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Capítulo 25

Las versiones de los debates en la asamblea y la firma del General Villa en la bandera.

Previsores en grado sumo fueron los delegados que al percatarse de la campaña de prensa iniciada contra la Convención, por los diarios subvencionados en la capital de la República, quisieron que la asamblea revolucionaria tuviera un órgano periodístico para defenderse de aquellos ataques. Y lograron algo más: ese periódico, inteligentemente dirigido por el gran escritor Heriberto Frías, no sólo fue el portavoz de los revolucionarios congregados en Aguascalientes, sino también la fuente segura de que disponen los historiadores para desentrañar la verdadera historia de la Convención Revolucionaria de Aguascalientes.

Este diario inició su publicación en la propia ciudad de Aguascalientes, en donde se imprimieron varios números. La prosiguió en la ciudad de San Luis Potosí, cuando la Comisión Permanente de la Convención se trasladó a esa capital, y la continuó en la ciudad de México. Cuando la Convención ya reunida en la ciudad de México, hubo de trasladarse a Cuernavaca, allí se continuó la publicación del periódico, para reanudarse nuevamente en la capital de la República. Los últimos números de este periódico se publicaron en la ciudad de Toluca.

Cuando se publicó en la ciudad de México, el diario apareció con ocho páginas, destinándose las cuatro centrales para reproducir las versiones taquigráficas de las sesiones de la Convención desde que inició sus trabajos en Aguascalientes. Es una fuente de primer orden que refleja con fidelidad las actividades y los tumbos de la asamblea y sirve para rectificar las versiones tendenciosas y malévolas, publicadas en la capital durante los meses de octubre y noviembre de 1914.

Solamente se conserva un número muy limitado de los ejemplares de este periódico. Afortunadamente, el que esto escribe posee una de las colecciones que aunque carente de algunos números, puede considerarse como la más completa de todas las existentes. Ella me ha servido para rehacer la historia de esta gran asamblea y para señalar la actitud de todos y cada uno de sus miembros.

La presencia del General Villa en la Convención.

Se anunció que el General Francisco Villa, jefe de la División del Norte, había llegado la noche anterior a la ciudad de Aguascalientes y expresó sus deseos de presentarse en la Convención para estampar su firma en la bandera patria, en señal de acatamiento a todas las decisiones de la asamblea.

Villa era el único General de la División del Norte que no había concurrido personalmente a las sesiones, pues acreditó como representante suyo al Coronel Roque González Garza. Se le concedió el permiso solicitado. El Teatro Morelos estaba pletórico de delegados y de público que ocupaban las plateas, los palcos y las galerías. En las afueras del teatro se había aglomerado mucha gente que deseaba conocer al Centauro del Norte.

Entre una tempestad de aplausos, el General Villa hizo su entrada al salón. De complexión robusta, frente amplia, cabellera ensortijada, mirada de gran magnetismo, labios prominentes, maxilares inferiores muy desarrollados y tez blanca dorada por el sol de muchas campañas, el jefe de la batalladora División ascendió al escenario y hubo de esperar un buen rato hasta que fueron acallados los aplausos y los vítores. Con todos los delegados puestos de pie, lo mismo que el público, Villa prestó la protesta reglamentaria, que le fue tomada por el General Antonio I. Villarreal, Presidente de la asamblea, y estampó su firma en la banda blanca de la enseña tricolor. Todos volvieron a aplaudir estrepitosamente.

Palabras del General Villa.

Villa de pie en el escenario, emocionado en grado sumo, cuando se acallaron las ovaciones que fueron estruendosas, dirigiéndose al Presidente de la asamblea, dijo:

Con su venia, quiero decir unas cuantas palabras a mis hermanos de luchas y de ideales.

Concedido el permiso, se adelantó hasta las candilejas del escenario. Con voz fuerte en que se traslucía la emoción, expresó:

Señores Generales, señores oficiales que han sabido estar a la altura del deber para que todos unidos derrocáramos una tiranía como fue la del llamado gobierno de Huerta.

Ustedes van a oír de labios de un hombre enteramente inculto, palabras sinceras que le dicta su corazón porque comprendiendo yo que entre las personas presentes hay hombres conscientes que sepan comprender los deberes para con la Patria y los sentimientos de humanidad, debo decir a ustedes que Francisco Villa no será vergüenza para todos los hombres conscientes, porque será el primero en no pedir nada para él. (Aplausos nutridos).

Unicamente me concreto a decirles que quiero mirar claro en los destinos del país, porque muchos son los sufrimientos porque ha atravesado.

En manos de ustedes están los destinos de la Patria, y si la Patria se pierde, sobre la conciencia de ustedes que son hombres conscientes, pesará eso. (Ovación larga y estruendosa).

Muy cierto -gritó alborozado Eduardo Hay.

Porque Francisco Villa les abre su corazón para decirles que nada quiere para él; sólo quiere mirar claro en los destinos de su Patria. He dicho, señores. (Aplausos nutridos y prolongados).

