Índice de Memorias de Don Adolfo de la Huerta de Roberto Guzmán EsparzaSegunda parte del CAPÏTULO TERCEROPrimera parte del CAPÍTULO CUARTOBiblioteca Virtual Antorcha

MEMORIAS DE ADOLFO DE LA HUERTA

CAPÍTULO TERCERO


(Tercera parte)



SUMARIO

- Las entrevistas con Harding y Hughes.

- Los tratados de Bucareli.

- Recuerdos de la Revolución Mexicana (Fernando López Portillo).

- Explicaciones y recriminaciones.

- Indiscreción periodística y sus concecuencias.

- Un incidente chusco.




Las entrevistas con Harding y Hughes.

El viaje del señor De la Huerta a los Estados Unidos para conferenciar con los banqueros internacionales, tuvo otro aspecto que fue también de importancia para nuestras relaciones con el país vecino, o cuando menos, pudo haberlo sido, si sus resultados no se hubieran desvirtuado. Y por razones fáciles de comprender, cedo nuevamente la palabra a don Adolfo, para que en su charla tan llena de datos interesantes, nos refiera él mismo lo sucedido.

Después que hube terminado los arreglos con los banqueros internacionales sobre el adeudo de México, recibí invitación insistente de Washington para que visitara la Casa Blanca. La primera invitación me fue hecha directamente del presidente Harding por conducto de Mr. Lamont; la segunda procedía de Hughes por el mismo conducto. Contesté a ambas que no estaba autorizado por mi gobierno para aceptar tales invitaciones, ya que mi comisión se reducía al arreglo de la deuda internacional; pero cuando insistieron, comuniqué a Obregón la solicitud de referencia. Obregón se hallaba en Cuernavaca, y cuando volvió a México se proponía negarme la autorización, pero Pani creyó que si la solicitud se hacía oficialmente, ello equivaldría al reconocimiento de los Estados Unidos (!). El gobierno americano dijo que, sin que implicara reconocimiento la invitación, oficialmente se comunicaban los deseos de Washington para que el secretario de Hacienda mexicano, don Adolfo de la Huerta, les visitara. Obregón entonces telegrafió diciendo: Puedes aceptar invitación que te hace Washington. Ya entonces, a bordo de mi carro especial, el Hidalgo, me transladé a la capital norteamericana.

Autorizado ya por Obregón, hice el viaje a Washington, donde se me recibió en forma que me dejó sorprendido. Una numerosa guardia de motociclistas me acompañó en el trayecto de la estación al hotel, con las sirenas sonando a todo volumen, en fin, una recepción fastuosa. Creo yo que ello se haya debido a que en aquellos días no había asuntos de aspecto internacional que fueran de trascendencia. Así fue que las primeras planas de los rotativos se ocuparon de mi visita y comentaron los arreglos que había yo conseguido para México, considerando que había derrotado a los banqueros internacionales y comentando favorablemente mi actuación comparada con la de los delegados de Rusia, que habían sido destrozados. Se había esperado que cosa parecida sucediera con mis gestiones, muy particularmente después de que se había comentado que nuestra Constitución de 1917 nos había dado carácter de socialistas y había causado tal escozor a los capitalistas. La derrota de los rusos había sido motivo de chascarrillos en vaudeville, y se esperaba cosa por el estilo o peor para México. A eso atribuyo la importancia tan grande que dio la prensa americana a mi visita a Washington y la recepción que se me hizo en dicha capital.

La primera conferencia que sostuve con el presidente Harding, duró más de una hora. Tenía yo amistad con el senador Burson, del Estado de Nuevo México, quien estuvo presente en las conferencias, y éste me llevó a otros cinco senadores al hotel donde me hospedaba. Yo les invité a comer en mi carro y ellos aceptaron gustosos, pues Burson les había dicho que traía yo licores a bordo y aquella era la época de la prohibición. La cita fue para la una de la tarde. Después vinieron por mí de la Casa Blanca. A la entrada había ya numerosos fotógrafos de prensa y camarógrafos de cine. Acompañado por el general Ryan y por mi ayudante Olallo Rubio, llegamos a la presencia de Harding.

El presidente de los Estados Unidos me colocó afectuosamente la mano sobre el hombro y me recibió con estas palabras:

- ¡Qué trabajo me ha costado darme el gusto de conocerlo!

Yo le expliqué que no había sido por falta de voluntad de mi parte, sino porque había tenido que solicitar la autorización de mi gobierno, ya que mi viaje había sido exclusivamente para los arreglos de la deuda.

- Si he insistido tanto en su visita - continuó Harding -, es porque me han hablado muchísimas personas sobre usted, acreditándole como hombre capaz de orientarme en los buenos deseos que tengo para su país, pues a pesar de mí buena voluntad me he encontrado con actitudes inexplicables que no sé por qué han asumido hasta con perjuicio de su misma nación. Además, por la humana curiosidad de conocer al hombre que ha derrotado a los lobos de Wall Street y a los del resto del mundo (en tono de broma), pero todavía hay otros detalles muy personales que me inclinaron a aprovechar su viaje a este país para tener el gusto de tratarlo.

- ¿Cuáles son esos aspectos, que son los que más me interesan?

- Ha de saber usted que yo fui antes periodista, periodista de provincia con mi periódico The Marion Star y tomé gran interés por los asuntos de la revolución mexicana; leía con avidez todo lo que a ella se refería. Me llamaba la atención que siendo usted civil, sobresaliera entre los militares y aun recibieran instrucciones de usted. Me llamaba la atención la insistencia con que reprendía usted a los reporteros americanos cuando ellos le daban el tratamiento de general y la invariable aclaración de usted en el sentido de que no tenía usted grado militar alguno. Posteriomente, cuando usted era gobernador del Estado de Sonora, yo fui su súbdito (traducción de Burson).

- ¿Cómo está eso?

- Verá usted: cuando yo era pobre (todavía lo soy, pero cuando sólo tenía veinticinco mil dólares), un amigo mío, a quien yo consideraba un experto en cuestiones de minería, me trajo un negocio: un prospecto para cuya explotación pusimos iguales cantidades él y yo, más algunos asociados a los que invitamos.

- ¿Tiene usted todavía esa propiedad en Sonora?

- No; fracasamos, porque (riendo) sus altos impuestos mataron nuestro negocio.

- No puede ser, señor presidente; los impuestos mineros no son de los Estados, son impuestos federales.

- Es cierto (sonriendo), pero esa fue la disculpa que dimos a la inexperiencia de mi amigo, que quiso encontrar una mina donde no la había. Ah ... en otra ocasión, siendo yo senador, fui a visitar a un viejo amigo mío a Tucson, Arizona, y éste me presentó con representantes de los yaquis de los alrededores de la ciudad que en nombre de todos los exiliados de su raza, me pedían tierras para cultivarlas en Arizona. Traté de conseguirles largos permisos del gobierno americano y que no los pudieran sacar de sus reservaciones, pero no lo conseguí. Pero esos indios me dijeron que usted era su jefe.

- No, señor presidente; he sido siempre su amigo y defensor, nada más. Ellos tienen sus generales, que son los que dirigen y sus grupos de gobernadores.

- Pues eso me dijeron ellos -y cambiando de tema, continuó: aquí el general Ryan, que es uno de sus admiradores, se me ha puesto un poco difícil. Dice que estoy ante la disyuntiva de arreglarme con usted o declarar la guerra a México, que no hay otra solución; y que si he de tomar la segunda, que se lo avise para poner sus charreteras en mis manos e irse a predicar de pueblo en pueblo que sería la guerra más injusta entre las dos naciones. Así es que este hombre no me ha dejado más camino que arreglarme con usted, y con usted he de arreglarme.

Años después, ese mismo general Ryan que de tal manera demostraba su amistad por México, fue expulsado de nuestro país por incomprensión y celos del gobierno de Obregón.

- Estamos prácticamente sin correspondencia extraoficial -continuó Harding- desde el mes de marzo, en un callejón sin salida (deadlock). ¿Qué sugiere usted, Mr. De la Huerta?

