel en todas sus partes; sólo presentaré literal su introducción para que no se me tenga por encarnizado enemigo de Velasco, cuyos talentos siempre admiré, así como compadecí su destornillada cabeza ...

Después -dice- de dos años de abatimiento y de prostitución; despues de dos años de miseria y privaciones, y lo que es más, después de dos años de sentimientos interiores y de remordimientos que despedazaban de parte a parte mi corazón, me veo en el seno paternal del legítimo Gobierno, sin otra amargura que la que debe acompañar eternamente a un hombre que, ingrato a sus mayores, a la patria, a los amigos que lo honraron, y a cuantas relaciones estrechan mutuamente a los hombres, se incorporó a una causa injusta en sus motivos, injustísima en sus medios, y sobre todo, abominable en sus resultados ...

Oír hablar a Velasco de remordimientos que despedazaban de parte a parte su corazón es lo mismo que oír a un judío hacer el elogio del Evangelio; no es menos paradoja oírle hablar de miserias y privaciones, pues jamás tuvo más dinero que cuando fue insurgente; él se lo tomaba y empleaba para ello la violencia; dígalo Gris en Oaxaca, y por su muerte toda la ciudad testigo del escandaloso modo con que le extrajo una suma crecida, hasta amenazarlo con la muerte. Al general Rayón lo pinta como a un monstruo; al Sr. Morelos como al burro flautista de la fábula, suponiendo mil imposturas contra uno y otro, de quienes recibió hospitalidad y favores de que no era digno.

Yo estoy cierto de que si Velasco no hubiera temido a la Inquisición, que le andaba a los alcances, jamás habría pasado a la insurrección, donde pudo haber hecho un papel brillantísimo si hubiera tenido juicio.

No es posible detallar circunstanciadamente el pormenor de las acciones parciales perdidas en principios del año de 1814; pues aunque no son de todo punto ciertas las que se refieren en las Gacetas de aquella época, algunas relaciones no carecen de verdad, y las que se omiten por adversas no tienen número: vaya la ocurrida el 6 de enero de dicho año en San Andrés Chalchicomula a D. Melchor Alvarez, coronel de Saboya. Acercóse al pueblo el coronel Andrés Calzada, segundo de Arroyo, a chulear a los realistas; Alvarez, destaca varias partidas sobre él, y se presenta con una de ellas, la cual choca inmediatamente con Calzada; éste la envuelve, y tiene a Alvarez en su mano; de un golpe de sable le hiere la cabeza, que le libró en mucha parte el morrión, y aunque lo tiene casi por presa segura, qué sé yo por qué no le quita la vida, y salva prodigiosamente del peligro.

Esto no consta en las Gacetas; pero yo lo tengo averiguado en aquel pueblo. En 20 de dicho mes, el mismo coronel de Saboya atacó con buen suceso al coronel Rincón, que defendía las alturas de la barranca de Jamapa, de donde le desalojó; esta acción le dio nombradía, pues el punto es verdaderamente difícil, y ha sido teatro de varias acciones sangrientísimas, siendo la principal la del 27 de julio de 1815, en que la tropa del Lic. Rosains, al mando del coronel Terán, fue completamente desbaratada por el guerrillero Félix Luna, y donde americanos contra americanos se hicieron guerra por pasiones bajas y abominables, y dieron el día de mayor gloria a los Callejas y Batalleres.

La derrota de Rincón fue terrible, menos por la pérdida que tuvo que por el concepto y prestigio que gozaba en la provincia de Veracruz: había organizado una regular división, y la tenía tan bien equipada, que excedía a las más regulares del Gobierno.

Desde entonces ya no levantó más cabeza Rincón, y después murió asesinado, como veremos.