El abrazo de los futuros enemigos.

El General Alvaro Obregón, con gran rapidez, trepó por las escaleras del escenario para abrazar a Villa, mientras estallaban nuevos vivas y aplausos. Este último dijo a Obregón:

Deseo que sepancemprender los sentimientos de nosotros, porque yo no seré sombra del porvenir mexicano. Y la historia sabrá cuáles son sus verdaderos hijos.

Exactamente, señor ... -contestó el General Obregón.

Fueron momentos de suprema emoción. Los dos caudillos de la revolución aureolados por numerosas y brillantes victorias, parecían haber sellado con aquel fraternal abrazo el porvenir de México. Todos alababan el desinterés claramente expresado por Villa. Se veían muchos ojos empañados por las lágrimas.

El discurso del General Villarreal.

El General Villarreal, con voz lenta y engolada, se adelantó para decir:

Conmovedor juramento, General Villa. Elocuente sinceridad que surgió de su corazón, recio en los combates y delicado ante el infortunio; de su corazón, que parodiando las palabras del gran Víctor Hugo, es de bronce para resistir y de vidrio para llorar.

Su acto solemne, espontáneo, hermoso, aureolando su sencillez democrática, que a todos los ha cautivado, es en mi concepto uno de los más trascendentales que hemos presenciado en esta memorable asamblea y uno de los que más contribuyen para fortalecer nuestra hermosa esperanza de ver pacificado este país, hoy anegado en miseria y dolor.

Siento particular satisfacción por la conducta del ciudadano Villa; siento que pasa, que flota sobre mí, como deberá flotar seguramente sobre todas las conciencias de esta asamblea, un aliento fortalecedor que con las palabras del General Villa nos dice: ¡Patriotas, la Patria está salvada! (Aplausos).

Así, doblegando las bizarrías, las altiveces ante la opinión de las mayorías; así, desligándose del yo, para comulgar con las opiniones de todos o con las opiniones de la mayoría, y en este caso la mayoría es sinceridad y patriotismo; así, con actos de sencillez democrática, como el que acabáis de dar, General Villa, así se sirve a la Patria. (Aplausos).

No ha de ser el capricho del fuerte el que impere en los países civilizados; no ha de ser la voluntad de un hombre que se antoja omnipotente la que se imponga a todas las voluntades, sino que ha de ser por consejo que se inspire en los altos ideales, en consorcio con todas las voluntades dispuestas al sacrificio.

Hemos admirado al General Villa temible, indomable, victorioso; siempre en los combates lo hemos visto pasearse en el brioso corcel del triunfo, de ciudad en ciudad doblegando al enemigo y haciéndole sentir el peso formidable de la revolución. Fue grande entonces; pero ahora que vino aquí humilde, modesto, democrático, y que juró, como juramos nosotros, y como nosotros resuelto a someterse a las decisiones de la mayoría de esta asamblea, ahora es más grande el General Francisco Villa. (Nutridísimos aplausos).

Quiero ver aquí con nosotros al paladín de los derechos de la gleba, aquí en su puesto, aquí donde nos hemos reunido para procurar la emancipación de los hambrientos; aquí debe estar el General Francisco Villa, porque él surgió de los dolores y de las angustias de los eternamente humillados. Es el paladín de los que han sufrido y caudillo de los miserables ultrajados; es queja formidable de los que han sufrido y también grito de rebelión de los que han padecido y quieren dejar de sufrir para ser libres, para ser hombres. (Ovación ensordecedora).

Y esta es la Convención de los desamparados; somos los representantes de la gleba; queremos que desaparezcan de nuestra patria las esclavitudes y la abyección. No hemos hecho la revolución ni hemos derramado tanta sangre simplemente para cambiar el personal de las alturas del poder. La hemos hecho para cambiar la distribución de las riquezas; que quienes todo lo poseyeron posean menos, y para hacer que los que nada tenían tengan lo suficiente. para vivir como nombres civilizados. (Aplausos).

La Convención recibió con alborozo al señor General Villa. Permitidme que en nombre de la Convención os salude, y que en nombre mío os diga que soy de verdad vuestro amigo, aunque algunas veces no piense como vos, que en nombre mío os dé un abrazo sincero.

Y entre aplausos estruendosos, el General Villarreal abrazó efusivamente al General Villa.

El entusiasmo de la asamblea.

Las palabras sencillas del General Villa causaron magnífica impresión. Se retiró en medio de una tempestad de aplausos. Parecían flotar en el ambiente los ecos gloriosos de las épicas batallas de San Andrés, de Chihuahua, de Torreón, de Ciudad Juárez, de Tierra Blanca, de San Pedro de las Colonias, de Paredón y de Zacatecas. Ya el General Villa no era el réprobo, el bandido, el ambicioso que anhelaba detentar el poder, como lo pintaba la prensa de la capital de la República. Era un simple ciudadano nimbado por la gloria de sus triunfos, que se puso humildemente a las órdenes de los legítimos representantes de la revolución.


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