- Pues, desde luego, que cese la exigencia del tratado que ustedes pretenden conseguir del gobierno de mi país, que es ofensivo y denigrante cualesquiera que sean las cláusulas que contenga, y lastima la dignidad de México. El pueblo mexicano es orgulloso y cualquier actitud de fuerza o desconfianza manifestada en su contra, la rechaza.

Y sobre ese tema corrió la conversación, que sería muy difícil reconstruir después de tanto tiempo. Pero en esencia, la plática se concentró en la protesta que yo hacía, porque los Estados Unidos pretendían celebrar un tratado antes de otorgar el reconocimiento al gobierno de México.

- Todos los países celebran tratados - argüía Mr. Harding.

- Pero cuando se reconocen personalidad ... -contestaba yo.

Finalmente. el presidente Harding convino:

- Tiene usted razón. Ya no habrá exigencia de tratado previo -y después añadió: vamos ahora a arreglarle una entrevista con Hughes. porque no quiero pasar sobre su cabeza.

Hughes era entonces secretario de Estado. Personalmente tomó el teléfono e hizo la cita con Hughes para las tres de la tarde. recomendándole que dejara pendiente cualquier otro asunto que tuviera para esa hora y que me diera tiempo ilimitado.

- Se llega ya la hora de comer y va a ser muy satisfactorio para mí continuar nuestra charla durante la comida -dijo el presidente.

- Le ruego que me perdone, señor Presidente, pero tengo compromiso de comer en otro sitio.

- Pues ¿que no le explicaron que estaba usted invitado a comer?

- No, señor.

- Y ¿quiénes son sus amigos?

- Son senadores.

- ¿Por qué no los trae usted?

- Porque usted no les puede dar lo que yo voy a ofrecerles en mi carro.

- ¿Qué les va a ofrecer?

- Pues entre otras cosas, whisky, cognac y posiblemente hasta champagne.

- Efectivamente, eso no se los puedo ofrecer yo aquí.Y después, con aire de broma. inquirió:

- ¿Y cómo pasó usted eso?

- Con el permiso anticipado que solicité de usted y que usted me concedió (el presidente Harding rio). Lo que usted debía hacer es acompañarnos a mi carro.

- Con mucho gusto lo haría, pero usted ya conoce lo que son estas posiciones oficiales que no le permiten a uno esas cosas. Lo siento de veras. Pero antes de que se vaya, quiero presentarle a mi secretario particular y a sus empleados. -Y echándome el brazo sobre el hombro en forma a la vez familiar y afectuosa, me condujo por las dependencias presentándome con el personal. Todos tenían gran interés de conocerle -comentó.

A la salida, nuevo asalto de fotógrafos, camarógrafos, reporteros, etc. El coche me llevó directamente a la estación, a mi carro, donde ya encontré a mis amigos los senadores un poco adelantados en lOS tragos, pues los encargados del carro los habían atendido con esmero. La comida fue rápida, pues los senadores habían hecho cita con sus compañeros para que, a las siete de la tarde, estuviera en el Capitolio donde debía presentarme a sostener una charla extraoficial con ellos.

A las tres de la tarde en punto me encontraba con Hughes iniciando desde luego la discusión sobre el artículo 27 constitucional, habiéndole aclarado que el presidente me comunicó su resolución de prescindir de la exigencia del tratado previo.

- Ustedes - dijo Hughes- indebidamente pretenden aplicar en forma retroactiva el artículo 27, y eso no debe ser.

- Me extraña -repliqué- que un abogado de la talla de usted haga esa afirmación. Toda Constitución y sus artículos son retroactivos: rompen los viejos moldes y establecen nuevas bases para la organización político-social del pueblo. Que las leyes que dimanan de esos artículos constitucionales no sean retroactivas, eso es diferente. Recuerde usted, en su propio país, que las leyes que abolieron la esclavitud desconocieron todos los tratados y cancelaron todos los permisos, todas las concesiones que se habían otorgado previamente y sin ninguna compensación. Y le cité algunos otros elemplos.

- Bueno. bueno -contestó-, tiene usted razón. Pero que no resulten confiscatorias.

- Esa es otra cosa. Para que no se perjudiquen los intereses de los inversionistas en México, vamos a confirmarles los derechos que tienen dentro del nuevo orden de cosas, son las formas que establece la Constitución de 1917. Y en lugar de propietarios quedarán como concesionarios para la explotación del subsuelo, sin que esto signifique la pérdida de un solo centavo para los extranjeros, que es lo que a ellos debe interesarles, respetando lo que a nosotros nos interesa, que es el sostenimiento del principio general establecido.

Se habló despues del artículo 123, e hizo consideraciones en el sentido de que había disposiciones y reglamentos que determinaban disgregación social. Le cité legislaciones de algunos de sus Estados, tales como Montana, Nueva York, en los que se encuentran disposiciones análogas a las de nuestro artículo constitucional y le demostré que era necesario encauzar el desarrollo de nuestras riquezas con algunas ventajas para los cooperadores en la producción.

Creo que mis argumentos le dejaron satisfecho. Y le hice notar que todas esas declaraciones mías se ajustaban al sentir del gobierno que representaba y que en esa misma forma me había expresado ante los periodistas en Nueva York, tanto a los de derecha como a los de izquierda y también ante los banqueros internacionales. quienes estaban de acuerdo en que esa era la posición de equilibrio para el pueblo de México.

- Muy bien -replicó al fin Mr, Hughes-. Está usted en lo justo y reconozco la aspiración del pueblo de México de vivir dentro de leyes liberales para conseguir su bienestar (¡Aquello fue un triunfo redondo!).

- ¿Cuánrlo cree usted que venga la reglamentación del artículo 27 respecto a los petroleros?

- Creo que serán los primeros asuntos que trate el congreso en su nuevo período que comienza el primero de septiembre. Y aunque el promedio de duraciÓn de los pozos es de treinta años, se les concederán cincuenta en las concesiones que se les otorguen, sustituyendo a los títulos de propiedad.

- Me voy al Brasil -dijo ya para terminar Hughes- regresaré en octubre y ya para esa fecha, al desarrollarse las cosas como usted expresa, no quedará sino que nosotros enviemos nuestro representante a México y México envíe el suyo a Washington, pues ya seremos legalmente amigos.

Así terminó la conversación, y tanto en alguna declaración a la prensa como en el discurso que Hughes pronunció en Boston, confirmó esas aseveraciones.

A mi regreso a México me referí, ante los periorlistas únicamente, a los arreglos de la deuda y al preguntarme sobre mi viaje a Washington contesté que fue una visita de cortesía atendiendo la invitación que el presidente Harrling me había hecho para saludarlo en Washington, pero aunque los reporteros no daban crédito a esa sencilla aclaración, tuvieron que conformarse, pues nada más obtuvieron de mi parte.

Se publicaba en esa época el periódico Las Noticias, y el director o algún reportero dedujo que mi visita a la capital de los EE. UU. era más importante de lo que se había dicho; y como buen periodista adelantó la noticia. Con grandes caracteres, al día siguiente publiCÓ su periódico un encabezado en que decía: DE LA HUERTA TRAE EL RFCONOCIMIENTO EN LA BOLSA.

Esa mañana, tomando la firma, uno de los ayudantes del Estado Mayor, (que lo había sido también en la época en que yo ocupé la presidencia, se introdujo sin anunciarse al despacho del general Obregón y encontró a Pani, con el rostro descompuesto, en el momento en que se acercaha a Obregón y éste le interrogaba.

¿Qué hay de nuevo, ingeniero?

Que todo mundo dice que todo lo arregla Adolfo de la Huerta y que usted y yo somos un par de penitentes. Vea usted que dice el periódico. Obregón tosió en su forma característica y terminó de firmar. El ayudante salió y vino a la secretaría a informarme que corrían vientos de fronda en la presidencia, relatándome lo que acabo de referir.




Los Tratados de Bucareli

Tema ha sido éste para muchos y muy diversos artículos periodísticos en los que se ha expresado, desde la condenación más absoluta y severa fundada en sentimientos de patriotismo, dignidad nacional y honradez, hasta el aplauso desvergonzado de los remanentes de un régimen culpable de grave error.