En 17 de enero del mismo año, Rosas, D. Fernando, Ortiz el Pachón y otros, atacaron con mal éxito la villa de Salamanca, defendida por D. Manuel de Iruela y Zamora, a quien recomienda Iturbide, sin que pueda decirse que es recomendación de compadre la que hace en el parte inserto en la Gaceta núm. 528, pues de hecho lo eran, y como a tal le hizo mil favores qUe pesaron sobre la desgraciada provincia de Oaxaca, donde después hizo un gran papel el ahijado D. Celso, de dichoso olvido, que entonces era cadete, y después pasó a coronel.

En 16 de febrero el comandante español D. Félix de la Madrid atacó al coronel indio Victoriano Maldonado, que defendía el vado del río Mixteco en San Juan del Río. Cónstame que apenas tenía unos cuantos fusiles, pues vi su fuerza en el pueblo de Tlapa cuando pasé por allí el 5 de dicho mes de febrero. Con armas iguales nada habría hecho, pues Maldonado era valiente y muy astuto. Véase lo que en prueba de esto se lee en una de estas Cartas, cuando hizo huir a Paris tronándole unas bombas en los cerros de Metlatono, donde le tenía sitiado.

El 25 del mismo mes, Osorno tuvo la humorada de acercarse a Tulancingo con una gruesa división que nadie vio sino cuando estaba encima; comenzó por hacer una batida de los granaderos pertenecientes a varios vecinos del pueblo, cuyo comandante hizo salir luego Una partida gruesa, que fue hecha pedazos; reforzóla con otra que corrió la misma suerte, de modo que cien hombres de la guarnición desaparecieron con suma velocidad; unos heridos, otros muertos y otros prisioneros. A los dos días tornó a presentarse con igual o mayor fuerza Osorno, y dirigió al comandante Piedras la intimación siguiente:

Por tercera vez llego a las trincheras de esa plaza, y aunque debía excusar esta notificación en vista de las repulsas en las anteriores, la piedad inseparable de todo jefe americano me obliga a intimarle la rendición de dicha plaza, con las capitulaciones que por ambas partes se estimen razonables, advertido que los hechos acreditarán la palabra que a nombre de la nación daré del perfecto cumplimiento.
Mis anteriores acciones contra esa plaza fueron, aunque con mucha tropa, sin armas, pertrechos, ni el orden que da el tiempo. La victoria es probabilísima, y de no haber verificado la rendición a las once de esta mañana, sufrirá el pueblo los horrores que son consiguientes a una victoria, como espero en el Señor Dios de los ejércitos, la tendré sobre sus murallas. Dios etc.

Campo sobre Tulancingo 26 de febrero de 1814.
José Osorno.
Sr. Teniente coronel D. Francisco de las Piedras.

Con semejante conminación ¿quién no creería que Osorno atacase vigorosamente la plaza y la tomase? Nada de esto hubo: apenas se hizo un pequeño tiroteo cuando aquella división, a quien no faltó para entrar más que la voluntad, pues todo estaba a su disposición (como me lo ha dicho el comandante Piedras), se largó de aquellas inmediaciones sin oste ni moste, y puso en ridículo las armas de la nación. ¡En tales manos estaba su suerte y libertad! Muchas veces me he quejado de la conducta de aquellas tropas excelentes, pero sin jefe, y tal vez habrá parecido un exceso de pasión mía; pero la historia me presenta muchos hechos como éste con que poder justificar mis lamentos; no será este pasaje el último de que haga uso.

La respuesta dada a Osorno, inserta en la Gaceta y que supone firmada del comandante. Piedras, fue dada por el que decía mayor general de la división. Me asegura que cuando supo de ella, ya estaba remitida al virrey; bien que aunque lo supiera antes, no había podido reclamarla, pues era un crimen ser moderado y urbano a los ojos de aquel Gobierno. Yo lo que aseguro, por propia experiencia, es que el Sr. Piedras nos hizo mucho bien de un modo negativo, muchas noches pudo asaltarnos en Zacatlán, pues no ignoraba el abandono de esta plaza, y siempre, obró o muy estrechado por el Gobierno de México, o en términos de rigorosa defensa: si los demás jefes se hubieran conducido del mismo modo se habría economizado mucha de nuestra sangre. Nuestros correos y confidentes entraban y salían en Tulancingo sabiéndolo él, y nunca supe que arrestase a ninguno.

