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Capítulo 24

Las trepidaciones de una soberanía, las veleidades de algunos convencionistas y las aflicciones de varios periodistas.

Carranza, en los primeros días del funcionamiento de la asamblea revolucionaria, fue muy obsecuente y amable con ella. Mandaba ejecutar todos sus acuerdos y le consultaba sobre la actitud que debería seguir para la resolución de algunos asuntos trascendentales. Tenía la seguridad de que esta asamblea le ratificaría por gran mayoría de votos su designación de Primer Jefe Encargado del Poder Ejecutivo, como lo había hecho la asamblea que se instaló en la ciudad de México, en la que sin que se registrara una voz discrepante, todos los delegados lo aclamaron como jefe necesario e indiscutible.

Sabía que los delegados de la División del Norte y los que había enviado el gobernador Maytorena anhelaban su deposición. Pero ante la gran mayoría carrancista, ¿qué valían treinta y siete votos villistas y tres maytorenistas? Consideraba que su triunfo sería seguro y arrollador. Por ello, al principio, la prensa de la capital sostuvo la necesidad de que la Convención de Aguascalientes se declarase soberana.

Cambio de actitud de don Venustiano Carranza.

Pero Carranza, seguramente bien informado de la actitud veleidosa de muchos delegados que él estimaba como fervorosos adictos suyos, pretendió explicársela como producto del temor a las agresiones de los oficiales villistas que pululaban en Aguascalientes. Pero tales temores y tales agresiones constituían falsedades. Don Venustiano Carranza debe haberse decepcionado al recibir informes fidedignos de que algunos Generales que él consideraba como allegados suyos, hacían intensas propagandas para sucederle en el poder. De tales informes provino, indudablemente, su cambio de actitud hacia la Convención, y los mismos engendraron muchos ataques y embustes por parte de la prensa carrancista, enderezados contra la misma asamblea.

En respuesta al mensaje que la Mesa Directiva, por acuerdo expreso de la Convención, dirigió a Carranza invitándolo a que concurriera personalmente a las sesiones de la asamblea o nombrase un delegado para que lo representara, se recibió un telegrama del Primer Jefe, lacónico y atento, en que daba las gracias por la invitación que le hizo.

¿Gracias, si, o gracias; no?, interpeló en voz alta un delegado. El mensaje no decía si Carranza aceptaba o no la invitación. De hecho, nunca concurrió ni designó un representante.

Las trepidaciones de la soberanía.

Ya en la muy prolongada sesión del 20 de octubre de 1914, muchos delegados conocían cuál era el sentir de don Venustiano y de los carrancistas íntimos sobre la soberanía de la Convención.

En el diario El Liberal, de la ciudad de México, edición del 19 de octubre, se publicó un artículo del licenciado Heriberto Barrón en el que después de una serie de consideraciones sobre la convocatoria expedida por Carranza, las glosó de la siguiente manera:

Como se ve claramente por lo anterior, los gobernadores militares de los Estados, nombrados algunos por el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista Encargado del Poder Ejecutivo de la República, y los Generales con mando de tropas nombrados por él mismo, fueron convocados a una junta ... para acordar en ella las reformas que debían implantarse; el programa a que se sujetaría el Gobierno Provisional, la fecha en que deberían verificarse las elecciones de funcionarios federales y demás asuntos de interés general.

La reunión de gobernadores militares y Generales con mando es, pues, una junta de subordinados citada por el superior jerárquico de donde ha emanado la autoridad de los mismos, para ser como junta consultiva en la cual se discutirían todos los puntos fijados de antemano por ese mismo superior jerárquico, para proceder todos armónicamente, a fin de que en la formulación del programa del gobierno interino no hubiera disidencias. En cuanto a la autoridad del Encargado del Poder Ejecutivo, emana de la voluntad de todo el Ejército Constitucionalista, comprometido a sostener el Plan de Guadalupe, y de todo el gran Partido Constitucionalista, constituido por la inmensa mayoría de la nación.