Y entre uno y otro extremo, ha habido apreciaciones más o menos justas, más o menos bien intencionadas, pero en la mayor parte de los casos desorientadas, ya sea por la pasión política, ya por la falta de conocimiento de la naturaleza íntima de esos bochornosos convenios, ya por una errónea valorización de lo que significa la soberanía de una nación.

Escritos ha habido que nos han hecho pensar que hay escritores que tienen un concepto elástico del decoro y la honradez; elasticidad que es para nosotros inaceptable y que es tan sólo un paliativo de quienes pretenden ser benévolos con los prevaricadores o están desorientados porque juzgan de hechos pretéritos, que se han mantenido en la sombra del cuasisecreto y que sólo han trascendido imperfectamente al conocimiento del público.

No es nuestro propósito hacer en este libro un análisis de los fatídicos convenios o tratados; nos limitaremos, por el momento, a señalar de manera sencilla y clara las razones por las cuales tales arreglos son violatorios de nuestra soberanía nacional y, por ende, enaceptables. Y que no se argumente, como se ha pretendido, que el sacrificio que ello implicó estaba justificado por el fin que se perseguía, que era el de obtener el reconocimiento de los Estados Unidos, pues ya se ha visto que tal reconocimiento estaba de hecho prometido por conducto del señor De la Huerta, sin tratado ni condición previa.

Es decir, que lo que honorable y dignamente había conseguido ya don Adolfo de la Huerta, fue deshecho para sustituirlo por un convenio mediante el cual se compraba el reconocimiento al precio de nuestra dignidad, nuestro decoro y nuestra soberanía nacional.

Pani, que fue el genio maléfico detrás de toda esa maquinación, logró deshacer el casi hecho acuerdo de los Estados Unidos y México, conseguido por la visita del señor De la Huertaa Washington; convenio que dejaba inmaculada nuestra dignidad nacional y ponía una aureola de gloria en la cabeza del patriota gestor.

Y para sustituir aquellos arreglos hechos ya casi por conducto de un hombre patriota y honrado, Pani insinuó, sugirió y piloteó los arreglos de Bucareli, que dejaron nuestra dignidad nacional muy mal parada, que dieron a los extranjeros derechos que no tenemos los nacionales, que, en una palabra, trajeron una ola de bochorno sobre nuestro infeliz país, pero dejaron satisfecha la asquerosa vanidad y la envidia de uno, los celos políticos del otro, y sobre la cabeza de ambos, el eterno oprobio de quienes vendieron los intereses patrios confiados a sus pecadoras manos para satisfacer pasiones despreciables.

Y no quiero extender más el comentario personalísimo mío que constituyen las anteriores líneas.

Dejo nuevamente la palabra al patriota ecuánime y bondadoso que sin el apasionamiento que yo no puedo reprimir, nos ha de relatar todo lo que es poco sabido o totalmente ignorado, de esa fase importante de nuestra historia patria.

A principios del año de 1921, una tarde recibí aviso del general Obregón llamándome para concurrir al Castillo de Chapultepec. Acudí y me encontré allí con el general Calles, que entonces ocupaba la cartera de Gobernación. Obregón nos dijo:

- Los he citado para tratar un asunto de trascendencia: El gobierno americano propone la designación de dos comisionados americanos para que con dos comisionados mexicanos nombrados por nosotros, discutan, aquí en México, los asuntos pendientes entre los dos gobiernos, los daños causados por la revolución a los intereses americanos y la forma en que ha de desarrollar la política el gobierno de México con respecto a esos mismos intereses.

Inmediatamente rebatí la proposición diciéndole que era inconveniente que les concediéramos derechos de extraterritorialidad a los extranjeros para que vinieran a juzgar nuestros actos relacionados con ellos y determinar la justicia que a ellos les asistiera. Que por ningún concepto debíamos aceptar la intromisión de elementos extraños en nuestra política para definir nuestros actos en ese campo y que debía rechazarse inmediatamente la proposición.

Calles oyó circunspecto mis argumentos, y luego dijo:

- Tiene razón Adolfo y debemos desechar esa proposición. ¿Quién te la trajo?

- El ingeniero Pani -contestó Obregón.

- Pues despacha a Pani con cajas destempladas y dile que no somos de los suyos.

- Vamos -dijo Obregón- a buscar la manera de rechazar esto sin lastimarlos, porque parece que vienen de buena fe.

- Sí -convine-, no creo que haya mala fe; lo que hay es desconocimiento de nuestras leyes. Ya en la época del señor Carranza se me presentó un caso análogo a éste, por eso no tuve necesidad ni de pensar sobre el particular.

Y le referí a grandes razgos el decreto de 1° de mayo de 1913, derogado por Carranza por las objeciones que en el mismo sentido le presenté, diciéndole que era el sentir de los sonorenses que no debiera sustituirse la Comisión Nacional de Reclamaciones establecida en la época del señor Madero por las comisiones mixtas a que se refería el decreto de 1° de mayo de 1913 que, al derogarlo en declaraciones que les hizo a dos corresponsales extranjeros, motivó una de las reclamaciones que vino a presentar el Dr. William Bayard Hale en Nogales, a fines de 1913, actuando como comisionado personal de Wilson.

Así se deshizo aquel primer intento de formar las comisiones mixtas, pero posteriormente, cuando yo había regresado de firmar los arreglos con los banqueros internacionales relativos a nuestra deuda y que fueron conocidos por convenios Lamont-De la Huerta, después de haber visitado Washington por expresa insistencia del presidente de los EE. UU. y haber defendido ante el gobierno americano la posición de nuestro país para que no se le exigiera tratado previo ni concesiones indebidas como condición para otorgar el reconocimiento, y habiendo conseguido éxito completo, según refiero en otro lugar, me fui por tres días a mi Estado de Sonora y estando allá, leo en la prensa que el plan primitivamente propuesto por los Estados Unidos y que se desechó después de aquella conferencia en Chapultepec, volvía a revivirse para sustituir los arreglos que yo había hecho y lograr así Pani salirse con su propósito de llevar a cabo el plan que rechazamos Calles y yo.

Inmediatamente puse a Obregón un telegrama de protesta por lo indebido del camino que se tomaba, más cuando ya estaban fijadas las bases, después de mis entrevistas con Harding y con Hughes sin tratado previo y sin necesidad de incluir en el mismo cláusulas como las incluídas después en los Tratados de Bucareli, que echan por tierra todas nuestras instituciones en lo que se refiere a los extranjeros, poniéndolos en situación privilegiada respecto a los mexicanos. Dos telegramas más envié a Obregón y éste, finalmente, me contestó diciendo que posiblemente había cometido un error, que me trasladara rápidamente a México para conferenciar con él.

Cuando llegué a México, me encontré con Obregón aparentemente preocupado. Me dijo:

- He tomado nota de tus aclaraciones. ¿Cuál es, en tu concepto, la solución a esta situación?

- Pues he pensado mucho en todo el camino y creo que una vez embarcado en este asunto, comprometido a que vengan esos señores a cambiar impresiones contigo (me refería yo a Warren y Payne), los trates con toda clase de cortesías, como si fueran dos periodistas que viniesen a inquirir sobre nuestra situación y que tú les dieras declaraciones interiorizándolos de las razones que se han tenido para legislar en la forma que ha legislado México y cómo van a sostenerse nuestros principios y nuestras leyes. Que Pani se encargue de atenderlos, organizarles sus fiestecitas y después despacharlos con viento fresco; porque no creo conveniente que estos señores vengan a inquirir sobre nuestras leyes, a dictarnos condiciones y menos a formalizar arreglos que vengan a constituir, al protocolizarse, el tratado previo que es de lo que me defendí tanto en mis pláticas con Harding y con Hughes.

Obregón aceptó el plan y me dijo:

- Así lo haremos; puedes estar tranquilo y yo procuraré sostener la misma tesis que tú sostuviste en Washington.

Tranquilizado, me dediqué a mis trabajos en la Secretaría de Hacienda que, después de los arreglos de la deuda pública por cinco años, me daba el contrato de 16 de junio, para organizar nuestras finanzas y hacer las proposiciones para el banco que había tratado con los banqueros europeos y americanos; proponer ya otro plan para la conversión y consolidación de nuestra deuda pública; y dejé a aquel par de señores que trataran con los comisionados que se habían nombrado aquí, que eran González Roa y Ross, dirigidos por Pani.