D. J. P. G., testigo presencial de la acción indicada, me la detalla del modo siguiente.

Los ataques de Tulancingo por la división de Osorno, del 25 y 26 del año de 1814, comenzaron en el potrero de la hacienda de San Nicolás. El 25 a la madrugada supo el comandante D. Francisco Piedras que estaba en dicha hacienda una partida de americanos, e hizo salir inmediatamente una división de infantería y caballería al mando del teniente de granaderos del Fijo de Veracruz D. José Dolores Toro; ésta llegó a la entrada del potrero de dicha hacienda de San Nicolás, y al pasarle, advirtió el oficial de caballería lo mal que hacía, porque en la falda del monte se percibía mucha gente, y les sería muy fácil cortarles la retirada; mas Toro no se embarazó y le manifestó su desagrado, atribuyendo esta reflexión a efecto de miedo, por lo que el de caballería se sujetó a continuar su marcha; pero el temor de aquel oficial fue muy fundado, porque los americanos dieron el frente en el llano para llamar la tropa, como sucedió, y luego que habían avanzado, se desplegó una columna de caballería, y cortándoles la retirada los pusieron en desorden y mataron muchos granaderos del Fijo de Veracruz y al comandante Toro: hirieron a otra porción que los mismos americanos llevaron a Singuiluca, y otros fueron prisioneros: a los prisioneros sólo las armas les quitaron, dejando sus cuerpos con sus vestidos.

Mucha parte de los vecinos principales de aquel pueblo estaban en la garita que llaman de México esperando el resultado de la acción, y entre ellos estaba el marqués de Sierra Nevada, que era mayor general. En aquel pueblo se presentaron como a las nueve de aquella mañana dos dragones cubiertos de polvo y lodo, anunciando la derrota que habían sufrido, de lo que irritado dicho marqués, les dio de palos y los mandó poner en el cepo de cabeza porque habían llevado aquella noticia, falsa en su juicio, pues era imposible derrotasen a las tropas del Gobierno. Sin embargo de esta noticia y otras que acaso recibiría, el comandante hizo que se tocase generala y saliese él mismo con la poca tropa que se juntó, y muchos patriotas y paisanos a distancia como de media legua; pero noticioso de que los americanos se habían retirado, se retiró esta partida al pueblo.

Se mandaron recoger los cadáveres, y depositaron en la capilla de la hacienda de Santa Isabel, de donde a las seis de la tarde los condujeron en angarillas a darles sepultura en el cementerio de la parroquia, y al efecto estaba abierta una fosa donde los enterraron.

El día siguiente, 26 de febrero se avisó como a las siete de la mañana que se aproximaban los americanos. Esto puso en movimiento al vecindario; se levantaron los puentes y se tocó generala, y como a las nueve y media descubrieron venir formados por las labores de la hacienda de San Francisco. El comandante distribuyó las fuerzas que tenía en las fortificaciones, y parte subió a la iglesia. Los americanos, en número como de ochocientos, dieron vuelta a todo el pueblo sin empeñar ninguna acción, y sólo en el cerro de Tetzontle se situó una partida de infantería que hacía fuego a los que ocupaban la iglesia, y de éstos un criado que sólo estaba de espectador, murió de una bala. Como a las diez y media se recibió una intimación de Osorno, que está copiada en la Gaceta. Se le contestó a lo Quijote, y aunque se esperaba que realizasen su amenaza, no hicieron los americanos otra cosa ya que recoger todo el ganado de las haciendas de la circunferencia, y llevárselo a vista de todos los que de las alturas de Tulancingo los observaban. Al pasar un capitán, sobrino de Osorno, por uno de los parapetos, recibió un balazo, del que murió.