El largo artículo de Barrón, lleno de sofismas, atacaba duramente la decretada soberanía de la Convención, soberanía que fue propugnada vigorosamente por el mismo diario El Liberal, en su edición del 3 de octubre.

La actitud de la prensa carrancista.

La actitud de la prensa carrancista, principalmente la de los diarios de la ciudad de México El Pueblo y El Liberal, había caldeado los ánimos de muchos, pues sabíase de sobra que todo el personal de estos periódicos era pagado por la Tesorería General de la Federación. Su labor tendía a desvirtuar las labores de la Convención, pintándola como una reunión de salvajes incapaces de cualquier orientación y de cobardes que se amilanaban ante las pistolas de los bandidos de la División del Norte.

Con una falta de ética censurable por todos conceptos, esa prensa no se concretaba al ataque de los convencionistas en las informaciones y en las notas editoriales. Para complacer al que pagaba, llegó a deformar las informaciones que sus Enviados Especiales transmitían por telégrafo desde Aguascalientes, falseando los hechos, suprimiendo los que podrían parecer adversos a Carranza e inventando otros que nunca habían ocurrido en la Convención.

El asombro de don Ignacio Bonillas.

Todos los corresponsales, tanto los del país como los de los periódicos extranjeros, procuraron siempre ajustarse a la verdad. Las noticias publicadas en Estados Unidos, naturalmente, discrepaban en forma notable de las que se publicaban en la ciudad de México. El encargado de la Secretaría de Comunicaciones en el gabinete del Primer Jefe, ingeniero don Ignacio Bonillas, que seguramente recibía extractos de las noticias de la prensa norteamericana, debe haberse indignado ante la citada discrepancia y envió un ingenuo mensaje a la Convención en el que pedía a ésta que su Mesa Directiva procurase que los corresponsales transmitieran informaciones verídicas.

El mensaje de Bonillas fue turnado a la Comisión de Gobernación, la que dictaminó desde luego se sometiera a la consideración de la asamblea el siguiente acuerdo, que sin discusión fue aprobado:

Dígase al encargado de la Secretaría de Comunicaciones que la Convención toma providencias para que tanto los corresponsales extranjeros como los del país se conduzcan con verdad en sus reportazgos.

Dígase a los corresponsales aquí presentes que deben conducirse con verdad, e insistir con los directores de sus respectivos periódicos para que sean publicados íntegros sus reportazgos.

El corresponsal que no cumpla con las disposiciones de esta Convención será expulsado de Aguascalientes o del lugar en que se encuentre esta asamblea.

Los corresponsales no tenían la culpa.

Entre los corresponsales de los periódicos capitalinos se encontraban Arturo Cisneros Peña, Carlos Quiroz y Rafael E. Machorro, los cuales instalados en el escenario del Teatro Morelos, a la izquierda de la Mesa Directiva, tomaban notas ante el chaparrón que se les vino encima. Los tres eran buenos amigos míos. Comentando con ellos, una vez que hubo terminado la luenga sesión del 20 de octubre, me informaron confidencialmente que sus transmisiones se habían apegado en todos los casos a la verdad.

Cisneros Peña me dijo: En la oficina de Telégrafos de aquí están de mi puño y letra todos los mensajes que he mandado a mi periódico. Pueden ir a verlos los Delegados que lo deseen y aun los miembros de la Directiva de la Convención y se convencerán de que he mandado únicamente la verdad y nada más que la verdad de lo que ha ocurrido en las sesiones.

Quiroz agregó:

Por ética periodística y por conveniencia personal he transmitido siempre informaciones exactas y hasta me he abstenido de apreciaciones. Pueden consultarse los originales de todos mis mensajes depositados en la oficina telegráfica y cotejarse con el texto de los publicados en México. Este cotejo demostrará palmariamente que mis mensajes han sido alterados y también mutilados. La dirección de mi periódico no comprende los peligros a que me expone con muchos de los bárbaros que aquí se encuentran, que no entienden razones y que con toda justificación se sienten lastimados al atribuírseles hechos notoriamente falsos.

