Índice de Congreso anarquista de Amsterdam de 1907Tercera sesiónQuinta sesiónBiblioteca Virtual Antorcha

CUARTA SESIÓN
Martes 27 de agosto - Sesión de la mañana.

Son aproximadamente las nueve cuando se abre la sesión. Rudolf Lange es nombrado presidente del congreso, con Christian Cornelissen y R. de Marmande como asesores.

La orden del día pide la discusión del tema: Sindicalismo y Anarquismo (1). Pero uno de los ponentes, el camarada John Turner, no habiendo llegado aún (2), el Congreso decide discutir en primer lugar el asunto: Anarquismo y organización. La palabra es dada a Amédée Dunois, ponente.

Amédée Dunois. No está muy lejana la época en que la mayor parte de los anarquistas estaba opuesta a toda idea de organización. Entonces, el proyecto que nos ocupa hubiese levantado entre éstos protestas innumerables y sus autores se hubiesen visto sospechosos de tener pensamientos retrogrados y objetivos autoritarios.

Era el tiempo en que los anarquistas, aislados unos de otros, más aislados aún de la clase obrera, parecían haber perdido todo sentimiento social; en que el anarquismo, con sus incesantes llamados a la reforma del individuo, aparecía a muchos como la suprema plenitud del viejo individualismo burgués.

Se consideraba que la acción individual, la iniciativa individual bastaba para todo. Se consideraban como desdeñables el estudio de la economía, de los fenómenos de la producción y del intercambio, e incluso algunos de los nuestros negando toda realidad a la lucha de clase, no consentían ver en la sociedad actual más que antagonismos de opiniones a los cuales la propaganda consistía precisamente en preparar al individuo.

En cuanto protesta abstracta contra las tendencias oportunistas y autoritarias de la socialdemocracia, el anarquismo ha desempeñado desde hace veinticinco años un papel considerable. ¿Por qué, en vez de mantenerse ahí, intentó construir, frente al socialismo parlamentario, una ideología que le pertenezca? En sus audaces despegues, esta ideología ha perdido de vista demasiado a menudo el terreno sólido de la realidad y de la acción práctica y demasiado a menudo también, terminó aterrizando, que lo quiera o no, en las desoladas riberas del individualismo. Es así que llegamos entre nosotros a concebir la organización sólo bajo formas inevitablemente opresivas para el individuo y a rechazar sistematicamente toda acción colectiva. Sin embargo, sobre este asunto de la organización que precisamente nos ocupa, una evolución significativa está en vía de cumplirse. Sin duda alguna, esta evolución particular debe ser vinculada a la evolución general que el anarquismo sufrió en Francia desde hace algunos años.

Al mezclarnos más activamente que antaño en el movimiento obrero, hemos franqueado la distancia que separa la idea pura, que tan fácilmente se transforma en dogma inviolable, de la viviente realidad. Nos hemos interesado cada vez menos en nuestras abstracciones de antes, y cada vez más, en el movimiento práctico, en la acción: el sindicalismo, el antimilitarismo están ocupando en nosotros el primer lugar. El anarquismo nos aparece mucho menos bajo el aspecto de una doctrina filosófica y moral que como una teoría revolucionaria, que como un programa concreto de transformación social. Sólo necesitamos ver en éste la más perfecta expresión teórica de las tendencias del movimiento proletario.

La organización anarquista levanta aún objeciones. Pero estas objeciones son muy diferentes, según emanan de los individualistas o de los sindicalistas.

En contra de los primeros, basta recurrir a la historia del anarquismo. Éste ha salido, por vía de desarrollo, del colectivismo de la Internacional, es decir, en último análisis, del movimiento obrero. No constituye, pues, una forma reciente, la más perfeccionada, del individualismo, sino una de las modalidades del socialismo revolucionario. Lo que niega, no es por consiguiente la organización; al contrario, es el gobierno, con el cual nos dice Proudhon, la organización es incompatible. El anarquismo no es individualista; en primer lugar, es federalista, asociacionista. Podría definírsele: el federalismo integral.

Por lo demás, no se ve cómo una organización anarquista podría perjudicar el desarrollo individual de sus miembros. En efecto, nadie estaría obligado en entrar en ella, e incluso, habiendo entrado, en no salirse.