Entiendo que parecerá a usted minuciosa la precedente relación; yo la he presentado con esta exactitud, porque en breve se conocerá que Zacatlán fue subyugado por las tropas de Tulancingo dos años después por causa de éste y otros desaciertos de la misma naturaleza cometidos por Manilla y Osorno.

Si no era favorable a los españoles esta alternativa de sucesos y desgracias en el rumbo del Norte, los descalabros que padecían sus tropas en las inmediaciones de Veracruz les eran de muy funestas consecuencias, pues paralizaban enteramente el comercio de aquella plaza, y empeñaban al gobierno a hacer costosas expediciones para contener siquiera un tanto el impulso que hacían los insurgentes de aquel rumbo, atacando los convoyes en los indispensables puntos de su tránsito.

El 7 de diciembre del año anterior (1812), el gobernador de Veracruz, Quevedo, dispuso que el teniente de navío D. Gonzalo Ulloa saliese con trescientos hombres al cantón de Paso Moral en demanda de su comandante, Juan García, y de José Antonio Martínez, a quienes se propuso sorprender. Efectivamente, a la entrada en los ranchos del Moral fue donde se trabó un choque, en el que quedaron muertos dicho García y su segundo Juan Quirio. Apenas había caminado Ulloa una milla por una senda muy estrecha, cuando se vio metido en una emboscada en la que murió su guerrilla, y tuvo que retroceder al punto de donde había salido; viose además cortado por la espalda, y con mucho trabajo pudo salvarse por un camino intermedio entre los dos que ocupaban los americanos, y retirarse a la hacienda de Santa Fe. Reforzado después de estos ataques con cien infantes de la plaza de Veracruz, al mando de D. Nemesio Iberri, tornó a dirigirse nuevamente a Paso Moral, donde quemó algunos jacales. Habiendo intentado regresar a Veracruz, se vio últimamente atacado abajo del punto que llaman el Manantial, donde se empeñó una acción que duró más de tres horas, con lo que terminó esta expedición de cinco días, en que los españoles tuvieron no poca pérdida, y Martínez adquirió gran nombradía, logrando imponer a la guarnición de la plaza de Veracruz, con cuyos vecinos y comerciantes llevó en lo particular grande amistad, e hizo tales servicios, que lo amaban y celebraban tanto cuanto le temían. ¡Ojalá y que igual consideración hubiese merecido a los mismos jefes americanos de quienes fue víctima, como después veremos!

Por esta acción quedó humillado un tanto el orgullo de los veracruzanos adquirido en la acción de Tuxtepec el 5 de enero siguiente (1814). Tapete invadió la provincia de Oaxaca que confina en dicho pueblo con la de Veracruz, a cuyo efecto embarcó la división de su mando por el Río Tonto, en cuyas márgenes está situado Tuxtepec; su guarnición no esperaba tal ataque, y estaba mal organizada alzando una batería de dos cañones situados para su defensa. En dicho pueblo fue hecho prisionero su cura D. Domingo Palancares, eclesiástico recomendable, y sobre quien pesó la mano de Tapete tratándolo con dureza por ser sujeto -dice- sobre quien he traslucido debe vivirse con precaución; palabras que sin duda forman su elogio. Sin embargo de todas las invectivas con que procura ultrajar Tapete a los americanos situados en aquellos puntos, él llevó un gran comercio de granos con ellos en los días de su revolución, y su lealtad al rey Fernando no llegaba hasta su bolsillo.

No se hundieron poco en el despecho los españoles por la circular que expidió el gobernador de Puebla, Ortega, y que se lee en la Gaceta núm. 540, tomo quinto, a resultas de la averiguación judicial que hizo el juez de letras D. Antonio María Izquierdo, sobre la castración que hizo José Vicente Gómez de varios hombres, cuya propagación pretendió obstruir por este medio, en perjuicio de la humanidad y sólo a beneficio de los coliseos y coros de las catedrales, que tendrían en ellos una almáciga de excelentes cantores, medida que debiera haber adoptado Calleja si hubiera pensado seriamente en aliviar su fortuna miserable, aplicándolos a una escuela de capilla.