Las primeras pláticas y conferencias (según me di cuenta después) iban bien encarriladas, defendiendo los puntos de vista que yo mismo había defendido en los EE. UU. y sosteniendo nuestra legislación y tratando de que esos señores no interfirieran con nuestra política interna. Sin embargo, por las aclaraciones que les hacían se veía ya cierta supeditación, porque, sin tener derecho para ello, hablando en forma dura con respecto a la legislación mexicana, orientaban (Warren y Payne) la política hacia las conveniencias de ellos.

Pasó algún tiempo; creí que ya estaban próximos a retirarse cuando me enteré por la prensa de una gran recepción que se organizaba en honor de ellos y que, entrevistados estos delegados americanos. dijeron que todavía tenían materia para tratar por un mes más. Me llamó la atención aquello, pero sin darle mayor importancia, esperé el desarrollo de los acontecimientos con la mente ocupada en los asuntos aquellos trascendentales que yo tenía a mi cargo.

Ya en el mes de agosto de 1923. se me acercó el general Ryan, que era, además de presidente de los petroleros, representante personal de Mr. Harding; es decir, lo había sido y creo que continuó siéndolo de su sucesor Mr. Coolidge. Se me presenta, pues, el general Ryan diciéndome:

- Mr. De la Huerta, le traigo la buena nueva de que ya se terminaron los arreglos y ya están firmadas las actas.

Obregón se había comprometido conmigo a que no se firmara ningún documento y que fueran únicamente declaraciones que se les hicieran a estos señores tratándolos como si fueran periodistas. Ese había sido el acuerdo. Así es que, al decirme el general Ryan que ya estaban firmadas las actas, me vino honda preocupación.

- ¿Cómo las actas, general?

Sí; las actas en las que se estipulan las condiciones dentro de las cuales va a encauzarse la política de México.

No quise prolongar más la conversación: no quise comunicarle mis impresiones ni hacer comentarios. Me excusé, y ya nervioso, fui a ver al general Obregón, diciéndole:

- Oye, Alvaro, me acaban de informar que se han firmado actas en las conferencias de Warren y Payne con González Roa y don Ramón Ross, dizque dirigidos por Pani -pues esa aclaración me la había hecho el general Ryan.

- No -me dijo-, te han engañado. Unicamente se hicieron unos memorandums para que resultaran iguales las declaraciones que vamos a hacer aquí y las que han de hacerse en los EE. UU.

- Hombre -repliqué-, me tranquilizas, porque me había yo alarmado.

- No hay por qué; te han engañado; no hay tales actas.

Dí media vuelta, pero se me ocurrió solicitar de él que se me enseñaran los memorandums esos.

- Yo le diré a González Roa -me contestó- que te mande una copia.

Me vine pensando porque noté algún desconcierto en Obregón. No me pareció que me estaba diciendo la verdad; lo conocía muy íntimamente y al llegar a mi oficina llamé a mi secretaria particular Julieta Tovar y le dije:

- Julieta, se me va inmediatamente en su automóvil a ver a González Roa y le dice que con autorización del presidente de la República, o por acuerdo de él, como le parezca a usted melor, me envíe una copia de todo lo que se ha hecho en las conferencias.

Se fue Julieta y volvió con las copias de todas las actas que se habían firmado. Comencé a leerlas y al principio un poco tranquilo porque veía que no era mala la orientación; pero a medida que adelantaba veía como iban perdiendo terreno los nuestros y cómo los delegados Warren y payne iban imponiéndose y nulificando toda nuestra legislación, declarando además que el artículo 27 no sa iba a aplicar retroactivamente y que los americanos se reservaban el derecho de recurrir al amparo diplomático, cuando el artículo 27 establece que todo propietario en México, en cuestiones de tierras, renuncia a la protección de su país y todas las irregularidades que contienen los arreglos, además de que protocolizado todo, eso ya venía a constituir el tratado previo que yo había conseguido no celebrar en mis pláticas con Harding y con Hughes y volvía así a imponérsele a México la condición de un tratado para que pudiese ser reconocido, tratado en el cual estaban estipuladas todas esas cláusulas que vulneraban nuestra soberanía y afectaban nuestra legislación al grado de que echaban por tierra nuestra Constitución. De hecho no quedaba ya la Constitución rigiendo para los extranjeros.

Y aquí es oportuno reproducir algo publicado hace pocos años y que confirma las palabras del señor De la Huerta.




Recuerdos de la Revolución Mexicana
Capítulo XXVI
Por Fernando López Portillo, que fue secretario particular del extinto sonorense Arnulfo R. Gómez.

LOS TRATADOS DE BUCARELI

Continúan las sensacionales revelaciones del señor don Adolfo de la Huerta, tomadas de sus Apuntes personales.

Dicen así:

Después supe -porque me lo refirió Froylán C. Manjarrez en Tabasco- que Martín Luis Guzmán, con interés periodístico, tomó la copia de mi renuncia que había dejado en mi casa, adonde frecuentemente llegaba de visita, y la insertó en su periódico.

Esta -llamémosle indiscreción de Martín Luis Guzmán- hizo creer a Obregón que yo, faltando a mi palabra empeñada con él, había dado a la publicidad aquel documento, y de allí su resolución de no aceptar conferencia que se proyectó en El Fuerte.

Ya separado de la secretaría recibí aviso anticipado de los ataques que en mi contra preparaba el general Obregón y que aparecieron en los primeros días de octubre, antes de que yo aceptara mi candidatura para la Presidencia de la República.

Firmado:
Adolfo de la Huerta.

El licenciado Aarón Sáenz, refiriéndose a las declaraciones anteriores del señor De la Huerta, y haciendo referencia a unos mensajes cambiados entre el secretario de Hacienda, señor don Adolfo de la Huerta, y el Presidente Obregón, relacionados con los convenios de Bucareli, manifestó:

Que hay suficientes documentos oficiales que con su solo sereno análisis y conocimiento, bastaría para colocar a cada quién en la situación de responsabilidad que puede corresponderles en su actuación pública en relación con tan trascendental problema.

Aun cuando los mensajes correspondientes tuvieron el carácter de confidenciales, por tratarse de un debate de interés histórico que importa fundamentalmente sea conocido por la opinión pÚblica mexicana, considero que deben ser publicados, ya que esto facilitará una orientación completa sobre este importante tema.

El licenciado Sáenz se refiere al mensaje que el señor De la Huerta, que fue secretario de Hacienda en el gabinete del Presidente Obregón, dirigió al expresado Presidente, dándole a conocer sus puntos de vista sobre la conveniencia de la celebración de dichas conferencias, al conocer por medio de la prensa americana, que informó sobre puntos que trataranse en Conferencia México-Americana en la capital de la República.

El mensaje a que se refiere el señor licenciado Sáenz, lo transcribo íntegro:

C. Gral. Alvaro Obregón
Presidente República.

Muy confidencial.

Acabo de leer en noticias de prensa que el American de hoy, de Nueva York, informa sobre puntos que tratáranse en conferencia México-Americana en esa capital. No le doy crédito a información que dice trataranse entre otros los puntos siguientes:

Primero: Solución controversia Chamizal.

Segundo: Creación Tribunal Arbitraje para conocer reclamaciones ciudadanos americanos.

Tercero: Discusión acerca decisión Congreso sobre tierras y materias minerales con respecto a artículo veintisiete para determinar si se ha interpretado razonablemente la no intromisión respecto tierras agrícolas.

Como secretario de Estado de la actual administración, me siento obiigado emitir mi opinión en asunto de tal trascendencia por si posteriormente en las conferencias proyectadas pretendieran los delegados americanos abordar nuestros problemas en la forma citada. Paréceme que con este aviso que tal vez intencionalmente ha publicado la prensa americana, debería hacerse desde luego la aclaración, confidencialmente por supuesto, que el gobierno de México no aceptaría someter a la resolución de una Comisión de Arbitraje la validez de nuestras leyes, pues no otra cosa significaría incluir en programa oficiai de esas discusiones la interpretación de nuestras leyes sobre tierras y petróleo.