Las objeciones esgrimidas desde un punto de vista individualista contra nuestros proyectos de organización anarquista no resisten el examen: se volverían igualmente contra toda forma de sociedad. Las de los sindicalistas tienen más solidez. Detengámonos en éstas un instante.

La existencia del movimiento obrero de orientación netamente revolucionaria es actualmente, en Francia, el gran hecho al que corre el peligro de enfrentarse, si no es que de estrellarse en éste, toda tentativa de organización anarquista; y este gran hecho histórico nos impone ciertas precauciones a las cuales ya no están supeditados, me imagino, nuestros camaradas de otros países.

Se nos dice, el movimiento obrero les ofrece un campo de acción casi ilimitado. Mientras que sus agrupaciones de opinión, pequeñas capillas en donde no penetran más que fieles, no pueden esperar aumentar indefinidamente sus efectivos, la organización sindical, ella, no desespera en llegar a contener, por medio de sus cuadros flexibles y móviles, al proletariado entero.

Ahora bien, prosiguen, su lugar como anarquistas está en la unión obrera, y ahí nada más. La unión obrera no es solamente una organización de lucha, es ella el germen viviente de la sociedad futura, y ésta será lo que el sindicato nos haya hecho. El error, es quedarse entre iniciados, rumiando siempre los mismos problemas de doctrina, dando vuelta sin fin en el mismo círculo de pensamiento. Por ningún pretexto, hay que separarse del pueblo, pues por muy atrasado, por muy limitado que sea, es él, y no el ideólogo, el motor indispensable de toda revolución. ¿Tienen ustedes entonces, como los socialdemócratas, intereses diferentes de los del proletariado que hacer valer -intereses de partido, de secta o de camarilla? ¿Debe el proletariado acudir a ustedes, o ustedes ir hacia él para vivir de su vida, ganar su confianza e incitarle, por la palabra y el ejemplo, a la resistencia, a la rebeldía, a la revolución?

Sin embargo, no veo que estas objeciones sean válidas contra nosotros. Organizados o no, los anarquistas (me refiero a aquellos de nuestra tendencia que no separan el anarquismo del proletariado), no aspiran al papel de salvadores supremos. Convencidos desde hace mucho tiempo que la emancipación de los trabajadores será obra de los mismos trabajadores o no será, asignamos de buen grado al movimiento obrero el primer lugar en el orden de la acción. Es decir que, para nosotros, el sindicato no tiene que jugar sólo un papel puramente corporativo, llanamente profesional, como lo entienden los guesdistas y, con ellos, algunos anarquistas rezagados en fórmulas obsoletas. La época del corporativismo ha pasado: este hecho pudo contrariar en el inicio concepciones que le eran anteriores; nosotros, lo aceptamos, con todas sus consecuencias. Entonces el papel nuestro como anarquistas, es decir quienes pensamos ser la más avanzada, audaz y libre fracción de este proletariado militante organizado en los sindicatos, es estar siempre a su lado y combatir las mismas batallas, confundidos con él. Lejos de nosotros está el pensamiento de aislarnos en nuestros grupos de estudio; organizados o no, seguiremos siendo fieles a nuestra misión de educadores, de excitadores de la clase obrera. Y si actualmente creemos deber agruparnos entre camaradas, es, entre otras razones, para conferir a nuestra actividad sindical el máximo de fuerza y de continuidad. Más fuertes seamos, y sólo lo seremos agrupándonos, más fuertes también serán las corrientes de ideas que podamos dirigir en el movimiento obrero.

Pero, ¿deberían nuestros grupos anarquistas limitarse a perfeccionar la educación de los militantes, a mantener en ellos la savia revolucionaria, a permitirles conocerse y encontrarse? ¿No tendrían que ejercer directamente una actividad propia? Nosotros pensamos que sí.

La revolución social sólo puede ser obra de la masa. Pero toda revolución viene necesariamente acompañada de actos, que por su carácter -de alguna manera técnico-, no pueden ser más que el hecho de un pequeño número, de la fracción más atrevida y más instruida del proletariado en movimiento. En cada barrio, cada ciudad, cada región, nuestros grupos formarían, en periodo revolucionario, tantas pequeñas organizaciones de combate, destinadas a la realización de las medidas especiales y delicadas para las que, la mayoría de las veces, la gran masa es inhábil.