En el tránsito -dice esta famosa circular, que se leerá con gusto en Italia- de la capital de México a Puebla, fueron sorprendidas varias personas por los bandidos, y han tenido la desgracia de ser castrados por estos verdugos de la humanidad, sin que bastase ninguna súplica a libertarlos.

Este horroroso crimen, que la misma crueldad repugna, está ya admitido por los bandidos con otros delitos de la misma magnitud, y ninguno tiene la desdicha de caer en sus manos que no sufra la castración, estrellándose con más particularidad contra los soldados de los cuerpos, que olvidándose de su dignidad y obligaciones, se desertan y se les unen ...

Sigue haciendo una enumeración de los infieles que sufrieron esta operación, que debió el Sr. Ortega omitir, pues no ignoraba este jefe el desprecio con que son vistos por lo común esta clase de hombres defectuosos en la sociedad: hasta las gatas huyen y se burlan de los de su especie que tienen este defecto. El objeto de la circular fue amenazar a los soldados desertores con esta terrible operación, como a los niños con el coco; pero esto era falso, pues Gómez y todos los jefes de la insurrección recibían con placer a los desertores, y aun los gachupines eran doblemente apreciados, porque servían muy bien, como lo acreditó la experiencia, y se batían con doble denuedo sabiendo que si eran pillados perecían fusilados irremisiblemente.

El 5 de enero siguiente (1814), recibieron los españoles otro golpe que les fue muy sensible. El teniente coronel D. Antonio Fajardo, sargento mayor del regimiento Fijo de Veracruz, salió de esta plaza escoltando un convoy con más de cuatrocientos hombres de fuerza y un cañón; viose atacado por una gruesa división de americanos en las lomas que llaman de Tolome, que se echó a todo escape sobre su retaguardia, la puso en desorden, y causó no poco estrago, retirándose con precipitación a Paso de Ovejas. Al día siguiente quiso penetrar por Puente del Rey, que lo halló tomado y ocupadas las eminencias inmediatas, y además a su entrada había un parapeto de no poco espesor, cubierto de espinas, que habían construido en la noche anterior; asimismo descubrió otro en lo alto de su derecha, que formaba la figura de una herradura, y en la falda de la montaña otros dos pequeños, a corta distancia uno de otro, y cuyos fuegos se protegían mutuamente. Por fortuna, según la estación, el río tenía poca agua en un vado inmediato, que intentó pasar, y allí se trabó una nueva batalla, en la que sufrió mucho estrago de los americanos, pues según confiesa en su relación, tuvo nueve muertos y veintiséis heridos, entre ellos el capitán Gutiérrez de Alvarado. Parece que aquel punto estaba destinado para regarse con sangre, pues como por su posición formidable y de difícil tránsito, pero inevitable, estaba por lo común ocupado por americanos, allí hacían algunas ricas presas que les sufragaban en parte las fatigas y gastos de esta guerra. Ya veremos en la serie de esta historia el ataque dado por Victoria en este mismo lugar en principios de julio del mismo año.

Los aprestos del general Morelos sobre Valladolid, y el buen éxito de la toma de Acapulco, hizo pensar seriamente a muchos españoles sobre su suerte; algunos pidieron pasaporte para España y salieron de aquí en convoy, llevando consigo sus riquezas y cuanto tenían apreciable, bien o mal adquirido. Iban varios sujetos de viso, como los señores Bodega, oidor de esta audiencia destinado al ministerio de la Gobernación de las Indias por la regencia de Cádiz; el ex fiscal Barbón; D. Nemesio Salcedo, comandante que fue de Provincias Internas; el oidor D. Pedro de la Puente; D. Jacobo VillaUrrutia; el canónigo D. J. Alcalá y otros de menos rango; por tanto, el convoy se confió al teniente coronel D. Saturnino Samaniego, más charlatán que bravo, y que se había hecho famoso en el rancho de la Virgen, donde fue muerto D. Valerio Trujano según dijimos en una carta de la segunda época, primera edición. Los aprestos por los españoles para extraer el convoy, fueron iguales a los que los insurgentes hicieron para quitárselo. Me consta que el comandante Ríos de Omealca, junto a Villa de Córdova, fue hasta Huajuapam en solicitud de parque, que le dio en abundancia el general Rayón.