Que accidentalmente con declaraciones e informaciones extraoficiales informales se explique la significación y alcance de las leyes mexicanas, paréceme bien distinto a aceptar discusión oficial sobre la validez conveniencia de nuestra legislación.Para tu gobierno debo recordarte la información que rendí a mi regreso de Washington, en la que te hice notar la aceptación de la política del gobierno mexicano sin más objeciones al fijarse esa política que los tres puntos siguientes:

Primero: Ratificación y cumplimiento sobre nuestra deuda pública;

segundo: Confirmación de los derechos petroleros adquiridos antes de mil novecientos diecisiete, y;

Tercero: Avalúo real y comercial de las tierras para que las tomadas para la resolución del problema agrario sean pagadas a sus propietarios de manera justa y equitativa.

Estos mismos puntos fueron ratificados en la nota de cuatro de agosto que el Departamento de Estado envió a su representación en México, firmada por el propio secretario de Estado, señor Hughes.

Al finalizar el desarrollo de la política mexicana dentro de estos tres puntos, consideraríase automáticamente reanudadas nuestras relaciones internacionales.

Con el cumplimiento del primer punto, ahora en abril al atender nuestros compromisos de deuda pública con la nueva valorización de las tierras, según el decreto señalado el uno al millar como impuesto federal, decreto a que me referí en mensaje anterior con motivo del aSunto de España y que te suplico vuelvas a leer, y con la reglamentación de la Ley del Petróleo que está por terminarse en la Cámara de Diputados, y que comprende ya resuelta favorablemente la confirmación, que no ha de ser ya objetada por el gobierno del país vecino, tenemos pleno derecho para exigir la reanudación de nuestras relaciones internacionales automáticamente, cumpliendo así lo que han ofrecido no solamente a un ministro de tu gobierno, sino indirectamente a través de financieros del Comité de nuestros acreedores y el propio Hughes en su discurso en Boston. Paréceme, pues, injustificado de su parte que vengan ahora, si es cierta la información de la prensa, pretendiendo involucrar nuevos asuntos o reconsiderar los que ya están resueltos definitivamente. Resultaría que por camino distinto nos hacían caer en el famoso tratado preliminar que con tan justa razón rechazaste, y que como te comuniqué oportunamente en mi entrevista convinieron en que no sería indispensable dicho tratado confirmando esa resolución en la ya mencionada nota del cuatro de agosto, enviada por conducto del señor Summerlin a nuestra Cancillería.

Para terminar debo recordarte mi declaración hecha ante el Senado cuando discutíase convenio de la deuda pública, y que desde mi llegada de los Estados Unidos te comuniqué oportunamente sobre indemnizaciones a extranjeros por daños causados en la Revolución. El Comité nos ha de ayudar extraoficialmente en forma tan liberal. que pOdemos dejar de considerar tales indemnizaciones como una carga para la nación.

En mi concepto conviene posponer este punto para el arreglo general de nuestra deuda pública. que es a la que corresponden las indemnizaciones, para tratarlo en su oportunidad en la conversión y consolidación de nuestra deuda, que pOdremos realizarla en el presente año.

Como aclaración a este respecto debo participarte que prominentes miembros del Comité aceptaron como factible el pago de las indemnizaciones en la forma acordada para los intereses caídos de la deuda. Te ruego tomes este mensaje como la expresión de mi deseo del éxito de tu actuación y al alarmarme un poco las noticias de la prensa quise aprovechar mi plática contigo para traer a tu memoria todos aquellos puntos que pueden servirte en estos momentos en que toca a su fin la controversia internacional.

Afectuosamente

(firmado), Adolfo de la Huerta.
Fechado en Hermosillo, Son., 26 de abril de 1923.

El Presidente Obregón le contestó telegráficamente lo siguiente, que transcribo íntegramente:

Adolfo de la Huerta
Hermosillo, Son.

Enterado tu mensaje cifrado antier. Me apena muy sinceramente que hayas dado crédito a las noticias de la prensa, juzgándome capaz de incurrir en una debilidad que si no cometí al iniciarse mi período, en que tantos fermentos revolucionarios y políticos, interiores y exteriores, se agitaban contra mi gobierno, menos sería capaz de cometer cuando falta año y medio para terminar mi período y la situación puede considerarse como normal. En mis mensajes anteriores te declaré que las conferencias no significaban ningún compromiso para nuestro Gobierno, y la declaración oficial que se hizo, estableciendo el objeto de ellas, dice clara y categóricamente:

A fin de apresurar el logro de una mutua inteligencia entre los gobiernos de México y de los Estados Unidos dos comisionados mexicanos y dos americanos serán designados para reunirse con el propósito de cambiar impresiones y de referirlas a sus respectivas autoridades.

Ha sido ofrecida la hospitalidad de la ciudad de México a los comisionados americanos, como huéspedes de honor, y la Comisión se reunirá en esta misma ciudad. Los nombres de los comisionados serán dados a conocer más tarde.

Una declaración idéntica ha sido hecha. simultáneamente, por el Departamento de Estado de Washington.

Afectuosamente.

Presidente República (firmado), Alvaro Obregón.


Capítulo XXVII

Continúan los mensajes, que dio para su publicidad el licenciado don Aarón Sáenz, cambiados entre el señor De la Huerta y el Presidente Obregón.

El señor De la Huerta, en su respuesta al Presidente Obregón, le dice lo siguientes:

Hermosillo, 1° de mayo de 1923.
General Alvaro Obregón.
Presidente de la República.

Estoy ya convencido de que mis telegramas no reflejan mi sentir ni mi pensar en los asuntos que en varias ocasiones te he comunicado, y basándome en esa falta de fidelidad de mis escritos, reservo la aclaración a mi anterior para mi llegada a esa capital. Sin embargo, no quiero dejar esta oportunidad sin aclararte que en mi mensaje sobre puntos que comprenderíanse en conferencias internacionales, te dije con toda precisión que no daba crédito a las informaciones de prensa, y te expliqué que sólo aprovechaba aquella ocasión al tratarse asunto para informarte una vez más sobre las conclusiones a que se llegó en las pláticas que accidentalmente sostuve con los señores Harding y Hughes en mi visita a Washington. Consideré ese tema verdaderamente trascendental para pre3entarlo en esta ocasión con todos sus interesantes aspectos, pues callármelos hubiera sido indebido. Además, como podrá informarte el general Ryan, el senador Burson del Estado de Nuevo México me habló sobre la proposición que harían a nuestro país a fin de que se formaran comisiones análogas a las que ahora se han designado para solucionar malos entendimientos internacionales.

Posteriormente, el general Ryan a su regreso a Washington insistió en ese camino, y yo con toda cortesía, dada la buena intención que para México tienen estos dos hombres en ambos casos, insinué que se desechara ese proyecto, expresándole al general Ryan que me parecía que después del compromiso del Departamento de Estado de considerar reanudadas automáticamente las relaciones internacionales al desarrollarse definitivamente los tres puntos que fijarían la política mexicana, ya nada había que hacer sino esperar que nuestra labor gubernativa formalizara las declaraciones que habíamos hecho sobre la orientación de nuestro gobierno.

Por ser este mi modo de pensar, no te comuniqué estas insinuaciones que me llegaron, pero como tengo completa fe en tu indiscutible talento y en tu insospechable patriotismo, me inclino a creer que mis apreciones no eran justas ni acertadas y que tú debes tener muy bien meditado tu plan general para conducirnos fácilmente al triunfo después de esta lucha que por tanto tiempo hemos sostenido.

Como te digo al principio, a mi llegada a esa capital ampliaré con menos peligro de ser mal interpretados mis conceptos y apreciaciones sobre estos asuntos. Entretanto, deseándote completo éxito, se despide tu amigo que te quiere.

(Firmado) Adolfo de la Huerta.

Estos mensajes los envió a la prensa para su publicación el licenciado Aarón Sáenz, por escrito y bajo su firma.
(Firmado) Lic. Aarón Sáenz.