Programa de principios.

Ya muy tarde, en la noche del 20 de octubre, se presentó una proposición suscrita por los Generales Antonio I. Villarreal, Eulalio Gutiérrez, Joaquín V. Casarín y Francisco de P. Mariel, y el Coronel Roque González Garza. Rezaba picudamente:

Nómbrese una comisión encargada de delinear el programa de reformas inmediatas que deberá poner en práctica el gobierno provisional que emane de esta convención.

Villarreal ya se consideraba el seguro sucesor de don Venustiano.

Esta proposición dio origen a un bizantino debate. El delegado José Siurob, pequeñísimo de cuerpo y de facundia extraordinaria, saltó a la tribuna. El mismo Siurob, el General Hay y Roque González Garza habían batido el récord de la oratoria. Los demás delegados los llamaban los latifundistas de la palabra y también los monopolizadores de la tribuna. Siurob expresó con voz airada que desde el día 17 había entregado a la Mesa una proposición para que se nombrara una Comisión de Programa, y que no obstante que su iniciativa ya había sido dictaminada por la Comisión de Gobernación, se le daba preferencia a otra que trataba del mismo asunto. Golpeándose el pecho y empinando su pequeña estatura sobre las puntas de los pies, agregó:

Yo defiendo la primacía de mi iniciativa porque constituye un gran honor para mí.

El Presidente de la Convención, General Villarreal, con su voz extremadamente pausada, replicó que él había pedido que se discutiera el nombramiento de la Comisión de Programa por tratarse de un trabajo arduo que requería muchos días. Agregó que la elaboración del programa era un asunto de capital interés y era necesario que la asamblea se preocupara más de los principios, descartando los demás asuntos que eran de orden secundario.

Como los de tu propaganda presidencial -interrumpió uno de las galerías.

Villarreal, visiblemente contrariado, agregó que había formado una lista de delegados, escogiendo a varias personas entre los grupos que había en la asamblea:

Tomamos al señor Aguirre Benavides, que es de la División del Norte; al señor Piña, que es representante del señor Maytorena; al señor Lugo, de la División del Sur; al delegado Gutiérrez de Lara, del Noroeste; Juan José Ríos, del Noreste; Berlanga, yo creo que de ninguna y de todas; Rodríguez Cabo, de Quintana Roo; Cerecedo Estrada, del Oriente; Felipe Angeles, del Norte, y además queda en libertad la asamblea de nombrar dos delegados del Ejército Libertador del Sur...

Aguirre Benavides, con muy buen sentido, propuso que la elección se hiciera por escrutinio secreto. Transcurrió una hora en discusiones inútiles. Unos delegados dormían ya en sus asientos. Otros se habían ausentado. Los bostezos aparecían en todos los rostros. Al fin se pasó lista, y la Mesa declaró que no había ya en el salón el número suficiente de delegados para tomar un acuerdo. Así terminó, muy cerca de las doce de la noche, la tediosísima sesión vespertina del 20 de octubre de 1914.

La comisión del programa.

No fue sino hasta el final de la sesión vespertina del 21 de octubre cuando fue designada por votación secreta la Comisión de Programa. Quedó integrada en la forma que a continuación se expresa, anotándose después de cada uno de los nombres el número de votos emitidos en su favor:

Eugenio Aguirre Benavides, 84 votos; Alberto B. Piña, 79; Antonio I. Villarreal, 70; Eduardo Hay, 66; Roque González Garza, 64; Arturo Lazo de la Vega, 62; Manuel Carlos de la Vega, 60; Alvaro Obregón, 48; Daniel Ríos Zertuche, 42. Se reservaron dos nombres para ser nombrados cuando se presentaran los delegados del Ejército Libertador del Sur.


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