Pero el objeto esencial y permanente de un grupo, sería, -al fin, voy a tocar este punto-, la propaganda anarquista. Sí, nos uniríamos ante todo para propagar nuestras concepciones teóricas, nuestros métodos de acción directa y de federalismo. Hasta ahora, la propaganda se ha realizado de manera individual. La propaganda individual ha dado resultados muy apreciables en otro tiempo, pero debemos reconocer que actualmente ya no es así.

Desde hace algunos años, una especie de crisis ha golpeado al anarquismo. La falta, casi total, de entendimiento y de organización entre nosotros es responsable en mucho de esta crisis. Los anarquistas, en Francia, son numerosos. En el aspecto teórico, ya están divididos; en el aspecto práctico, lo están aún más. Cada uno actua según su antojo y según su momento. Los esfuerzos individuales, por considerables que sean, se dispersan y la mayoría de las veces se desperdician. Hay anarquistas por doquier: lo que falta, es un movimiento anarquista que una, en un terreno común, todas las fuerzas, que, hasta este día, combatieron aisladamente.

Este movimiento anarquista nacerá de nuestra acción común, de nuestra acción concertada, coordinada. Inútil decir que la organización anarquista no tendría la pretención de unir a todos los elementos que se reclaman, a veces equivocadamente, de la idea de anarquía. Bastaría que agrupase, alrededor de un programa de acción práctica, a todos los camaradas que acepten nuestros principios y estén deseosos de trabajar con nosotros.

Georges Thonar. Me asocio a todo lo que acaba de decir Dunois sobre el asunto de la organización y renuncio a la palabra, pero no sin haber hecho previamente una declaración.

Ayer, hemos acabado por una votación la larga discusión suscitada en torno a la proposición de Domela Nieuwenhuis. Tome parte en esta votación, aunque sea yo el adversario de todo escrutinio, porque me pareció que la cuestión discutida era sin importancia. Seguramente, muchos aquí se encontraban en mi caso. Pido simplemente al Congreso declarar hoy que ha actuado de manera poco razonable y que más adelante se esforzará por lograr mayor cordura.

(Las palabras de Thonar provocan un ligero tumulto; algunos congresistas aplauden ruidosamente, mientras que se dejan oír vivas protestas.)

Errico Malatesta. La cuestión del voto, que levanta aquí Thonar, entra muy naturalmente en la de la organización que estamos discutiendo. Discutamos pues esta cuestión del voto; no le veo ningún inconveniente.

Pierre Monatte. No logro comprender lo que había de antianárquico, dicho de otro modo de autoritario, en nuestro escrutinio de ayer. Es absolutamente imposible asimilar el voto por el cual una asamblea decide sobre un asunto de procedimiento, al sufragio universal o a los escrutinios parlamentarios. En nuestros sindicatos, en cada momento recurrimos al voto, y lo repito, no encuentro esto para nada opuesto, a nuestros principios anarquistas.

Existen camaradas que, por todo, incluso por las más futiles cosas, sienten la necesidad de levantar cuestiones de principio. Incapaces de comprender el espíritu de nuestro antiparlamentarismo, prestan importancia al simple hecho de depositar un papel cuadrado en una urna o de levantar la mano para expresar una opinión.

Christian Cornelissen. El voto sólo sería reprobable si obligase a la minoría. No es así, y sólo empleamos el voto como un medio fácil de determinar el poder respectivo de las diversas opiniones en presencia.

R. de Marmande. Es indispensable recurrir al voto, entendido de esta manera. Si decidimos no votar después de cada discusión, ¿cómo haremos para llegar a conocer cual es la opinión del Congreso, o cuantas corrientes de opinión existen en el Congreso?

Notas

(1).- Cuando en el mes de marzo, formamos en París un grupo de estudio con miras al Congreso de Amsterdam, una de nuestras primeras preocupaciones fue pedir que se inscribiera, en la orden del día los asuntos del sindicalismo y de la huelga general antes del de la organización. Queríamos dar a entender con esto que atribuíamos a los sindicatos, órganos esenciales del movimiento obrero, más importancia aún que a los grupos anarquistas. Los camaradas holandeses acogieron favorablemente nuestra solicitud, y es así que el sindicalismo y la huelga general figuraron en cabeza de la orden del día del congreso. Pero razones de pura oportunidad inclinaron el congreso a que discutiera en primer lugar el asunto de la organización. (A. Dunois. Le Réveil de Ginebra, nº 212.)

(2).- Turner, retenido inesperadamente por una conferencia sindical, no pudo llegar a Amsterdam.

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