Por su parte, el señor don Adolfo de la Huerta, a! referirse a los anteriores mensajes que proporcionó a la prensa e! licenciado Sáenz, declaró lo siguiente, que transcribo íntegramente:

Aunque habíame hecho el propósito de no intervenir en discusiones sobre convenios, arreglos a tratados llamados de Bucareli, para no resucitar odios y antagonismos que debemos olvidar, la pUblicación de telegramas alterados con frases y conceptos que aunque no desvirtúan mi actitud de aquel entonces, sí determinan incongruencias y confusiones, me obliga a esta aclaración que fija mi actuación en el gabinete del general Obregón.

Para aclarar lo declarado por el licenciado Aarón Sáenz, quien también mostró algunos telegramas al respecto, el señor De la Huerta sigue diciendo:

Los documentos publicados por el licenciado Sáenz están desprendidos de una serie de mensajes motivados, primero, por el anuncio de la prensa de México sobre la visita de comisionados americanos que en la capital debían de tratar con delegados mexicanos sobre el reconocimiento de nuestro gobierno.

Al leer en Sonora, donde me encontraba accidentalmente, tal información, me dirigí al Presidente protestando por la aceptación de ese plan que anteriormente se había propuesto y que en junta en Chapultepec entre Calles, Obregón y yo, se había rechazado.

A ese mensaje de protesta que agradecería también al licenciado Sáenz publicara, unido a otras declaraciones que en conferencia telegráfica tuvimos el Presidente y yo, quiere referirse el general Obregón en el mensaje fecha 28 del actual por el licenciado ya mencionado, en la siguiente frase:

En mis mensajes anteriores te declaré que las conferencias no significaban ningún compromiso para nuestro gobierno, etc.

Claramente se ve por esta frase que hubo en otros mensajes objeción de mi parte a esos arreglos.

Cuando en la prensa de Estados Unidos aparecieron no solamente la noticia de las conferencias, sino la especificación de puntos que tratarían se en ellas, aproveché esa circunstancia para hacer patente una vez más mi inconformidad y mis temores de que nuestro gobierno se viera envuelto en situación indecorosa; pero por tener ya la promesa de Obregón, hecha en mensajes anteriores (que también pido al señor Sáenz sean publicados), de que al llegar yo a México se buscaría la forma de salir airosamente de ese paso equivocado, usé algunos eufemismos para que no recibiera con encono mis puntos de vista, toda vez que mi único propósito era salvar la situación de mi país sin lastimar en lo más mínimo al general Obregón.

Veo en las declaraciones publicadas algunas frases que no se compadecen con el espíritu de los mensajes que es de reprobación a esas proyectadas conferencias, realizadas después en Bucareli, y parece que fueron agregadas para esfumar mi protesta, lamentando que esos telegramas hayan sido dados a la publicidad después de mi larga estancia en México, cuando estuve en posibilidad de sacar de mis archivos existentes en esa capital los documentos originales.

Quiero hacer notar que, a pesar de la promesa del general Obregón de no caer en el error que señalé y que muy claramente se ve aún en los mensajes publicados, siempre se firmaron los convenios condicionales para el reconocimiento y que, para obtener su ratificación en el Senado de la República, se recurrió a la violencia.

Si se revisa la prensa de aquellos días, se verá que los senadores de los dos bandos existentes entonces rechazaron en un principio tales convenios, y sólo después, cuando se hizo sentir la presión gubernamental en forma cruel y se explotaron los antagonismos de política interna, se consiguió obtener la ratificación de esos tratados que en mi concepto violaron la dignidad y soberanía nacionales, por haber sido la condición del reconocimiento y que encierran, no solamente la obligación de pagar los daños causados por la revolución cuando la ley estaba en suspenso, sino para remunerar a los extranjeros perjudicados por la aplicación de nuestras leyes constitucionales, sin mencionar caso de denegación de justicia.

Para terminar, debo llamar la atención sobre la promesa que el gobierno americano me hizo en mis conferencias con Harding y Hughes para que el reconocimiento viniera automáticamente sin necesidad de tratado previo y sin condiciones humillantes para nuestra patria, como expresan mis mensajes que han motivado esta aclaración.

Después de esa promesa sólo debía esperarse que nuestra legislación se ajustara a las declaraciones hechas por el Presidente de la República al promulgarse las leyes y reglamentaciones generales que debieran amparar por igual a los mexicanos y extranjeros, sin privilegios para estos últimos, declaraciones que yo presenté al gobierno y pueblo americanos y que comprendían los tres puntos a que se refiere uno de mis mensajes.

Hago notar que todas estas discusiones fueron posteriores a los arreglos de la Deuda Pública, y que mis pláticas con el Presidente Harding y el Secretario de Estado Hughes, fueron también después de firmarse convenios de la Deuda Pública el 16 de junio de 1922, en los que ninguna intervención tuvo el gobierno americano.

(Firmado) Adolfo de la Huerta.

Volvamos ahora a escuchar la relación que nos hace don Adolfo de la Huerta de los trascendentales acontecimientos que siguieron:




Explicaciones y Recriminaciones

Tomé la última minuta y me fui con ella a ver a Obregón.

- Alvaro; pues no fui yo el engañado, como suponías, sino tú; porque todavía quiero creer que a tus espaldas se ha hecho esto.

Y le mostré la minuta en la que se aceptaban las condiciones aquellas desfavorables para México. Nada más leyó el principio (como era ya conocido para él, no continuó la lectura).

- Bueno -me dijo-, son muchas quisquillosidades tuyas. Yo no quiero pasar a la historia con mi gObierno no reconocido por los demás gObiernos de los países civilizados del mundo. Algún sacrificio tenía que hacer. Sobre todo, todos los gobiernos firman tratados y hacen arreglos para conseguir el buen entendimiento con las demás naciones.

- Pero es que esto es contrario a la ley ... ¡Entonces tú también estabas de acuerdo con esto! ... Entonces has cometido una traición a la patria. Has incurrido en muy serias responsabilidades.

Y ya exaltado le dije frases descompuestas.

Posiblemente me haya faltado tino para conducir mi plática con él, y tal vez hasta para convencerlo de que retrocediera, aunque era ya muy difícil.

Cuando le dije en palabras duras que había incurrido en traición a la patria, me contestó:

- Pues esa es tu opinión, pero no la mía ni la de las personas que conmigo han hecho estos arreglos.

- Pues hasta este momento sigo en tu gobierno. Da por presentada mi renuncia que he de formalizar después, porque yo no me hago cómplice de esta actuación tuya.

Y me retiré muy nervioso, muy excitado, contrariadísimo. El final de la entrevista fue ya cortante. Fui inmediatamente a decir a mi secretario particular:

- A llevarnos todo lo que sea de mi correspondencia, porque me voy de la secretaría; no sigo con este gobierno.

Al día siguiente me llamó Obregón y me dijo:

- He querido saber nada más cuáles han sido los móviles de tu actitud de ayer. ¿Realmente crees que sea un error de mi parte, que haya cometido una torpeza incurriendo en esas responsabilidades que tú me hiciste notar, o es por odio personal a mí?

- Pero Alvaro, ¿cómo puedes imaginarte que yo tenga odio para ti? No tienes un colaborador más leal que yo y si ayer me exalté y subrayé con palabras fuertes y duras mi protesta, fue para que te salvaras, para que no incurrieras en la responsabilidad en la que estás incurriendo.

- Bueno; eso es todo lo que quería saber. Después de todo tu celo patriótico es hasta cierto punto encomiable pero esto ya está hecho. Es todo lo que quería saber.

- Muy bien. -Y me retiré.

Como consecuencia de la contrariedad que me causaron esos acontecimientos, me vino un derrame bilioso. Me purgué y me puse en cama y estando en ella, ya por la noche, se me presentaron varios diputados. Si mal no recuerdo eran Martín Luis Guzmán, Rubén Navarro, Prieto Laurens y algunos otros, pidiéndome que intercediera con Obregón a fin deque no se publicara una resolución presidencial calificando las elecciones de tres Estados: Zacatecas, San Luis Potosí y Nuevo León. Como yo a nadie le había comunicado la discusión que había tenido con Alvaro, pues ellos creían que yo era la palanca pOderosa para hacer desistir a Obregón de aquellas resoluciones. Me opuse muchísimo, no quería en manera alguna, pues yo me daba cuenta de que yo no era el hombre que ellos buscaban para lograr su objeto, pero fue tanta la insistencia de ellos, que me levanté, me vestí, y lo fui a ver a Chapultepec.