Efectivamente, el convoy salió de México confiándosele la vanguardia, como más expuesta, a Samaniego, y la retaguardia a Conti, que ya se cuidaba mucho de los insurgentes por las heridas que recibió en el sitio de Coscomatepec.

El 24 de febrero fue atacado en el punto del Zopilote y Paso de San Juan. El Sr. Bodega perdió casi todo su equipaje; lo más sensible para este sabio extraordinario fueron sus manuscritos. Barbón perdió un baúl en cuyo fondo iban no pocas onzas de oro pegadas con betún, y cuyas señales vi estampadas; perdió la cruz de Carlos III, pero salvó alhajas muy preciosas de oro, y moneda bastante de este metal que llevaba en otro baúl dentro de su coche; eran percances de su oficio fiscal, no poco socorrido en los tiempos bonancibles en que lo sirvió. Los insurgentes pusieron sus batas y se dejaron ver de mojiganga. La capa de este justo, que era de grana, la ví en Tehuacán en poder del Lic. D. Rafael Argüelles. También pagó su tributo Salcedo, de lo mucho que llevaba a España de lo que tomó a los señores Hidalgo y Allende, cuando fueron arrestados en las Norias de Baján; esto llamaba él su haber, con el mismo derecho que el gato llama suya una presa de carne ... Miau.

Entre lo que se le tomó a este jefe fueron unos planos levantados por el angloamericano D. Juan Robinson, enviado a mapear lo interior de nuestras provincias, a quien despojó de ellos y puso preso en Chihuahua. En el año de 1815, D. Manuel Terán se los presentó a su autor, que estaba al servicio de la nación, quien los reconoció por suyos, pues tenían su firma, e hizo que los copiase, y después se han impreso en los Estados Unidos: he aquí lOs trastornos dc una revolución.

Entre los papeles de Bodega iban varias representaciones contra Calleja al gobierno español, las que después qué sé yo como vinieron a manos del Virrey; formó de esto gran queja contra Bodega, quien dijo que él ignoraba lo que llevaba cerrado; finalmente, se tomaron cartas de correspondencia muy curiosas: cartas de una Zapaquilda a Venegas, del autor de los caracteres para conocer a los insurgentes, y de otras personas, que anduvieron de mano en mano y fueron materia de burla entre los insurgentes. Algunos de estos escritores sirven empleos en la actualidad, y pasan por excelentes patriotas; mas yo que los conozco como a mi mano derecha, me burlo de ellos y los miro como en Africa a los cristianos renegados; quiera Dios que no los mire un día como a herejes relapsos. De este célebre ataque no se da idea en las Gacetas, y sólo del que a la vuelta tuvo Samaniego, cuya relación obra en la Gaceta núm. 549, y se dio casi en el mismo lugar. Tomáronle, según su confesión, setenta mulas, ¿cuántas más no serían? Extraviaron las mulas llevándose las yeguas que las guiaban; cortaron las reatas, hacinaron las cargas en el camino, y todo contribuyó al intento de los insurgentes, según aquel adagio de que a río revuelto ganancia de pescadores; finalmente, le hicieron éstos muchos muertos, comandados los insurgentes por José Antonio Martínez, y le destrozaron las partidas de infantería y caballería que mandó Samaniego a vanguardia para sostener el convoy en su tránsito.
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