Encontré que a él también le había afectado nuestra discusión, pues estaba medio enfermo con un fuerte dolor de cabeza. Le comuniqué la solicitud de los diputados haciéndole notar que no tenía derecho el gobierno federal para intervenir en las elecciones de los Estados; que eran resoluciones de las legislaturas locales erigidas en colegio electoral y que ni el mismo gobierno podía vetarlas.

- Ese es un asunto -me contestó- que yo tengo muy bien consultado. Mis abogados me dijeron que yo podía hacerlo.

- Pues yo te pueda presentar a cien abogados que te dirán lo contrario.

- Bueno; pues a esos atiéndelos tú; yo atiendo a los míos.

Me retiré y volví a comunicarles a los diputados que no había podido conseguir nada. Después recurrieron a Roberto Pesqueira, quien había llegado allí a visitarme y parece que él fue también a hablar con Obregón con el mismo resultado negativo, pues la resolución aquella se publicó en la prensa y resultó el gobierno federal calificando las elecciones de los Estados. (Fines de agosto o principios de septiembre de 1923).

Dos días después Obregón volvió a llamarme. Antes de salir y estando en mi casa Froylán Manjarrez, le dije:

- Vuelva a ser mi secretario particular; siéntese a la máquina que le voy a dictar mi renuncia.

Eso porque recordé que no había presentado mi renuncia oficialmente a Obregón, sino que había sido una resolución verbal durante la enojosa plática de tres días antes.

(Manjarrez había sido por corto tiempo mi secretario particular en 1916, sustituyendo al Vate Escudero que enfermó por unos días. Manjarrez era director del periódico Orientación que yo fundé en esos días en Hermosillo).

Dicté a Manjarrez mi renuncia, deslizando en ella alguna frase dura.

- No, don Adolfo -me dijo-, no es conveniente esa forma. Es un documento histórico. Usted siempre se ha caracterizado por su ponderación, y disuena esa frase.

- Pues quítela.

Se la quitó y quedó una renucia serena. Me la eché a la bolsa dejando una copia allí.

Me fui a ver a Obregón y durante nuestra entrevista me dijo:

- Hombre, he pensado mucho sobre tus argumentos en contra de los arreglos que hemos hecho y ... ¿crees tú que pueda tener todavía remedio esta solución?

- Sí -le contesté-, si yo voy a Washington y hablo, sobre todo con Hughes, comprometidos como estaban conmigo a prescindir del tratado previo y a aceptar las resoluciones del gobierno de México dentro de la Constitución del 17, con la propiedad del subsuelo, sin el reconocimiento de los derechos anteriores, porque toda Constitución es retroactiva y nulifica todos los arreglos anteriores, tengo la seguridad de lograr arreglar esto.

- Bueno -me dijo-, entonces te vas conmigo a El Fuerte (Chapala). Vamos a estamos allí unos días para estudiar bien esta cuestión. Me explicas en qué forma vas a pelear este asunto y la emprendes a Washington.

Pero al retirarme le dije:

- Hombre, formulé ya mi renuncia para que conste de todas maneras que yo tomé ya la resolución de no formar parte de tu gobierno; yo tengo mis compromisos ...

- Bueno -me contestó-, pero ya después de esa resolución de que tú vayas a Washington ¿insistes?

- De todas maneras. quiero que se quede contigo.

- Bueno, pero es únicamente por fórmula, o ¿es optativo para mí aceptarla?

- Sí, no la voy a dar a conocer.

Debo aclarar que en la segunda de las entrevistas relatadas, aquella en la que me preguntó si mi actitud obedecía a rencor personal, terminó diciéndome:

¿No te parece, entonces, que puedes separarte pidiendo licencia el primero de noviembre?.

Y como yo quedara un poco indeciso, Alvaro insistió diciendo que era impolítico el dar a conocer mi renuncia, pues era yo la columna fuerte de su gobierno y aquello causaría desequilibrios no deseables. Ante tales consideraciones, acepté la sugestión.

Así pues, en la tercera entrevista, al presentarle mi renuncia, me recordó aquello.

De todas maneras -insistí- no la haré pública, pero consérvala.

Terminada la entrevista me retiré a mi domicilio.




Indiscreción periodística y sus consecuencias

El día siguiente (22 de septiembre de 1923) con enorme sorpresa mía, apareció publicada mi renuncia en el diario El Mundo, con el encabezado a toda página que decía: EL SEÑOR ADOLFO DE LA HUERTA PRESENTO ANOCHE SU RENUNCIA.

Como he dicho,ésta sólo era conocida de Obregón y de mí.

Lo que sucedió fue lo siguiente: cuando yo salía la noche anterior a entrevistar a Obregón, llegó a mi casa Martín Luis Guzmán y yo le invité a pasar diciéndole que allí encontraría a Froylán. Martín Luis entró a la sala de la Casa del Lago (mi residencia entonces) y se interiorizó de la renuncia cuya copia había quedado allí. Al Director del periódico El Mundo, le pareció que era un golpe periodístico de primer orden, y publicó la noticia.

Obregón creyó que yo había faltado a mi promesa y se puso furioso (según supe después). Por mi parte, yo creí que él había dado mi renuncia a la prensa.

Recibí un recado escrito y firmado por Pérez Treviño que era entonces jefe de su Estado Mayor, comunicándome que quedaba sin efecto el viaje a El Fuerte. Obregón sí se fue; mandó llamar allí a Pani y le dio instrucciones para que se me buscara la manera de presentarme como un despilfarrado, para dizque darme muerte política antes de la otra según el dicho de Santanita Almada, sobrino de Obregón, que en una borrachera se lo confió a Aureliano Torres.

Entonces Pani, primero le ordenó a Cuspinera (que actualmente es gerente de un banco; muchacho muy inteligente, era uno de los contadores en la Secretaría de Hacienda). A él le ordenó Pani que hiciera un informe desfavorable para mí. Cuspinera no le obedeció y rindió un informe ajustado a la verdadera situación que entonces tenía la Secretaría de Hacienda. Pani recibe el informe y destituye a Cuspinera. En la noche de ese mismo día se me presentó el oficial mayor Benjamín Marín a decirme:

- Don Adolfo, vengo a comunicarle que aquí llevo ya mi renuncia, porque me han dado la comisión que Cuspinera no quiso cumplir, y yo tampoco estoy dispuesto a cometer la infamia de formular un escrito en contra de la gestión de usted que ha sido tan acertada y tan favorable al país.

- No, Marín -le dije-, no; usted no renuncia; usted haga lo que le mandan hacer, porque si usted no lo hace, lo destituyen como a Cuspinera. Usted ha venido paso a paso consiguiendo los ascensos hasta llegar a la Oficialía Mayor. Si alguna ventaja se consiguiera con su renuncia, yo aceptaría el sacrificio de usted, pero es que no se consigue ninguna, al contrario, llaman a otro y posiblemente lo haga peor de lo que le piden a usted que lo haga. Así que usted debe cumplir con las órdenes que le han dado.

- Pero don Adolfo -protestaba Marín-, es cosa muy triste para mí; es algo muy bajo. ¿Cómo quiere usted hacer que yo acepte una consigna de esa naturaleza?

- Vaya usted y haga lo que le digo.

El pobre Marín tuvo que cumplir con aquella comisión y fue señalado por muchos años como falso y traidor, hasta que yo volví del destierro y después de doce años y a petición suya hice la aclaración correspondiente para liberarlo de la mancha que injustificadamente pesó sobre él todo ese tiempo.

Es curioso hacer notar, de paso, que en el escrito de cargos que Marín (obedeciendo la consigna) formuló en mi contra, aparecía como uno de tantos cargos, la construcción del ferrocarril de Navojoa a Yavaros que lo había hecho Obregón contra mi opinión, así como las obras del Puerto de Yavaros para beneficiar sus terrenos en la región de Huatabampo y que él manejó directamente junto con Santanita Almada que era el gerente de la Comisión Monetaria, y yo aparecía como responsable de aquello! ...

Otra: la de ayuda al Estado de Sonora, a Hermosillo para que hiciera el drenaje y la pavimentación $600.000.00 que había acordado y de los cuales se habían entregado $150,000.00. Esa erogación había sido autorizada por Obregón a solicitud telegráfica mía en una conferencia que por dicha vía sostuvimos y en la que me hice intérprete de los deseos de la Cámara de Comercio de Hermosillo y abogué para que se les concediera dicha ayuda. (A la sazón era yo gobernador del Estado de Sonora con licencia para desempeñar la cartera de Hacienda). ¡A eso se llamaba despilfarro!

Debo aclarar que yo quise ir a Sonora a cumplir con mis deberes de gobernador, pero Obregón no quiso.

- No, mira -me dijo-, te quedas aquí conmigo. Manejas la Secretaría de Hacienda. Has tenido mucho éxito aquí en tus gestiones de finanzas y desde aquí puedes ayudar a tu Estado en la forma que quieras.

Sin embargo, yo no abusé de ese ofrecimiento; fue el único caso en que, previa consulta con él y a solicitud de la Cámara de Comercio, obtuve aquella ayuda para mi Estado.

Obregón insistió en que yo siguiera en la Secretaría de Hacienda pidiendo licencias semestrales de mi puesto como gobernador de Sonora porque vio que en los seis meses que yo manejé las finanzas con absoluto control, pues Alvarado se había ido a los Estados Unidos a arreglar los asuntos de la Reguladora que estaba acusada de violar las disposiciones de la Ley Sherman. (Yo me había quedado con el subsecretario pero con acuerdo diario y dictando las resoluciones yo directamente), pues viendo Obregón que yo había recibido la Tesorería sin un solo centavo, porque todo el dinero se lo llevó Carranza a Veracruz y una gran parte de ello se perdió, a pesar de ello encarrilé la economía nacional, la Tesorería; hubo dinero para pagar todas las cuentas que dejó pendientes el gobierno del señor Carranza; la amortización de los últimos infalsificables; la amortización de los Bonos Cabrera, etc., y que le entregué el gobierno limpio enteramente de todo débito, con siete millones de pesos contantes y sonantes en la Tesorería. Por todas esas razones no quería que yo dejara la Secretaría de Hacienda.

- No -decía-, si los acertados en finanzas no se dan en maceta. Tú te quedas aquí; no me abandones.

Y me obligó a que continuara en la Secretaría de Hacienda en cuyo puesto estuve casi tres años y medio, completando los seis meses del interinato.

Naturalmente, cuando salió aquel documento pretendiendo que había yo determinado la bancarrota moral y material del gobierno y se desataron los ataques contra mí, que incluyeron tres intentos de asesinato, tuve que protegerme con el fuero de candidato, y acepté la candidatura a la presidencia de la República que antes había rechazado cien veces.




Un incidente chusco

Cuando se iniciaron las pláticas entre los representantes de los EE. UU. Warren y Payney los nombrados por Obregón, Ramón Ross y González Roa, no obstante que Obregón había convenido con el señor De la Huerta en que se trataría a los delegados americanos como a periodistas, Pani formalizó las conferencias reuniendo a los delegados de ambos países en la casa de Bucareli.

Ramón Ross hab;a recibido instrucciones de Obregón para actuar en la forma que éste había acordado con el señor De la Huerta, y todas las primeras discusiones se desarrollaron de acuerdo con una sana política, sosteniendo los delegados mexicanos los principios de soberanía nacional y por el contenido de las primeras actas, bien puede decirse que fueron irreprochables, esto es, si se prescinde da la situación indebida y bochornosa para México de aceptar un tratado previo como condición para el reconocimiento.

Durante aquella primera fase de las pláticas, ocurrió el siguiente incidente chusco:

Don Ramón Ross, que diariamente acudía al casino Sonora-Sinaloa a libar abundantes aguardientes, se presentó a una de las sesiones de la tarde en completo estado de ebriedad. Durmiéndose en su asiento, oyó que Mr. Warren invocaba alguna ley dictada en Panamá comprendiéndola en sus argumentos. Al oir la palabra Panamá, Ross depertó y protestó ruidosamente, golpeando la mesa con el puño gritó airado: No nos comparen con Panamá. Warren explicó que no era esa su intención y que la confusión de Mr. Ross seguramente se debía a mala comprensión del idioma inglés. Al oir aquello don Ramón que creía poseerlo ampliamente, se indignó aún más y prorrumpió en frases destempladas en las que en esencia dijo que hablaba suficiente inglés para aludir irrespetuosamente a las progenitoras de los delegados y todos lo suyos.

Ante aquella situación, los americanos se marcharon y al llegar a sus alojamientos, comenzaron a arreglar sus equipajes para marchar a su país al día siguiente.

Uno de los secretarios nombrados por el gobierno de México, Urquidi, le platicó el incidente a Roberto Pesqueira y juntos fueron a comunicárselo al señor De la Huerta.

Media hora después Obregón le llamaba por teléfono y en vista de que no podían celebrar la entrevista en seguida hizo cita para pasar por él en la mañana del día siguiente.

Mientras tanto Ryan había comunicado a grandes razgos el mismo incidente al señor De la Huerta quien le convenció de que influyera con sus paisanos a fin de que se quedaran en México y no volvieran a su país con aquella deplorable impresión de nuestro gobierno.

Al día siguiente, el coche del presidente, que conducía a Obregón, pasó a recoger al señor De la Huerta en su propia casa y juntos emprendieron un paseo por el bosque, durante el cual Obregón dio a su ministro de Hacienda la versión que Ross le había dado y según la cual los delegados americanos habían pretendido poner a México al mismo nivel que Panamá, por lo que don Ramón, con todo patriotismo, había protestado. De todas maneras, Obregón quería que De la Huerta interviniera para evitar que aquellos señores, muy lastimados por la alusión de Ross a sus respectivos árboles genealógicos, colocaran a México en situación más difícil internacionalmente de la que ya existía.

El señor De la Huerta se excusó diciendo que Obregón mejor que nadie sabía que él era contrario a la presencia de esos señores en nuestro país y que, en todo caso, a Pani le correspondía arreglar las cosas satisfactoriamente. Pero Obregón insistió en que fuera el señor De la Huerta quien personalmente convenciera a los americanos de que continuaran las pláticas y que sólo se les orientaría sobre la política general que México iba a seguir.

El presidente dejó al ministro de Hacienda en la puerta del ministerio argumentándole como fundamento final que, como mexicano y como miembro de su gabinete, tenía el deber de prestarle la intervención que se le pedía.

El señor De la Huerta, ya en su despacho, habló con el general Ryan telefónicamente y le pidió que llevara a los señores Warren y Payne. Llegaron, se conversó y se les hizo notar que su regreso a su país, asustados por las intemperancias de persona que no estaba en pleno uso de sus facultades, no era muy airoso para ellos y que tenían la obligación como buenos diplomáticos (Warren lo era de carrera) de salir de México con banderas desplegadas y en buena armonía con nuestro gobierno.

Al principio se mostraron muy reacios, pero al fin aceptaron permanecer unos días más en México, y ya en tono de broma dijo Warren al salir:

- Pero en condición sine qua non: que Mr. Ross no vuelva al casino Sonora-Sinaloa mientras nosotros estemos aquí y, además, suplíquele al Sr. González Roa que si tiene deseos de manifestar su erudición, convoque a un mitin en la plaza de toros y allí hable todo lo que quiera.

- Todo se arreglará satisfactoriamente -repuso don Adolfo en el mismo tono ligero- y a Mr. Ross lo vamos a transformar en un abstinente completo.

Índice de Memorias de Don Adolfo de la Huerta de Roberto Guzmán EsparzaSegunda parte del CAPÏTULO TERCEROPrimera parte del CAPÍTULO CUARTOBiblioteca Virtual Antorcha